Publicado por Revista Cabildo Nº 110
Mes Noviembre/Diciembre Año 2014
POLÍTICAS
Jordán ABUD
Sociología o Teología
Jordán ABUD
Sociología o Teología
SIN pretensiones de novedad: algo anda mal en el lenguaje de nuestros tiempos.
Tanto en teología como en política, pareciera que un inmenso cataclismo (revolución cultural, vamos a llamarlo) ha alterado fatalmente el eje de las grandes realidades. La teología arriesga desmadrarse en una difusa interpretación social de los hechos —como última razón explicativa de todo lo existente—, y la tarea política amenaza perderse en un sinfín de voces técnicas y burocráticas -como si el bien común se redujera a estrategias de imagen, a incisos a la normativa o a jugadas administrativas.PRESIONE "MAS INFORMACION" A SU IZQUIERDA PARA LEER ARTICULO
Ni la salvación eterna del alma ni el bien común temporal parecen tener cabida en esa extraña teología y en esa dudosa política. Adelantemos el final: es que no se trata de teología, sino de la concepción marxista metida en nuestra Barca y de la democracia reemplazando de modo simiesco el quehacer político.
El mensaje evangélico y el llamado al patriotismo parecen andar errantes. De por sí nos preocupa a diario si la autoridad eclesial se ocupa preponderantemente de mediar en los aumentos de sueldos, del flagelo de la droga o de la paz social. Pero al menos asistiríamos a un provisorio balanceo si el estado se refiriera a la salvación del alma, a la necesidad de la Santa Iglesia o a la promoción de las virtudes morales y teologales. Pero el tiempo pasa, y las categorías últimas ya no parecen ser las teológicas sino las socio-económicas, y en clave marxista.
Aunque todo esto no es nuevo. Parece que ya don Genta expresó en mejores términos los que nosotros rústicamente quisiéramos manifestar así: ¡basta de lenguaje mar¬xista! Escuchemos mejor al maestro: "La Fe Católica nos enseña que siempre habrá ricos y pobres, así como fuertes y débiles, lúcidos y torpes. La verdadera justicia social no consiste en abolir esas diferencias accidentales, ya que resultan de la naturaleza individual de cada uno y de las condiciones propias de familia y de nación. Nuestro Señor Jesucristo ama la pobreza decorosa, humilde y sosegada, sin envidia ni ansiedad; la de esos pobres ricos que tienen el corazón en el Suyo porque allí está su tesoro. También ama a los ricos generosos, llanos, caritativos, que saben hacerse perdonar su riqueza y hasta amar por los pobres ".
No obstante, dijimos que esto no es nuevo. Tampoco se remonta sólo a la irrupción revolucionaria en nuestra Patria. Oigamos a San Juan Crisóstomo: "a cuántos oigo que dicen: que no haya pobre. Tapemos la boca a los que se irri¬tan de que exista la pobreza, pues decir eso es una blasfemia. Repliquémosle nosotros: que no haya pequeños de alma, pues ¡a pobreza acarrea bienes sin cuento a la vida, y sin ella, la riqueza no vale para nada. No difamemos pues ni a la una ni a la otra. Pobreza y riqueza son armas que, si queremos, nos ¡levan, una y otra, a la virtud. Un soldado valiente, lleve las armas que ¡leve, da muestras de su virtud; un cobarde y tímido no sabe andar con ¡as suyas".
De la misma manera: ¿no hay algo fuera de foco en el lenguaje atinente al bien común puesto en boca —deliberadamente— de los demagogos de turno e —ingenuamente— en el hombre sencillo y de a pie?
