Escándalo por la relación Verbitsky y la Fuerza Aérea en los 'años de plomo'
Adriana
Papas @adrigra1551: Verbitsky y Firmenich dos iguales muy iguales
ambos buchones, ambos traidores, ambos revolucionarios Nac & Pop que
ricurita de tipos
CIUDAD DE BUENOS AIRES (Urgente24). Hasta ahora, lo que se conocía era la carta de Pedro José Güiraldes, el hijo del fallecido comodoro Juan José Güiraldes, al diario Página/12, a pedido del propio Horacio Verbitsky, para aclarar la relación entre su padre y el presidente del Centro de Estudios Legales y Sociales (Cels).
El ex jefe y ex allegado de Verbitsky, Jorge Lanata,
había embestido durísimo contra el columnista principal del matutino
paragubernamental Página/12 (que fundó Lanata, dicho sea de paso pero no
era paragubernamental). Fue una respuesta a las críticas de
Verbitsky contra el desempeño de Jorge Omar Bergoglio cuando fue jefe de
los jesuitas argentinos, en los 'años de plomo'. Verbitsky le adjudicó un vínculo con Emilio Eduardo Massera y la Armada.
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Lanata arremetió contra el titular del Cels. En su columna llamada “Caza de Brujas”, además de criticar el cambio de postura del kirchnerismo sobre el papa Francisco,
el periodista del Grupo Clarín recordó que Verbitsky ingresó a la
revista “Confirmado”en agosto de 1965 y al año ya figuraba como Jefe de
Redacción. Lanata señaló que la revista comandada por Jacobo Timerman, y con el apoyo de quienes luego serían protagonistas de la Revolución Argentina, ayudó a derribar al presidente Arturo Illia.
Evidentemente
esos patrocinadores de "Confirmado" confiaban en Verbitsky, al igual
que Timerman, quien luego se lo llevó al diario "La Opinión".
En aquella columna, Lanata también puso el acento en el rol de Verbitsky en el área de Inteligencia de la organización guerrillera Montoneros y se preguntó cómo siendo el N°2 de Inteligencia, detrás de Rodolfo Walsh (afirmación muy cuestionadas por historiadores, vale la pena recordar), Verbistsky pudo permanecer en el país.
Más aún. Lanata recordó que, según el propio Pedro Güiraldes, hijo del comodoro
Juan José Güiraldes (quien, según Levinas, en 1976 habría tenido
escondido a Verbitsky en la estancia La Santa María, en San Antonio de
Areco), Verbitsky colaboró
“en el libro ‘El poder aéreo de los argentinos’, y también en la
corrección de discursos del jefe de la Fuerza e integrante de la Junta
Militar”.
El texto fue un bálsamo para las heridas al ego y la credibilidad de Verbitsky que le había provocado el rumor de que él había mantenido un vinculo con la Fuerza Aérea Argentina, en días del Proceso de Reorganización Nacional, del que tanto abomina el añejo periodista militante:
"(...) Mi
padre –el Comodoro Juan José Güiraldes– y Verbitsky se apreciaban y
respetaban, coincidían en algunas cosas y pensaban distinto en otras.
Sus contactos eran la continuidad de la amistad de mi padre con Bernardo
–padre de Horacio– y su relación profesional comenzó a mediados de 1os
años ’60, en las revistas Primera Plana y Confirmado, de la segunda de
las cuales “El Comodoro” fue Director y “Horacito” uno de sus más
jóvenes redactores.
Hacia
1977, según sus propios dichos, Verbitsky había abandonado la
organización Montoneros, de la que fue uno de sus más importantes jefes.
Tiempo después de ello se acercó nuevamente a mi padre, apremiado
económicamente y en busca de ayuda.
