La negación del escándalo y los Últimos Tiempos (REPOST) - Augusto TorchSon
Originalmente publicado
el jueves 26 de febrero de 2015
¡Ven, Señor Jesús! (Ap.22, 20)
Mons. Straubinger, en la exégesis de las
cartas a las siete Iglesias del libro del Apocalipsis, nos dice que el número
7, como se consideró desde la antigüedad, al ser un símbolo de lo perfecto,
representaría una totalidad. Así, correspondiendo a la historia misma de la
Iglesia, San Alberto Magno decía que las Iglesias a las que se destinaban la
cartas podrían corresponder: la de Efeso al período de los Apóstoles y la
persecución de los judíos; la de Esmirna al período de los mártires y la
persecución por los paganos; la de Pérgamo al período de los herejes; la de
Tiatira al período de los confesores y doctores y las herejías ocultas; la de
Sardes a la de los santos sencillos y al escándalo de los malos cristianos que
aparentan piedad; la de Filadelfia a la abierta maldad de cristianos; y la de
Laodicea al período del Anticristo.
El padre Castellani se oponía a quienes
rechazan el carácter profético de las Siete Epístolas y señalaba que las
profecías se aclaran al llegar a su cumplimiento, siendo antes oscuras.
Con respecto a la carta a la Iglesia de
Filadelfia, dice la misma: “Mira que vengo pronto. Mantén lo que
tienes…”(Ap.3, 11). A este respecto señala Castellani, en primer lugar,
que el “vengo pronto” se refiere a la inminencia de la Parusía, y el “mantén
lo que tienes” se refiere a conservar la doctrina tradicional de la
Iglesia, a no caer en progresismos o evolucionismos en esta materia.
Hoy comprobamos de una forma innegable el
intento descarado desde las más altas jerarquías eclesiásticas de deformar la
doctrina para adecuarlas a los tiempos, negando las expresas palabras de
Nuestro Señor: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”
(Mat.24, 35). Los conservadores (del status quo y no de la ortodoxia) vienen
repitiendo desde siempre que estos cambios no se llevarán a cabo y que es la
prensa la que exagera estas situaciones. Pero en su ceguera consentida, a
medida que efectivamente se dan estos perniciosos cambios, aceptan los mismos
diciendo que no pasarán de eso, y así sucesivamente hasta el infinito. Así con
toda razón decía San Agustín:
A
fuerza de ver todo, se termina por soportarlo todo.
A
fuerza de soportar todo, se termina por tolerar todo.
A
fuerza de tolerar todo, se termina por aceptar todo.
A
fuerza de aceptar todo, ¡se termina por aprobar todo!.
Y ya nadie se escandaliza porque sea el mismo
obispo de Roma el que promueva el cambio radical en la doctrina divinamente
revelada. Y si bien lo hace desde el inicio de su gestión, se puede comprobar
más patentemente en el nefasto Sínodo (en contra) de la Familia, en donde
son los cardenales a los que eligió como colaboradores más cercanos los que
proponen estos cambios.
Y ante el silencio de los que deberían ser
nuestros pastores, cuando tratamos de advertir sobre estos ataques a las
verdades divinamente reveladas, se nos acusa de generar escándalo; cuando el
verdadero escándalo es tapar “El Escándalo”, el tratar de ocultar
la gran apostasía. En vez de advertir a los fieles sobre el peligro para
sus almas que implica el seguir erróneas doctrinas, se nos acusa de “generar
miedo” y así se pretende ignorar la gravedad de los tiempos que nos tocan
vivir. Entonces estos que se dicen “prudentes”, promueven el creer en Dios pero
“sin creerle a Dios”, por lo menos en las verdades incómodas. Así difícilmente
podrá mantenerse la observancia de la sana doctrina que nos exige Nuestro Señor
en la carta a la Iglesia de Sardes al sostener: “Ten pues, en la memoria lo que
has recibido y aprendido, y obsérvalo, y arrepiéntete. Porque si no velares,
vendré a ti como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré a ti.” (Ap.3,
2-3).
Y en este verdadero escándalo que implica la
oficialidad eclesiástica actuando en contra del Magisterio de la Iglesia misma,
los culpables de esos “silencios que se autodenominan prudencia” están
perfectamente caracterizados en la carta a la última de las Iglesias, la de
Laodicea, cuando Nuestro Señor nos dice: “Conozco bien tus obras, que ni eres frío ni
caliente, estoy para vomitarte de mi boca” (Ap. 3, 16). Y dice Castellani
al respecto que: “la tibieza irá
invadiendo esa Iglesia próspera, que realmente se creerá rica; y llegará un
tiempo en que no tendrá ni la frialdad del paganismo -que es susceptible de ser
calentado- ni el calor prístino de la caridad cristiana que la inauguró; y eso
es una cosa que da náuseas”.
