El riquísimo significado moral de los sencillos objetos caseros
AMBIENTES, COSTUMBRES, CIVILIZACIONES
El
perfil expresivo de ese hombre recostado en una butaca conserva restos
de la fuerza de otrora. Algo imponderable y muy nítido hace ver que se
trata de una persona gastada, un viejo tal vez, o alguien que se
encuentra en la orla de la vejez, y que la enfermedad o las añoranzas
consumieron precozmente.
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A su alrededor, y sirviéndole de marco, cuántas
evocaciones surgen, por la voz de los objetos apaciblemente caseros, en
esa penumbra acogedora, hecha de sombras fraternalmente armonizadas con
un espléndido chorro de luz matutina. En una palabra, ¡cuánto ambiente
puede haber en el sencillo cuarto de un anciano!
Desde esa butaca hecha para un reposo con dignidad —”otium cum
dignitate”— ese hombre, inundado por la luz que brilla sin quemar, ve
por la ventana ampliamente abierta, todo un panorama. Situación propicia
para considerar de lejos y desde arriba las personas, las cosas, el
pasado y la vida. Precisamente las grandes consideraciones que son la
distracción de los ancianos, el fruto más alto de su experiencia, y su
mejor preparación para la eternidad.
Reflexiones tales exigen un habitat lleno de quietud, en el
que el alma pueda volar hacia las altas regiones, y las cosas sirvan
amablemente al cuerpo, para que él no la perturbe. La mirada puede posar
distendida, en esas penumbras bizarras y amigas, en las que objetos
familiares perpetúan una belleza sin pretensiones y afable. Sobre una
fuerte mesa de madera tallada, un panecillo que queda de la última
comida, un pintoresco jarrón y unas grandes flores un tanto rústicas.
Todo es decente, agradable, serio y al mismo tiempo ameno. Y cuando el
alma, cansada de consideraciones más altas, quiere distraerse, tiene
realmente con qué entretenerse. Tiene el gatito que representa en el
cuadro un factor de vivacidad, gracia y fantasía. Tiene el suelo de
piedra o de ladrillo, cuyas baldosas quebradas tienen tanta gracia a la
luz del sol, tiene la mesa que evoca tantas comidas familiares de otros
tiempos, tiene las flores que constituyen una nota de animación y
alegría, tiene cada una de estas cosas y, mucho más que todo esto, tiene
el conjunto de todas ellas, esto es, tiene ambiente…
Nada es superfluo, ni excesivamente arreglado, ni intenta parecer más rico de lo que es.
Las cosas son lo que son, y forman una atmósfera llena de
significados morales, tan provechosa para el alma cuanto lo son para el
cuerpo el aire libre y el sol que el anciano parece sorber a grandes
tragos.
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Plinio Corrêa de Oliveira, in Catolicismo Nº 108 – Diciembre de 1959