BERGOGLIO:"EL INICIO DE UN GRAN ENGAÑO"
Bergoglio
es la creación de la Jerarquía masónica; creación del mayor engaño:
elegir a un hombre, que no es de Dios por su herejía manifiesta, y
ponerlo como Papa, quitando de en medio al verdadero Papa, Benedicto
XVI.
Al Papa lo eliminaron con astucia, con cuidado, con premeditación. Todo lo calcularon al detalle: «Un plan para destruir a Mi Santo Vicario, fue concebido en secreto el 17 de marzo del 2011»
(MDM – 11 de febrero del 2012). Una conspiración que muy pocos creen en
ella, ya que han perdido la fe. Un plan que ha violentado la libertad
del Papa legítimo:
«Mi Santo Vicario ha sido forzado a esta acción y sufrirá grandemente como resultado» (MDM – 13 de febrero del 2013).
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Un plan que le ha hecho caer en pecado:
«Mi vicario ha caído. Mi Iglesia caerá» (Ib., 14 de febrero del 2013).
Hacer
renunciar a un Papa de su misión en la Iglesia es un pecado de
sacrilegio, pero también es un pecado contra el Espíritu Santo.
En
la historia de la Iglesia ha habido antipapas, elegidos por los
Cardenales cuando reinaba un Papa legítimo; pero ninguno de ellos era un
anticristo.
Aquí
se ha hecho renunciar a un Papa legítimo, no para colocar a otro Papa y
salvar la situación, sino para poner a un anticristo, a uno que abre el
tiempo del Fin.
«Los
de la Casa de Mi Hijo ahora reciben la advertencia final que ellos no
removerán a Nuestro Vicario de la santa Casa de Dios. Ya que si lo hacen
pondrán en movimiento el advenimiento del anti-papa dentro de vuestra
Casa. No profanéis a Mi Hijo de esta manera» (Mensaje de Jesús y
Nuestra Señora a Verónica – 7 de septiembre 1972). No hicieron caso a
la advertencia de la Virgen María; no obedeció la Jerarquía a Dios:
Benedicto XVI fue removido; el antipapa, Bergoglio, fue puesto.
La
renuncia del Papa ya ha sido profetizada por la Virgen, pero la misma
Iglesia lo ha callado, lo ha anulado, y ha seguido el camino de
oscuridad, que es el de la mente humana. Y así la Iglesia se ha hecho
infiel al Espíritu de la Verdad y no puede llegar a tener la plenitud de
la Verdad.
El
antipapa, en esta profecía, es el falso profeta, que proclama la mente
del Anticristo en la Iglesia. Bergoglio es el hombre de secretos, no de
la Verdad; es decir, el hombre de la masonería, el hombre que oculta su
intención a toda la Iglesia, el hombre que habla una cosa y obra lo
contrario:
«A
menos que escuchéis ahora mis palabras de precaución, caeréis en la
trampa que os está siendo tendida. El enemigo está dentro de la Casa de
Dios. El buscará remover vuestro Vicario de entre vosotros, y cuando lo
haga, él colocará a un hombre de secretos oscuros sobre la sede de
Pedro» (Mensaje de Jesús y Nuestra Señora a Verónica – 21 de
agosto 1972). Nadie escuchó las palabras de la Virgen: todos han caído
en el engaño de Bergoglio, en la trampa de su lenguaje humano, en la
ignominia de su obra en el gobierno de la Iglesia.
Pero
Bergoglio es sólo el principio de este gran engaño. Es la tuerca que se
necesitaba para un gran cambio en el gobierno de la Iglesia.
Mucha gente no cree en estas profecías, porque la Iglesia no las ha aprobado. Y ahí se paran en su fe.
Muchos
dicen: ya tenemos con las profecías de la Salette, Fátima y Lourdes, no
son necesarias más para entender lo que quiere Dios de la Iglesia. Y
pensando así, quedan en el error y en la confusión más total para sus
almas.
