Sarmiento en sus fuentes (1-5). Alumno clerical y «maestro de América»
Aprovechando
la cercanía con el 11 de Septiembre, fecha en que se conmemora la
muerte del «maestro de América» (como lo bautizó la historiografía
liberal) comenzamos a publicar en cinco entradas un trabajo en
preparación acerca Domingo Faustino Sarmiento, ese
controvertido personaje local que el liberalismo mitificó hasta el
hartazgo, aunque algo ya hemos publicado en otras oportunidades, como aquí.
Esperando que sea de utilidad para quienes no conozcan al personaje y para…
Que no te la cuenten…
P. Javier Olivera Ravasi, SE
SARMIENTO EN SUS FUENTES
P. Javier Olivera Ravasi, SE
“No es un mal que en la Argentina
haya habido traidores y traiciones;
el mal está en hacer estatuas a los traidores
y adorar las traiciones” (P. Leonardo Castellani).
Toda
historia necesita de arquetipos, modelos, próceres en que fundar la
patria. Es allí donde el alma juvenil se refleja siendo, ella, la causa
ejemplar que, por atracción, mueve los espíritus.
Argentina
no quedó exenta de esta ley terrenal de los ejemplos y, luego de la
batalla de Caseros, donde comenzó a gestarse la Argentina que hoy
conocemos, necesitaba de algunos “próceres” a quienes memorar, a quienes
seguir; porque toda idea necesita de espejos. Fue allí entonces donde
entraron a jugar los fabricantes de ídolos, de próceres, de historias;
y Alberdi, Vicente F. López, Mitre y Sarmiento pasaron de ser, de
fabricantes a fabricados, como bien lo señalaba el Taita de la historia[1].
No es nuestro objeto analizar aquí la vida del “ilustre sanjuanino” (hay varias biografías recomendables[2])
sino ver si, conforme a sus propios escritos, se le debe realmente
“honor y gratitud”, como reza su himno, o más bien un capítulo en la
historia de la psiquiatría, como señalan algunos[3]; si le debemos tributar pompas a quien “nunca faltó a la escuela” o si debemos seguir el consejo de Anzoátegui:
“Cuando
los niños argentinos oyen pronunciar el nombre de ese liberal deben
gritar «cruz diablo» si son menores de dos años y si son mayores deben
decirle alguna palabra de esas que asustan tanto a los masones
acomodados y a los políticos amariconados”[4].
En las siguientes líneas, el propio lector sacará sus conclusiones.
1. Sarmiento, alumno clerical
Se
nos suele decir que, el “maestro de América”, el “gran pedagogo” fue,
desde siempre, un gran librepensador, un hombre de ideas abiertas y
pluralistas. ¿Fue realmente así? Pues sí, pero dada su contradicción
permanente era capaz de matar a quien no pensaba como él.
Sarmiento fue, en rigor de verdad –como veremos– alguien que apostató de sus enseñanzas iniciales.
“Todo
lo que me rodea de joven, hasta la pubertad, es sacerdotal. Dos tíos
curas, mi preceptor clérigo y dos obispos en mi familia”[5].
Es
notable cómo el “maestro de la laicidad” y el “apóstol de la libertad
de enseñanza” fue alumno no de extraños libertarios racionalistas, sino
de puros “hombres de Iglesia”, es decir, de curas a quienes luego
traicionará. En efecto, luego de que don José Clemente Sarmiento fuera
incorporado al Ejército de los Andes, su hijo Domingo quedó al cuidado
del tío paterno, sacerdote de San Juan y futuro obispo de Cuyo, don José
Manuel Quiroga Sarmiento. De este prelado es de quien dirá su sobrino:
“Mi tío –hermano de mi padre– fue mi primer maestro (…). El me enseñó a leer a la edad de cuatro años”[6].
Es decir: la Iglesia, que siempre civilizó a los bárbaros, también intentó hacerlo con éste.
¿Y cómo le iba en el colegio?
Luego
de su enseñanza inicial a cargo de sus tíos sacerdotes, el joven
Domingo irá a la Escuela de la Patria. ¿Y cómo le iría a quien se nos
dice –mitológicamente que– “nunca faltó a clase”?
“La
plana –(libreta escolar)– era abominablemente mala, tenía notas de
policía –(por su conducta deficiente)–, había llegado tarde, me
escabullía sin licencia y otras diabluras con que me desquitaba del
aburrimiento”[7].
Rondando
los quince años y por diversos problemas políticos, deberá acompañar al
padre José de Oro (hermano de Fray Justo de Santa María), tío segundo
suyo y primo de su madre, a la provincia de San Luis, con la idea de
completar su educación inicial. Será en la parroquia de San Francisco
del Monte donde el sacerdote fundará (y no Sarmiento, que era un
adolescente) una escuela rural junto al rancho que le servía de casa
parroquial.
“Fundamos
una escuela”, dirá Sarmiento como el mosquito, aunque en realidad fuera
su tío, un cura educador: “el presbítero José de Oro fue mi mentor y
maestro” (…). Este digno sacerdote se encargó de mi educación”[8].
