LAS CAMPANADAS
Por EL ARCA en •
Dejo aquí un comentario de Julio Olaf con un texto,al parecer, poco
conocido y aun ocultado. Me refiero a las que llaman tres campanadas de
Escribá de Balaguer. Según se desprende de lo que se dice, hay una
”campanada” inaccesible al común, incluso a los miembros de la
Prelatura.
Yo creo que el escrito es muy descriptivo de la realidad que vivió el fundador en los últimos años de su vida. Agradan sus recomendaciones sobre la importancia de Santo Tomás y de la coincidencia de sus puntos de vista con el magisterio de San Pío X. Él llama neomodernismo, al modernismo redivivo en los años-según él- posteriores al concilio. En realidad el modernismo coleaba en los pontificados anteriores a los papas conciliares, no sin dejacion de autoridad y falta de valor o sabiduría de los papas coetáneos, en mi opinión. El análisis, que es perfectamente descriptivo- como los de muchos otros que también los hicieron en aquellos años- peca a mi modo de ver de no ver o callarse respecto de lo que significó el concilio como ventilador que esparció a toda la Iglesia las ideas modernistas. Igualmente no ve o calla la trágica realidad de unos papas que ejerciendo de verdaderos modernistas apoyaron la invasión del cáncer en el cuerpo católico, al mismo tiempo que para compensar decían aquí y allá cosas perfectamente ortodoxas y santurronas, para compensar su labor destructora. Ésta es una observación de la que todo el mundo debe ser consciente si no quiere caer actualmente en las redes del error y de la herejía que al igual que en aquellos años todo lo inundaba, sigue inundándolo todo hoy día, con la disimulada actuación ambigua y doble de los papas y de la jerarquía por no hablar de la desistencia de las autoridades a todos los niveles.
En suma, yo encuentro la actuación de Escribá de Balaguer, poco valiente o alternativamente poco perspicaz. Fue igual a la de otros muchos que parecían muy buenos que “atacaban pero no remataban la faena” y que al final hicieron el juego a los enemigos de la Iglesia.
Me gustaría que alguien con más perspicacia que la mía comentara este texto que traigo al blog o completara o rebatiera lo que digo, acerca de esto texto de mucha importancia y actualidad, tanto más que es algo semisecreto o por lo menos no del público conocimiento.
Ojalá conociéramos también la “tercera campanada” que al parecer ocultan celosamente, aunque mucho me temo seguirá la misma pauta de las anteriores, quizás algo más atrevida. Pero que seguramente no lo sería tanto como para llegar, por supuesto- a obstaculizar su canonización por unos jueces que celebrarían la ” prudencia” del “santo” fundador.
Éste es el comentario de Julio Olaf:
Dejo aquí puesta otra visión de la Iglesia mundanizada . Es una visión profética de Escrivá de Balaguer sobre la Iglesia después del concilio que dejó en tres cartas a los fieles de la prelatura y que han pasado a denominarse estas tres cartas que dejó , como las tres campanadas . Cabe destacar que al final Escribá acaba dando la razón a S.Pío X. Me parece unas cartas proféticas y esclarecedoras a la par que interesantes de la actual Iglesia . Sé que habrá gente en este blog no partidaria del Opus Dei , pero ahí dejo caer estas cartas . Si no les parece importante pueden quitar el comentario .
Yo creo que el escrito es muy descriptivo de la realidad que vivió el fundador en los últimos años de su vida. Agradan sus recomendaciones sobre la importancia de Santo Tomás y de la coincidencia de sus puntos de vista con el magisterio de San Pío X. Él llama neomodernismo, al modernismo redivivo en los años-según él- posteriores al concilio. En realidad el modernismo coleaba en los pontificados anteriores a los papas conciliares, no sin dejacion de autoridad y falta de valor o sabiduría de los papas coetáneos, en mi opinión. El análisis, que es perfectamente descriptivo- como los de muchos otros que también los hicieron en aquellos años- peca a mi modo de ver de no ver o callarse respecto de lo que significó el concilio como ventilador que esparció a toda la Iglesia las ideas modernistas. Igualmente no ve o calla la trágica realidad de unos papas que ejerciendo de verdaderos modernistas apoyaron la invasión del cáncer en el cuerpo católico, al mismo tiempo que para compensar decían aquí y allá cosas perfectamente ortodoxas y santurronas, para compensar su labor destructora. Ésta es una observación de la que todo el mundo debe ser consciente si no quiere caer actualmente en las redes del error y de la herejía que al igual que en aquellos años todo lo inundaba, sigue inundándolo todo hoy día, con la disimulada actuación ambigua y doble de los papas y de la jerarquía por no hablar de la desistencia de las autoridades a todos los niveles.
