SOLZHENTISYN: LA PLUMA DE LA DIGNIDAD CRISTIANA - Luis Alfredo Andregnette Capurro
SOLZHENITSYN: LA PLUMA
DE LA DIGNIDAD CRISTIANA
HACE POCO MÁS DE SIETE AÑOS entregó su alma a Dios
Alexander Solzhenitsyn, Premio Nobel de Literatura 1970, pero por
encima de todo Caballero Cristiano sin Miedo y sin Tacha. Su
personalidad fruto de esa Europa –flor de la humanidad– que
recogiendo los valores subyacentes en el mundo grecorromano fue vivificada por
el poderoso aliento sobrenatural de Cristo Rex. De aquí que su vida tuvo el sentido
de la Verdad, de la Belleza y del Honor.
Sentido de la plenitud de la vida. Había nacido en Kislovodsk, Cáucaso, en 1918,
cuando el terror rojo, ya desatado, hizo volver a la memoria de muchos la
pregunta que estampara Gógol en las “Almas muertas”:
“Y tú Rusia, ¿hacia
dónde corres? ¡Contesta!
Nada más que silencio”.
Silencio de muerte, ya que Rusia –empujada
por un demoníaco ángel rojo– iba en búsqueda del paraíso prometeico
inmanentista, cayendo más tarde en la ciénaga, en los pantanos del llanto y en
el rechinar de dientes. En pocas semanas (julio de 1918) el Zar
Nicolás II, con toda su familia, sería masacrado por un pelotón
de subhumanos bolcheviques en la pequeña ciudad de
Ekaterimburgo, última estación del calvario de los Romanoff. El
mundo estaba conociendo al nihilismo en estado puro y sin
el disfraz de “radicalismo progresista”, hipócrita producto del
Occidente masónico.
Se hace necesario, para una
mejor compresión de esta nota, una referencia al pensamiento de Fedor
Dostoyevsky; escritor que, como muy bien decía Alberto Falcionelli en su “Historia
de la Rusia
Contemporánea” (Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza, 1954)
“es el primero entre todos los psicólogos modernos…”, introduciéndonos “en el
mundo subterráneo de los neuróticos que caracterizan la vida anímica escondida y aparente de la sociedad contemporánea: el
intelectual destructor, el aristócrata descarriado, el burgués mediocre y
pasivo cuyo único sentimiento es la envidia, el revolucionario por odio, el
terrateniente liberal que, sin caer en la cuenta, prepara su propia tumba al
ayudar a los enemigos de los valores tradicionales con la esperanza de
utilizarlos en vista de su propia ascensión política...”.
Todo el mundo
exaltado y morboso del izquierdismo está presente en el realismo del gran
novelista, cuya pluma profetiza –desde las páginas de “Los Endemoniados”
(1871)– el tsunami subversivo de febrero de 1917, que fuera puesto en
marcha por los liberales y llevado a sus últimas
consecuencias por sus hijos putativos: los bolcheviques de Vladimir
Ilich Ulianov Blank (Lenin) y León Bronstein (Trotzky) en octubre de ese año
apocalíptico.
La tesis del trabajo es ésta: Dios ama a
Rusia, la vigila y, como quiere ahuyentar de ella los demonios, permite que las creaturas angélicas entren en los
socialistas nihilistas a fin de que éstos, ya poseídos, se arrojen –como los
puercos de los que habla el Evangelio según San Lucas– al mar. El relato
premonitorio nos presenta el modo de actuar de las células comunistas que
hoy llamamos gramscianas. Nada de
atentados terroristas. Lo que importa es desmoralizar la sociedad. Pero
“Rusia nunca renegará de Cristo” por lo que escribe Dostoyevsky: “Rusia es la
gran reserva que dirá la última palabra, la palabra nueva al Occidente ateo y
Occidente la oirá y se conciliará con el Oriente en el nombre de Cristo que es
el del sufrimiento y del perdón”.
