UN GESTO DESESPERADO
Por Joaquín Morales Solá | LA NACION
UN EJEMPLO
DE SUMISIÓN AL PODER DE LA CORRUPCIÓN.
Aejandra
Gils Carbó pasará a la historia
como la persona que más daño le ha hecho a la Justicia desde dentro de la
propia Justicia. Convertida en una especie de pasionaria de la causa
kirchnerista en los tribunales, se olvidó de su pasado y de su destino para
servir a los intereses políticos o personales del Gobierno. Persigue o
encubre con el mismo fervor. Lo hace siempre en nombre de la necesidad política
de los que mandan. Ella hizo una larga carrera en la Justicia (era fiscal de
Cámara antes de ser nombrada procuradora general de la Nación; es decir, jefa
de todos los fiscales), pero es probable que su futuro sea tan corto como el
del gobierno que se va.
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Ayer
lo removió al fiscal Guillermo Marijuan de un cargo clave, que venía ocupando
de manera interina. Poco antes, Marijuan había denunciado que su jefa está
nombrando a personas sin calificación ni idoneidad en cargos de fiscales. Como
es su costumbre, Gils Carbó dobló la apuesta en el acto: lo echó de esa
fiscalía y se dedicó a nombrar a varios fiscales, cerca de 20, que le
permitirían al oficialismo tener bajo control las investigaciones por hechos de
corrupción. Es el avance más espectacular del kirchnerismo sobre la Justicia.
Muchos de esos nombramientos están previstos por el nuevo Código Procesal
Penal. Las designaciones son curiosas, por lo menos, porque nadie sabe con
precisión cuándo podrá ponerse en total vigencia el nuevo Código Procesal.
La
transferencia del poder de la investigación de los jueces a los fiscales, que
es lo que dispone el flamante Código, necesita de leyes complementarias y de
una nueva infraestructura judicial que requerirán mucho tiempo para su
implementación. Lo único que se puede hacer en el acto es el nombramiento de
los fiscales (el número de designaciones puede llegar a 1700), aunque la
mayoría tendrá por ahora la ocupación de cobrar el sueldo a fin de mes o de
hacer los menesteres requeridos por Gils Carbó. Es un caso muy parecido, aunque
no idéntico, al de la elección por el voto directo de los legisladores del
Parlasur; estarán, pero nadie sabe para qué servirán.
Puede
preverse, sin embargo, la orientación de esas designaciones de la jefa de los
fiscales. Marijuan fue reemplazado en el acto por dos fiscales que militan en
Justicia Legítima, una corriente judicial cristinista que tiene en Gils Carbó a
su santa y patrona. Ella misma nombró al fiscal Carlos Gonella al frente de la
Procuraduría contra la Criminalidad Económica (Procelac). La primera gestión de
Gonella en el cargo le mereció un procesamiento, que todavía está vigente, por
parte del juez Marcelo Martínez de Giorgi. Resulta que Gonella intentó desviar
la causa por lavado de dinero contra Lázaro Báez, el socio comercial confeso de
Cristina Kirchner. Gonella omitió requerir una investigación sobre Báez y se
dedicó sólo a perseguir a Leonardo Fariña y a Federico Elaskar, los dos
supuestos valijeros de Báez.
Desde
las propias oficinas de Gils Carbó se hizo circular en los últimos días, entre
todos los fiscales del país, un documento para defender a Gonella ante la
Cámara Federal que está analizando la decisión del juez Martínez de Giorgi. Los
fiscales se presentan como amicus curiae (amigo del tribunal) y en ese escrito
le hacen devastadoras críticas a Martínez de Giorgi. Gonella es el mismo fiscal
que fue declarado en rebeldía por el juez Claudio Bonadio porque faltó tres
veces a las citaciones del magistrado en el marco de otra causa contra él. Los
fiscales de Gils Carbó son así: fanatizados ideológicamente, convencidos de
servir a una revolución improbable, dispuestos a encubrir pequeñas o grandes
corruptelas en nombre de una causa tan heroica como desconocida.
Gils
Carbó ya había tenido problemas con su anterior jefe, Esteban Righi, quien la
precedió en su actual cargo. Righi, que cuenta con una larga historia en el
peronismo, fue prácticamente destituido del cargo por el vicepresidente Amado
Boudou en los primeros tiempos del caso Ciccone. Boudou fue procesado luego en
esa causa, pero Righi ya se había ido a su casa. Gils Carbó denunció en su
momento a Righi porque se sentía presionada por él para actuar contra el
Gobierno, según dijo. En rigor, Righi sólo le pidió que moderara su ardor
cristinista en el ejercicio de fiscal de Cámara. Pero Gils Carbó no entendió nunca
la diferencia entre moderar una defensa y actuar en contra. Ella es como su
jefa política, Cristina Kirchner: en este mundo sólo hay amigos o enemigos.
Aunque entre ellos no
se hablan, las segundas líneas de Mauricio Macri y Sergio Massa ya han
conversado sobre qué harán con los estragos de Gils Carbó en caso de que uno de
ellos sucediera a la actual presidenta. La eventual destitución de la jefa de
los fiscales necesitaría de los dos tercios del Congreso, pero el solo proceso
de un juicio político (que es público) suele ser un peligro que instiga la
renuncia. Por lo demás, esos dirigentes políticos evaluaron la posibilidad de
declarar en comisión a todo el personal del Estado nombrado en los últimos dos
años. Cristina y Gils Carbó hacen gestos desesperados para asegurarle impunidad
judicial a una especie política en extinción. Inútiles y torpes, como todos los
gestos desesperados.