En suma, yo encuentro la actuación de Escribá de Balaguer, poco valiente o alternativamente poco perspicaz. Fue igual a la de otros muchos que parecían muy buenos que “atacaban pero no remataban la faena” y que al final hicieron el juego a los enemigos de la Iglesia.
Me gustaría que alguien con más perspicacia que la mía comentara este texto que traigo al blog o completara o rebatiera lo que digo, acerca de esto texto de mucha importancia y actualidad, tanto más que es algo semisecreto o por lo menos no del público conocimiento.
Ojalá conociéramos también la “tercera campanada” que al parecer ocultan celosamente, aunque mucho me temo seguirá la misma pauta de las anteriores, quizás algo más atrevida. Pero que seguramente no lo sería tanto como para llegar, por supuesto- a obstaculizar su canonización por unos jueces que celebrarían la ” prudencia” del “santo” fundador.
Éste es el comentario de Julio Olaf:
Dejo aquí puesta otra visión de la Iglesia mundanizada . Es una visión profética de Escrivá de Balaguer sobre la Iglesia después del concilio que dejó en tres cartas a los fieles de la prelatura y que han pasado a denominarse estas tres cartas que dejó , como las tres campanadas . Cabe destacar que al final Escribá acaba dando la razón a S.Pío X. Me parece unas cartas proféticas y esclarecedoras a la par que interesantes de la actual Iglesia . Sé que habrá gente en este blog no partidaria del Opus Dei , pero ahí dejo caer estas cartas . Si no les parece importante pueden quitar el comentario .
LAS CARTAS PROFÉTICAS de Las TRES CAMPANADAS
De San Josemaría Escrivá.
Antes de morir el Fundador del Opus Dei envió tres cartas – entre 1972 y 1974 – a los fieles de la Prelatura que, por la importancia que el propio Fundador les dio, son conocidas en la Obra como las Tres Campanadas.
Estas cartas no han sido publicadas, quedando restringidas a algunos de los fieles numerarios de la Prelatura. Solamente se han filtrado dos de ellas, cuyos algunos párrafos se transcriben más abajo y con negrilla algunas frases que corren por nuestra cuenta. Una de ellas -según se comenta, mucho más dura que las otras dos- permanece inaccesible, incluso para la mayoría de los miembros numerarios de la Prelatura.
Antes de morir el Fundador del Opus Dei envió tres cartas – entre 1972 y 1974 – a los fieles de la Prelatura que, por la importancia que el propio Fundador les dio, son conocidas en la Obra como las Tres Campanadas.
Estas cartas no han sido publicadas, quedando restringidas a algunos de los fieles numerarios de la Prelatura. Solamente se han filtrado dos de ellas, cuyos algunos párrafos se transcriben más abajo y con negrilla algunas frases que corren por nuestra cuenta. Una de ellas -según se comenta, mucho más dura que las otras dos- permanece inaccesible, incluso para la mayoría de los miembros numerarios de la Prelatura.
Más allá de lo que dicen las cartas, que tampoco sorprende, lo
relevante de ellas pasa por el hecho de que fueron tenidas a la vista
para el proceso de canonización del Fundador -que se centra en los
últimos años de la vida de Escrivá de Balaguer – y ninguna objeción
doctrinal o eclesial fue realizada por las autoridades vaticanas sobre
estos escritos. Es decir, existe una aceptación por parte de la
Autoridad Máxima de la Iglesia de estas opiniones del Fundador del Opus
Dei como legítimas -más allá de ser opiniones- sobre el post-concilio y
la situación interna de la Iglesia. Como se verá, algunos de los
conceptos del Fundador van un poco más allá de la alegoría de SS Pablo
VI -precisa y contundente pero limitada en su explicitación- sobre el
“humo de Satanás” que se ha colado dentro de la Iglesia de Dios. Sólo se
hace hincapié en el hecho de que estas cartas fueron escritas hace ¡35
años! ¡Lo que diría ahora!
En el 36 aniversario de su llegada al Cielo las publicamos.
En el 36 aniversario de su llegada al Cielo las publicamos.