Pasados
los años, ya de regreso a San Juan, Sarmiento volverá a reincidir en la
educación clerical a manos de otro pariente sacerdote:
“un
tío mío, el presbítero Juan Pascual Albarracín, hermano de mi madre, se
contrajo a continuar mi educación durante un año y medio”[9].
Puros curas. El maestro de la enseñanza laica, enseñado por curas…
2. Sarmiento: “el maestro de América”
En
1831 Sarmiento deberá huir al pueblito chileno de Santa Rosa de los
Andes donde, para ganarse la vida, atenderá en una pieza alquilada, la
escuelita oficial del pueblo. Pocos meses le durará el cargo pues, tras
pelearse con el gobernador deberá emplearse como minero en Copiapó,
siendo ese su único verdadero puesto como maestro como escribirá en
1884, luego de visitar nuevamente el pueblo
“Aquí fui real maestro de escuela, no habiéndolo sido ni antes ni después”[10].
Ya
de regreso por San Juan su tío cura, el Padre José Quiroga Sarmiento,
le encargará la dirección de estudios del Colegio de Pensionistas
(colegio fundado por el obispo Oro, es decir, fundado por la Iglesia) a
cuyo cargo estaba su tía Tránsito (es decir, no él). Pocos meses durará
esta aventura pedagógica pues –una vez más– deberá exiliarse en Chile. Será en esta segunda etapa donde conseguirá ser nombrado director de la Escuela de Preceptores.
¿Cómo era esa escuela?¿qué cantidad de docentes tenía a su cargo Sarmiento? El instituto tenía sólo dos profesores y funcionaba… en una habitación de un tercer piso.
Dos
años pasará el padre del laicismo estudiantil en aquella “escuela”
donde, al decir de él mismo “se enseñará los ramos siguientes: leer,
escribir, dogma y moral religiosa”[11].
¿Cómo? “¿ dogma”? “¿moral?”. Sí; como se lee.
“Las lecciones de doctrina cristiana continúan repitiéndose de memoria todos los sábados. El infrascripto da las explicaciones necesarias para su inteligencia.
Durante la cuaresma se dieron algunas lecciones de historia de
Jesucristo, siguiendo el texto del evangelio, y nuevas y más prolijas
explicaciones sobre los sacramentos de la penitencia y comunión, a fin
de preparar a los alumnos a cumplir con la Iglesia: lo que verificaron
todos”[12].
Entonces, el padre de la “escuela laica”, enseñando catecismo…
¿Y
cómo era el fruto de sus enseñanzas? ¿Cómo actuaba el Sarmiento
pedagogo? Seguramente igual que uno de sus contemporáneos, San Juan
Bosco, patrono de las juventudes…
¿O no?
Acerca de las niñas de cierto hogar de huérfanas decía que no era necesario educarlas por ser “hijas de padres viciosos”[13]. Sobre los alumnos declaraba:
“La
mayoría de los alumnos han debido ser despedidos por irremediable y
notoria ineptitud, por su conducta reprensible y viciosa (…). Muy
difícilmente llegarán a ser nunca de provecho. Toda la severidad de la disciplina (hasta el calabozo) no ha bastado a tenerlos a raya”[14].
Diez años después confesará que “de treinta jóvenes que era la dotación que admitía la escuela, veintiocho fueron expulsados”[15].
En su Memoria sobre Educación Común
del año 1856 planteaba que la instrucción primaria elemental debía
comprender necesariamente “la instrucción moral y religiosa, para
formar la moral de los niños conforme a las verdades positivas del
cristianismo”[16], agregando ese mismo año que “hay que amansar al animal disciplinándolo cuando está tierno”[17].
Toda una empatía con el “buen salvaje”.
En cuanto a los castigos escribía en noviembre de 1858:
“Es una inmoralidad y un desquicio la persuasión en que los niños están de que los maestros no pueden ponerles las manos encima… Los castigos corporales no están abolidos en las escuelas
de los Estados Unidos y, hombres como Horacio Mann nunca los han
condenado, aunque los crean convenientes en casos extremos como
correctivo aplicado a los niños viciosos… Lo que el padre puede, puede
el maestro… Una zumba de azotes a tiempo nos ha venido bien a todos”[18].
Es decir, un tierno profesor… donde fue la niñez “su ilusión y su contento”.
Con
apenas cuarenta y cinco años contaba con la siguiente antigüedad
docente: unos meses de pasante de primer grado inferior en San Francisco
del Monte; otros meses de maestro elemental en Santa Rosa de Chile
(de donde debió retirarse exonerado por desacato al gobernador);
algunos meses de regente en San Juan en el colegio de su tía la rectora
fundadora doña Tránsito de Oro; y casi dos años de director de la
escuela de preceptores de Chile, donde expulsó al 93 % de los alumnos.
El resto de su vida jamás dio clase ni dirigió, en particular, escuela
alguna siendo, sí, Director General de Escuelas en Buenos Aires.
