Vladimir Putin, un estadista singular. Padre Alfredo Sáenz (1-2)
Hace
algunos meses publicábamos, no sin algunas críticas de ciertos
lectores, la posición de Putin en la actualidad y el papel que tiene en
la politica contemporánea. Aquí y aquí
Presentamos ahora la conferencia que pronunció nuestro maestro, el Padre Alfredo Sáenz, SJ, gran conocedor del mundo ruso, en el Colegio de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires el pasado 7 de mayo de 2015.
La misma ha sido transcrita en la prestigiosísima revista católica argentina, Gladius, cuya lectura recomiendo vivamente.
Que no te la cuenten…
P. Javier Olivera Ravasi
Vladimir Putin, un estadista singular[1]
P. ALFREDO SÁENZ
Antes de entrar en el tema, algunas
palabras muy sintéticas sobre la historia de Rusia, ya que no suele ser
demasiado conocida. Los orígenes del cristianismo en dicha nación se
remontan al año 988 y coinciden con el bautismo del príncipe Vladímir,
acontecido en Constantinopla, al que siguió la evangelización del
principado de Rus’ con sede en Kiev. Todo ello aconteció antes de la
separación de Roma. Dicho nuevo reino comprendería, con el tiempo, un
amplio espacio geográfico, hoy ocupado por Rusia, Ucrania y Bielorusia,
primera forma política organizada de las tribus eslavas orientales que
adhirieron al cristianismo, constituyéndose así el pueblo ruso. La
escritura rusa, que representa el quicio fundamental de una cultura, fue
allí introducida por la difusión del cristianismo entre las tribus
eslavas a través de la creación de los caracteres cirílicos. Ello,
gracias a dos grandes santos, Cirilo y Metodio.
Tiempo más adelante aconteció la invasión
de los mogoles, que cubrieron el mapa de la vieja Rus’. El pueblo ruso,
un pueblo entonces acosado, encontró su sostén en la Iglesia. En ese
período, el centro religioso y político fue transferido de Kiev a
Vladímir en 1299 y luego a Moscú en 1322. Durante esos años los
príncipes se fueron capacitando para enfrentar a los mogoles, y bajo el
mando del príncipe Dimitri Donskoi, vencieron definitivamente al
ejército mogol en la batalla de Kulikovo.
En 1453 Constantinopla, a la que adhería
la Iglesia rusa, fue conquistada por el Imperio Otomano. El principado
de Moscú, que no cayó en poder de los turcos, realzó la importancia de
esta ciudad que fue llamada Tercera Roma y Constantinopla. Los zares
consideraron a Rusia el heredero legítimo del Imperio Romano de Oriente.
Bajo el gobierno de Pedro el Grande y de
Catalina la Grande, la Iglesia ortodoxa se vio subordinada al ámbito
político. Tras la caída del último zar, Nicolás II, el bolchevismo llevó
adelante una gigantesca obra de laicización del pueblo ruso.
1. LA FIGURA DE PUTIN
Vladímir Putin nació en “Leningrado”, la
antigua San Petersburgo, el 7 de octubre de 1952, en el seno de una
familia muy modesta, su madre lo hizo bautizar en la
catedral de la Transfiguración de aquella ciudad, y ello en el mayor
secreto. El padre era militante del Partido Comunista. Sólo en 1996 Vladímir se enterará de que había sido bautizado. Toda
su juventud se desarrolló en Leningrado. En esos años sintió deseos de
servir a su país en el campo de la información, más concretamente, en la
KGB. En Leningrado funcionaba una de las más prestigiosas universidades
soviéticas, donde estudió Derecho. Ya miembro de la KGB fue enviado en
1985 a Dresde, en Alemania del Este.