Porque pareciera qué cuando conviene, se trata de cuestiones técnicas, y cuando no, de cuestiones morales. Es un poco violento oír a los respectivos monigotes (sea el jefe de gabinete o el ministro de economía, lo mismo da) hablar de actitudes y de vicios. De codicia, de egoísmo, de atentados al bien común de la nación. Me pregunto: ¿se podrá mantener el hilo discursivo y la perspectiva formal del planteo en los casos de corrupción, de rapiña, de perversión, de mentira, de maquiavelismo, de usura, sin tener que salir a esgrimir los gastados latiguillos de complot mediático, de problema cambiarlo, de especulación financiera, de inflación, de fondos buitres, de debates pendientes...?
¿Se podrá recobrar alguna vez la originaria hermandad entre lo político y lo moral? ¿Se podrán vincular la caridad en el bien común y la veracidad como acto de justicia? ¿O la política es propaganda, ideología y burocracia? ¿Estaremos tan sumergidos en la necedad que creemos que en Argentina el problema es de orden técnico, normativo o de mera gestión?
Cuando la interminable pesadilla que nos gobierna quiere humillar aún más al hombre común, se refiere a la obligación sacrosanta del sufragio universal, como primer man¬damiento y deber cívico por antonomasia.
Cuando alguna encuesta no la beneficia, no tiene escrúpulos en hacer público su desprecio a la opinión común o al clamor de la mayoría. ¿Qué es el sufragio universal sino una gran encuesta obligatoria con fuerza de ley? Si el ciudadano opina por medio del voto sería virtud, si lo hace en una encuesta, sería tecnicismo. Y a la inversa, si fuera menester. ¿No estamos asistiendo a una orgánica e institucional "tomada de pelo"?
¿Cómo adjetivaría a un hijo que ante al agravio a su madre busca al ofensor y antes de propinarle un justísimo escarmiento recibe la indicación: ¡momento!, antes debe llenar este formulario, pagar un sellado y regresar en veinticuatro horas. ¿No hay una extraña dialéctica entre burocracia y realidad? Todos tenemos algo de esto: en lenguaje llano se llama "funcional al sistema" y en lenguaje crudo "idiota útil".
¿Por qué cuando les conviene hablan de cuestiones morales, y nadie dice públicamente —al menos como ejercicio de elemental lógica— que la educación sexual que viene proponiendo el estado es obs¬cena, degenerada, perversa? Se habla de mercado, de dólar, de irregularidades, de hiperinflación. Todos pintorescos neologismos. ¿Y las cuestiones morales que están detrás?
Debemos agradecer al mismísimo Guillermo Moreno —ex secretario de comercio— las bocanadas de sentido común, al invitar a los manifestantes convocados en la puerta de su casa a que se metan las cacerolas en el c... Al menos, no son manifestaciones de cinismo, y muestran a las claras la importancia que le da al "soberano".
Se ha tecnificado la política. Es decir, como un fruto esperable de la perversidad intrínseca de la democracia, se ha consolidado una clara neutralidad maquiavélica.
A modo de ejemplo, que no respondemos por obvia: ¿Cuáles son hoy las cualidades que el sistema exige a un juez o a un intendente? Dejemos, incluso, el inquietante ejemplo de las condiciones que hoy debe reunir un político, las "materias" que debe tener aprobadas o los antecedentes obligatorios exigi-dos por el sistema. Pensemos también —a modo de autoevaluación— en nuestra propia mentalidad: nos preocupa más la disponibilidad de un libre deuda, los correspondientes sellos en el documento o un legajo sin intervención del Inadi, que los pecados de omisión o la rendición final de cuentas al Señor de la vida y de la muerte. Eso es la revolución cultural: creer que la acción política es una cuestión de legajos y de curricula y no de virtud ni de heroísmo.
