EL JUEGO DE LAS DIFERENCIAS
Hay dos personajes que, desde hace ya un
buen tiempo, no cesan de avergonzar a todos los argentinos frente al mundo.
Ellos son, claro, el Papa Francisco y la Presidente Cristina Kirchner. A tal
punto llega nuestra desolación que es frecuente leer comentarios en blogs
católicos donde se dice, por ejemplo, que Bergoglio es “como el resto de los
argentinos”, o que “no podía esperarse otra cosa de un argentino”. Y tienen
razón sólo en parte, o bien, tienen la razón que tienen todas las
generalizaciones. Debo decir con pesar que, en las últimas décadas, la mayoría
de los argentinos forma parte del grupo al que pertenecen el Papa y la primera
mandataria. Pero hay otros argentinos, entre los cuales me cuento, que no somos
de esa calaña. Somos pocos, y cada vez menos, pero estamos.
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No me interesa escribir una entrada
plañidera. No es cosa de caballeros deshacerse en lágrimas y secar los trapos
al sol pero sí lo es señalar lo que evidencia a estos personajes calamitosos
quienes, a su paso, infringen daños irreparables a un país y a la Iglesia toda.
Y la cuestión es que los acontecimientos
de los últimos días han mostrado ya, y de un modo palmario, las innegables
similitudes que tienen el Pontífice con la Presidente. Veamos aquí algunas de
ellas:
1.
La filiación política: Ambos son hijos de San Perón. Como escribe el blog In
Exspectatione, ambos poseen las “habilidades adquiridas en la escuela de aquel
santo doctor y fundador de impar progenie”. Perón y su movimiento fue el
sepulturero de la Argentina que supo ser hasta el año ’40. Es verdad que había
mucho para enterrar: era un país con una selecta y eficiente clase dirigente
pero liberal y masona, muchas veces anticlerical y que privilegiaba sus
vínculos con los sectores occidentales liberales y masones de Francia,
Inglaterra o los Estados Unidos. El problema es que, con todo eso, se sepultó
la posibilidad de una clase dirigente y, desde ese momento, el país estuvo
gobernado por los parias, es decir, por representantes de las clases inferiores
incapaces de toda incapacidad para el gobierno y la administración de la cosa
pública. Quienes debieran haber cumplido su rol en el teatro de la vida -diría
Epicuro- en el honrado oficio de vendedores callejeros de achuras o menajes con
el cual se habrían honrado a sí mismos y a la sociedad, se convirtieron en
senadores, gobernadores y presidentes de una república. Perón y el peronismo
des-ordenaron la sociedad; se mezclaron los papeles; su confundieron los roles;
se ensució la política. Y esta es una situación irreversible. Argentina nunca
más volverá a ser lo que fue: la nación líder en Latinoamérica por su
educación, su cultura y su economía.
2.
El peronismo de ambos explica la desvergonzada duplicidad de discursos. Lo
hemos visto hasta el hartazgo en el Papa Francisco, diciendo siempre lo que la
platea que tiene enfrente desea escuchar, sin importarle que sea exactamente lo
contradictorio a lo que dijo un día antes o a las mismas proposiciones de la
fe. Omar Bello, uno de los biógrafos del Papa, cuenta el caso de un alto empleado
de la curia porteña que fue echado de su trabajo por orden del entonces
cardenal Bergoglio. Cuando el pobre hombre se acercó al cardenal para
consultarle los motivos de su despido, éste le dijo: “¡Qué te hicieron! Son los
viejos empleados de la Curia. No puedo hacer nada. Me torcieron el brazo”. Y
así, todos en paz. Bergoglio le dice a los periodistas que los católicos deben
controlar la procreación, abriendo disimuladamente una puerta a la
contracepción y, un día después, le dice a los católicos que las familias
numerosas son una bendición. Y de estos ardides, ¿cuántos llevamos desde el
inicio de su pontificado? Cristina, por su parte, en la última semana ha dado
un claro ejemplo de la misma política de cambio de discurso sin el menor
sonrojamiento de mejillas: el martes, el fiscal Nisman se había suicidado; el
jueves, en cambio, había sido asesinado. En 2011 Irán era un país terrorista y
en 2012 había que buscar un entendimiento a través de una Comisión de la
Verdad. Para ambos peronistas, la verdad, y con ella la realidad, no existen o
no tienen entidad apreciable: lo importante es el momento y la conveniencia que
marcan las circunstancias. Ayer, era conveniente echar a un funcionario; hoy,
cuando soy interpelado por él, es conveniente mostrarme solidario en su
desgracia: ¡Qué te hicieron! Doble discurso o mentira a secas sin rubores.