Tiempo de prueba son siempre los días que el cristiano ha de pasar en
esta tierra. Tiempo destinado, por la misericordia de Dios, para
acrisolar nuestra fe y preparar nuestra alma para la vida eterna.
Tiempo de dura prueba es el que atravesamos nosotros ahora, cuando la
Iglesia misma parece como si estuviese influida por las cosas malas del
mundo, por ese deslizamiento que todo lo subvierte, que todo lo
cuartea, sofocando el sentido sobrenatural de la vida cristiana.
Llevo años advirtiéndoos de los síntomas y de las causas de esta fiebre contagiosa que se ha introducido en la Iglesia, y que está poniendo en peligro la salvación de tantas almas…
Llevo años advirtiéndoos de los síntomas y de las causas de esta fiebre contagiosa que se ha introducido en la Iglesia, y que está poniendo en peligro la salvación de tantas almas…
Convenceos, y suscitad en los demás el convencimiento, de que los
cristianos hemos de navegar contra corriente. No os dejéis llevar por
falsas ilusiones. Pensadlo bien: contra corriente anduvo Jesús, contra
corriente fueron Pedro y los otros primeros, y cuantos —a lo largo de
los siglos— han querido ser constantes discípulos del Maestro. Tened,
pues, la firme persuasión de que no es la doctrina de Jesús la que se
debe adaptar a los tiempos, sino que son los tiempos los que han de
abrirse a la luz del Salvador. Hoy, en la Iglesia, parece imperar el
criterio contrario: y son fácilmente verificables los frutos ácidos de
ese deslizamiento. Desde dentro y desde arriba se permite el acceso del
diablo a la viña del Señor, por las, puertas que le abren, con increíble
ligereza, quienes deberían ser los custodios celosos…
Es hora, pues, de rezar mucho y con amor, y de pedir al Señor que quiera poner fin al tiempo de la prueba.
No podemos dejar de insistir. No buscamos nada para cada uno de
nosotros, por interés personal; buscamos la santidad, que es buscar a
Dios. Y Él espera que se lo recordemos con insistencia. Se están
causando voluntariamente heridas en su Cuerpo, que va a ser muy difícil
restañar. Nos dirigimos a la Trinidad Beatísima, Dios Uno y Trino, para
que se digne acortar cuanto antes esta época de prueba. Lo suplicamos
por la mediación del Corazón Dulcísimo de María; por la intercesión de
San José, nuestro Padre y Señor, Patrono de la Iglesia universal, a
quien tanto amamos y veneramos; por la intercesión de todos los Ángeles y
Santos, cuyo culto algunos intentan extirpar de la Iglesia Santa…
Resulta muy penoso observar que —cuando más urge al mundo una clara
predicación— abunden eclesiásticos que ceden, ante los ídolos que
fabrica el paganismo, y abandonan la lucha interior, tratando de
justificar la propia infidelidad con falsos y engañosos motivos. Lo malo
es que se quedan dentro de la Iglesia oficialmente, provocando la
agitación. Por eso, es muy necesario que aumente el número de discípulos
de Jesucristo que sientan la importancia de entregar la vida, día a
día, por la salvación de las almas, decididos a no retroceder ante las
exigencias de su vocación a la santidad…
La lucha interior —en lo poco de cada día— es asiento firme que nos
prepara para esta otra vertiente del combate cristiano, que implica el
cumplimiento en la tierra del mandato divino de ir y enseñar su verdad a
todas las gentes y bautizarlas (cfr. Matth. XXVIII, 19), con el único
bautismo en el que se nos confiere la nueva vida de hijos de Dios por la
gracia.
Mi dolor es que esta lucha en estos años se hace más dura,
precisamente por la confusión y por el deslizamiento que se tolera
dentro de la Iglesia, al haberse cedido ante planteamientos y actitudes
incompatibles con la enseñanza que ha predicado Jesucristo, y que la
Iglesia ha custodiado durante siglos. Éste, hijos míos, es el gran dolor
de vuestro Padre. Éste, el peso del que yo deseo que todos participéis,
como hijos de Dios que sois. Resulta muy cómodo —y muy cobarde—
ausentarse, callarse, diluidos en una ambigua actitud, alimentada por
silencios culpables, para no complicarse la vida. Estos momentos son
ocasión de urgente santidad, llamada al humilde heroísmo para perseverar
en la buena doctrina, conscientes de nuestra responsabilidad de ser sal
y luz.