Tal destino sería providencial porque le
dio ocasión de asistir, en 1989, a los graves acontecimientos que
conmovieron a Alemania del Este. La KGB no sabía cómo enfrentar la
situación, esperando de Moscú instrucciones que nunca llegaron. Pronto
vendría la disolución del Pacto de Varsovia y el naufragio de la Unión
Soviética. “Con este asunto de ‘Moscú no responde’, tuve la
sensación de que el país no existía más. Había desaparecido. Era claro
que la Unión Soviética había entrado en agonía, en su fase terminal”,
dirá Putin en el 2000. En enero de 1990, sin esperar el hundimiento de
un sistema que ya se mostraba inevitable, dejó el servicio activo de la
KGB y volvió a Leningrado para acabar su tesis de doctorado.
¿Qué haría entonces en el campo político?
Se le ocurrió ofrecerse a Boris Yeltsin, de quien fue colaborador
directo, pero éste renunció el 31 de diciembre. Dicha circunstancia
colocó a Vladímir Putin a la cabeza del Estado, antes de ser elegido triunfalmente, unos meses después, en marzo de 2000, presidente de la Federación de Rusia. Extraordinario asenso de alguien que nunca quiso “hacer carrera”, y del que Solzhenitsyn diría, después de haberlo encontrado en septiembre de 2000: “Tiene
un espíritu penetrante, comprende pronto y no tiene ninguna sed
personal de poder. El Presidente comprende todas las enormes
dificultades que ha heredado. Hay que destacar su extraordinaria
prudencia y su juicio equilibrado”. Por lo que puede preverse, tomaría otros caminos que los preferidos por las democracias occidentales.
Basta considerar el perfil de algunos
miembros actuales de Gobierno, para apreciar la competencia, la
experiencia y el desinterés que exige Putin de los que lo acompañan en
su elevada gestión política. De los treinta y tres miembros con que
cuenta, todos son titulares de diplomas universitarios, en Derecho,
Economía, Ciencias, Ingeniería, etc., con amplia experiencia
profesional. El principal de ellos es Dimitri Medvedev, que estudió
Derecho. En 2005 Putin lo nombró Vicepresidente de su gobierno. En marzo
de 2008, a los 42 años, fue elegido Presidente de la Federación de
Rusia en reemplazo de Putin, a quien la Constitución le impedía tener un
nuevo mandato, pero no el ejercer las funciones de Primer Ministro,
cargo que le dio Medvedev. Los dos hombres se entienden perfectamente.
Medvedev es una personalidad más conciliadora que la de Putin, pero se
ha mostrado tan enérgico como él, tan determinado como él a hacer
respetar la ley y restaurar la grandeza del país. En 2012, Medvedev
terminó su mandato presidencial. Entonces fue reelecto Putin, retomando
el poder, y nombró a Medvedev Primer Ministro, lo que da gran
estabilidad a Rusia.
2. EL DESPERTAR DE RUSIA FRENTE A UNA EUROPA VACILANTE
Putin sostiene que Rusia ha pasado por un desierto espiritual, camino a un reencuentro con sus raíces. Así, dice, “los rusos han vuelto a la fe cristiana sin ninguna presión
por parte del Estado ni tampoco de la Iglesia. La gente se pregunta por
qué. La gente de mi edad se acuerda del Código de los constructores del
comunismo… Cuando ese Código dejó de existir, se hizo un vacío moral
que no se podía colmar sino retornando a los valores auténticos”.
Fue sobre todo con ocasión de los
Congresos que se realizan en Valdai donde Putin nos ha dejado sus
reflexiones más inteligentes. En dichos Congresos, que se efectúan todos
los años, participan unos doscientos expertos y periodistas, líderes
políticos y espirituales, filósofos y hombres de la cultura, de Rusia,
Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Alemania y China. Putin ve todo un
símbolo en el hecho de que Valdai, el sitio elegido para esos Congresos,
se encuentre geográficamente en un lugar “fundacional” de la antigua
Rus’.
Precisamente en uno de esos Congresos, el
de 19 de septiembre de 2013, destacó Putin la conveniencia de haber
elegido este lugar: “Estamos en el centro de Rusia, no en un centro geográfico, sino espiritual”.
