Tener personalidad es ahora anticuado
Está
surgiendo un nuevo tipo de igualitarismo, que difiere en algunos puntos
no esenciales del igualitarismo conocido, que quiere la eliminación de
toda superioridad.
Digámoslo así: quiere la igualdad de las muñecas, y no sólo la de los
relojes. De los cuellos, y no sólo de los collares. De los dedos, y no
tan sólo de los anillos … ¿Que quiere decir esto? El campo del nuevo
igualitarismo es la propia médula de la personalidad humana, y no sólo
los objetos o situaciones; aquella médula por la cual se dice que una
persona “tiene personalidad”, o que “no tiene personalidad”.
El igualitarismo patrón procura igualar todo en un nivel mínimo. Esto
se podría representar por una ecuación: 1=1 (uno es igual a uno). Cada
hombre es igual a los otros. El igualitarismo post-moderno trata de
destruir en la medida de lo posible las propias individualidades,
tornándolas indiferenciadas, de manera que esto puede expresarse en la
ecuación 0=0 (cero es igual a cero).
Este nuevo tipo humano se distingue de los demás no precisamente por su personalidad, sino por la carencia de ella.
Ya muchas voces, entre los post-modernos, han tratado del mismo fenómeno. Entre otros, Castoriadis, quien escribió sobre “La escalada de la insignificancia“; Gilles Lipovetsky, quien describió “La era del vacío”; Alain Finkielkraut discurrió sobre “La derrota del pensamiento“; Baudrillard bosquejó “el fin de lo social“, etc. No es que esos autores sean contrarios a esa situación, sino que para algunos esto debe ser así.
Plinio Corrêa de Oliveira describe esta situación: “Según tal
colectivismo, los varios “yo” o las personas individuales, con su
inteligencia, su voluntad, su sensibilidad y consecuentemente sus modos
de ser, característicos y discrepantes, se funden y se disuelven, según
ellos, en la personalidad colectiva de la tribu generadora de un pensar,
de un querer, de un estilo de ser densamente comunes”.[1]
Cada
cual debe ser enteramente típico, característico. Cada hombre es
irrepetible en la gigantesca colección de hombres que hay, hubo y habrá
Mientras el igualitarismo común se manifiesta sobre todo en el odio a
las jerarquías, este igualitarismo actualizado va más lejos y se
caracteriza además por su tendencia a la indiferenciación: entre padres e
hijos; entre los sexos; entre las edades; entre profesores y alumnos,
etc. En esto consiste precisamente el punto central de este nuevo género
de nivelación. Observa Plinio Corrêa de Oliveira: “La civilización
moderna (…) en general, ama lo que es promiscuo y confuso. Aboliendo la
variedad y colocando en su lugar una uniformidad sin sentido, la
Revolución destruye la semejanza de la criatura con su Creador”. [2]
Y agrega: “lo característico es lo distintivo de la variedad
auténtica; en él la verdadera variedad se realiza”. Es decir, cada cual
debe ser enteramente típico, característico. Cada hombre es irrepetible
y, en la gigantesca colección de hombres que hay, hubo y habrá, no es
posible encontrar nada que se parezca a una repetición.
Por lo tanto, jamás se podrá lograr una estandarización completa del
género humano. Lo que se debe hacer es trabajar para que la humanidad se
conforme lo más posible con esa estética superior del Universo, lo que
es un alto y bello ideal.
Lo que pretenden hacer, por el contrario, es tratar de patronizar al
máximo al hombre en todas las cosas, como forma de protesta contra esa
estética. Esa protesta se llama: igualitarismo.
La enfermedad de un árbol es más grave que el deterioro de sus
frutos. Cualquier persona percibe la enorme suma de errores, crímenes y
pecados que fueron cometidos a lo largo de los últimos decenios para
tratar de imponer esta ideología.
Pero es especialmente grave esta reducción del género humano ‒género
en el que Dios se encarnó‒ al triste estado de decadencia impensable en
que se encuentra.
Autor: Leo Daniele
[1]
Plinio Corrêa de Oliveira, Revolução e Contra-Revolução, São Paulo,
2009 (Edição comemorativa dos 50 anos da publicação), p. 144.