Ante el aborto promovido y practicado en todo
el mundo, genocidio más grande de la historia cometido por los propios padres
contra sus hijos en el mayor estado de indefensión; ante la propuesta de la
sodomía como opción válida inclusive hasta el punto de llegar a considerar que
quienes así viven “tienen dones y
cualidades para ofrecer a la comunidad cristiana” como dirían nuestros
cardenales que también sostuvieron que en las convivencias fuera del matrimonio
“se pueden encontrar valores positivos”
(Relatio post
disceptationem); ante la persecución y decapitación masiva de cristianos
en manos de musulmanes, inclusive crucificando y enterrando vivos a niños; ante
la desacralización absoluta del culto debido a Dios; y ante un mundo envuelto
en guerras y terribles convulsiones internas; la respuesta de la neo-iglesia no
es volver a Dios, no es “tener en la memoria lo que hemos recibido y
aprendido, observarlo y arrepentirnos” ; sino es concentrarnos dar respuesta
a los problemas sociales. Entonces la jerarquía eclesiástica muestra sólo
interés por la desocupación, por la inseguridad, por la corrupción
(según Bergoglio peor que el pecado), por quitar el hambre y educar (según el
mismo Bergoglio sin importar que no sea educación en la
fe), y por la paz como
bien absoluto por encima de la justicia (aquí).
Como repetía nuestro querido padre Parrado,
hoy se busca “el señor de los milagros” más no el Milagro
del Señor. Y en esa búsqueda casi absoluta de las añadiduras antes que el
Reino y su Justicia, es que se pretende justificar el escándalo, se trata de
contemporizarlo y hasta de negarlo rotundamente. La fe de los falsos prudentes, de los sedicentes evitadores de escándalos; hoy está condicionada a la no perdida de las
porciones democráticas de confort que les toca. Por eso consideran que si las
masas están felices con la neo-iglesia, representada en su máxima expresión por
Bergoglio; miles de millones de personas no pueden equivocarse. El pueblo
soberano, el que decide lo que está bien y lo que está mal por consenso, tiene
que tener razón. Así se suprimió en los hechos la necesidad de los preceptos de
ir a misa y confesarse, ya que a pesar de la idolatría mundial hacia el obispo
de Roma, las parroquias y confesionarios siguen vacíos. Y ante el inmenso
peligro de la perdida de almas, la mayoría de los sacerdotes siguen
recomendando “esa prudencia” a la hora de evangelizar contrariando la
exhortación de San Pablo: “…predica la Palabra, insiste con ocasión
y sin ella; reprende, ruega y exhorta con toda paciencia y doctrina”
(II Tim.4, 2), y proféticamente continúa el apóstol con los que parecen ser
éstos tiempos: “Porque vendrá el tiempo en que no podrán sufrir sana doctrina, sino
que, teniendo una comezón extrema de oír, recurrirán a una caterva de maestros
siguiendo a sus propias concupiscencias” (II Tim.4, 3).
Para señalar la proximidad del Su regreso,
Nuestro Señor nos dejó signos. Como diría Castellani, como pre-signo, las guerras y rumores de guerra, pero esto
sólo como el principio. Y como signos propiamente dichos el 1° sería que el
Evangelio se haya predicado en todo el mundo; el 2° la aparición de falsos
profetas y falsos cristos (herejes) que engañarán a muchos; y 3° y último, la
gran persecución a los que permanezcan fieles. Hoy se puede considerar que éste
último presupuesto está empezando.
Y estas cosas necesariamente tienen que
suceder, porque así dijo Nuestro Señor. “Cuando comiencen a suceder estas cosas,
abrid los ojos y alzad la cabeza, porque vuestra redención se acerca”
(Lc.21, 28). Y es por eso que el libro del Apocalipsis es un libro de
esperanza, anuncia la redención de los que permanezcan fieles. Y dice
Castellani: “…aquí Cristo nos manda que
nos alegremos; y para que lo podamos, dice una sola cosa, pero que tiene una
gran fuerza: “Serán abreviados aquellos
días; porque si duraran, los mismos fieles perecerían – si fuese posible”.
Esa condicional “si fuera posible” es sumamente consoladora: supone que NO ES POSIBLE que perezcan los fieles.
Dios no lo permitirá”.
Termina la carta a la Iglesia de Laodicea
diciendo: “He aquí que estoy a la puerta y llamo. Si alguno escucha mi voz, y
abre la puerta entraré a él, y con él cenaré, y él conmigo. Al que venciere, le
haré sentar conmigo en mi trono; así como yo fui vencedor, y me senté con mi
Padre en su trono”.
Si cabe la aclaración, no se pretende aquí
poner fecha a ningún acontecimiento futuro y mucho menos a la Parusía, más si
pretende ser una observación de los hechos actuales a la luz de los signos y
profecías de la Sagrada Escritura que
pueden coincidir con los postrimeros tiempos de la Iglesia y el mundo.
Creyendo que para evitar el escándalo hay que
seguir callando la apostasía, seguir consintiendo la tergiversación de la
verdadera fe, seguir tolerando los más terribles vicios; aquellos a los que se pretende
“proteger”, al no exhortarlos a velar, ¿tendrán
tiempo?
Augusto
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