Una cosa es que lo buscado salga mal, y otra cosa es que se haga mal. Lo primero puede ser fortuito o eventual, ajeno a nuestras decisiones. Lo segundo es por un mal enfoque intrínseco de las exigencias y condiciones del sistema. En Argentina las cosas salen mal, pero eso no es lo más grave. Las cosas se hacen mal, pero eso tampoco es lo peor. Se hacen mal deliberadamente, porque se quiere una nación postrada y embrutecida. Y finalmente, se hacen mal a propósito, no por distintas "opiniones" dentro del ansiado consenso, sino por maldad, por frío cálculo, por odio al bien, por desprecio a la luz. Por lo tanto, mientras sigamos creyendo que la Argentina resurgirá cuando el dólar se estabilice o cuando se mejoren los programas informáticos que procesan circos electorales seguiremos sin conocer la raíz del problema.
Están golpeando el cuerpo de la Patria, aunque ya han matado su alma. Pero nosotros creemos en la Resurrección. •
El mensaje evangélico y el llamado al patriotismo parecen andar errantes. De por sí nos preocupa a diario si la autoridad eclesial se ocupa preponderantemente de mediar en los aumentos de sueldos, del flagelo de la droga o de la paz social. Pero al menos asistiríamos a un provisorio balanceo si el estado se refiriera a la salvación del alma, a la necesidad de la Santa Iglesia o a la promoción de las virtudes morales y teologales. Pero el tiempo pasa, y las categorías últimas ya no parecen ser las teológicas sino las socio-económicas, y en clave marxista.
Aunque todo esto no es nuevo. Parece que ya don Genta expresó en mejores términos los que nosotros rústicamente quisiéramos manifestar así: ¡basta de lenguaje mar¬xista! Escuchemos mejor al maestro: "La Fe Católica nos enseña que siempre habrá ricos y pobres, así como fuertes y débiles, lúcidos y torpes. La verdadera justicia social no consiste en abolir esas diferencias accidentales, ya que resultan de la naturaleza individual de cada uno y de las condiciones propias de familia y de nación. Nuestro Señor Jesucristo ama la pobreza decorosa, humilde y sosegada, sin envidia ni ansiedad; la de esos pobres ricos que tienen el corazón en el Suyo porque allí está su tesoro. También ama a los ricos generosos, llanos, caritativos, que saben hacerse perdonar su riqueza y hasta amar por los pobres ".
No obstante, dijimos que esto no es nuevo. Tampoco se remonta sólo a la irrupción revolucionaria en nuestra Patria. Oigamos a San Juan Crisóstomo: "a cuántos oigo que dicen: que no haya pobre. Tapemos la boca a los que se irri¬tan de que exista la pobreza, pues decir eso es una blasfemia. Repliquémosle nosotros: que no haya pequeños de alma, pues ¡a pobreza acarrea bienes sin cuento a la vida, y sin ella, la riqueza no vale para nada. No difamemos pues ni a la una ni a la otra. Pobreza y riqueza son armas que, si queremos, nos ¡levan, una y otra, a la virtud. Un soldado valiente, lleve las armas que ¡leve, da muestras de su virtud; un cobarde y tímido no sabe andar con ¡as suyas".
De la misma manera: ¿no hay algo fuera de foco en el lenguaje atinente al bien común puesto en boca —deliberadamente— de los demagogos de turno e —ingenuamente— en el hombre sencillo y de a pie?
Porque pareciera qué cuando conviene, se trata de cuestiones técnicas, y cuando no, de cuestiones morales. Es un poco violento oír a los respectivos monigotes (sea el jefe de gabinete o el ministro de economía, lo mismo da) hablar de actitudes y de vicios. De codicia, de egoísmo, de atentados al bien común de la nación. Me pregunto: ¿se podrá mantener el hilo discursivo y la perspectiva formal del planteo en los casos de corrupción, de rapiña, de perversión, de mentira, de maquiavelismo, de usura, sin tener que salir a esgrimir los gastados latiguillos de complot mediático, de problema cambiarlo, de especulación financiera, de inflación, de fondos buitres, de debates pendientes...?
¿Se podrá recobrar alguna vez la originaria hermandad entre lo político y lo moral? ¿Se podrán vincular la caridad en el bien común y la veracidad como acto de justicia? ¿O la política es propaganda, ideología y burocracia? ¿Estaremos tan sumergidos en la necedad que creemos que en Argentina el problema es de orden técnico, normativo o de mera gestión?
