Callar sobre el Infierno: Grave Pecado de Omisión
- Por el P. Marcel Nault
FÁTIMA
Y LA VISIÓN DEL INFIERNO
Su vocación fue relativamente tardía. Se
ordenó como sacerdote diocesano el 4 de marzo de 1962, un día después de su
cumpleaños 35.
Ofrecemos su discurso
pronunciado en la Conferencia Mundial de Paz de Obispos Católicos, en Fátima,
Portugal, en el año 1992 sobre el Infierno y la visión que de el tuvieron los
pastorcitos de Fátima.
Este discurso causó tal impacto que después
de la conferencia, algunos Obispos pidieron al Padre Nault que escuchara sus
confesiones.
El 30 de marzo de 1997, domingo de Pascua, a
las 12:00 del mediodía, el Padre Marcel Nault fue llamado de esta vida terrenal
a la presencia de Dios a quien él amó y sirvió con profunda devoción.
Discurso del Padre
Marcel Nault
Nuestro Señor Jesucristo vino a la tierra por
un motivo, para salvar a las almas del Infierno. Enseñar la realidad del
Infierno es la tarea más importante e ineludible de la Santa Iglesia Católica.
Uno de los grandes Padres de la Iglesia, San Juan Crisóstomo, continuamente
enseñaba que Nuestro Señor Jesucristo predicaba con más frecuencia sobre el
Infierno que sobre el Cielo.
Algunos piensan que es mejor predicar sobre
el Cielo. No estoy en acuerdo. Predicar sobre el Infierno produce muchas más y
mejores conversiones que las obtenidas con la mera predicación sobre el Cielo.
San Benito, el fundador de los Benedictinos, al estar viviendo en Roma el
Espíritu Santo le dijo: “Tú vas a perder tu alma en Roma e irás al
Infierno.” Él dejó Roma y se retiró a vivir en el silencio y la
solicitud fuera de Roma para meditar sobre la vida de Jesús y el Santo
Evangelio. San Benito huyó de todas esas ocasiones de pecado de la Roma pagana.
Él oró, se sacrificó por sí mismo y por los pecadores. El Espíritu Santo
difundió la noticia de su santidad. Como resultado, la gente lo visitaba para
ver, escuchar y seguir su ejemplo y consejo. San Benito se apartó por sí mismo
de toda ocasión de pecado y alcanzó la santidad. La Santidad atrae a las almas.
¿Por qué piensan que San Agustín cambió su
vida? ¡Por temor al Infierno! Yo predico con frecuencia sobre la trágica
realidad del Infierno. Es un dogma católico que sacerdotes y obispos ya no
predican más. El Papa Pío IX, que pronunció los dogmas de la Infalibilidad del
Papa y el de la Inmaculada Concepción de María, y que también emitió su famoso
Sílabo condenatorio contra los errores y herejías del mundo moderno, solía
pedir a los predicadores que enseñaran a los fieles con mayor frecuencia sobre
las Cuatro Postrimerías, en especial sobre el Infierno, así como él mismo daba
el ejemplo predicando. El Papa pidió esto porque la meditación sobre el
Infierno genera santos.
LOS SANTOS TEMEN AL
INFIERNO
Aquí nos encontramos con algo curioso, los
santos temen ir al Infierno pero los pecadores no sienten tal temor.
San Francisco de Sales, San Alfonso María
Ligorio, el Santo Cura de Ars, Santa Teresa de Ávila, Santa Teresita del Niño
Jesús, tuvieron miedo de ir al Infierno.
San Simón Stock, el Superior General del
Carmelo, sabía que sus monjes tenían miedo de ir al Infierno. Sus monjes
ayunaban y hacían oración. Vivían recluidos, separados del peligroso mundo
dominado por Satanás. Aún así tenían miedo de ir al Infierno. En 1251, Nuestra
Señora del Monte Carmelo se apareció en Aylesford, Inglaterra, a San Simón
Stock. Ella le dijo: “No teman más, te entrego una vestidura
especial; todo el que muera llevando esta vestidura no irá al Infierno.”