El pensamiento de Solzhenitsyn hunde sus
raíces en el tradicionalismo religioso que lo consustancia con lo
dostoievskiano. Tal su declaración a la revista brasileña “Manchete” para el
número de agosto de 1989: “Admiro a Tolstoy por su narrativa y forma de trasmitir
los temas con variedades de circunstancias. Pero estoy unido a
Dostoyevski por la comprensión e interpretación espiritual de la historia”. En
la misma entrevista se le preguntó su opinión referente a
Vladimir Ilich, expresando:
“Lenin estaba tomado por el espíritu del internacionalismo. No pertenecía a
ninguna nación. Durante 1917 integró el ala de la extrema izquierda
democrática. Todo cuanto acontecía en ese año era manejado por los dirigentes
de la democracia revolucionaria pero ellos perdieron control sobre los
acontecimientos. En octubre Lenin tomó el poder que estaba caído. Y fue
implacable. Jamás borró de su programa la violencia y el terror como elemento
básico de gobierno. Tenía un odio teológico de endemoniado. Puedo confirmarle
lo que dijera Bertrand Russell: ‘Lenin
era un ser extraordinariamente maligno. Estaba vacío de piedad. Al no tenerla
es lógico que no la pudiera sentir por nadie. Se le puede aplicar la
palabra ‘maligno’ no sólo en el sentido metafísico sino también en el
significado cotidiano’”.
Luego de la Segunda Guerra en
la que combatió alcanzando el grado de Capitán, Solzhenitzyn fue condenado a
varios años en un campo de concentración por sus planteos
discordantes con el “Socialismo real y el Soviet” que
en cartas privadas había expresado a quien creyó “amigo”. Libre y
rehabilitado en 1957, su experiencia como presidiario le inspiró su
novela “El Primer Círculo”, en la que describe un lugar
“privilegiado” del infierno para los científicos que realizan “inventos” para
el Estado bolchevique.
Cabe subrayar que en la obra del Padre
Alfredo Sáenz –“De la Rus de
Vladimir al Hombre Nuevo Soviético”– se vincula los presentes temas con la búsqueda del Santo Grial. Allí está el preciso sentido del reencuentro con Rusia, lo que
exigirá toda clase de renuncias al igual que en la Edad Media lo
requería la dama de los sueños: "La
Dama es Rusia, digna de todos los sacrificios, los
que una vez superados permitirán alcanzar el Grial, la
perfección, la trascendencia...".
En su “Un día en el vida de Ivan
Denisovich”, testimonia el horror de la jornada de un prisionero en
las cárceles del Soviet. Todas las obras de Solzhenitzyn están impregnadas
del misticismo del alma rusa. Algunos ejemplos claros son: “Por el
Bien de la Causa”,
“La Procesión
Pascual” y “La
Casa de Mátriona”. Su paso obligado por las Juventudes
Comunistas no hizo mella en su profunda Fe Cristiana. En
el mensaje al III Concilio de la Iglesia Ortodoxa Rusa
en el exterior, escribía:
“El triste panorama del aplastamiento de la Iglesia en el
territorio de nuestro país me acompaña, desde mis primeras impresiones
infantiles: cómo irrumpen los guardias armados en el templo; cómo se ensañan durante
los servicios religiosos, cómo mis condiscípulos me arrancan la crucecita que
llevo sobre el pecho, cómo son derribadas las campanas de las Iglesias y cómo
son destruidos los templos…”.
Sus “Cuentos en miniatura”
describen la belleza del campo “creado por Dios a la imagen de un icono”, que
fuese atacado por la ideología destructora del marxismo leninismo que en
décadas hizo desaparecer cien mil poblados rurales. Fue un golpe
devastador para rematar la aldea rusa… Lo mismo pasó con el aldeano, descrito por Dostoyevsky como “el que anuncia y lleva a Dios”. Cuando se le concedió
el Premio Nobel de Literatura (1970), gran parte de la obra literaria de
Solzhenitsyn se había difundido en forma clandestina. Pero el libro
que motivó su expulsión de la
URSS –privándolo de su nacionalidad en 1974– fue el
estremecedor “Archipiélago Gulag”, que es y será para siempre su
obra maestra. En sus páginas, presenta los infernales
campos de concentración bolcheviques a través del testimonio de 227 prisioneros
agregando su propia experiencia del sufrimiento, vencido posteriormente con la Fe. Con ella probó
una vez más la
Verdad Evangélica: “Las Puertas del Infierno no prevalecerán” (Mt
16-18).
