Publicado en Revista Cabido Nº 114
Mese Julio/Agosto de 2015
Mese Julio/Agosto de 2015
Cinco y media de la tarde, del 16 de junio de 1955, en la Avenida de Mayo y Rodríguez Peña, estaba yo parado, junto a mi amigo difunto Carlos, "el Loco" Ferrer (compañero del Liceo Militar General Espejo). Estábamos abrigados, lo que ocultaba el brazalete celeste y blanco que portábamos en la manga, y las pistolas Douglas 7,65, cuyas cartucheras teníamos ensartadas en el cinturón. Y eso era muy bueno. Me explico. Nosotros éramos "comandos civiles", convocados por el capitán retirado Walter Viader y el también retirado teniente de navio Siró de Martini para participar en la Revolución, cuyo epicentro ese día estaría en la Plaza de Mayo de Buenos Aires. Porque se iba a bombardear la Casa Rosada, nada más ni nada menos; y después sobrevendría el combate por la toma de la sede del Gobierno, en que los comandos tendríamos nuestra parte.MEMORIAS
'Enrique DÍAZ ARAUJO
¡Gracias, Teniente Jeannot!
CÓMO se va la vida, tan callando! Hoy, 16 de junio de 2015, hacen sesenta (60) años atrás (más de la edad de muchos de mis lectores) tuvo lugar un suceso que pudo haber puesto fin a mi existencia. Prendo una velita en la arena del recuerdo, y me pongo a leer un libro que acabo de adquirir.
Y, ¡sorpresas que da la vida!, en la primera página nomás doy con un dato que pesquisaba desde hace mucho tiempo. Veamos. El autor del libro es Horacio Rivara. Su título es Ataque a Casa Rosada. La verdadera historia de los bombardeos del 16 de junio de 1955 (Bs. As., Sudamericana, 2015). Y el primer subtítulo, que provocará mi asombro dice textualmente así: "Miércoles 16 de junio de 1955. Cabina del caza jet Gloster 1-064, sobrevolando el barrio del Congreso 17:35 horas".
Con casi todo el grupo juvenil irazustiano de La Plata (unos cuarenta universitarios), nos habíamos reunido en la casa de los Tolosa, en calle 46 casi diagonal 80, para oír, a los doce horas, la proclama revolucionaria, por Radio Mitre (que leería De Martini). Teníamos las armas de puño metidas en una bolsa que colgaba con una soga hacia el patio de abajo. Oída que fue la proclama, caminamos rápido las tres cuadras que nos separaban de la Estación del Roca, y por esa vía férrea arribamos a la Capital.
Tomamos el subte a Plaza de Mayo, y en seguida establecimos contacto con otros grupos de civiles revolucionarios, en particular los nacionalistas que dirigía Raúl Puigbó. Ahí nos enteramos de la consigna: había que ir lo más cerca que se pudiera del Bajo y efectuar unos tiros a la retaguardia de las tropas del Ejército que estaban apostadas en la Recova, atacando el edificio Guardacostas del Ministerio de Marina. Tirar y disparar.
Intentando con la diversión, desviar y atenuar el fuego militar.
Mientras tanto se libraba una auténtica batalla en el aire. En las versiones falsificadas se presenta el suceso como un simple bombardeo aéreo.
Nada de eso. Hubo combates entre aviones en Morón y en Ezeiza, y enorme fuego antiaéreo, que afectó a dos aeronaves de Punta Indio, sobre el Puerto de Buenos Aires. Bien. Cumplida la faena, dispersados, huía yo junto al "Loco" Ferrer por la Avenida de Mayo.
Las aceras ensangrentadas estaban sembradas de cadáveres tapados, con hojas de diario. Pulula! los grupos de aliancistas (de ALN, del pistolero Patricio Kelh cegetistas, que, transportados camiones, habían asaltados las merías. Entre ese tipo de gente minábamos nosotros, con vista arribar al "Palacio Bullrich", de Rodríguez Peña entre Viamonte y cumán (sede de los irazustia porteños). Los sindicalistas formaban corrillos en las esquinas, dimitiendo las circunstancia, gritand voz en cuello contra los "asesir antiperonistas.
Y entonces ocurrió lo increíble El "Loco" hizo honor a su apodo Se desvió un poco, se acercó a un corrillo de unos veinte cegetistas portadores de armas largas, y espetó: "-Sí, compañeros, son unos asesinos. Los que los mandaron a ustedes a este mataddero a defender al tirano, esos son unos asesinos". En un instante tuvimos rodeados de los oficialistas; amenazadores. Ajeno al peligro Ferrer seguía perorando como nada. Yo le tironeaba del saco, y le decía por lo bajo al oído: "¡El pellejo, Loco, el pellejo!" Porque veía morir en cualquier momento. Ya tenía los ojos cerrados, y rezaba; mi "yo, pecador".
Y en ese instante decisivo, : un ruido atronador. Abrí los ojojs y un avión Gloster Meteor pasaba rugiendo casi a la altura de los edificos de la Avenida de Mayo. Y detrás de éste, otro Gloster que cañoneaba sin parar la avenida. Ahí disparamos todos, nosotros y los cegetistas, a mil kilómetros por hora Batí el record mundial de velocidad en mil metros llanos. En la puerta del "Palacio Bullrich" (futuro colegio del P. Etcheverry Boneo) nos reencontramos con el "Loco" Ferrer, quien había zafado como yo.