Yo llevo puesto mi Escapulario Café bajo mis vestiduras y llevo otro en mi
bolsillo porque nunca sé cuándo la gente me pedirá que les hable sobre el
Infierno o el Escapulario Café. María dijo al sacerdote dominico, el beato Alán
de la Roche, “Yo vendré y salvaré al mundo a través de Mi Rosario y Mi Escapulario.”
Uno no puede especializarse en todo y enseñar
sobre todo; uno debe elegir. Yo creo que ésta es la voluntad de Dios: que yo
predique sobre el Infierno. Un Monseñor, mi superior hace tiempo, me dijo en
una ocasión: “Predicas con demasiada frecuencia sobre el Infierno y eso asusta a la
gente.” Él agregó: “Marcel, yo nunca he predicado sobre el
Infierno, porque a la gente no le gusta. Tú los asustas.” En un tono muy
amistoso, Monseñor me dijo en su oficina: “Marcel, yo nunca he predicado sobre el
Infierno y nunca lo haré, y mira qué agradable y prestigiada posición he
alcanzado.” Yo guardé un largo silencio, luego lo mire a los ojos.
“Monseñor”, le dije, “usted está en la vía del Infierno para toda
la eternidad. Monseñor, usted predica para complacer al hombre, en lugar de
predicar para complacer a Cristo y salvar a las almas del Infierno. Monseñor,
es un pecado mortal de omisión el rehusarse a enseñar el Dogma Católico sobre
el Infierno.”
Cuando Dios envió Profetas en el Antiguo
Testamento, fue para recordarle al hombre que regresara a la verdad, que
regresara a la santidad. Jesús vino, predicó y envió a sus Apóstoles al mundo
para predicar el Santo Evangelio. La Serpiente vino y difundió su veneno a
través de herejías, pero Jesús envió a su Amadísima Madre, la Reina de los
Profetas: “Ve a la tierra y destruye las herejías.” Los Padres de la
Iglesia han escrito que la Madre de Dios es el martillo de las herejías.
Si se toman el tiempo de estudiar con gran
atención el mensaje de Nuestra Señora de Fátima, notarán que es un mensaje de
lo más trágico y profundo, que refleja las enseñanzas del Santo Evangelio.
LAS LECCIONES DADAS
EN FÁTIMA
El resumen del Mensaje de Fátima es, que el
Infierno existe. Que el Infierno es eterno y que iremos ahí si morimos en
estado de pecado mortal. “¿De qué le
sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?” Nuestra
Señora vino y nos dijo que podemos salvarnos a través de sus dos divinos
sacramentos de predestinación: el Santo Rosario y el Escapulario Café. También
manifiesta un énfasis especial sobre la Devoción a su Inmaculado Corazón y la
Devoción de los Primeros Cinco Sábados. En la primera aparición del Ángel de
Portugal en el Cabeco, en mayo de 1916, el Ángel vino a los tres niños y les
mostró cómo adorar a Dios con la oración: “Dios mío, yo creo, adoro, espero y Te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni adoran, ni esperan y no Te aman.”
El Ángel oró esta oración mientras se postraba con la frente en el suelo. El
Ángel de Fátima les había mostrado a los tres niños en el orden de las
oraciones, qué es lo primero. Primero, uno debe adorar a Dios y después orar a
los santos. Primero Dios, las criaturas después. El Ángel de Fátima mostró al
hombre que debe adorar a Dios y orar ante Él de rodillas. Entre más conoce el
hombre a Dios, más se humilla ante Dios su Creador.
El gran Obispo francés Bossuet dijo: “El
hombre en verdad se engrandece cuando está de rodillas.” Sí, el hombre
realmente se engrandece cuando se arrodilla ante su Creador y Redentor, Jesús,
en el Santísimo Sacramento. El Ángel de Fátima vino a enseñarles a los tres
niños que nuestro primer deber, de acuerdo con el Primer Mandamiento, es adorar
a Dios. En su tercera aparición en el Cabeco, el Ángel de Portugal vino con un
Cáliz en su mano izquierda y una Hostia en la mano derecha. Los niños se
preguntaban qué estaba pasando. El Ángel milagrosamente suspendió el Cáliz y la
Hostia en el aire y se postró en tierra y recitó una oración Trinitaria de
profunda adoración: “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Te adoro
profundamente y Te ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de
Jesucristo, presente en todos los Sagrarios del mundo, en reparación de todas
las ofensas, sacrilegios, abandonos e indiferencias con Él mismo es ofendido y
por los méritos infinitos de su Sacratísimo Corazón y por la intercesión del
Inmaculado Corazón de María, Te pido la conversión de los pobres pecadores.”
