EL PERIODISTA CATÓLICO
Centinela laico de la Iglesia
Por S. Emcia., el Sr. Cardenal ALFREDO OTTAVIANI
Si tuviese que buscar un símbolo
apropiado altamente expresivo de las funciones y de la misión del
periodista, pienso que no hallaría otro más elocuente que el que leemos
en el Evangelio, atribuido por el señor a sus discípulos: “Vos estis sal
terrae, vos estis lux mundi”, la sal da sabor y preserva de la
corrupción.
La noticia
que da el periodista, el comentario que él hace acerca de los sucesos,
no debe tener sólo un propósito informativo, insípido y frecuentemente
peligroso; sino que debe tener un valor formativo. Cuando menos en la
forma de presentar o comentar la noticia.
La crónica como el comentario, debe tener
el mérito de un sabor cristiano; ha de poseer la presunción de
preservar el espíritu del lector de la podredumbre que se desprende de
los hechos. Esto ha de procurar el periodista, tanto en el artículo de
fondo, como en el trozo polémico o en el encuadre de párrafos y
subrayado de frases, de las cuales él es el artífice, si no el artista.
Puede a veces ser suficiente un adjetivo añadido al título de la noticia
de un hecho.
Se comprende, pues, qué quiere decir el
apelativo de “luz del mundo”: ese sabor cristiano que envuelve el
sentido de la vida, irradiada de la luz del Evangelio, que adquiere un
valor muy especial por el mérito del periodista que proyecta sobre los
hechos acaecidos y en los comentarios, aquella claridad de visión que
sólo puede dar la verdad cristiana en la justa apreciación de los
hechos.
¿No es, pues, verdad que, por debilitarse
esta luz vaga el hombre en la incertidumbre de la duda o también, en el
vacío de la negación, anda al borde del precipicio?
Quizás en ninguna época de la historia, con tamaña astucia, ha sido el hombre rodeado por tantas artimañas de la palabra.
Primero se ha predicado que, no en la fe,
sino en la cultura está la salvación; después con la excusa del
progreso y de la libertad sin límites, se ha asediado literalmente al
hombre: incluso hasta la escuela primaria llegan hoy todas las
penetraciones de la propaganda. Se le ciega; y para ello se usan todos
los sistemas. Pueblos enteros caen en la fosa de esta conjura infernal.
Frente a tanta destrucción de ideas, la
Iglesia os dice hoy la misma palabra que, yo estoy seguro de ello, os
dice vuestra conciencia: Sed ministros de la verdad, sed apóstoles del
bien: “Ministerium tuum imple, opus fac evangelistae”.
Este mandato fue confiado a los apóstoles
y a los Obispos, sus sucesores, pero en el cuadro y en los límites de
vuestra condición, se confía también a vosotros, porque también a los
laicos fue inculcado el deber de actuar de una manera digna de su
vocación cristiana: sicut Dei ministros.
La continua búsqueda de la verdad y del
bien es vuestro mandato y, a la vez, vuestro objetivo, vuestro anhelo.
No hay ninguno entre vosotros que no experimente, junto a un sentido de
profunda responsabilidad, la gravedad de los deberes que le incumben.
Vuestro escrito, vuestra apreciación, es
parangonable a una onda lanzada al éter, que llega a numerosos oyentes.
La Providencia os ha puesto en una Cátedra: así es concebido el
periódico. La Providencia os ha colocado en la mano un arma: la pluma.
“arma veritatis”. Todo esto “in aedificationem”.
Y esta espiritual edificación se
verifica, especialmente si, frente a los ojos del espíritu, está siempre
la faz de Jesús, reflejando casi los diversos rostros de vuestros
lectores. Quizá podréis imaginar los inocentes ojos de vuestros hijos,
fijos en vuestro periódico: y en la faz de Jesús leed la satisfacción de
no verlos ofuscados por los horrores o ensuciados por el fango.
En vuestro periódico se fija la mirada de
vuestras esposas: y en la faz de Jesús debéis ver la divina
satisfacción por el impulso que les dais con vuestros escritos para el
ejercicio de las virtudes de madre y de esposa cristiana; en la faz de
Jesús desgarrado y deformado por los horrores del pecado y del delito,
veréis vosotros cómo se debe inspirar horror y adversión por todo
aquello que tanto ha afligido al Señor.
De la faz de Jesús, que expresa, ya en la
cruz, con sus palabras de amor y de perdón, la ley suprema del rescate
cristiano y de la redención, aprenderéis vosotros cómo debéis hablar
dirigiéndoos incluso a los adversarios.
“Veritatem facientes in caritate” como
San Francisco de Sales, vuestro Patrón y Obispo de una ciudad fronteriza
del error, vosotros debéis ser como centinelas entre la verdad y el
error, reclamar a los fugitivos, retener a los que huyen.
¡Clama, no ceses! Es vuestro mandato,
nada menos que el de los profetas y de la Iglesia. Decid la verdad, pero
decidla con amor, solamente así haréis prevalecer en los corazones
lacerados de los hombres, envenenados por una propaganda de error y de
odio, el sentido de la paz cristiana: únicamente así honraréis e
imitaréis a vuestro Patrón, que escribió: “Quien predica con amor,
predica mucho contra los herejes, aunque no diga una palabra para
disputar con ellos”. Y hablar con amor no quiere decir hablar sin
fuerza. El amor es una fuerza, a la que ninguna otra fuerza resiste, lo
vence todo y todo lo arrastra.
Que os sea ejemplo el heroísmo, logrado
con cristiana paz y serenidad, de que han hecho prueba también en
nuestros días, tantos colegas vuestros de la Iglesia del Silencio. ¡Qué
contraste con la ceguera de éstos ilusos que, con publicaciones o
periódicos pseudo-católicos, han puesto su pluma y su honor al servicio
del error, del fraude y de la tiranía de quienes les tienen en la
esclavitud! Pero esta vergüenza no es del periodismo Católico.
El verdadero periodismo Católico está
allí, representado por aquellos héroes que, al sentir el aguijón de la
verdad cristiana y la urgencia del Divino mandato, “clama, ne cesses”,
pagan con la perdida libertad, con la dureza de la prisión y no
raramente han pagado ya con el martirio, su fidelidad a Cristo, a la
Iglesia y al Custodio Supremo de la fe y de la moral, el Papa.
Vuestra categoría está bien representada
en las listas de los mártires; junto a tantos pastores y a tantos
hermanos, vuestros colegas están escribiendo gloriosas páginas en la
historia de la Iglesia. Nosotros rogamos por ellos; pero grande es,
inmensa, la consolación, al pensar que ellos sufren y oran por toda la
Iglesia, por todos nosotros, en particular en vuestra misión de
periodistas, por ellos tan honrada. Sus lágrimas y sufrimientos
contribuyen a la purificación de la sociedad cristiana y del mundo
entero, y preparan los nuevos triunfos de la Iglesia.
A ellos, que en ésta festividad del Santo
Patrón de los periodistas, se sienten ciertamente unidos a cuantos, en
el signo de la fe, invocan luz, amor y paz sobre la humanidad, va
nuestro saludo con el deseo de un no lejano rescate, el Santo Patrón les
lleve un mensaje de fe: “Ecce appropinquat redemptio vestra”.
En la fiesta de San Francisco de Sales.
Esteban P. Sanchez Malagon