sábado, 14 de septiembre de 2019

ARGENTINA Y SU RETRATO








Por Mauricio Ortín
7 de septiembre de 2019

 
ARGENTINA Y SU RETRATO
 
MAURICIO ORTIN
Julio Narciso Flores, salteño de 61 años, a fines del año 1976 egresó de la Escuela de Suboficiales de Córdoba como Cabo, especialidad Mecánico de Mantenimiento de Aeronaves. Para los adolescentes de familias humildes, las escuelas de suboficiales de las fuerzas armadas constituían una oportunidad para ascender socialmente a través de la carrera militar como, así también, adquirir instrucción profesional y desarrollarse espiritualmente.
Le tocó en suerte que su primer y único destino fuera la Ira Brigada Aérea (El Palomar – Buenos Aires), donde se desempeñó hasta 1980, año en que solicitó y se le concedió la baja. Finalizada su actividad militar, su vida laboral continuó vinculada a la aviación. Trabajó en el país y en el exterior hasta el 24 de noviembre de 2014, día en que fue detenido en el aeropuerto de Ezeiza, a su llegada de Indonesia.


El juez federal Daniel Rafecas lo procesó porque su nombre apareció en el Libro de Guardia de la Brigada Aérea del Palomar y, dado que dicha Brigada está catalogada como Centro clandestino de Detención, Rafecas, interpretó que Julio Flores, de hecho, fue parte del “grupo de tareas” que privaba de su libertad a subversivos y que cumplió Guardias en “Mansión Seré”.

Además y en virtud del sólo ejercicio de su imaginación, el juez le atribuyó la “jefatura” de dicho grupo de tareas. No existe en la causa ni una sola prueba, indicio o testimonio que relacione a Julio Flores con los hechos que se le imputan.

El supuesto delito por el que fue procesado es de agosto de 1977. Por entonces, Flores acababa de cumplir 19 años de edad, revistaba en la Fuerza Aérea como Cabo y computaba 8 meses de antigüedad en el grado. Es decir, que salvo los colimbas rasos, Flores, era un perfecto “último orejón del tarro” del escalafón militar. “Orejón” que jamás tuvo entidad para desempeñarse como “Jefe de Guardia” o “Jefe de Patrulla” que le endilga la acusación.

Por la misma época (1977), el Dr. Eugenio Raúl Zaffaroni, contaba con 37 años y una cómoda posición socioeconómica fruto de su sueldo de Juez Nacional en lo Criminal de Sentencia de la Capital Federal. Cargo éste que le confería la suficiente autoridad para negar habeas corpus a detenidos-desaparecidos y el tiempo libre necesario para escribir y publicar un libro que justificara la represión del gobierno militar dada: “La excepcional necesidad de dar muerte al delincuente” en virtud de la “necesidad terribilísima”.

En el mismo 1977, Horacio Verbitsky, de 35 años de edad e hijo de un periodista destacado ya se había hecho de una sólida trayectoria en los medios de comunicación y en la organización guerrillera Montoneros, en la que revistaba con el grado de oficial y Subjefe de Inteligencia; precisamente en su calidad de tal, fue parte central en el atentado terrorista del 1 de julio de 1976 en el comedor de la Superintendencia de la Policía Federal que le costó la vida a 24 personas.

Roberto Cirilo Perdía, con 36 años cumplidos, en 1977 tenía unos cuantos años de abogado aunque no ejercía. Lo suyo no era el Derecho. Su vocación, que pronto descubrió y abrazó precozmente, era otra. Como segundo al mando de la banda a mediados de los setenta contaba ya en su foja de servicio con una larga lista de homicidios. Entre otros cientos, en dicha lista están los nombres de José Ignacio Rucci, el comisario Villar y su señora, la niña Paula Lambruschini, el dirigente radical Arturo Mor Roig, el empresario Alberto Bosch y el chofer Juan Carlos Pérez.

Desde 1977 a la fecha han pasado más de 40 años. El Dr. Zaffaroni, aquel pilar jurídico del gobierno militar (que negaba habeas corpus a desaparecidos) se ha convertido en un referente jurídico de los que persiguen a ex militares como Julio Narciso Flores. Tan es así que, como miembro de la Corte Suprema de Justicia, no le ha temblado el pulso al firmar el fallo violatorio de la Carta Magna que habilita la persecución infame contra todo aquel que sea acusado de lesa humanidad (él excluido, por supuesto).

Horacio Vertbitsky, por su parte goza de un excelente pasar económico y del prestigio nacional e internacional que le da el hecho de presidir el CELS, la ONG de DD.HH. subvencionada por el Estado más influyente del país (en Argentina, nada mejor que un terrorista ocupándose de los derechos humanos de sus víctimas).

Roberto Cirilo Perdía, en tanto, disfruta de la renta que le toca por los 60 millones de dólares del secuestro de los hermanos Born. Aprovecha su tiempo libre para publicar libros en los cuales describe sus crímenes como hazañas de jóvenes idealistas aunque equivocados. Suele declarar como testigo de contexto en los juicios de lesa humanidad (como el sustanciado a Julio Narciso Flores). En el juicio por “la contraofensiva de Montoneros”, con ese narrar cansino de viejo sabio encantó a la audiencia sacándole palmas. Declaró, entre otras cosas, que él envió a la Argentina a los jóvenes montoneros (exiliados en Europa y México) con la misión de ajusticiar (léase, asesinar) a Martínez de Hoz y su equipo del Ministerio de Economía. Los jueces y fiscales que lo escuchaban no podían disimular su emoción.

Pues bien, el ministerio público Fiscal, integrado por los fiscales Ángeles Ramos y Leonardo Filippini junto a la auxiliar fiscal Nuria Piñol Sala, en su alegato (a partir de la sola mención en un libro de Guardia) consideró probada la responsabilidad de Julio Narciso Flores en 31 privaciones ilegales de la libertad, etcétera.

Los jueces Alfredo Justo Ruiz Paz y Marcelo Gonzalo Díaz Cabral y la jueza María Claudia Morgese Martín, integrantes del Tribunal Nº 5, sin siquiera sonrojarse, condenaron Julio Narciso Flores a la pena de 25 años de reclusión perpetua. Todos los diarios celebran que se haya hecho “justicia”. El “genocida” recibió su merecido. Zaffaronni, Verbitsky y Perdía alzan sus copas…

Julio Narciso Flores se pudrirá en una cárcel el resto de su vida. Ni juan José Campanella, ni Luis Brandoni, ni Santiago Kovadloff, ni José Luis Espert, ni Alfredo Leuco (y estoy hablando de los mejores de nosotros, los que a menudo no callan y denuncian las injusticias) dicen o dirán nada de Flores o de los miles de perseguidos por la “política de derechos humanos”. Este y no otro es el retrato de Dorian Grey.
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