Dios desea que Le adoremos de rodillas. ¿Nos
arrodillamos en adoración y oración ante Jesús en el Santísimo Sacramento?
Debemos hacerlo. Cuando los tres Reyes Magos de Oriente fueron a Belén y
entraron en donde estaba el Niño Jesús, se postraron frente a Él para adorarlo
de rodillas. Tenemos este ejemplo en las Escrituras y del Ángel de Fátima, que
Dios quiere que Le adoremos de rodillas.
EL REFORZAMIENTO DE
LOS DOGMAS CATÓLICOS
Un año más tarde, el 13 de mayo de 1917, los
niños vieron a una jovencita aparecerse ante ellos. Era la primera aparición de
Nuestra Señora. Lucía le preguntó: “¿De dónde vienes?” Ella le
contestó: “Vengo del Cielo.” El Dogma Católico de la existencia del
Cielo. Los niños preguntaron: “¿Iremos al Cielo?” Ella contestó:
“Sí,
irán al Cielo.” Entonces preguntaron: “¿Nuestras dos amiguitas están en
el Cielo?” María les contestó: “Una de ellas, sí”. Los niños
preguntaron: “¿Dónde está la otra chica? ¿Está en el Cielo?” María les
contestó: “Ella está en el Purgatorio y lo estará hasta el fin del mundo.”
Esta chica tenía unos 18 años de edad. Un segundo Dogma Católico, el Purgatorio
existe y prevalecerá hasta el fin de este mundo. La Madre de Dios no puede
mentir. El Ángel de Fátima enseñó a los tres niños cómo adorar a Dios Padre,
Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Este es un reforzamiento del Dogma de la
Santísima Trinidad, el mayor de todos, sin el cual la Cristiandad no podría
permanecer. Debemos adorar a las Tres personas de la Santísima Trinidad.
UNA VISIÓN DEL
INFIERNO
El viernes 13 de julio de 1917, Nuestra
Señora se apareció en Fátima y les habló a los tres pequeños videntes. Nuestra Señora nunca sonrió.
¿Cómo podía sonreír, si en ese día les iba a dar a los niños la visión del
Infierno? Ella dijo: “Oren, oren mucho porque muchas almas se van
al Infierno.” Nuestra Señora extendió sus manos y de repente los niños
vieron un agujero en el suelo. Ese agujero, decía Lucía, era como un mar de
fuego en el que se veían almas con forma humana, hombres y mujeres,
consumiéndose en el fuego, gritando y llorando desconsoladamente. Lucía decía
que los demonios tenían un aspecto horrible como de animales desconocidos. Los
niños estaban tan horrorizados que Lucía gritó. Ella estaba tan atemorizada que
pensó que moriría. María dijo a los niños: “Ustedes han visto el Infierno a donde los
pecadores van cuando no se arrepienten.”
UN DOGMA CATÓLICO
MÁS, LA EXISTENCIA DEL INFIERNO
El Infierno es eterno. Nuestra Señora dijo: “Cada
vez que recen el Rosario, digan después de cada década: Oh Jesús mío, perdona
nuestros pecados, líbranos del fuego del Infierno, lleva al Cielo a todas las
almas, especialmente a las más necesitadas de Tu misericordia.” María
vino a Fátima como profeta del Altísimo para salvar a las almas del Infierno.
El patrono de todos los pastores, San Juan María Vianney, solía predicar
que el mayor acto de caridad hacia el prójimo era salvar su alma del Infierno.
Y el segundo acto de caridad es el aliviar y librar a las almas de los
sufrimientos del Purgatorio. Un día en su pequeña iglesia (donde hasta este día
se conserva su cuerpo incorrupto), un hombre poseído por el demonio se le
acercó a San Juan María Vianney y le dijo: “Te odio, te odio porque arrebataste de mis
manos a 85 mil almas.”
