Héroes de la lucha antibolchevique: Monseñor Mayol – Carlos García
MonseñorJean Mayol de Lupé:
Soldado hasta el Último Día
Son pocos los que conocen la estructura policial-militar
que tuvo el Tercer Reich. En honor a la verdad era bastante compleja. Muchos
confunden la naturaleza y misión de las SS, las SD, las SA, las Waffen SS y aun de las Juventudes
Hitlerianas, que han tenido una evolución significativa.
No es el objetivo de este artículo abordar la
distinción entre estos cuerpos. Baste decir que las Waffen SS no eran una fuerza policial militarizada, eran verdaderos
soldados, más aún, constituían una fuerza de elite, tanto por su duro
entrenamiento, como por la mística que se fue imponiendo entre sus miembros.
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Como señala Otto Skorzeny – él mismo
integrante de las Waffen SS – Himmler
no era ni el fundador, ni el jefe, “El
jefe de las Schutzsaffel (SS), desde el punto de vista militar, era
evidentemente, Adolf Hitler, y era a él
a quien nosotros, soldados de las Waffen SS prestábamos juramento de fidelidad”
(cfr. su “La guerra desconocida”).
La administración y la instrucción de sus
hombres fue confiada a Paul Hausser, teniente general retirado del ejército.
Hombre extremadamente severo y exigente. Aclara Skorzeny que “Los Waffen SS no recibieron jamás orden
alguna de Himmler no de Heydrich”. Las órdenes eran recibidas por la vía
jerárquica y emanaban de las jefes militares de los ejércitos de los que formaban
parte las distintas unidades de las Waffen
SS.
Tampoco son muchos los que saben que, a
partir del año 1942, las Waffen SS
formarían un verdadero cuerpo de soldados eminentemente europeos, pero con
componentes asiáticos.
Así, de acuerdo a la cantidad de hombres se
formaban divisiones, legiones, regimientos, etc. Entre las más conocidas se
encontraban la famosa División Azul – españoles -, la División
“Wiking” – escandinavos y holandeses -, la División de Asalto Croata,
la División
Carlomagno – franceses -, la División Nordland – noruegos-, la 14ta.
División SS – ucranianos -, la Legión Saint George –británicos -,
etc. Lo propio de todas estas formaciones es que no lucharon contra los aliados
occidentales, sino que enfrentaron lo que consideraban el enemigo en común: el bolchevismo ruso.
Hoy nos interesa rescatar la historia de uno
de los capellanes que acompañaron a las Waffen
SS, concretamente Monseñor Mayol de
Lupé (o Luppe), amigo personal de
Pio XII y capellán de la Legión de Voluntarios Franceses contra el Comunismo,
primero y de la División Carlomagno después.
Proveniente de la aristocracia francesa,
nació en la ciudad de París en 1873 y fue ordenado sacerdote en el año 1900.
Durante la Primera Guerra Mundial fue capellán de la Primera División de
Caballería. Cayó prisionero a poco de iniciada la guerra y, liberado a los dos
años, vuelve inmediatamente a su rol sacerdotal de capellán. Participa de
combates como Champagne y Verdún, donde plasma su heroicidad el Mariscal
Pétain. Finalmente es herido en el Somme y el fin del conflicto lo encuentra en
convalecencia. Se hizo acreedor a dieciséis medallas por su actuación en el
frente.
Ya había abandonado el ejército cuando estalló
la Segunda Guerra Mundial. No obstante y a pesar de encontrarse cercano a los
setenta años, Monseñor Lupé se ofrece como voluntario para ingresar al ejército
francés. Su precaria salud no supera la junta médica que lo evalúa y lo declara
inepto. Se ofreció entonces de camillero, ya que en esa actividad, no sólo
cumpliría con una labor imprescindible en el apoyo a las tropas, sino que
también le permitiría asistir espiritualmente a los heridos.