Hemos de resistir a la disgregación, cuidando sobrenaturalmente
nuestra propia entrega y sembrando sin desmayos, con decisión, con
serenidad y con fortaleza, la doctrina y el espíritu de Jesucristo.
Considerad que hay muy pocas voces que se alcen con valentía, para
frenar esta disgregación. Se habla de unidad y se deja que los lobos
dispersen el rebaño; se habla de paz, y se introducen en la Iglesia —aun
desde organismos centrales— las categorías marxistas de la lucha de
clases o el análisis materialista de los fenómenos sociales; se habla de
emancipar a la Iglesia de todo poder temporal, y no se regatean los
gestos de condescendencia con los poderosos que oprimen las conciencias;
se habla de espiritualizar la vida cristiana y se permite desacralizar
el culto y la administración de los Sacramentos, sin que ninguna
autoridad corte firmemente los abusos —a veces auténticos sacrilegios—
en materia litúrgica; se habla de respetar la dignidad de la persona
humana, y se discrimina a los fieles, con criterios utilizados para las
divisiones políticas.
Toda esa ambigüedad es camino abierto, para que el diablo cause
fácilmente sus estragos, más cuando se ve que es corriente —en todas las
categorías del clero— que muchos no prediquen a Jesucristo y, en
cambio, parlotean siempre de asuntos políticos, sociales —dicen—, etc.,
ajenos a su vocación y a su misión sacerdotal, convirtiéndose en
instrumentos de parte y logrando que no pocos abandonen la Iglesia…
No se puede imponer por la fuerza la verdad de Cristo, pero tampoco
podemos permitir que, con la violencia de los hechos, nos dominen como
ciertos y justos, criterios que son una patente deserción del mensaje de
Jesucristo: esta violencia se comete por algunos, impunemente, dentro
de la Iglesia. Sería una deslealtad y una falta de fraternidad con el
pueblo fiel, no resistir al presuntuoso orgullo de unos pocos que han
maleado ya a tantos, sobre todo en el ambiente eclesiástico y religioso.
Comprended que no exagero. Pensad en la violencia que sufren los
niños: desde negarles o retrasarles el bautismo arbitrariamente, hasta
ofrecerles como pan del alma catecismos llenos de herejías o de
diabólicas omisiones; o en la que se actúa con la juventud, cuando
—¡para atraerla!— se presentan principios morales equivocados, que
destrozan las conciencias y pudren las costumbres. Violencia se hace,
también diabólica, cuando se manipulan los textos de la Sagrada
Escritura y se llevan al altar en ediciones equívocas, que cuentan con
aprobaciones oficiales. Y no podemos dejar de ver el brutal atropello
que se impone a los fieles, y en los fieles al mismo Jesucristo, cuando
se oculta el carácter de sacrificio de la Santa Misa o cuando el dinero
de las colectas se malgasta en propagar ideas ajenas al enseñamiento de
Jesucristo. Hijos, míos, nunca se ha hablado tanto de justicia en la
Iglesia y, a la vez, nunca se ha empleado tanta injusta opresión con las
conciencias…
Nos sentimos obligados a resistir a estos nuevos modernistas
—progresistas se llaman ellos mismos, cuando de hecho son retrógrados,
porque tratan de resucitar las herejías de los tiempos pasados—, que
ponen todo en discusión, desde el punto de vista exegético, histórico,
dogmático, defendiendo opiniones erróneas que tocan las verdades
fundamentales de la fe, sin que nadie con autoridad pública pare y
condene reciamente sus propagandas. Y si algún pastor habla
decididamente, se encuentra con la sorpresa —amarga sorpresa— de no ser
suficientemente apoyado por quienes deberían sostenerlo: y esto provoca
la indecisión, la tendencia a no comprometerse con determinaciones
claras y sin equívocos.
Parece como si algunos se empeñaran en no recordar que, a lo largo de
toda la historia, los que guían el rebaño han tenido que asumir la
defensa de la fe con entereza, pensando en el juicio de Dios y en el
bien de las almas, y no en el halago de los hombres. No faltaría hoy
quien tachara a San Pablo de extremista cuando decía a Tito cómo debería
tratar a los que pervertían la verdad cristiana con falsa! doctrinas:
increpa illos dure, ut sani sint in fide (Tit. I, 13); repréndelos con
dureza —le escribía el Apóstol—, para que se mantengan sanos en la fe.