3. Si bien ambos, Bergoglio y Cristina, son
parlanchines y les gusta extenderse en palabras y alocuciones, necesitan, sin
embargo, de intérpretes que popularicen sus discursos y deseos. Estos
lenguaraces suelen ser personajes impresentables que no pasan de paniaguados. En el caso de la
presidente argentina, tenemos especímenes como Capitanich y Aníbal Fernández,
la espantosa Diana Conti o el católico Julian Dominguez. El Romano Pontífice,
en cambio, usa a su ceremoniero Karcher o a su secretario Pedacchio y, cuando
la cosa se pone pesada y estos dos pobres infelices son insuficientes, recurre
al P. Lombardi o, como en el último caso, a Mons. Becciu.
4.
Bergoglio y Cristina poseen, además, otra característica en común bastante más
profunda de las anteriores: ambos son descastados, es decir, no poseen un grupo
social de pertenencia. No están adscriptos e identificados a clase o colectivo
social determinado lo cual genera en ellos una fuerte dosis de resentimiento.
Cristina Fernández, por ejemplo, es hija natural de una mujer que, en su época,
era obrera fabril e hincha fanática de fútbol, y que luego que se casa con un
colectivero. Su hija jamás aceptó al padrastro y siempre buscó el ascenso
precipitado de clase. Cuando joven, cuentan sus biógrafos, era habitual verla
asistir a los partidos de rugby, caminando por sus canchas enlodadas con tacos
aguja, en busca de algún pretendiente que perteneciera a familias distinguidas cuyos
hijos practicaban ese aristocrático deporte. Bergoglio, por su parte y como lo
narra el mismo Omar Bello, ha negado siempre a sus padres. Relata que, en una
ocasión, hablando con él en su despacho, le preguntó si la mujer mayor de un
pequeño retrato que había allí había era su madre. El cardenal le respondió que
no, que era la mujer que lo había criado a él y a sus hermanos y por la cual,
una vez que ingresó a la Compañía de Jesús, nunca más se había interesado.
Muchos años después, cuando ya era arzobispo de Buenos Aires, la mujer se había
acercado al arzobispo a pedir ayuda porque estaba sumida en la pobreza.
Bergoglio no quiso atenderla y la hizo echar. Tiempo después la buscó, pero era
tarde: ya había fallecido en la miseria. La anécdota indica una personalidad
particular: no tiene la foto de su madre pero sí la de una empleada doméstica,
que había sido muy cercana a él, pero de la que se había desentendido durante
décadas. Este renegar y no reconocerse en los suyos produce el resentimiento
que se manifiesta de diversos modos. En Cristina, por ejemplo, cargándose de
joyas carísimas, Rolex y carteras Vuitton pero, al mismo tiempo hablando
delicias de los pobres trabajadores y pestes de la clase media y de los dueños
del campo. Bergoglio criticando por televisión a los dirigentes de Cáritas que
concurrían a un festejo a un caro restaurante de Puerto Madero y no perdiendo
ocasión de mostrar su despecho por todo lo que implique cierta distinción,
bueno gusto o meramente cultura, mientras alquila la Capilla Sixtina y los
Jardines Vaticanos a los usuarios europeos de Porsche.
5.
Ambos personajes están rodeados de una corte de aplaudidores incondicionales.
La mayor parte de los argentinos no podemos soportar los discursos en cadena
nacional de nuestra presidente en los que, rodeada de ministros, legisladores y
empresarios, se desliza entre aplausos y ovaciones a cada una de sus
afirmaciones o bromas tontas. En el otro caso, cualquiera puede ver, por
ejemplo, el video de la conferencia de prensa del papa Francisco a su regreso
de las Filipinas. El P. Lombardi, la inefable Piqué junto con su marido, el ex
sacerdote Jerry O’Connell, se deshacen a carcajadas con cada una de las
vulgaridades pontificias: conejos copuladores, patadas en “donde no da el sol”,
etc.
6.
Bergoglio y Cristina, también, tienen una particular inclinación y gusto por
romper con las normas del protocolo y la buena educación. Así como Francisco
decidió usar sotana blanca casi transparente con pantalones y zapatos negros,
Cristina decidió que sus edecanes debían ser mujeres, para lo cual produjo un
verdadero estropicio en las Fuerzas Armadas para que las señoras militares que
se dedicaban a sus oficios de médicas ascendieran al grado de coronel. Mientras
Francisco le dio una silla y un sanguchito de mortadela al guardia suizo que lo
custodiaba, Cristina y los suyos se mataban de risa, y de desprecio, cuando los
jefes de su guardia personal cumplían los rituales acostumbrados a su llegada a
la Casa de Gobierno. Mientras Francisco despreció el usó de las seculares
insignias pontificias, Néstor Kirchner jugueteó con el bastón de mando
presidencial cuando le fue entregado. Mientras el Papa no asistió, sin aviso
previo, a un concierto en su honor que se realizaba en el Aula Pablo VI, los
Kirchner dejaron plantada a la reina Beatriz de Holanda en la comida que la
soberana daba en su honor en su visita de estado a la Argentina.
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