A partir de 1975, el genial escritor se
instaló con su esposa e hijos en Cavendish, un pequeño poblado del Estado de
Vermont (EE.UU.). Desde allí continuó su extraordinaria obra
historiosófica comenzada con “Agosto de 1914” y cuyo ciclo completo
bautizó “La Rueda Roja”;
nombre que adoptó porque –según dijo– “estamos hablando de una gigantesca rueda
cósmica de fuego rojo destructor de la Patria Rusa, una
galaxia en espiral, una rueda enorme que una vez comenzado su giro, todos los
que están dentro de ella, se transforman en átomos indefensos” (declaraciones a
“Manchete”, Agosto de 1989)
En memorable conferencia dictada en la Universidad de
Harvard en el 1978, hizo pública su visión sobre la perdida base moral de la Civilización Occidental expresando
que “ella ha dejado de ser cristiana pudiendo ser considerada más adecuadamente
pagana”. Y continúa: “No tengo ninguna esperanza en Occidente y ningún ruso
debería tenerla. La excesiva comodidad y prosperidad han debilitado su voluntad
y razón”. Durante el transcurso de su disertación expuso a fondo las raíces de
la decadencia, pasando revista a las etapas culturales de
nuestro mundo en las que calificó al Renacimiento como subjetivista; puntualizó luego los
peligros del Libre Examen, desembocando en el análisis de la influencia cultural del Iluminismo racionalista. En ellos, lo humano se convierte en la
medida de todas las cosas. Sostiene nuestro amigo: “El nuevo sistema de
pensamiento basó la civilización en la tendencia peligrosa a adorar el Hombre y
sus necesidades materiales (…) Durante 300 años, Occidente ha ido
registrando una eliminación de los deberes y una expansión de los derechos”. Y
aún más:
“En
los comienzos, los derechos individuales eran concebidos sobre la base que todo
hombre era criatura de Dios. Libertad sí, pero responsabilidad religiosa. Nadie por entonces hubiera
pensado en reclamar una libertad ilimitada simplemente para satisfacer sus
instintos. Pero con el correr del tiempo esas limitaciones se fueron
abandonando, proclamándose una liberación total de la
Verdad Cristiana. Ya no se habló de responsabilidad del hombre ante Dios. La vida se
hizo cada vez más materialista. Los progresos tecnológicos no
redimen la pobreza moral del siglo XX”.
Sus públicas denuncias referentes a la
connivencia entre bolcheviquismo y capitalismo
liberal, junto a sus ideas en lo religioso y político, lo tornaron un
objetivo para el ataque de los medios que también utilizaron la
orwelliana fórmula: silenciarlo como inexistente. Respecto a esta
situación, expresaba el escritor en 1989:
“Entre la
Unión Soviética y los EE.UU. hay como una línea de
montaje. Todas las opiniones sobre mí son exactamente iguales. En la Unión Soviética es
comprensible. El Politburó aprieta un
botón y todos hablan como ordenan. En los EE.UU. cuando soplan determinados
vientos todos escriben de la misma manera y con unanimidad perfecta”.
Sin duda aquí está la explicación del
porqué la “Inteligentsia” del mundo globalizado post crímenes de Yalta y
Nuremberg asumió una opinión negativa del Solzhenitzyn de los años
setenta en oposición al Solzhenitzyn anterior.
Nos tuvo Dios de su mano cuando
redactábamos los párrafos anteriores ya que en ese momento nos entregaron un
periódico, en el cual el escribidor Mario Vargas Llosa expresa del gran
caucasiano: “en la última etapa de su vida se dedicó a lanzar fulminaciones
contra la decadencia de Occidente y a defender un nacionalismo
sustentado en la tradición y el cristianismo ortodoxo, se había vuelto una
figura incómoda, hasta antipática, y ya casi no se hablaba de él”.
Evidentemente, la Verdad -para quienes rinden culto al relativismo democrático– se transforma en algo políticamente
incorrecto e inquietante. Por ello la policía del pensamiento lo fue marginando
en un nuevo Gulag. Tuvo la vida de Alexander Solzhenitzyn toda la elocuencia
pujante y viril de un inmenso acto de fe en Cristo a quien sirvió con su
inteligencia y pluma, en páginas para todos los tiempos. Conoció todas las
tempestades y dio pruebas del valor con que se las puede vencer cuando se posee
una pasión indómita por la
Verdad. Victorioso ha entrado en la
inmortalidad con los que confesaron al Divino Maestro. De pié, le
rendimos homenaje y rezando nos inclinamos reverentes.
Desde el Real de San Felipe y Santiago de
Montevideo
Luis Alfredo Andregnette Capurro