Carlos Sacheri, constructor del bien común
Reproducimos
a continuación la editorial del diario La Nación de hoy, martes 23, con
motivo de la conmemoración el día de ayer del 40° aniversario del
asesinato de Carlos Alberto Sacheri, mártir por Dios y por la Patria.
Carlos Sacheri, constructor del bien común
A
cuarenta años de su asesinato, la memoria de su trabajo a favor del
entendimiento pacífico entre los argentinos debería servirnos de ejemplo
Con
diversos actos académicos llevados a cabo en distintos puntos del país
se ha evocado ayer la memoria del profesor y filósofo Carlos Sacheri,
asesinado a los 41 años el 22 de diciembre de 1974 a la salida de la
Catedral de San Isidro por un disparo en la cabeza en presencia de su
esposa y de sus siete pequeños hijos. Días después, un oscuro y cínico
comunicado adjudicado al Ejército Revolucionario del Pueblo - 22 de
agosto (ERP 22) se atribuyó el asesinato, aunque las investigaciones
judiciales no avanzaron demasiado.
Este
crimen ocurrido 15 meses antes del golpe militar de 1976 no tuvo ni
tiene justificación alguna, pero sí tiene sentido recordar qué
ideologías sustentaban estas atrocidades para entender mejor la
dramática década del 70, tan parcial y tendenciosamente recordada en
estos últimos años.
Sacheri
había nacido en 1933 y era un miembro activo de la Acción Católica,
como muchos otros de su generación. Estudió derecho, filosofía y
teología. Se formó con Charles de Koninck en Canadá, donde se doctoró
con honores. Vuelto definitivamente a la Argentina en 1968, dedicó su
vida a la docencia en instituciones, privadas y públicas, incluyendo el
Conicet, el Seminario de San Isidro, la UCA y la Facultad de Derecho de
la UBA, donde era director del Instituto de Filosofía del Derecho cuando
lo asesinaron. También dictó cursos en Canadá y en Francia. Integrado
al movimiento de los pensadores católicos inspirados en el tomismo, fue
el principal propulsor de la Sociedad Tomista Argentina, de la que era
secretario.
Su
actividad como conferencista lo llevó por todo el país y difundió entre
dirigentes universitarios, políticos y sindicales las enseñanzas y
propuestas del orden social cristiano que condenaba contundentemente la
violencia a la que muchos líderes de la época se asociaban.
Integró
la lúcida elite de jóvenes que creían que las injusticias, la
explotación del hombre por el hombre o la pobreza no se superaban con
más violencia, sino con el obrar articulado de las personas
comprometidas con su sociedad y su tiempo que pudieran ir cambiando de a
poco todo aquello que no estaba bien.
Fue
Sacheri un lúcido desenmascarador de las estrategias de dialéctica
marxista que, en esos años, la Unión Soviética y su satélite, la Cuba
castrista, promovían en América latina con el propósito de captar
jóvenes idealistas para integrarlos a la guerrilla, con pretensiones de
crear ejércitos irregulares cuyo fin era una declamada liberación
continental, que facilitara la imposición de regímenes dictatoriales de
izquierda.
Frente
a la confusión reinante en algunos grupos de formación y militancia
cristiana, y aun entre sacerdotes de la época, Sacheri proponía la
discusión argumental de reemplazar por soluciones pacíficas cualquier
planteo violento. Fruto de estos análisis y dedicado al papa Pablo VI,
publicó La iglesia clandestina, en medio de la confusión de comienzos de
los 70 cuando algunos sacerdotes orientaban a sus jóvenes seguidores
hacia la violencia guerrillera que condujo, por ejemplo, al vil
asesinato del ex presidente Pedro Eugenio Aramburu.
Sacheri
se opuso a los violentos de cualquier ideología política, sólo armado
intelectualmente por su profundo conocimiento de la Doctrina Social de
la Iglesia. Aun enfrentando amenazas a su vida, jamás cesó en su prédica
fiel a la fe transformadora de la realidad de la época.
Los
argentinos no podemos seguir recortando arbitrariamente la historia,
acomodándola a un relato faccioso que, lejos de reflejar lo acontecido,
es utilizado por algunos para servir a intereses sectarios que, en
muchos casos, exceden lo ideológico y lo político para esconder también
viles propósitos económicos. Es justo y oportuno recuperar la memoria de
Carlos Alberto Sacheri, como la de tantas otras víctimas que perdieron
violentamente la vida por pensar diferente.
La
historia nos demuestra que la violencia, el enfrentamiento y la
división siempre son, en cualquier tiempo y lugar, herramientas
absolutamente inconducentes. Toda contribución dirigida a sembrar la paz
y el diálogo debe ser bienvenida en estos convulsionados días en que
los argentinos vemos tan seriamente amenazada nuestra unidad como
nación. Rescatar los buenos ejemplos puede ser el principio de un
necesario cambio de actitud que promueva el respeto por el otro y el
reconocimiento de los errores, a fin de construir un futuro de justicia y
equidad para todos los argentinos.