Otros
dicen: como son revelaciones privadas, no hay que hacer caso, porque la
fe está en lo que oficialmente se enseña, no en lo que cada uno cree. Y
terminan teniendo estas revelaciones como fábulas, como cuentos chinos,
ya que la Iglesia nunca acaba de pronunciarse acerca de ellas.
¡Cuántos
son los que apagan el Espíritu, en la Iglesia, con sus cabezas, con sus
inteligencias humanas, con sus modos humanos de entender la Iglesia!
El
tiempo de Dios comenzó en 1531, con la aparición de la Virgen María a
San Juan Diego. Tiempo para Su Iglesia, para dar el camino a las almas
fieles a la Palabra de Dios. Ese tiempo, en Dios, se calcula en siete
tiempos, porque fueron siete días en los cuales Dios lo creó todo. Ese
tiempo se acaba en el 2021: 7 tiempos de 70 años.
Durante
este tiempo, muchas cosas han sucedido. Pero muy pocos saben
discernirlas en el Espíritu. La mayoría ha quedado ciega de la Verdad:
la tiene en sus narices y no son capaces de verla, porque ya no tienen
fe.
La
norma próxima, inmediata y suprema de la fe es, para el católico, la
doctrina del Magisterio de la Iglesia, vivo, auténtico y tradicional.
Como
la Iglesia no ha enseñado que MDM y otras videntes sean auténticas, no
hay que creer. Así piensan muchos. Este es el error de muchos católicos.
Siendo la fe una virtud sobrenatural, por la cual el alma cree que son verdaderas las cosas reveladas por Dios, «no
por la intrínseca verdad de las cosas percibidas por la luz natural de
la razón, sino por la autoridad del mismo Dios que revela, la cual no
puede engañarse ni engañar» (D 1789), es necesario concluir que
la norma remota, mediata y primera de la fe es, para el católico, la
Palabra de Dios, dada en los profetas y en la Sagrada Escritura.
Hay
dos normas para creer: la primera, que es creerle a Dios, por su propia
autoridad; la segunda, que es creerle a Dios por la autoridad de otro.
No se pueden quitar las dos normas, porque van de la mano. No es una más
importante que la otra. Las dos son esenciales para creer.
Dios
siempre habla al hombre por medio de sus profetas. Habló por medio de
Su Hijo y lo reveló todo en Él; pero Dios no se calló porque todo haya
sido revelado, sino que continúa hablando, por medio de su Espíritu,
para llevar al hombre, llevar a toda la Iglesia, hacia toda la
Revelación, al conocimiento de toda la Verdad, a la obra divina de esta
Verdad.
Esto
es lo que muchos no comprenden: tienen por fe sólo lo que enseña la
Iglesia y desprecian, por tanto, las profecías, diciéndose a sí mismos:
ya somos perfectos en el conocimiento de Dios porque seguimos el
magisterio de la Iglesia, porque ya está todo revelado. ¿Para qué más
profecías y profetas? Nos basta con lo que la Iglesia ha enseñado.
Esto
es un fariseísmo más de los hombres, con el cual combaten a todos los
profetas que la Iglesia no ha enseñado como verdaderos. Y, en este
fariseísmo, el alma se inutiliza para poder discernir el Espíritu: se
vuelve boba. Sólo busca lo que la Jerarquía dice, enseña. Y no aprende a
salir de una inteligencia humana, de una visión parcial de lo que es la
Verdad en la Iglesia.
Esto
es ir para atrás en el crecimiento de la fe. La Iglesia necesita del
profeta, hoy como ayer. Jesús es un profeta; cada sacerdote es un
profeta. Y el profeta es el que da la Mente de Dios a los hombres, no el
que habla un lenguaje maravilloso para entretener las mentes humanas.
