martes, 3 de febrero de 2015

EL JUEGO DE LAS DIFERENCIAS

EL JUEGO DE LAS DIFERENCIAS
   
 Hay dos personajes que, desde hace ya un buen tiempo, no cesan de avergonzar a todos los argentinos frente al mundo. Ellos son, claro, el Papa Francisco y la Presidente Cristina Kirchner. A tal punto llega nuestra desolación que es frecuente leer comentarios en blogs católicos donde se dice, por ejemplo, que Bergoglio es “como el resto de los argentinos”, o que “no podía esperarse otra cosa de un argentino”. Y tienen razón sólo en parte, o bien, tienen la razón que tienen todas las generalizaciones. Debo decir con pesar que, en las últimas décadas, la mayoría de los argentinos forma parte del grupo al que pertenecen el Papa y la primera mandataria. Pero hay otros argentinos, entre los cuales me cuento, que no somos de esa calaña. Somos pocos, y cada vez menos, pero estamos.
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     No me interesa escribir una entrada plañidera. No es cosa de caballeros deshacerse en lágrimas y secar los trapos al sol pero sí lo es señalar lo que evidencia a estos personajes calamitosos quienes, a su paso, infringen daños irreparables a un país y a la Iglesia toda.
     Y la cuestión es que los acontecimientos de los últimos días han mostrado ya, y de un modo palmario, las innegables similitudes que tienen el Pontífice con la Presidente. Veamos aquí algunas de ellas:
1. La filiación política: Ambos son hijos de San Perón. Como escribe el blog In Exspectatione, ambos poseen las “habilidades adquiridas en la escuela de aquel santo doctor y fundador de impar progenie”. Perón y su movimiento fue el sepulturero de la Argentina que supo ser hasta el año ’40. Es verdad que había mucho para enterrar: era un país con una selecta y eficiente clase dirigente pero liberal y masona, muchas veces anticlerical y que privilegiaba sus vínculos con los sectores occidentales liberales y masones de Francia, Inglaterra o los Estados Unidos. El problema es que, con todo eso, se sepultó la posibilidad de una clase dirigente y, desde ese momento, el país estuvo gobernado por los parias, es decir, por representantes de las clases inferiores incapaces de toda incapacidad para el gobierno y la administración de la cosa pública. Quienes debieran haber cumplido su rol en el teatro de la vida -diría Epicuro- en el honrado oficio de vendedores callejeros de achuras o menajes con el cual se habrían honrado a sí mismos y a la sociedad, se convirtieron en senadores, gobernadores y presidentes de una república. Perón y el peronismo des-ordenaron la sociedad; se mezclaron los papeles; su confundieron los roles; se ensució la política. Y esta es una situación irreversible. Argentina nunca más volverá a ser lo que fue: la nación líder en Latinoamérica por su educación, su cultura y su economía.
2. El peronismo de ambos explica la desvergonzada duplicidad de discursos. Lo hemos visto hasta el hartazgo en el Papa Francisco, diciendo siempre lo que la platea que tiene enfrente desea escuchar, sin importarle que sea exactamente lo contradictorio a lo que dijo un día antes o a las mismas proposiciones de la fe. Omar Bello, uno de los biógrafos del Papa, cuenta el caso de un alto empleado de la curia porteña que fue echado de su trabajo por orden del entonces cardenal Bergoglio. Cuando el pobre hombre se acercó al cardenal para consultarle los motivos de su despido, éste le dijo: “¡Qué te hicieron! Son los viejos empleados de la Curia. No puedo hacer nada. Me torcieron el brazo”. Y así, todos en paz. Bergoglio le dice a los periodistas que los católicos deben controlar la procreación, abriendo disimuladamente una puerta a la contracepción y, un día después, le dice a los católicos que las familias numerosas son una bendición. Y de estos ardides, ¿cuántos llevamos desde el inicio de su pontificado? Cristina, por su parte, en la última semana ha dado un claro ejemplo de la misma política de cambio de discurso sin el menor sonrojamiento de mejillas: el martes, el fiscal Nisman se había suicidado; el jueves, en cambio, había sido asesinado. En 2011 Irán era un país terrorista y en 2012 había que buscar un entendimiento a través de una Comisión de la Verdad. Para ambos peronistas, la verdad, y con ella la realidad, no existen o no tienen entidad apreciable: lo importante es el momento y la conveniencia que marcan las circunstancias. Ayer, era conveniente echar a un funcionario; hoy, cuando soy interpelado por él, es conveniente mostrarme solidario en su desgracia: ¡Qué te hicieron! Doble discurso o mentira a secas sin rubores.
