martes, 18 de agosto de 2020

LA GRAN Y PERSISTENTE HEREJÍA DE MAHOMA (Hilaire Belloc) - Parte 2

LA GRAN Y PERSISTENTE HEREJÍA DE MAHOMA (Hilaire Belloc) - Parte 2



NEGACIÓN DE LA ENCARNACIÓN

El mahometanismo fue una herejía: ése es el punto esencial a comprender antes de seguir adelante. Comenzó como una herejía y no como una nueva religión. No fue un contraste pagano a la Iglesia; no fue un enemigo foráneo. Fue una perversión de la doctrina cristiana. Su vitalidad y su perdurabilidad pronto le dieron la apariencia de una nueva religión, pero aquellos que fueron contemporáneos de su surgimiento lo vieron tal cual fue: no una negación sino una adaptación y un abuso del fenómeno cristiano. 
Difirió de la mayoría de las herejías (y no de todas) en que no surgió dentro del contexto de la Iglesia Cristiana.
Para empezar, el jefe heresiarca, Mahoma mismo, no fue – como la mayoría de los otros heresiarcas – un hombre de cuna y doctrina católicas. Provenía de los paganos. Pero lo que enseñó fue en lo esencial una doctrina católica sobre-simplificada. Lo que inspiró sus convicciones fue el gran mundo católico – sobre cuyas fronteras vivió, cuya influencia lo rodeaba y cuyos territorios conoció por sus viajes. Provino y se mezcló con los idólatras retrógrados de los desiertos árabes a quienes los romanos nunca creyeron que valdría la pena conquistar. Adoptó muy pocas de las antiguas ideas paganas que pudieron haberle sido autóctonas dada su procedencia. Por el contrario, predicó e insistió sobre todo un grupo de ideas que eran características de la Iglesia Católica y la distinguían del paganismo al que había conquistado dentro de la civilización grecorromana. De este modo, el fundamento mismo de su enseñanza fue la doctrina católica básica de la unidad y la omnipotencia de Dios. En lo esencial, también tomó de la doctrina católica los atributos de Dios: la naturaleza personal, la infinita bondad, la atemporalidad, la providencia divina, su poder creativo como origen de todas las cosas y el sostenimiento de todas las cosas exclusivamente por su poder. El mundo de espíritus buenos y de ángeles y de espíritus malignos en rebelión contra Dios formó parte de la enseñanza, con un espíritu maligno principal semejante al que la Cristiandad había reconocido. Mahoma predicó con insistencia la doctrina católica básica relacionada con la dimensión humana en cuanto a la inmortalidad del alma y la responsabilidad por las acciones durante esta vida, conjuntamente con la doctrina de las consecuencias del premio y del castigo después de la muerte. Elaborando un detalle de los puntos que el catolicismo ortodoxo tiene en común con el mahometanismo – y limitándose tan sólo a dichos puntos, sin ir más lejos – uno podría imaginar que no tendría que haber habido motivos de conflicto. En este sentido, Mahoma parecería ser casi algo así como una especie de misionero predicando y difundiendo, a través de la energía de su carácter, las principales y fundamentales doctrinas de la Iglesia Católica entre quienes hasta ese momento no eran más que unos atrasados paganos del desierto. Mahoma le rindió la mayor reverencia a Jesús, e incluso, si vamos al caso, también a María. El día del juicio final (otra de las ideas católicas que enseñó) sería Nuestro Señor – y no él, Mahoma – quien juzgaría a la humanidad. La madre de Cristo, Nuestra Señora, “la Señora Miriam”, fue siempre para Mahoma la principal entre las mujeres. Sus seguidores hasta recibieron de los primeros padres de la Iglesia alguna vaga noción de su Inmaculada Concepción {[7]}. 
Pero la cuestión central, con la cual esta nueva herejía atacó mortalmente a la tradición católica, fue la negación completa de la Encarnación. 
Mahoma no dio meramente los primeros pasos hacia esa negación, de la forma en que lo habían hecho los arrianos y sus seguidores. Adelantó una clara afirmación, plena y completa, contra toda la doctrina relativa a un Dios encarnado. 
Enseñó que Nuestro Señor fue el mayor de todos los profetas, pero aún así tan sólo un profeta: un hombre igual a los demás hombres. 
Eliminó a la Trinidad por completo. Con esa negación de la Encarnación desechó la totalidad de la estructura sacramental. 
Se negó por completo a reconocer la Eucaristía con su Presencia Real; suprimió el sacrificio de la Misa y, por lo tanto, la institución de un sacerdocio especial. 
En otras palabras, como tantos otros heresiarcas menores, basó su herejía sobre la simplificación. 
Según Mahoma, la doctrina católica era verdadera (al menos eso parecía decir), pero se había vuelto saturada de falsos agregados; complicada con innecesarias adiciones humanas, incluyendo la idea de que su fundador era divino y el crecimiento de una casta parásita de sacerdotes encerrados en un tardío sistema fantasioso de sacramentos que sólo ellos podían administrar. 
Todos esos agregados corruptos, según Mahoma, debían ser erradicados.