Con el armisticio cesa su labor, pero la
Providencia todavía le tiene preparada nuevas y más peligrosas misiones. Al
formar Jaques Doriot, con autorización del gobierno francés del Mariscal
Pétain, la “Legion des volontaires
francais contre le bolchévisme” – conocida con las siglas LVF -, los
Cardenales Sibilia y Suhard lo recomiendan como capellán. Así con una edad
avanzada y una salud quebrantada, Monseñor Mayol de Lupé marcha en la Campaña
del Este hacia el frente ruso.
Claro, por primera vez los voluntarios
franceses no lucharía con su uniforme, sino con el uniforme alemán, con
insignias con la bandera de Francia, y lo más duro, deberían jurar lealtad a
Adolf Hitler. Esto generó desconcierto y malestar en los hombres y fue decisiva
la intervención del Capellán al convencerlos que esos eran detalle formales
frente a la gran cruzada contra el marxismo ateo. SU protagonismo en las batallas
– alguien dijo que no usaba fusil, pero no tenía problema en romper la cabeza
de cualquiera con su macizo. Quizás la acción más destacada de LVF fue frenar
el arrollador avance ruso hacia el oeste en el verano de 1944.
Con una marcada inferioridad de hombres y
medios, estos veteranos franceses, entre los que se encontraba Monseñor Lupé –
con sus más de setenta años -, impidieron el paso de los soviéticos en
Borrisov, camino a Minsk.
Sobre el final de la guerra, cuando ya el
destino estaba marcado y no había esperanza alguna de victoria, la mayoría de
los integrantes de la Legión – LFV – optaron por integrarse a la Waffen SS, en vez de retirarse como
paisanos a Francia y pasar inadvertidos en un futuro más calmo. También aquí
fue determinante la arenga de Monseñor Lupé: no se trataba de una sumisión a
los alemanes, sino de unirse contra el enemigo de la civilización cristiana. Formaron
la legendaria “División Charlemagne”.
Como si fuera un designio de la Providencia
que este grupo de calientes no quedara en el olvido, la “División Carlomagno” fue la última fuerza que defendió lo que
quedaba de la Gran Alemania, en la Batalla de Berlín. Y entre ellos, alentando,
asistiendo espiritualmente a los hombres en la batalla, arengando por el buen combate, un sacerdote. Un sacerdote que tenía muy en claro que no estaba defendiendo
los errores filosófico-religiosos de Hitler y mucho menos, el ocultismo de
Himmler. Un sacerdote que bregaba y osadamente, ofrecía su vida a los setenta y
dos años, por frenar el avance del Anticristo, encarnado en las hordas
soviéticas.
Cuando todo terminó, los restos de la
división volvieron a Francia, en calidad de prisioneros de guerra. Los hombres
fueron duramente increpados por el general Leclerc: “¡qué hacen ustedes vestidos con uniformes alemanes!”, recibiendo
como inesperada y varonil respuesta de quienes se sabían condenados: “¡nosotros
le preguntamos a ustedes, qué hacen vestidos con uniformes americanos!”
No hubo piedad para ellos, a pesar de que
jamás efectuaron un solo disparo contra las fuerzas angloamericanas. Fueron fusilados
sumariamente.
Monseñor Lupé fue juzgado y condenado a
prisión. En 1951 fue puesto en libertad condicional y murió en 1955, recluido
en un monasterio benedictino. Con él muere toda una leyenda de hombría de bien.
Del cura soldado. Del sacerdote que dio testimonio de su fe y de su virilidad.
Del sacerdote que recibió la última confesión de millares de compatriotas y
cuya absolución, quizás, salvó sus almas, como salvó su dignidad el apoyo y la
arenga heroica en el fuego de la batalla. No hay cirugía que logre tamaños
efectos. No hay palabrería que eclipse a este testimonio de apostolado.
Murió quien luchó para que la Rusia
bolchevique no siga “esparciendo sus errores, como había advertido la Madre de
Dios en su aparición en Fátima. Murió como debe morir un sacerdote: habiendo
sido un soldado de Cristo. Y él lo fue en el sentido más estricto de la
palabra, hasta el último día.
Carlos García
Revista Cabildo – Mayo-junio 2013. 3° Época – Año XIII – N° 103 Págs.26-27.
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