Es justamente, señala, en la región de Nóvgorod, a la que pertenece
Valdai, la cuna donde nació la primera Rusia, la Rusia cristiana. Putin
ha asistido a varios de esos Congresos, aprovechando la ocasión para
pronunciar allí enjudiosos discursos. En el del 10 de noviembre de 2014
aprovechó para decir que en esos actos él se expresaba con total
libertad: “Voy a hablar clara y sinceramente.
Algunas cosas pueden parecer duras. Pero si no hablamos directa y
sinceramente de lo que realmente pensamos no tendría sentido reunirse en
esta forma. Entonces habría que reunirse en alguna reunión diplomática,
donde nadie dice nada claro y, recordando las palabras de un conocido
diplomático, podemos indicar que la lengua e dio a los diplomáticos para no decir la verdad”.
Pues bien, en el discurso del 19 de
septiembre al que acabamos de aludir, habló de su propósito de restaurar
la Rusia tradicional, que nació cristiana y patriótica. Frente a la
prensa reunida dedicó Putin una buena parte de su discurso al tema de la
identidad nacional rusa. Allí dijo: “Para nosotros, porque estoy
hablando sobre los rusos y acerca de Rusia, las preguntas; ‘¿Quiénes
somos? ¿Qué queremos ser?’ suenan en nuestra sociedad cada vez más
fuerte. Hemos dejado atrás la ideología soviética y no hay retorno. Está claro que el progreso es imposible sin lo espiritual, cultural y la autodeterminación nacional. De
otra manera no seremos capaces de soportar los desafíos internos y
externos, y no podremos tener éxito en la competencia global”.
El acercamiento de la Iglesia y el Estado
se intensificó por dos hechos: la elección en 2009 de Cirilo, obispo de
Smolensk, como Patriarca de Moscú y de toda Rusia, y el retorno al
poder de Putin en 2012. En el famoso discurso del 19 de septiembre de
2013, donde con su alocución ceró el Congreso dedicado al tema “La diversidad de Rusia ara el mundo moderno”, no temió afirmar su convicción de la necesidad de volver a la fe. Allí dijo: “Mucha
gente de los países europeos están avergonzados y tienen miedo de
hablar de estas convicciones religiosas. Las fiestas religiosas se están
eliminando o se les está cambiando el nombre, escondiendo la esencia
celebración”. En esa misma alocución hizo un llamado a la población
rusa para fortalecer una nueva identidad nacional basada en los valores
tradicionales, como los que posee la Iglesia Ortodoxa, advirtiendo que
el lado oeste del país estaba enfrentando una crisis moral. Al hablar
del “lado oeste del país” ¿no se estaría refiriendo a la zona rusa colindante con la Luropa que va perdiendo la fe?
Al parecer, lo que quería Putin era impulsar a su pueblo –ruski mir– a retornar a la fe de sus padres,
sobre todo ante el espectáculo de una Europa que parecía querer olvidar
sus raíces católicas. No deja de resultar sugerente que en el año 2012
Putin haya pedido ser bendecido con la imagen de la Virgen de Tiflin, costumbre que tenían los zares de Rusia a partir de Iván el Temible. En el mismo discurso en Valdai al que acabamos de aludir, se animó a decir: “Rusia es uno de los últimos guardianes de la cultura europea, de los valores cristianos y de la verdadera civilización europea”. Fustigó a continuación a esa Europa que renuncia a sus raíces.
De hecho, Rusia ha conocido un
reflorecimiento religioso tras la caída del comunismo. Si en 1988, antes
del derrumbe de la Unión Soviética, la Iglesia Ortodoxa contaba con 67
diócesis, 21 monasterios, 6893 parroquias, 2 academias y seminarios, en
2008 contaba con 133 diócesis, más de 23.000 parroquias, 620
monasterios, 32 seminarios, 1 instituto teológico, 2 universidades
ortodoxas. Entre 1991 y 2008, la cuota de adultos rusos que se
consideraban ortodoxos creció del 31% al 72%, mientras que la cuota de
la población rusa que no se consideraba de ninguna religión bajó del 61%
al 18%.