Eminencias, Excelencias, Sacerdotes, cuando
seamos juzgados por Jesús, Jesús nos hará una sola pregunta: “Yo
te constituí Sacerdote, Obispo, Cardenal, Papa, ¿cuántas almas salvaste del
Infierno?” San Francisco de
Sales, de acuerdo con estadísticas, ha convertido, y probablemente salvado, a
más de 75 mil herejes. ¿Cuántas almas has salvado tú?
Cuando leemos a los Padres de la Iglesia, a
los Doctores de la Iglesia y a los santos, uno se estremece ante una realidad:
todos ellos enseñaron el Evangelio de Jesús y sobre las Cuatro Postrimerías:
Muerte, Juicio, Infierno y Paraíso. Todos han predicado el Dogma Católico del
Infierno porque cuando meditamos en el destino de los condenados, no deseamos
ir al Infierno.
No es mi intención criticar a los Obispos,
pero debo confesar esta verdad. En
mis 30 años de sacerdocio, es triste reconocer que nunca he visto, ni
escuchado, que un Obispo, aún mi Obispo o cualquier otro Obispo, predique el
Dogma de la Iglesia Católica Romana sobre el Infierno.
Supongo que en sus países o en otros lugares
sí lo hacen, pero en Norteamérica no es predicado este Dogma de Fe. Cierto día
en una catedral le dije a un Obispo: “Su Excelencia, usted realiza bellas
meditaciones sobre el Santo Rosario cada noche por la radio. Esto es hermoso.
Pero debo preguntarle, por qué no abrevia un poco su meditación e inserta
después de cada década del Rosario la oración: “Oh Jesús mío, perdona nuestros
pecados, líbranos del fuego del Infierno, lleva al Cielo a todas las almas,
especialmente a las más necesitadas de Tu misericordia.” ¿Por qué se rehúsa
decir esta pequeña oración después de cada década, tal como lo pidió Nuestra
Señora de Fátima el 13 de julio de 1917, después de que les había mostrado el
Infierno a los tres videntes? El Obispo me dijo: “Mire, a la gente no le gusta que
prediquemos sobre el Infierno, la palabra Infierno les asusta.” No
estamos para predicar lo que complazca a las multitudes sino para salvar sus
almas del Infierno, para evitar que vayan al Infierno eternamente. Es probable
que esta afirmación no sea aceptada por todos los Obispos pero con frecuencia
los oigo rezar el Rosario omitiendo esta oración piadosa para salvar almas del
Infierno. Yo creo que esta pequeña oración de Nuestra Señora de Fátima dada a
los niños el 13 de julio de 1917, es más poderosa y más placentera a Dios que
cualquier meditación por bella que sea, aunque haya sido expresada por un
Obispo. Cada uno de nosotros hemos recibido nuestra misión de Dios, y creo que
Jesús y Nuestra Señora desean que mi misión sea que yo predique sobre el
Infierno. Por esto es que predico sobre el Infierno. Hay muchas revelaciones
que podemos leer en la biografía de las almas privilegiadas. Algunas almas que
están al Infierno han sido obligadas por Dios a hablarnos para ayudarnos a
crecer en nuestra fe.
Constituye un pecado mortal de omisión el
rehusarse a predicar el Dogma Católico sobre el Infierno. Tales almas
condenadas han dicho: “Podríamos soportar estar en el Infierno por
mil años. Podríamos soportar estar en el Infierno un millón de años, si
supiéramos que un día dejaríamos el Infierno.”
Amigos míos, debemos meditar, no sólo en el
fuego del Infierno, no sólo en la privación de contemplación de Dios, sino que
debemos también meditar en la eternidad del Infierno. Meditar seriamente frente
al Sagrario sobre el Dogma Católico sobre el Infierno. Queridos Obispos,
ustedes deben predicar por completo el Evangelio de Jesús, incluyendo la
trágica realidad del Infierno eterno.
CONCEPTO HERÉTICO DE
LA MISERICORDIA DE DIOS
Un sacerdote en una conferencia carismática
dijo a una multitud de unas 3 mil personas y unos 100 sacerdotes que: “Dios
es amor, Dios es misericordia y verán su infinita Misericordia en el fin del
mundo, cuando Jesús liberará a todas las almas del Infierno, aún a los
demonios.” Este sacerdote sigue predicando y su Obispo no suspende sus
facultades por enseñar tal herejía. “Vayan al fuego eterno”, dijo Jesús.