¿Y cómo le fue como director de escuelas en los tres años que duró al frente del cargo? Lamentamos decir que…, no fundó ninguna escuela. Basta consultar el Registro Provincial (1856-1860)
donde se señala que ni una sola erigida por él, al punto de que el
mismo Sarmiento se quejaba por “el aumento extraordinario de escuelas
particulares en estos últimos años”[19], es decir, todas dependientes de la Iglesia Católica o de municipios locales…
¿De
dónde entonces tanta fama de “educador”? Quizás a raíz de sus
“proyectos” (diecinueve en total) para instituciones educativas. En su
vida, de hecho, sólo fundará dos escuelas que, en realidad, fueron la
obra de ciertos vecinos según él mismo declarará en 1866: “En Buenos
Aires sólo logré fundar dos escuelas”[20].
¿Y respecto de los niños pobres?¿habrá tenido piedad el “gran pedagogo”?
Al referirse al asilo de mendigos, dirá en el Senado con el más crudo liberalismo individualista:
“Las cámaras no deben votar partidas para caridad pública porque la caridad cristiana no es del dominio del Estado. El Estado no tiene caridad. No tiene alma. Si los pobres se han de morir que se mueran… El mendigo es como la hormiga. Recoge los desperdicios (…). ¿Qué importa que el Estado deje morir al que no puede vivir a causa de sus defectos? Los huérfanos son los últimos seres de la sociedad”[21].
Pero al menos… ¿propugnaba Sarmiento una educación “libre y gratuita”?
El 19 de noviembre de 1856 escribirá:
“Educación gratuita no quiere decir que el Estado haya de sustituirse al padre de familia que puede pagar la educación de sus hijos”59.
Diez años después repetirá desde el Senado (19/12 1878):
“que la educación sea gratuita, sí; pero para los pobres”[22].
Algo análogo dirá respecto de la educación universitaria:
“La educación universitaria no interesa a la nación,
ni interesa a la comunidad del país… Generalmente en todo el mundo las
universidades son realmente libres y están fundadas con rentas
particulares (…). Nada tiene que ver el Estado”[23].
¿De dónde entonces la educación “libre y gratuita” para todos?
Continuará
P. Javier Olivera Ravasi, SE
[1] En El nuevo gobierno de Sancho,
el Padre Castellani imagina a un fabricante de próceres argentinos que,
dogmatizando sobre la historia patria, va inventando una serie de
pro-hombres para la neo-historia liberal (Padre Leonardo Castellani, El nuevo gobierno de Sancho, Theoría, Buenos Aires 1965, n. 18).
[2] Resaltamos aquí el libro de Manuel Gálvez, Vida de Sarmiento,
Editorial Tor, 3era. edición, Buenos Aires, 1957 como también
principalmente el opúsculo de Héctor Daliadiras (P. Aníbal Röttjer), Algo más sobre Sarmiento, Nuevo Orden, Buenos Aires 1965, pp. 195 y los de Alberto Ezcurra Medrano, Sarmiento masón, Haz, Buenos Aires s/f, pp. 28; Ramón Doll, Las mentiras de Sarmiento, Federación, Buenos Aires s/f, pp. 32.
[3] Como lo ha demostrado, siendo sarmientino, Nerio Rojas en su Psicología de Sarmiento, Kraft, Buenos Aires 1961.
[4] Ignacio B. Anzoátegui, Pequeña Historia Argentina para uso de los niños, Ediciones Regnum, Asunción – Paraguay 2000, 79.
[5] Sarmiento, Obras completas, Memorias, año 1884, Tomo XLIX, Luz del Día, Buenos Aires, 1948-1956, 33. En adelante “O.C.”; salvo aclaración, usaremos esta edición.
[6] Sarmiento, Recuerdos de Provincia, año 1850, en O.C., Tomo III, 125; Memorias, año 1884, en O.C., Tomo XLIX, p, 218.
[7] Sarmiento, Recuerdos de Provincia, ibídem, 153, Tomo III.
[8] Sarmiento, Recuerdos de Provincia, 55, 58, 64; Mi Defensa, 8, Tomo III.
[9] Sarmiento, Mi Defensa, 9, Tomo III.
[10] Sarmiento, O.C., Tomo XII, 237.
[11] Diario El Mercurio de marzo de 1842 (Sarmiento, O.C., Tomo XII, 148).
[12] Informe del 3 de mayo de 1843 en Tomo XXVIII, 15 de las O.C.
[13] Sarmiento, O.C., Tomo XLIV, pp. 78-81.
[14] Informe del 5 de enero de 1844 en Tomo XXVIII, pp. 17, 190 y 191 de las O.C.
[15] Sarmiento, O.C., Tomo XXVIII, 177.
[16] Sarmiento, O.C., Tomo XII, pp. 69, 70, 136.
[17] Diario El Nacional, 7 de Abril de 1856.
[18] Anales de Educación, Tomo I, 153, en Tomo XXVIII, pp. 256 a 259 de las O.C.
[19] En Manuel Gálvez, op. cit., 223.
[20] En ibídem, pp. 224, 293 y 455.
[21] Sarmiento, O.C., Tomo XVIII, pp. 303-305.
[22] Sarmiento, O.C., Tomo XX, 285.
[23] Sarmiento, O.C., Tomo XX, 285-286.