La posición de Putin es clara, como lo
deja traslucir con toda contundencia la misma alocución pronunciada en
Valdai. Extractemos algunos párrafos. “Cada país tiene que tener fortaleza militar, tecnológica y económica, pero sin embargo lo principal que determinará el éxito, la calidad de los ciudadanos, de la sociedad, es su fortaleza espiritual y moral”.
Por eso, agregará, el país deberá considerarse como una nación con su
propia identidad, con su propia historia, con sus propias tradiciones.
Solo así sus miembros podrán unirse para un fin común. “En ese sentido, la cuestión del encuentro y el fortalecimiento de la identidad nacional es realmente fundamental para Rusia”.
Las diversas catástrofes del siglo XX, agregó, tuvieron como
consecuencia un golpe devastador a la cultura nacional rusa y sus
códigos espirituales, así como la consiguiente desmoralización de la
sociedad.
Insistió Putin durante el mismo discurso en la gravedad de la apostasía de Europa: “Otro
desafío serio para la identidad de Rusia está relacionado con algunos
eventos que se produjeron en el mundo. Son dos temas: la política
extranjera y el aspecto moral. Podemos apreciar cómo muchas de las
naciones euro-atlánticas están rechazando actualmente sus raíces,
incluyendo los valores cristianos que constituyen el fundamento de la
civilización occidental. Están negando los principios morales y toda
identidad tradicional: nacional, cultural, religiosa e incluso sexual. Están
implementando políticas que equiparan las familias numerosas con
parejas del mismo sexo, la fe en Dios con la fe en Satanas”. Y prosigue:
“La gente en muchas naciones europeas se siente avergonzada o temerosa
de hablar de su filiación religiosa. Las fiestas religiosas son abolidas
o bien toman un nombre distinto; su significado permanece oculto, tanto
como su origen moral. Y se está tratando de exportar agresivamente este
modelo a todo el mundo”.
Hay, pues, en la vieja Europa, un profunda degradación moral. “Sin los valores enraizados en el cristianismo…, sin las normas de la moralidad que han tomado forma a lo largo de un milenio, los pueblos perderán su dignidad humana.
Nosotros consideramos natural y recto defender esos valores. Uno debe
respetar los derechos de las minorías, pero los derechos de la mayoría
no deben ser puestos en cuestión”. Y concluye: “Yo creo
profundamente que el desarrollo personal, moral, intelectual y físico
deben permanecer en el corazón de nuestra filosofía. Antes de 1990
Solzhenistsyn afirmó que el objetivo principal de la nación debería ser
preservar a la población después de un muy dificultoso siglo XX”.
3. SIGNOS DE RESURRECCIÓN ESPIRITUAL
Rusia vive un profundo renacer de la
religión allí tradicional, la llamada Ortodoxia. Este renacimiento
parece un verdadero milagro luego de las más de siete décadas de
comunismo soviético en el curso del cual millones de cristianos,
ortodoxos y católicos han sido asesinados o apartados de practicar su
religión. Actualmente se asiste en Rusia a un admirable retorno, sobre
todo a la liturgia La Pascua sigue siendo la más importante celebración
de la Rusia moderna como lo prueban las iglesias llenas de gente de
todas condiciones que van allí a rezar y a confesarse.
El mismo Putin, así como el Primer
Ministro Dimitri Medvedev, en comunión con su pueblo asisten cada año al
oficio pascual celebrado por el Patriarca en la Catedral de Cristo
Salvador de Moscú. Pero ello no es todo. Si bien es cierto que la
Constitución rusa de 1993 parece mostrar cierto carácter laicista,
semejante a las Constituciones de varios países de Europa, sin embargo
Putin ha hecho lo posible por favorecer a la Iglesia Ortodoxa,
apoyándose en su doctrina. El 19 de noviembre de 2010, hizo votar por la
Duma, es decir, el Congreso Nacional, una ley por la que se autorizaba
la devolución a la Iglesia de todos los bienes que le habían sido
arrebatados por el Estado y las municipalidades, a partir del triunfo de
la Revolución bolchevique. El 8 de febrero de 2012, prometió el
otorgamiento de subvenciones por cerca de 80 millones de euros para
financiar diversos proyectos de renovación de la Iglesia Ortodoxa.