Jesús
predicó muchas profecías: y la gente no lo seguía, porque hablaba en
contra de la vida de los hombres. Jesús marcó el camino al hombre con la
Verdad de Su Palabra. Y Jesús sigue marcando el camino a Su Iglesia con
la Verdad de Su Palabra. Jesús sigue enseñando a Su Iglesia por sus
profetas. Y si los sacerdotes fueran imitadores de Jesús, no harían
falta los profetas en el pueblo. Pero como la Jerarquía ya no cree en la
autoridad de Dios que revela; como ya dice que Dios no habla más porque
todo lo ha revelado en Su Hijo, por eso, Jesús escoge almas humildes,
entre los hombres, para seguir dando Su Palabra, que sus sacerdotes han
despreciado.
Una
Iglesia sin profetas es una iglesia sin Espíritu Santo, sólo colgada de
la mente de los hombres, que son todos unos soberbios porque ya se
creen que se lo saben todo por tener años de teología, por leer el
Catecismo o por ir a Misa los domingos.
La
teología no es el entendimiento que busca la fe, sino que es la fe que
busca al entendimiento. Estamos en la Iglesia no para entender, sino
para creer. Y sólo el que cree es capaz de profundizar en la Mente de
Dios y ver la verdad de lo que ocurre en la Iglesia:
San Agustín: «deseé ver con el entendimiento lo que creí».
San Anselmo: «No
intento, Señor, penetrar en tu profundidad, porque de ningún modo la
comparo a mi entendimiento, pero deseo entender algo tu verdad que cree y
ama mi corazón. Porque tampoco busco entender para creer, sino que creo
para entender…».
Se cree para entender; no se entiende para creer.
La Jerarquía está para creer, no para hacer entender. Si la Jerarquía no cree, Ella misma se engaña y engaña a todos los demás.
La
Jerarquía obra su Poder en la Iglesia, su triple poder, sólo si cree.
Todo está en la fe, no en el poder que tiene el hombre. Un hombre que no
cree, su poder es irrisorio, no lleva a ningún lado. Mucha Jerarquía
inutiliza el Poder de Dios porque ya no creen.
Se
guían a los fieles en la fe del corazón que cree; no en la razón de un
corazón incrédulo. Hoy los católicos sólo buscan entender, pero nadie
busca creer. Nadie. En la práctica, ésta es la señal de los tiempos que
vivimos: la apostasía de la fe: nadie cree; todos se han apartado de la
verdad, nadie escucha la verdad. Todos se escuchan a sí mismos. Todos.
Este
es el error de muchos, que sólo se quedan en lo que entienden en el
magisterio de la Iglesia, en lo que entienden de lo que ven en la
Iglesia. Y esa es su fe: una fe incompleta, no plena; que necesita
siempre de la Revelación Divina, del Espíritu de la Verdad, que los
profetas dan para llegar a lo completo en la fe, a la plenitud de la
Verdad.
Muchos
tienen oscuridad en su entendimiento porque apagan las profecías,
combaten a los profetas de Dios. Y, en esa incredulidad, se vuelven a
los profetas del demonio, a la jerarquía del demonio.
Y
así colocan a Bergoglio como un Papa más. Van al Magisterio de la
Iglesia y no saben ver la verdad de Bergoglio. Se reunieron los
Cardenales para elegir a un Papa, y ahí se queda todo su discernimiento.
La Iglesia dice que Bergoglio es Papa, porque fue elegido en un
Cónclave. Y no hay manera de que entiendan que Bergoglio no es Papa. No
hay forma humana.
Ni
siquiera presentando sus herejías, claras y manifiestas, estos
católicos se convencen. Ni siquiera enseñando que la doctrina de este
hombre no es magisterio papal deducen que no es Papa. Es que los
Cardenales, en el Cónclave, no se equivocaron: ahí estuvo el Espíritu
Santo y eligieron al hombre que el Espíritu Santo quería, porque así lo
enseña la Iglesia, es su magisterio. Y ahí se acaba todo con estos
católicos.