Eso fue el pasado. Añorado. ¡Porque éramos tan jóvenes! Vengo al presente y leo que el capitán Carlos Carús, de la Fuerza Aérea de la VII de Brigada de Morón, seguido de su numeral, el Teniente Armando Jeannot, decidió primero atacar el Departamento Central de Policía, y después seguir sobre la Avenida de Mayo hasta la Casa de Gobierno. A ese respecto escribe Horacio Rivara: "Imitando a su jefe de escuadrilla, el teniente Armando Jeannot redujo la potencia de sus motores Rolls Royce, ya que entre las terrazas de los edificios y el gris techo de las nubes apenas había escasos cien metros donde deslizarse. Con sólo 22 años, no conocía tanto la ciudad, pero pudo distinguir adelante y a la izquierda los incendios alrededor de la Casa de Gobierno... Ambos abrieron fuego con sus cuatro cañones al mismo tiempo, mientras el edificio venía hacia ellos a la fantástica velocidad de 800 kilómetros por hora. Los proyectiles de 20 centímetros destrozaron la fachada, atravesaron vidrios y paredes destruyendo todo a su paso... -¡Al Ministerio de Guerra!- gritó Carús, acompañando la frase con un gesto de la mano en dirección a la Plaza de Mayo. «Bueno -pensó Jeannot mientras seguía al líder en el viraje—, agregarle asesinato del comandante en jefe... mejor que me olvide del franco del fin de semana». La promesa hecha a su novia de llevarla el sábado al cine, se volvía a cada momento más difícil de cumplir.
La Avenida de Mayo tenía ya, a esta hora, todos los faroles prendidos, un río de luz directo hacia el objetivo. Los proyectiles antiaéreos se veían en la noche como hermosas y mortales bolas de luz anaranjada" (Op. cit., págs. 9-11).
Este relato es completamente coincidente con el expuesto por Isidoro J. Ruiz Moreno, cuando menciona los vuelos rasantes a 10 metros de altura: "A plena potencia, mezclando el estridente ulular de sus dos turbinas con el estampido de las baterías terrestres y los disparos de sus propios cañones, los Gloster Meteors se precipitaron sobre su blanco (la Casa Rosada), regándolo con sus mortíferas balas de 20 mm." ("La Revolución del 55. Dictadura, conspiración y caída de Perón", Bs. As., Claridad, 2013, pág. 255).
Destaca luego Rivara el problema de la carencia de combustible en los tanques de las aeronaves, que obligó a los pilotos rebeldes a enfilar hacia la pista de Carrasco, en el vecino Uruguay.
En efecto, los aviones de caza ya a la vista de la playa se quedaron sin combustible y algunos cayeron al agua. Por ejemplo, el Gloster de Jeannot se deslizó por la superficie: "hundiéndose a medida que perdía velocidad, para finalmente recostarse en el fondo arenoso, a solo medio metro de la superficie y a diez de la playa. Un vecino... se metió en el agua para ayudarlo a salir de la cabina. El agua era oscura y se sentía levemente tibia al inundar sus botas. Jeannot agradeció a Dios por estar con vida, luego miró hacia Buenos Aires para ver los incendios, pero el horizonte era solo de agua y negrura. Ayudado por el vecino, caminó unos pasos, salió del río y se dejó caer en la playa" (Op. cit., pág. 15).
Recapitulo el hecho. El teniente Armando Jeannot tenía entonces 22 años, casi la misma edad que la mía. Ambos conocíamos poco la cabeza de Goliat, donde tuvimos que combatir. Ambos estuvimos en grave peligro de morir ese día. Y ambos agradecimos a Dios por salir con vida de esa emergencia. Con el agregado en mi caso de la gratitud al Tte. Jeannot por haber cañoneado la Avenida de Mayo el 16 de junio de 1955, exactamente a las 17 y 30 horas.
Agradecimiento que al presente hago extensivo a los demás 121 pilotos aeronavales y aeronáutico que se jugaron la vida para desagraviar la bandera argentina quemada; por Perón y sus secuaces (Borlenghi, Gamboa) para infamar a los católicos que lo habían vencido con la procesión de Corpus Christi.
Todos habíamos jurado seguir a la bandera y defenderla hasta perder la vida. Ese era el momento de cumplir con el juramento, porque una enseña, símbolo de la patria vale realmente una vida. Implícita e internamente, varios recordábamos el Poema a la Bandera del joven Juan Chassaing:
"Página eterna de argentina de gloria / melancólica imagen de le patria / núcleo de intenso amor desconocido / que en pos de ti me arrastras. ¿Bajo qué cielo flameará tu paño/Que no te siga sin cesar mi planta / ¡Melancólica imagen de la patria!"
Y el tirano la había quemado, a tiempo que atacaba la fe de nuestros padres. De ahí que la rebelión se tradujera en un símbolo: el que se pintó en el fuselaje de los aviones, CV, Cristo Vence. Christuí Vincit. Porque siempre, desde Constantino para acá, con el signo de la Cruz, venceremos.
Luchamos y, de momento, perdimos.
En venganza, esa noche, Perón con sus secuaces (Teissaire, Méndez San Martín, Apold, Bevacqua) apañaron o dirigieron la quema de una docena de templos católicos.
Un envío. No yo, pero otros verán algún día cuando el Paseo Colón sea redesignado "Vicealmirante Benjamín Gargiulo", jefe revolucionario, todo un hombre diría Unamuno, quien, por dignidad, murió con un rosario en la mano. En todo caso, el nombre de don Cristóbal Colón, descubridor de América, también reivindicado de los ruines odios zambos, se adjudicará a la actual avenida Rivadavia.
Que así sea. Me lo cuentan en el valle de Josafat, un sábado por la tarde. •