Incluso creemos haber leído que dispuso que hubiera capellanes en las
Fuerzas Armadas. Agreguemos el coraje que exhibió al ordenar el traslado
de los restos de la familia imperial, vilmente asesinada por orden de
Lenin, a San Petersburgo, donde les hizo dar una digna sepultura,
confesando y comulgando en dicho día.
Una anécdota esclarecedora. Hace unos años el rey de Arabia Saudita visitó a Putin en Moscú. Antes de partir le dijo que quería comprar un terreno grande, y allí edificar, con dinero totalmente árabe, una gran mezquita en la capital rusa. “No
hay problema -le respondió Putin- pero con una condición: que autorice
que se construya también en su capital una gran iglesia ortodoxa”. “No puede ser”, repuso el rey. “¿Por qué?”, preguntó Putin. “Porque su religión no es la verdadera y no podemos dejar que se engañe al pueblo”. A lo que Putin replicó: “Yo
pienso igual de su religión y sin embargo permitiría edificar su templo
si hubiera correspondencia. Así que hemos terminado el tema”.
De hecho la Iglesia es considerada por el
Kremlin un aliado fundamental del Estado, destinada a custodiar la
identidad espiritual y cultural de Rusia. Así como el Kremlin promueve a
la Iglesia como sociedad que representa los valores de la nación, de
manera semejante la Iglesia considera oportuno colaborar con las
autoridades políticas para promover medidas que protejan la familia y
salvaguarden la moralidad pública.
Consideremos algunos casos de dicha
colaboración. Uno de ellos es la ley anti-blasfemia que fue votada por
la Duma como consecuencia de un episodio deleznable. Tres mujeres
feministas se habían exhibido en el interior de la Catedral de Cristo
Salvador en Moscú, ubicándose en la parte más sagrada del presbiterio,
con música rock de fondo, de carácter irreverente. Las autoridades
políticas lo consideraron un gesto claramente vandálico, condenándolo
categóricamente y castigándolo como correspondía, mientras que para las
autoridades eclesiásticas fue una profanación blasfema. Los medios de
comunicación occidentales mostraron el episodio como una violación de
los derechos humanos por parte de las autoridades políticas y de
persecución a artistas “creativos”. La Iglesia, por su parte, ha apoyado
las nuevas normas del Gobierno que limitan el acceso al aborto y la ley
introducida por Putin según la cual se prohíbe publicar cualquier material que fomente la homosexualidad, el lesbianismo, la bisexualidad y la transexualidad,
sobre todo si busca influir en los menores de edad. Los manifestantes
que en cierta ocasión quisieron hacer pública en las calles su
arrogancia “gay”, fueron hostigados al grito de “¡Moscú no es Sodoma!”.
En su famoso discurso en Valdai en
septiembre de 2013, Putin incluyó una altiva respuesta a los reiterados
llamados de Occidente a boicotear los Juegos Olímpicos de Invierno de
Sochi, debido a la ley rusa que prohíbe la promoción de la homosexualidad.
Tras dicho discurso, los asistentes al Congreso pasaron al comedor,
donde se encontraba el ex presidente de la Comisión Europea Romano
Prodi. Allí Putin bromeó aludiendo a la larga amistad que tenía con
Prodi, y también con su enemigo, el ex presidente del Consejo de
Ministros italiano Silvio Berlusconi, afirmando que “Berlusconi estaba siendo juzgado por vivir con mujeres, pero si fuera homosexual nadie le pondría un dedo encima”.
Al mismo tiempo, el Estado promueve abiertamente el carácter
sacramental del matrimonio tal como lo entiende la Iglesia. Se comprende
la inquina del Occidente post-cristiano.
Como puede verse, Putin ha asumido expresamente la defensa de la familia tradicional.