3.  Si bien ambos, Bergoglio y Cristina, son parlanchines y les gusta extenderse en palabras y alocuciones, necesitan, sin embargo, de intérpretes que popularicen sus discursos y deseos. Estos lenguaraces suelen ser personajes impresentables  que no pasan de paniaguados. En el caso de la presidente argentina, tenemos especímenes como Capitanich y Aníbal Fernández, la espantosa Diana Conti o el católico Julian Dominguez. El Romano Pontífice, en cambio, usa a su ceremoniero Karcher o a su secretario Pedacchio y, cuando la cosa se pone pesada y estos dos pobres infelices son insuficientes, recurre al P. Lombardi o, como en el último caso, a Mons. Becciu.
4. Bergoglio y Cristina poseen, además, otra característica en común bastante más profunda de las anteriores: ambos son descastados, es decir, no poseen un grupo social de pertenencia. No están adscriptos e identificados a clase o colectivo social determinado lo cual genera en ellos una fuerte dosis de resentimiento. Cristina Fernández, por ejemplo, es hija natural de una mujer que, en su época, era obrera fabril e hincha fanática de fútbol, y que luego que se casa con un colectivero. Su hija jamás aceptó al padrastro y siempre buscó el ascenso precipitado de clase. Cuando joven, cuentan sus biógrafos, era habitual verla asistir a los partidos de rugby, caminando por sus canchas enlodadas con tacos aguja, en busca de algún pretendiente que perteneciera a familias distinguidas cuyos hijos practicaban ese aristocrático deporte. Bergoglio, por su parte y como lo narra el mismo Omar Bello, ha negado siempre a sus padres. Relata que, en una ocasión, hablando con él en su despacho, le preguntó si la mujer mayor de un pequeño retrato que había allí había era su madre. El cardenal le respondió que no, que era la mujer que lo había criado a él y a sus hermanos y por la cual, una vez que ingresó a la Compañía de Jesús, nunca más se había interesado. Muchos años después, cuando ya era arzobispo de Buenos Aires, la mujer se había acercado al arzobispo a pedir ayuda porque estaba sumida en la pobreza. Bergoglio no quiso atenderla y la hizo echar. Tiempo después la buscó, pero era tarde: ya había fallecido en la miseria. La anécdota indica una personalidad particular: no tiene la foto de su madre pero sí la de una empleada doméstica, que había sido muy cercana a él, pero de la que se había desentendido durante décadas. Este renegar y no reconocerse en los suyos produce el resentimiento que se manifiesta de diversos modos. En Cristina, por ejemplo, cargándose de joyas carísimas, Rolex y carteras Vuitton pero, al mismo tiempo hablando delicias de los pobres trabajadores y pestes de la clase media y de los dueños del campo. Bergoglio criticando por televisión a los dirigentes de Cáritas que concurrían a un festejo a un caro restaurante de Puerto Madero y no perdiendo ocasión de mostrar su despecho por todo lo que implique cierta distinción, bueno gusto o meramente cultura, mientras alquila la Capilla Sixtina y los Jardines Vaticanos a los usuarios europeos de Porsche.
5. Ambos personajes están rodeados de una corte de aplaudidores incondicionales. La mayor parte de los argentinos no podemos soportar los discursos en cadena nacional de nuestra presidente en los que, rodeada de ministros, legisladores y empresarios, se desliza entre aplausos y ovaciones a cada una de sus afirmaciones o bromas tontas. En el otro caso, cualquiera puede ver, por ejemplo, el video de la conferencia de prensa del papa Francisco a su regreso de las Filipinas. El P. Lombardi, la inefable Piqué junto con su marido, el ex sacerdote Jerry O’Connell, se deshacen a carcajadas con cada una de las vulgaridades pontificias: conejos copuladores, patadas en “donde no da el sol”, etc.
6. Bergoglio y Cristina, también, tienen una particular inclinación y gusto por romper con las normas del protocolo y la buena educación. Así como Francisco decidió usar sotana blanca casi transparente con pantalones y zapatos negros, Cristina decidió que sus edecanes debían ser mujeres, para lo cual produjo un verdadero estropicio en las Fuerzas Armadas para que las señoras militares que se dedicaban a sus oficios de médicas ascendieran al grado de coronel. Mientras Francisco le dio una silla y un sanguchito de mortadela al guardia suizo que lo custodiaba, Cristina y los suyos se mataban de risa, y de desprecio, cuando los jefes de su guardia personal cumplían los rituales acostumbrados a su llegada a la Casa de Gobierno. Mientras Francisco despreció el usó de las seculares insignias pontificias, Néstor Kirchner jugueteó con el bastón de mando presidencial cuando le fue entregado. Mientras el Papa no asistió, sin aviso previo, a un concierto en su honor que se realizaba en el Aula Pablo VI, los Kirchner dejaron plantada a la reina Beatriz de Holanda en la comida que la soberana daba en su honor en su visita de estado a la Argentina.
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