Fuego eterno, no fuego temporal.
La verdad es que el Infierno existe. El
Infierno es eterno, y todos iremos al Infierno si morimos en estado de pecado
mortal. Yo puedo ir al Infierno. Ustedes pueden ir al Infierno. Si algunos de
nosotros morimos en pecado mortal, estaremos en el Infierno por toda la
eternidad, ardiendo, llorando y gritando sin consuelo. No por un millón de
años, sino por billones y billones y billones de años y más allá, por toda la
eternidad. En nuestra vida mortal, ¿quién no ha cometido un pecado mortal? Un
solo pecado mortal no confesado con arrepentimiento, antes de morir, es
suficiente para que Jesús nos arroje al Infierno.
Uno de los grandes Padres de la Iglesia,
Patrón de todos los predicadores católicos, San Juan Crisóstomo dijo: “Pocos
Obispos se salvan y muchos sacerdotes se condenan.” Cuando venía de
Lisboa a Fátima por autobús, tuve la ocasión de predicar a los laicos,
sacerdotes y obispos presentes en el autobús. Les imploré: “Por favor, cuando lleguen a
Fátima, por qué no se animan a hacer una buena confesión general de vida.
Quizás hace diez años, quizás hace cincuenta, no han tenido el valor de
confesar ese pecado grave por vergüenza. Por favor, hagan una confesión santa y
completa en Fátima antes de su regreso. Hay muchos sacerdotes en Fátima que
nunca más volverán a ver hasta que lleguen al Cielo.” Yo predico a los
Obispos como lo hago con toda persona, porque los Obispos también tienen un
alma que salvar. Y si los Obispos son realmente humildes, aceptarán la verdad
aún si proviene de un simple y ordinario sacerdote. No nos vayamos de Fátima
sin hacer una Santa Confesión General.
UN GRAN ACTO DE
CARIDAD
Sus Excelencias, Jesús nos hizo sacerdotes.
Jesús, Nuestro Señor, nos escogió entre millones de hombres para hacernos
sacerdotes. Nos hicimos sacerdotes por un motivo: para ofrecer el Santo
Sacrificio de la Misa a Dios Padre Todopoderoso, para rezar el Breviario cada
día y para predicar el Evangelio de Jesús para salvar las almas del Infierno.
Nadie tiene la seguridad de ir al Cielo a menos que haya recibido una
revelación privada de Dios como le ocurrió al Buen Ladrón en la cruz o a los
tres videntes de Fátima. ¿Por qué no abrazar los medios seguros que el Cielo
nos ha dado, el Santo Rosario (“la devoción a Mi Rosario es un signo seguro de
predestinación”), el Escapulario Café y el maravilloso Sacramento de la
Confesión.
Prediquen, mis queridos Obispos, como los
hacían los Padres de la Iglesia. La tarea principal de un Obispo es predicar,
no sólo administrar una diócesis. La Iglesia necesita ver y escuchar a los
Obispos predicando como lo hacían los Padres de la Iglesia. Si uno solo de
ustedes, Obispos presentes aquí en Fátima, regresara a su diócesis y en ciertas
ocasiones predicara sobre las Cuatro Postrimerías junto con todo el mensaje de
Fátima, qué gran acto de caridad sería para todos sus amados fieles. Con la
asistencia del Espíritu Santo digan a sus fieles: “Escuchen, mis hermanos en
Cristo, yo soy su Obispo, estoy aquí para salvar su alma del Infierno. Por
favor escuchen, acepten y mediten mi enseñanza en este día. Ustedes también,
mis amados sacerdotes de mi diócesis, imiten a su Obispo, y prediquen sobre el
Infierno con la autoridad que Jesús les ha dado. Prediquen cuanto menos una vez
al año un sermón completo sobre el Infierno.” Si hacen esto, estarían
realizando el mayor acto de caridad de su sacerdocio, de su episcopado. Como
mencioné anteriormente, en mis treinta años de sacerdocio, nunca he escuchado a
un Obispo predicar sobre el Infierno. Cuando deseo encontrar un sermón sobre el
Infierno, me veo obligado a leer a San Juan Crisóstomo, a los Padres de la
Iglesia, a los Doctores de la Iglesia y a los santos predicadores. Queridos
Obispos, por favor, prediquen sobre el Infierno como lo hizo Jesús, Nuestra
Señora de Fátima, los Padres y los Doctores de la Iglesia y salvarán a muchas
almas. Quien salva a un alma, salva a su propia alma. Predicar sobre el
Infierno es un gran acto de caridad porque quienes los escuchan creerán por la
autoridad que les confiere la Iglesia. Estas personas rectificarán su modo de
vivir y harán una santa confesión de sus pecados.