Es de justicia y de caridad, obrar así.
Ahora, sin embargo, se facilita la agitación con un silencio que
clama al cielo, cuando no se coloca a los saboteadores de la fe en
puntos neurálgicos, desde los que pueden sembrar la confusión «con
aprobación eclesiástica». Ahí están tantos nuevos catecismos y programas
de «enseñanza religiosa» testimoniando la verdad de lo que afirmo.
Hijos de mi alma, pidamos a Nuestro Señor que ponga término a esta dura prueba…
No podemos dormirnos, ni tomarnos vacaciones, porque el diablo no
tiene vacaciones nunca y ahora se demuestra bien activo. Satanás sigue
su triste labor, incansable, induciendo al mal e invadiendo el mundo de
indiferencia: de manera que muchas gentes que hubieran reaccionado, ya
no reaccionan, se encogen de hombros o ni siquiera perciben la gravedad
de la situación; poco a poco, se han ido acostumbrando.
Esta carta es como una tercera invitación, en menos de un año, para
urgir vuestras almas con las exigencias de la vocación nuestra, en medio
de la dura prueba que soporta la Iglesia…
Os escribo para que estéis prevenidos ante los asaltos del diablo,
que ataca a la hora undécima quizá, casi al fin de este caminar de aquí
abajo…
No olvidéis el particular empeño que pone en estos tiempos el
demonio, para lograr que los fieles se separen de la fe y de las buenas
costumbres cristianas, procurando que pierdan hasta el sentido del
pecado con un falso ecumenismo como excusa. Deseamos, tanto como el que
más lo desee, la unión de los cristianos: y aun la de todos los que, de
alguna manera, buscan a Dios. Pero la realidad demuestra que en esos
conciliábulos, unos afirman que sí y —sobre el mismo tema— otros lo
contrario. Cuando —a pesar de esto— aseguran que van de acuerdo, lo
único cierto es que todos se equivocan. Y de esa comedia, con la que
mutuamente se engañan, lo menos malo que suele producirse es la
indiferencia: un triste estado de ánimo, en el que no se nota
inclinación por la verdad, ni repugnancia por la mentira. Se ha llegado
así al confusionismo: y se aniquila el celo apostólico, que nos mueve a
salvar la propia alma y las de los demás, defendiendo con decisión la
doctrina sin atacar a las personas…
Se escucha como un colosal non serviam! (Ierem. 11, 20) en la vida
personal, en la vida familiar, en los ambientes de trabajo y en la vida
pública. Las tres concupiscencias (cfr. 1 Ioann. 11, 16) son como tres
fuerzas gigantescas que han desencadenado un vértigo imponente de
lujuria, de engreimiento orgulloso de la criatura en sus propias
fuerzas, y de afán de riquezas. Toda una civilización se tambalea,
impotente y sin recursos morales…
En una palabra: el mal viene, en general, de aquellos medios
eclesiásticos que constituyen como una fortaleza de clérigos
mundanizados. Son individuos que han perdido, con la fe, la esperanza:
sacerdotes que apenas rezan, teólogos —así se denominan ellos, pero
contradicen hasta las verdades más elementales de la revelación—
descreídos y arrogantes, profesores de religión que explican porquerías,
pastores mudos, agitadores de sacristías y de conventos, que contagian
las conciencias con sus tendencias patológicas, escritores de catecismos
heréticos, activistas políticos.
Hay, por desgracia, toda una fauna inquieta, que ha crecido en esta época a la sombra de la falta de autoridad y de la falta de convicciones, y al amparo de algunos gobernantes, que no se han atrevido a frenar públicamente a quienes causaban tantos destrozos en la viña del Señor.
Hay, por desgracia, toda una fauna inquieta, que ha crecido en esta época a la sombra de la falta de autoridad y de la falta de convicciones, y al amparo de algunos gobernantes, que no se han atrevido a frenar públicamente a quienes causaban tantos destrozos en la viña del Señor.
Hemos tenido que soportar —y cómo me duele el alma al recoger esto—
toda una lamentable cabalgata de tipos que, bajo la máscara de profetas
de tiempos nuevos, procuraban ocultar, aunque no lo consiguieran del
todo, el rostro del hereje, del fanático, del hombre carnal o del
resentido orgulloso…
El cinismo intenta con desfachatez justificar —e incluso alabar— como
manifestación de autenticidad, la apostasía y las defecciones. No ha
sido raro, además, que después de clamorosos abandonos, tales
desaprensivos desleales continuaran con encargos de enseñanza de
religión en centros católicos o pontificando desde organismos
para-eclesiásticos, que tanto han proliferado recientemente.