En
esos días mi padre estaba escribiendo El Poder Aéreo de los Argentinos y
era el principal redactor de los discursos de los Comandantes en Jefe
de la Fuerza Aérea Argentina de los años 1977, 1978 y 1979: Agosti y
Graffigna. Verbitsky colaboró en la corrección del citado libro,
publicado en 1979 por la Dirección de Publicaciones del Círculo de la
Fuerza Aérea. Transcribo parte de su “Invocación. Agradecimiento y
Dedicatoria” (pág. 9): “Este libro no hubiera podido llegar a las
prensas de no haber recibido el permanente aliento y la eficaz
colaboración de Horacio Verbitsky”. Yo fui testigo, uno de varios, de
muchas de las innumerables reuniones de trabajo entre ambos, en la
oficina de mi padre, Paraguay 727/729, 4to. Piso, Of. 18, que años antes
compartiera con su entonces socio, Jacobo Timerman. Me consta además
que Horacio colaboró también en la corrección de los discursos, porque
mi padre me lo comentó específicamente.
El
vínculo y la colaboración de Verbitsky en temas de transporte
aerocomercial y otros siguieron durante años, luego de la restauración
democrática y hasta la muerte de mi padre en 2003.
Del
mismo modo continuaron los vínculos, afecto y excelentes relaciones de
mi padre con sus camaradas de armas hasta el último día de su vida. “El
Comodoro” fue enterrado con honores y acompañado por una guardia de la
Fuerza Aérea Argentina y otra de Granaderos.
Todos
sabemos que la década de los ’70 fue trágica y conocemos los atroces
acontecimientos de esos años de plomo y sangre, pero insistimos en
mirarlos con visión maniquea y pendular. Pasamos de “Los argentinos
somos derechos y humanos” o lo que es lo mismo: de la justificación de
la represión ilegal, a la “Juventud Maravillosa” o lo que es lo mismo:
la exaltación de las acciones terroristas. Así no damos lugar a la
reflexión serena, al aprendizaje a partir de los terribles errores y
crímenes cometidos.
Los
argentinos estamos llenos de contradicciones y en esto “el que esté
libre de pecado, que tire la primera piedra”. Pero no nos damos cuenta o
lo negamos arteramente. La relación de mi padre con Verbitsky es una
prueba cabal de las contradicciones que no queremos aceptar. Oficial
retirado de la Fuerza Aérea y conservador uno, izquierdista y montonero
notorio el otro, se respetaban y trabajaron juntos en temas en los que
coincidían. (...)".
Sin embargo, ahora
aparece documentación que probaría algo bien diferente: Verbitsky
habría trabajado contratado por la Fuerza Aérea como 'ghost reader'
(redactor de discursos y otros trabajos) para el brigadier general Omar Domingo Rubens Graffigna, quien fue el jefe de la Fuerza Aérea Argentina, entre los mandatos de Orlando Ramón Agosti y Basilio Arturo Ignacio Lami Dozo.
Se trata de la biografía sobre el titular del Cels que prepara Gabriel Levinas, quien afirma que pudo confirmar la autenticidad de las memorias del Instituto Argentino de Historia Aeronáutica Jorge Newbery, en las que aparece que “Verbitsky
firmó un contrato por el que recibió durante 6 meses una retribución
mensual de 700.000 pesos (a valores de hoy, unos 40.000 pesos al mes)
entre octubre de 1978 y marzo de 1979. La contratación fue autorizada y
pagada con un subsidio directo del Comando en Jefe. La reunión del
Instituto donde se informa del contrato con Verbitsky fue el 5 de
octubre de 1978”.
Jorge Lanata
comentó durante su programa matutino en Radio Mitre la existencia de
esa documentación novedosa en un texto próximo a llegar a las librerías.
Detodos modos, habría que recordar que Martin Edwin Andersen,
autor de libros como “Dossier Secreto: El mito de la guerra sucia"
(Sudamericana: 2000) y “La Policía: Pasado, Presente y Propuestas para
el Futuro" (Sudamericana, 2002), ex-corresponsal especial del The
Washington Post y del semanario Newsweek, publicó una nota en el sitio Offnews.info:
"La
polémica reciente entre el historiador Osvaldo Bayer y el periodista
Horacio Verbitsky publicado en el diario Río Negro me trajo un aluvión
de recuerdos sobre mi entonces amistad con él que esgrimió, durante la
década de los ’80, la frase “claudicación ética” como su estandarte
periodístico. Sin embargo, no fue Bayer, sino Jacobo Timerman, quién me
sugirió por primera vez que, en vez de “bandera canina”, debería haber
sido el lema autobiográfico del que fue, años antes, su aprendiz.
