LA GRAN Y PERSISTENTE HEREJÍA DE MAHOMA (Hilaire Belloc) - Parte 2
NEGACIÓN DE LA ENCARNACIÓN
El
mahometanismo fue una herejía: ése es el punto esencial a comprender
antes de seguir adelante. Comenzó como una herejía y no como una nueva
religión. No fue un contraste pagano a la Iglesia; no fue un enemigo
foráneo. Fue una perversión de la doctrina cristiana. Su vitalidad y su
perdurabilidad pronto le dieron la apariencia de una nueva religión,
pero aquellos que fueron contemporáneos de su surgimiento lo vieron tal
cual fue: no una negación sino una adaptación y un abuso del fenómeno
cristiano.
Difirió de la mayoría de las herejías (y no de todas) en que no surgió dentro del contexto de la Iglesia Cristiana.
Para
empezar, el jefe heresiarca, Mahoma mismo, no fue – como la mayoría de
los otros heresiarcas – un hombre de cuna y doctrina católicas. Provenía
de los paganos. Pero lo que enseñó fue en lo esencial una doctrina
católica sobre-simplificada. Lo que inspiró sus convicciones fue el gran
mundo católico – sobre cuyas fronteras vivió, cuya influencia lo
rodeaba y cuyos territorios conoció por sus viajes. Provino y se mezcló
con los idólatras retrógrados de los desiertos árabes a quienes los
romanos nunca creyeron que valdría la pena conquistar. Adoptó muy pocas
de las antiguas ideas paganas que pudieron haberle sido autóctonas dada
su procedencia. Por el contrario, predicó e insistió sobre todo un grupo
de ideas que eran características de la Iglesia Católica y la
distinguían del paganismo al que había conquistado dentro de la
civilización grecorromana. De este modo, el fundamento mismo de su
enseñanza fue la doctrina católica básica de la unidad y la omnipotencia
de Dios. En lo esencial, también tomó de la doctrina católica los
atributos de Dios: la naturaleza personal, la infinita bondad, la
atemporalidad, la providencia divina, su poder creativo como origen de
todas las cosas y el sostenimiento de todas las cosas exclusivamente por
su poder. El mundo de espíritus buenos y de ángeles y de espíritus
malignos en rebelión contra Dios formó parte de la enseñanza, con un
espíritu maligno principal semejante al que la Cristiandad había
reconocido. Mahoma predicó con insistencia la doctrina católica básica
relacionada con la dimensión humana en cuanto a la inmortalidad del alma
y la responsabilidad por las acciones durante esta vida, conjuntamente
con la doctrina de las consecuencias del premio y del castigo después de
la muerte. Elaborando un detalle de los puntos que el catolicismo
ortodoxo tiene en común con el mahometanismo – y limitándose tan sólo a
dichos puntos, sin ir más lejos – uno podría imaginar que no tendría que
haber habido motivos de conflicto. En este sentido, Mahoma parecería
ser casi algo así como una especie de misionero predicando y
difundiendo, a través de la energía de su carácter, las principales y
fundamentales doctrinas de la Iglesia Católica entre quienes hasta ese
momento no eran más que unos atrasados paganos del desierto. Mahoma le
rindió la mayor reverencia a Jesús, e incluso, si vamos al caso, también
a María. El día del juicio final (otra de las ideas católicas que
enseñó) sería Nuestro Señor – y no él, Mahoma – quien juzgaría a la
humanidad. La madre de Cristo, Nuestra Señora, “la Señora Miriam”, fue
siempre para Mahoma la principal entre las mujeres. Sus seguidores hasta
recibieron de los primeros padres de la Iglesia alguna vaga noción de
su Inmaculada Concepción {[7]}.
Pero
la cuestión central, con la cual esta nueva herejía atacó mortalmente a
la tradición católica, fue la negación completa de la Encarnación.
Mahoma
no dio meramente los primeros pasos hacia esa negación, de la forma en
que lo habían hecho los arrianos y sus seguidores. Adelantó una clara
afirmación, plena y completa, contra toda la doctrina relativa a un Dios
encarnado.
Enseñó
que Nuestro Señor fue el mayor de todos los profetas, pero aún así tan
sólo un profeta: un hombre igual a los demás hombres.
Eliminó a la Trinidad por completo. Con esa negación de la Encarnación desechó la totalidad de la estructura sacramental.
Se negó por completo a reconocer la Eucaristía con su Presencia Real; suprimió el sacrificio de la Misa y, por lo tanto, la institución de un sacerdocio especial.
En otras palabras, como tantos otros heresiarcas menores, basó su herejía sobre la simplificación.
Según
Mahoma, la doctrina católica era verdadera (al menos eso parecía
decir), pero se había vuelto saturada de falsos agregados; complicada
con innecesarias adiciones humanas, incluyendo la idea de que su
fundador era divino y el crecimiento de una casta parásita de sacerdotes
encerrados en un tardío sistema fantasioso de sacramentos que sólo
ellos podían administrar.
Todos esos agregados corruptos, según Mahoma, debían ser erradicados.