Me sobran datos bien concretos, para documentar que no exagero:
desdichadamente no me refiero a casos aislados. Más aún, de algunas de
esas organizaciones salen ideas nocivas, errores, que se propagan entre
el pueblo, y se imponen después a la autoridad eclesiástica como si
fueran movimientos de opinión de la base…
Por desgracia, se observan también en la Iglesia sitios —cátedras de
teología, catequesis, predicación— que deberían alumbrar como focos de
luz, y se aprovechan —en cambio— para despachar una visión de la Iglesia
y de sus fines totalmente adulterados. Hijos míos, es un grave pecado
contra el Espíritu Santo, porque precisamente el Paráclito vivifica con
su gracia y sus dones a la Iglesia (Catecismo Mayor de San Pío X, n.
143), establece allí el reinado de la verdad y del amor, y la asiste
para que lleve con seguridad a sus hijos por el camino del cielo
(ibid.).
Confundir a la Iglesia con una asamblea de fines más o menos
humanitarios, ¿no significa ir contra el Espíritu Santo? Ir contra el
Espíritu Santo es hacer circular, o permitir que circulen sin denunciar
sus falsedades, catecismos heréticos o textos de religión que corrompen
las conciencias de los niños, con enseñanzas dañosas y graves omisiones…
Errores y desviaciones, debilidades y dejaciones he dicho ya: y ahora
—como siempre— el mal se envuelve diabólicamente en paños de virtud y
de autoridad: y así resulta más fácil que se fortalezca y que produzca
más daño. Porque aparecen gentes con una falsa religiosidad, saturada de
fanatismo, que se oponen desde dentro a la Iglesia de Jesucristo,
dogmática y jurídica, haciendo resaltar —con increíble desorden,
cambiando por los del Estado los fines de la Iglesia— lo político antes
que lo religioso.
Todo coopera al desprestigio general de la autoridad eclesiástica y a
que no se corrijan con oportunidad y energía los desórdenes: los
desatinos heréticos, la inestabilidad, la confusión, la anarquía en
asuntos de fe y de moral, de liturgia y de disciplina. A esta situación
la llaman algunos —defendiéndola— aggiornamento, cuando es relajación y
menoscabo del espíritu cristiano, que trae como consecuencia inmediata
—entre otros efectos— la desaparición de la piedad, la carencia de
vocaciones sacerdotales o religiosas, el apartar a los fieles en general
— ya lo dije— de las prácticas espirituales. Y, por tanto, menos
trabajo en servicio de las almas, al paso que los eclesiásticos —al
verse ineficaces— se muestran desgraciados y abandonan el proselitismo,
porque piensan que procurarán también la infelicidad a otros…
No se relee sin gran dolor lo que San Pío X describió en su encíclica
Pascendi, cuando exponía las características del modernismo, que en ese
documento definía como compendio de todas las herejías. Todo aquello
que entonces el Magisterio universal de la Iglesia intentó atajar con
penetrante visión y energía sobrenatural, aparecía ya con su enorme
gravedad, pero era todavía un mal relativamente limitado a algunos
sectores. En nuestros días ese mismo mal —idéntico en su inspiración de
raíz y con frecuencia en sus formulaciones— ha resurgido violento y
agresivo, con el nombre de neomodernismo, y en proporciones
prácticamente universales. Aquella enfermedad mortal, antes localizada
en unos pocos ambientes malsanos, y contenida dentro de esas fronteras
por prudentes medidas de la Santa Sede, ha alcanzado aspectos de
epidemia generalizada. Su extensión ha facilitado su virulencia y la
manifestación de efectos monstruosos en cantidad y en calidad, que quizá
ni siquiera hubiésemos podido imaginar ante los primeros brotes del
modernismo.
Lo que inicialmente se mostraba sólo, aunque ya fuese muy grave, como
la reducción de las Verdades dogmáticas a la simple experiencia
subjetiva, conservando algún matiz espiritual, se ha degradado aún más:
las hondas exigencias del alma —y aun las de la misma gracia divina—
quedan disueltas en la horizontalidad sin relieve de lo mundano:
identificando el amor de Dios con las aspiraciones o deseos más
inmediatos del hombre-masa, sometido a los determinismos de la
planificación materialista y atea, y a la de los instintos animales.