EL VESTIDO DE GRACIA
La gente con frecuencia me pregunta: “¿Por
qué, Padre, es que ya no se predica sobre el Escapulario Café? En el pasado
recibíamos el Escapulario en nuestra Primera Comunión, pero ahora ya no hay más
bendiciones e imposiciones del Escapulario Café. ¿El Escapulario café sigue
siendo válido como en el pasado?” Sí, el Escapulario Café es válido en
estos tiempos también, esta verdad no ha cambiado. El sábado 13 de octubre de
1917, durante el Milagro del Sol en Fátima, la Virgen María apareció ante los
tres videntes sosteniendo el Escapulario Café en una de sus manos. La hermana
Sor Lucía dijo: “El Rosario y el Escapulario Café son inseparables.” ¿Por qué
entonces los sacerdotes ya no predican sobre el Escapulario Café? ¿Cómo podrían
hacerlo si deliberadamente rehúsan predicar sobre el Infierno? Si nunca
predican sobre el Infierno, la gente no creerá en el Infierno y por tal motivo,
¿cuál sería el objeto de recibir y llevar consigo el Escapulario Café?
Jesús dijo: “Si tienen fe, moverán montañas.”
Si tienen fe, convertirán las almas con la gracia de Dios. Si predican sobre el
Infierno con fe, la gente creerá en el Infierno. San Pablo dijo a sus
discípulos: “Prediquen con convicción.” Solo pronunciar o leer una
homilía en una iglesia no es predicar. La predicación debe buscar mover las
voluntades; la predicación debe motivar a los hombres a cambiar sus vidas para
salvar sus almas del Infierno.
LA DESERCIÓN
SACERDOTAL
Hay cuatro razones principales por las que 75
mil sacerdotes han abandonado el sacerdocio: 1) Porque se han negado a orar
cada día. 2) Porque no evitaron las ocasiones de pecado y olvidaron que la
prudencia es la ciencia de los santos. 3) Porque no tuvieron la humildad y el
valor para hacer confesiones santas y completas. Jesús dijo: “Sin
Mí, nada pueden realizar.” 4) Porque vivían en pecado mortal y continuaban
celebrando. Si un sacerdote está en estado de pecado mortal y celebra la Santa
Misa, es una Misa sacrílega para él. Cuando recibe la Comunión en este estado,
realiza una Comunión sacrílega. Entonces, ¿cómo puede un sacerdote en estado de
pecado mortal predicar bajo la inspiración y la fuerza del Espíritu Santo?
¿Cómo puede predicar si está endemoniado? Sacerdotes, vayan y hagan una santa
confesión y se volverán en excelentes predicadores. El Espíritu Santo les
hablará a ustedes y por medio de ustedes, y salvarán a miles de almas de ir al
Infierno. Un día, el Santo Cura de Ars recibió la visita de un joven sacerdote
de una parroquia cercana. Este sacerdote tenía gran interés de conocer
personalmente al Cura de Ars. Después del almuerzo, el Cura de Ars le dijo: “¿Serías
tan amable de escuchar mi confesión?” El joven sacerdote por poco se
cae de su silla ante la súplica del Cura de Ars de escuchar la confesión de
este admirable sacerdote con fama de santidad. ¡Los Santos se confiesan! Y los que se confiesan se vuelven Santos.
Finalmente, Nuestra Señora de Fátima dijo: “Oren,
oren muchos y hagan muchos sacrificios porque muchas almas se van al Infierno
porque no hay quien ore ni se sacrifique por ellas.” Oremos continua y
diariamente la oración que Ella nos enseñó: “Oh Jesús mío, perdona nuestros
pecados, líbranos del fuego del Infierno, lleva al Cielo a todas las almas,
especialmente a las más necesitadas de Tu misericordia.” .
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