Y
aquellos que ven sus herejías y reconocen que su magisterio no es
papal, lo siguen manteniendo como Papa, a pesar de todo, por la misma
razón: hasta que la Iglesia oficialmente no declare que Bergoglio no es
Papa, sigue siendo Papa.
Esto
es lo que se palpa en toda la Iglesia. Esta es la oscuridad de mucha
gente. Y gente que tiene estudios filosóficos y teológicos. Y nadie
quiere atender a la norma primera de la fe: la Palabra de Dios. Por no
atender a esta norma, por despreciarla, muchos se condenan.
Toda
alma, para creer en el Magisterio, primero tiene que creer en Dios,
porque el Magisterio viene de Dios, no de los hombres. Y esto es la vida
espiritual. Y se quiere imponer a las almas lo segundo: cree sólo en el
Magisterio, pero no en Dios. Sólo sigue lo que la Jerarquía enseña.
Esto es un error garrafal.
Muchos
sacerdotes no saben ser guías espirituales, porque imponen a las almas
esta falsa fe, que es una falsa espiritualidad. De ella, nacen todos los
cismas en la Iglesia. Todos, al final, quieren su Tradición, Su
Magisterio, Su Liturgia; pero nadie quiere lo que Dios quiere.
La
norma de la fe son dos cosas: Dios y Magisterio de la Iglesia. Y las
dos, al mismo tiempo. No una por encima de la otra, porque, ante todo,
hay que creer a Dios que revela por su Autoridad. No hay que creer en
los hombres.
Por
eso, hoy se observa, en todas partes, una fe humana, pero no divina. Ya
no se creen en los profetas, porque la Jerarquía no enseña a discernir
las profecías, sino a imponer un magisterio sin profecías.
La
Iglesia se ha equivocado cuando ha enseñado la profecía de Fátima: el
culpable fue el mismo Cardenal Ratzinger que escondió la verdad de esta
profecía. Ocultó lo que hoy él vive como Papa, y debe seguir callando
esa Verdad. Y ese ocultamiento de la verdad es un pecado gravísimo en el
Cardenal, porque no se ocultó cualquier cosa, sino lo más importante,
para la Iglesia, en ese mensaje de la Virgen María. Es la clave para
comprender lo que es Fátima.
Pero,
ahora, eso su castigo por su pecado: vivir en silencio viendo cómo otro
destruye la Iglesia desde el Papado. Así expía el Papa Benedicto XVI su
pecado contra la Verdad siendo Cardenal.
«Os
aconsejé en Fátima, ¿quién escuchó mi consejo al mundo? ¡De nuevo
orgullo y arrogancia! Un secreto debió ser revelado, y ¿quién aconsejó y
preparó al mundo para el ataque de satanás en la Casa de Mi Hijo?
¡Nadie!» (Nuestra Señora, 31 de Diciembre del 1977).
Un secreto debió ser revelado: la Virgen puso sus fechas a Lucia para darlo a conocer.
La
Iglesia tenía el deber y el derecho de revelar la Verdad como Dios se
la comunica. La Iglesia debía ser preparada para este ataque del demonio
por la Jerarquía. Y, ¿qué cosa hizo? La Jerarquía, que es el que tiene
el poder en la Iglesia, calló la Verdad y engañó a toda la Iglesia.
Y
ellos quedaron con un poder inútil, sin saber luchar contra el Enemigo
de Cristo dentro de la Iglesia. Un gran pecado. Juan XXIII no creyó en
Fátima y se metió a un Concilio sin prevenir a la Iglesia de lo que iba a
venir. Este pecado de este Papa sólo lo juzga Dios, pero hay que
decirlo. Decirlo no es jugar al Papa.
La
Jerarquía está para creerle a Dios, no para inventarse su Iglesia, no
para hacer lo que ellos quieren y llamar a eso: Voluntad de Dios. Los
hombres siempre se meten en sus problemas por su falta de fe, porque no
quieren someter su mente humana a Dios.