Cuando la interminable pesadilla que nos gobierna quiere humillar aún más al hombre común, se refiere a la obligación sacrosanta del sufragio universal, como primer man¬damiento y deber cívico por antonomasia.
Cuando alguna encuesta no la beneficia, no tiene escrúpulos en hacer público su desprecio a la opinión común o al clamor de la mayoría. ¿Qué es el sufragio universal sino una gran encuesta obligatoria con fuerza de ley? Si el ciudadano opina por medio del voto sería virtud, si lo hace en una encuesta, sería tecnicismo. Y a la inversa, si fuera menester. ¿No estamos asistiendo a una orgánica e institucional "tomada de pelo"?
¿Cómo adjetivaría a un hijo que ante al agravio a su madre busca al ofensor y antes de propinarle un justísimo escarmiento recibe la indicación: ¡momento!, antes debe llenar este formulario, pagar un sellado y regresar en veinticuatro horas. ¿No hay una extraña dialéctica entre burocracia y realidad? Todos tenemos algo de esto: en lenguaje llano se llama "funcional al sistema" y en lenguaje crudo "idiota útil".
¿Por qué cuando les conviene hablan de cuestiones morales, y nadie dice públicamente —al menos como ejercicio de elemental lógica— que la educación sexual que viene proponiendo el estado es obs¬cena, degenerada, perversa? Se habla de mercado, de dólar, de irregularidades, de hiperinflación. Todos pintorescos neologismos. ¿Y las cuestiones morales que están detrás?
Debemos agradecer al mismísimo Guillermo Moreno —ex secretario de comercio— las bocanadas de sentido común, al invitar a los manifestantes convocados en la puerta de su casa a que se metan las cacerolas en el c... Al menos, no son manifestaciones de cinismo, y muestran a las claras la importancia que le da al "soberano".
Se ha tecnificado la política. Es decir, como un fruto esperable de la perversidad intrínseca de la democracia, se ha consolidado una clara neutralidad maquiavélica.
A modo de ejemplo, que no respondemos por obvia: ¿Cuáles son hoy las cualidades que el sistema exige a un juez o a un intendente? Dejemos, incluso, el inquietante ejemplo de las condiciones que hoy debe reunir un político, las "materias" que debe tener aprobadas o los antecedentes obligatorios exigi-dos por el sistema. Pensemos también —a modo de autoevaluación— en nuestra propia mentalidad: nos preocupa más la disponibilidad de un libre deuda, los correspondientes sellos en el documento o un legajo sin intervención del Inadi, que los pecados de omisión o la rendición final de cuentas al Señor de la vida y de la muerte. Eso es la revolución cultural: creer que la acción política es una cuestión de legajos y de curricula y no de virtud ni de heroísmo.
Una cosa es que lo buscado salga mal, y otra cosa es que se haga mal. Lo primero puede ser fortuito o eventual, ajeno a nuestras decisiones. Lo segundo es por un mal enfoque intrínseco de las exigencias y condiciones del sistema. En Argentina las cosas salen mal, pero eso no es lo más grave. Las cosas se hacen mal, pero eso tampoco es lo peor. Se hacen mal deliberadamente, porque se quiere una nación postrada y embrutecida. Y finalmente, se hacen mal a propósito, no por distintas "opiniones" dentro del ansiado consenso, sino por maldad, por frío cálculo, por odio al bien, por desprecio a la luz. Por lo tanto, mientras sigamos creyendo que la Argentina resurgirá cuando el dólar se estabilice o cuando se mejoren los programas informáticos que procesan circos electorales seguiremos sin conocer la raíz del problema.
Están golpeando el cuerpo de la Patria, aunque ya han matado su alma. Pero nosotros creemos en la Resurrección. •