La soberbia de la vida (I Ioann. II, 16) presenta su vanidad total en
la exteriorización de la concupiscencia de los ojos, ambición de poder y
de bienes terrenos, sin mesura; y de la concupiscencia de la carne,
sensualidad sin freno y degradación libertina. Es como la descomposición
entera de un cuerpo, después de haber perdido el alma…
Si, para combatir eficazmente los males del modernismo, San Pío X
—como de modo análogo había hecho antes León XIII— señalaba, entre los
más importantes remedios que urgía poner, el fiel seguimiento de la
filosofía y de la teología de Santo Tomás, es patente que ahora se
impone como nunca el estricto cumplimiento de esa disposición. Con el
Motu proprio Doctoris Angelici, San Pío X traducía, en normas
disciplinares concretas, lo que había sido una constante recomendación
de sus antecesores en la Sede de Pedro, desde el año 1325.
No me parece ocioso transcribir aquí algunas de las afirmaciones de
ese documento pontificio: se deben conservar santa e inviolablemente los
principios filosóficos establecidos por Santo Tomás, a partir de los
cuales se aprende la ciencia de las cosas creadas de manera congruente
con la Fe, se refutan los errores de cualquier época, se puede
distinguir con certeza lo que sólo a Dios pertenece y no se puede
atribuir a nadie más, se ilustra con toda claridad la diversidad y la
analogía existente entre Dios y sus obras.
Y añade: por lo demás, hablando en general, estos principios de Santo
Tomás no encierran otra cosa más que lo que ya habían descubierto los
más importantes filósofos y Doctores de la Iglesia, meditando y
argumentando sobre el conocimiento humano, sobre la naturaleza de Dios y
de las cosas, sobre el orden moral y la consecución del fin último. Con
un ingenio casi angélico, desarrolló y acrecentó toda esta cantidad de
sabiduría recibida de los que le habían precedido, la empleó para
presentar la doctrina sagrada a la mente humana, para ilustrarla y para
darle firmeza.
Los puntos más importantes de la filosofía de Santo Tomás no deben
ser considerados como algo opinable, que se pueda discutir, sino que son
como los fundamentos en los que se asienta toda la ciencia de lo
natural y lo divino. Si se rechazan estos fundamentos o se los
pervierte, se seguirá necesariamente que quienes estudian las ciencias
sagradas ni siquiera podrán captar el significado de las palabras, con
las que el Magisterio de la Iglesia expone los dogmas revelados por
Dios. Por eso quisimos advertir a quienes se dedican a enseñar la
filosofía y la sagrada teología, que si se apartan de las huellas de
Santo Tomás, principalmente en cuestiones de metafísica, será con gran
detrimento.
Así, entre otras determinaciones, San Pío X exhortaba: pondrán en esto un particular empeño los profesores de filosofía cristiana y de sagrada teología, que deben tener siempre presente que no se les ha dado facultad de enseñar, para que expongan a sus alumnos las opiniones personales que tengan acerca de su asignatura, sino para que expongan las doctrinas plenamente aprobadas por la Iglesia. Concretamente, en lo que se refiere a la sagrada teología, es Nuestro deseo que su estudio se lleve a cabo siempre a la luz de la filosofía que hemos citado.
Así, entre otras determinaciones, San Pío X exhortaba: pondrán en esto un particular empeño los profesores de filosofía cristiana y de sagrada teología, que deben tener siempre presente que no se les ha dado facultad de enseñar, para que expongan a sus alumnos las opiniones personales que tengan acerca de su asignatura, sino para que expongan las doctrinas plenamente aprobadas por la Iglesia. Concretamente, en lo que se refiere a la sagrada teología, es Nuestro deseo que su estudio se lleve a cabo siempre a la luz de la filosofía que hemos citado.
¡Cuánto dolor se hubiese ahorrado a la Iglesia y cuánto daño se
hubiese evitado a las almas, con la fiel obediencia a esos mandatos de
San Pío X! Pido ahora a mis hijas y a mis hijos, precisamente en este
año en el que se conmemora el VII centenario de la muerte del Doctor
Angélico, que sigan delicadamente esas indicaciones de la Iglesia en el
estudio y en la enseñanza de la doctrina filosófica y teológica, seguros
de que también así contribuiremos a que, por la misericordia divina,
las aguas vuelvan a su cauce…