El 11 de febrero de 2013, se realizó un encuentro entre el Gobierno y
las autoridades religiosas. Allí el jefe de Estado señaló la necesidad
de reconocer a la Iglesia Ortodoxa mayor espacio en las discusiones
políticas tocantes a cuestiones como la familia, la instrucción de los
jóvenes y el espíritu patriótico. Respecto a la defensa de tales
valores, y en particular de la familia, en varias ocasiones Putin ha
querido mostrar su voluntad de que en este campo Rusia retorne a los
valores tradicionales de la sociedad. A tal fin ha señalado el alto
aprecio que tiene de la familia, entendida como elemento fundante para
el desarrollo del Estado y de la sociedad, y la actuación de una
estrategia política y social que la favorezca, contribuyendo así de un
modo decisivo a invertir la corriente demográfica fuertemente negativa
que afligió a Rusia en los últimos decenios. Si se tiene en cuenta el
hecho de que “el invierno demográfico” que ha golpeado a esa gran nación
entre los años 1990 y 2005 manifiesta hoy una situación común a la de
la mayor parte de los Estados europeos, no hay duda de que en esta
materia el actual modelo ruso constituye un ejemplo a nivel
internacional. Varias veces Putin se ha referido a los ataques que se
llevan a cabo contra la institución familiar. Esto explica por qué Rusia
está tan atenta a la cuestión demográfica. La protección de los
derechos y los intereses de la familia, de la maternidad y de la
infancia son una cuestión prioritaria para las autoridades públicas. Los
actuales dirigentes parecen entender que el problema de la reducción de
la natalidad no es atribuible sólo a motivos económicos, sino que tiene
raíces más profundas, de carácter cultural, lo que explica la necesidad
de intervenir también en el campo de la educación y de la información.
El sistema de vida capitalista y globalizado crea una peligrosa
tendencia que atenta contra la sociedad. Putin lo afirma sin vueltas: “La crisis de la sociedad humana se expresa principalmente en la pérdida de su capacidad reproductiva”.
Gracias a las medidas del Gobierno, en Rusia se ha reducido
drásticamente el número de abortos y se ayuda a la mujer embarazada del
segundo hijo, por el equivalente de 10.000 dólares, y con terrenos para
el tercer hijo.
En un discurso en la Asamblea Federal el jefe de Estado, así se expresó: “Hoy,
muchas naciones están revisando sus valores morales y normas éticas,
erosionando tradiciones étnicas y diferencias entre pueblos y culturas.
La sociedad es ahora requerida no solamente a reconocer el derecho de
cada uno a la libertad de conciencia, sino también a aceptar sin
condicionamiento la igualdad del bien y del mal, por extraño que ello
parezca, conceptos que son totalmente contrarios… Nosotros
sabemos que cada vez hay más pueblos en el mundo que sostienen nuestra
posición de defender los valores tradicionales, que han hecho las bases
espirituales y morales de la civilización de cada nación por miles de
años: los valores de familia tradicionales, la realidad de la vida
humana, incluyendo la vida religiosa, y no sólo de la existencia
material sino también lo espiritual y los valores del humanismo y de la
diversidad global. Por supuesto que esta es una posición conservadora.
Pero en palabras de Nicolás Berdiaev, el punto de vista del
conservadorismo no es el de prevenir movimientos de hacia y para, sino
el de prevenir movimientos para atrás y para abajo, en una oscuridad
caótica y un retorno al estado primitivo”.
Gracias a Dios, Putin se siente
acompañado en la defensa de los valores tradicionales por el Patriarca
de Moscú, Monseñor Cirilo, hombre lúcido y valiente. De él hemos tratado
largamente en un comentario que hicimos a su libro “Libertad y
responsabilidad: en búsqueda de la armonía”, Moscú 2009. Ver nuestra
reseña en la revista Gladius, n° 80, año 2010, pp. 138-144.
continuará
[1] Alfredo Sáenz, “Vladimir Putin, un estadista singular”, en Gladius 93 [2015], 33-50). Los resaltados son nuestros.