Ahora,
todos han caído en el gran engaño. Todos se han dejado envolver por las
palabras baratas y blasfemas de un idiota, de un loco, de un hombre sin
fe, como es Bergoglio.
Hoy
sólo se buscan las profecías que la Iglesia ha aprobado. Y eso es un
gran error, porque se acaba sólo creyendo a Dios por la autoridad de un
hombre.
En
la fe humana se cree por la conocida autoridad doctrinal de los hombres
que tienen ciencia y veracidad sobre las cosas espirituales; pero en la
fe divina, se cree por la autoridad del mismo Dios que revela.
Si
un sacerdote no cree a Dios en una profecía, después enseña a sus
fieles una mentira, con su autoridad doctrinal. Esto es lo que pasa en
muchas partes de la Iglesia. Y siempre ha sido así, pero, actualmente,
es lo único que se ve.
Muchos fieles quedan engañados, en la Iglesia, por la misma Jerarquía que no ya cree a Dios en sus profetas.
Por
eso, tienen que decir a sus fieles, aunque vean el desastre y la locura
que es Bergoglio, que sigue siendo el Papa. Tienen que convencerlos que
lo sigan aplaudiendo en sus herejías que dice cada día en la Iglesia.
Es tan buen Bergoglio. Es nuestro Papa.
No
saben enseñar que Bergoglio no es el Papa. No saben decir que Bergoglio
es un falso Papa. No pueden: han anulado, en su fe, a los profetas. Se
han quedado con sus grandes inteligencias y obras humanas. Oficialmente,
nadie dice que Bergoglio no es Papa; entonces, todos tienen que decir
que Bergoglio es Papa. Este es el descalabro en la fe de muchos
católicos y de muchos brillantes teólogos.
No
se llega a la fe por el entendimiento, sino por el corazón. Un corazón
abierto a la Palabra de Dios, cree en el magisterio de la Iglesia y sabe
discernir cualquier cosa en ese magisterio.
No
se llega a decir que Bergoglio no es Papa por la razón humana, sino por
la fe. Aquel que cree, dice: Bergoglio no es Papa. Aquel que no cree,
dice: Bergoglio es Papa.
Y
cuando se cree que Bergoglio no es Papa, entonces se entiende lo que es
Bergoglio. Pero aquel que quiere entender primero lo que es Bergoglio,
acaba siempre diciendo: es el Papa.
Un
corazón que no está abierto a la Palabra de Dios, no sabe creer en el
magisterio de la Iglesia y acaba interpretando todo a su manera humana.
Es lo que pasa a muchos tradicionalistas: se han quedado en la fe como
norma suprema; pero anulan la fe como norma primera. Sólo creen en la
autoridad doctrinal que enseña, pero no creen en la autoridad de Dios
que revela.
Es
un gran engaño lo que hay en Roma. Nadie cree que Benedicto XVI no
renunció al Papado y, por tanto, sigue siendo el Papa. Esto, los grandes
pensadores, los grandes analistas del Vaticano, no se lo tragan. No
pueden. Están ciegos, porque han sido guiados a esa ceguera por la misma
Jerarquía, que está ciega.
«Veréis ojos sin luz, y los ciegos guiarán a los ciegos» (Mensaje de Jesús y Nuestra Señora a Verónica – 21 de Noviembre, 1981).
¡Qué gran verdad!
Bergoglio:
ojos sin luz; Lefebvre: ojos in luz; Burke: ojos sin luz; P. Santiago
Martín: ojos sin luz…¡Cuánta Jerarquía son ojos sin luz! ¡Cuántas almas,
en la Iglesia, son ojos sin luz por causa de la Jerarquía!
La gran jugada de la masonería: cegar a la Jerarquía. Automáticamente, quedan los miembros, el rebaño, ciegos para la Verdad.