A
mediados de 1985, estuve cenando con Jacobo y su bella mujer, Risha, y
mi entonces esposa, Laura Dubcovsky, ya en séptimo mes de embarazo de
nuestra primera hija, en la casa del ex-director de La Opinión, ubicado
en el paquete bario Belgrano Chico. Por ese entonces, además de ser
corresponsal local para la revista Newsweek, le serví a Timerman de
traductor para las geniales notas que escribía a menudo para la edición
internacional de la revista.
Sabía
que Horacio había estado con Timerman en la década ’60 en la revista
pro-Onganía Confirmado, y después trabajaron juntos en La Opinión, antes
de que Horacio se fuera a trabajar como “embajador”—palabra que el usó
conmigo al hablar de su pasado dorado--de los montoneros frente el
gobierno nacionalista peruano de facto del general Juan Velasco
Alvarado.
Yo
conocí a Horacio poco antes que comenzaran los juicios a los
comandantes del Proceso militar en 1985. Había leído su “La Última
Batalla de la Tercera Guerra Mundial,” en que esgrimió algunos
argumentos sólidos sobre la alianza nefasta que el gobierno de mi país
estableció con los guerrilleros sucios argentinos en América Central.
Tenía obviamente un don para la palabra escrita, rasgo familiar dado que
su padre, Bernardo, el muy amado novelista (y amigo de Timerman), había
acuñado la frase “villa miseria,” después de uso popular al hablar de
los vecindarios pobres.
A
final de la cena Jacobo y Risha, una mujer cálida y fina, caminaron con
nosotros a la puerta de su departamento. Y, entusiasmado con la
coincidencia de que Horacio había sido discípulo de Timerman, le conté a
Jacobo que recientemente había establecido una amistad con Verbitsky.
Su
respuesta, sin embargo, me dejó sin ganas de continuar con el tema.
“¿No te parece muy raro,” remató Timerman, el preso político más famoso
durante aquel tiempo de plomo, “que Horacio, siendo ex oficial
montonero, seguía sin problemas en el país durante todo el Proceso?”.
Mientras Risha asintió vigorosamente con su cabeza, prosiguió: “¿Cómo se
explica eso?”
La
próxima vez que me encontré con mi nuevo amigo, abordé cautelosamente
lo que dijo Timerman. “Es una cosa de Jacobo,” sentenció Verbitsky, que
parecía que estaba irritado. “A veces tiene vetas macartistas”,
sentenció.
Me
explicó que la disputa entre los dos venía porque él, Verbitsky,
criticaba abiertamente a otro discípulo de Timerman, Pablo Giussani,
quién acababa de escribir una brillante pero polémica historia personal
sobre los montoneros que se llamaba: “La soberbia armada”.
(...)
Me dijo Verbitsky que los años del Proceso eran de mucho miedo para él y
su familia. “Por años no salí de mi casa. Mi mujer hacia las cosas que
teníamos que hacer afuera. Sobreviví como traductor de material que
algunos amigos mi hicieron llegar.” Era una versión que parecía creíble,
si uno creía que el que hablaba compartía la misma pasión por la
historia bien contada. Después me entere que no fue así.
Para
entender la ductilidad de Verbitsky en reescribir su propia historia,
vale reparar ahora lo que él dijo el 12 de diciembre de 1999 en Nueva
York, un mes después de la muerte de Timerman. Entre los que escucharon
las palabras en la Sinagoga del Rabino Marshall Meyer —ese si un fiel
amigo de Timerman— fueron oyentes de privilegio para un hombre que se
burlaba de la gente que lo llamaba cortésmente “Doctor,” cuando, según
me contó Verbitsky mismo, no tenía título universitario.
Aquella
vez estuvieron en la ceremonia, la feroz combatiente por los derechos
humanos Patricia Derian, el editorialista del New York Times Anthony
Lewis, y Ben Gilman, entonces presidente de la Comisión de Relaciones
Exteriores de la Cámara Baja norteamericana. También se leyeron cartas
de los ex-presidentes Jimmy Carter y Raúl Alfonsín (este último un
blanco predilecto de Verbitsky por sus “claudicaciones éticas”) y del
dramaturgo Arthur Miller, autor de la obra inolvidable “Incidente en
Vichy.”
El
discurso de Verbitsky se llamaba: “Un irlandés y un judío,” titulo
curioso que se explica solamente por el hecho que Verbitsky, al ser
biógrafo del “irlandés,” el ex-jefe de inteligencia montonero Rodolfo
Walsh, se perfiló como su heredero, entre los que desconocían las
andanzas del Perro en los meses posteriores a la muerte de Walsh en
1977.
“Como
viejo amigo de la familia y periodista que trabajó muchos años con
Jacobo, sus hijos Héctor y Javier me pidieron que anunciara la creación
de la beca Jacobo Timerman para que periodistas de América Latina cursen
estudios de postgrado en la Facultad de Periodismo de la Universidad de
Columbia,” Verbitsky comenzó.
“Timerman
trabajó como periodista durante cinco décadas y su nombre está asociado
con el de varias revistas y diarios que transformaron y modernizaron el
periodismo argentino,” dijo, sin profundizar, Verbitsky. “Desde su
secuestro por la dictadura militar que ensombreció a la Argentina,
Jacobo se convirtió en un símbolo de otro tipo. En ese siniestro período
casi un centenar de periodistas fueron desaparecidos, palabra que es
nuestra triste contribución al lenguaje universal”.
“La
prensa estaba controlada e incluso algunos editores aceptaban la
consigna militar de que la seguridad nacional era más importante que la
libertad de expresión,” dijo como horrorizado al recordarlo, Verbitsky.
“Pocos héroes se opusieron a esta lógica perversa, dentro y fuera de la
Argentina”.
“El
principal héroe de la resistencia interna fue Rodolfo Walsh, quien
organizó una agencia clandestina de noticias en las peores condiciones
imaginables, para obtener y difundir información sobre lo que estaba
ocurriendo. Walsh era de origen irlandés, y se enorgullecía de ello.
Timerman fue el más notorio denunciante de la Junta militar fuera del
país. Tuve el privilegio de trabajar en distintas épocas con ambos. De
ellos aprendí el violento oficio de escritor, como Walsh lo llamó.
Jacobo era judío y también se enorgullecía de serlo. Si el diario de
Timerman hubiera sido hostil a la Junta desde el primer día, su caso
hubiera sido explicable en pura clave política. Pero no fue así. Una
porción significativa de las clases medias sintió alivio por el
derrocamiento del corrupto y sangriento gobierno de Isabelita Perón y de
los escuadrones de la muerte del brujo López Rega. La Opinión reflejó
ese sentimiento. Pero Timerman era judío, mientras que el credo militar
era el de la Nación Católica”.
“Lo
acusaron de financiar su diario con fondos pagados a los Montoneros por
el rescate de los hermanos Born,” rememoró Verbitsky. “Esta acusación
era ilógica, porque La Opinión comenzó a publicarse en 1971 y los Born
pagaron el rescate en 1975. Los propios militares lo absolvieron en una
parodia de juicio, pero no lo dejaron en libertad. Porque era judío”.
(...)
“El
viernes pasado el tercer presidente civil electo consecutivo asumió el
gobierno en Buenos Aires,” advertió Verbitsky. “Las Fuerzas Armadas han
dejado de ser una sombra amenazante. Sin embargo, la democracia
argentina no es plena y madura. Los últimos días de vida de Timerman
fueron ensombrecidos por la designación como profesor en la Universidad
de Buenos Aires del general Teófilo Goyret, quien dirigió La Opinión
después del despojo. