Inadmisible. Por Miguel De Lorenzo
Hace unas semanas Francisco invitó al
Vaticano a un grupo de jueces. No era la primera vez que sucedía, y
visto lo recurrente de las convocatorias, daría la impresión que la
justicia Argentina es una preocupación constante en Roma. Alguno podría
preguntar tanto por las razones de esa repetida injerencia en lo que es
del César, como por el mérito profesional de los magistrados
convocados, pero lo dejaremos para otro día.
Esta vez entre los elegidos estaba el ex juez Zaffaroni. Ambos se abrazaron con alegría y aún se los veía emocionados.
El juez, seguidor del impío Foucault,
conocido por sus propuestas abolicionistas, tanto como por sus
manifiesta condescendencia con pedófilos, violadores, asesinos etc.,
y más aún por sus ingeniosos fallos a favor de esos depravados, fue,
si nos dejamos guiar por las imágenes, motivo de regocijo para
Francisco.
Tal vez en ese momento no haya recordado
que su invitado, siendo juez de la Suprema Corte de la Nación, era en
simultáneo, el propietario de un conjunto de burdeles en la ciudad de
Buenos Aires.
Unos pocos días antes o después, en
realidad no importa, Francisco fue a una casa refugio para mujeres
atrapadas en redes de trata y les pidió perdón, con foto incluida.
Desde entonces cierta perplejidad se
apoderó de mi corazón, a tal punto que no se a quien pedir perdón y con
quien alegrarme. Tendré que indagar, porque que sospecho hay nuevos
paradigmas, de esos fragmentados y en crisis, para los que todo lo
insensato es aceptable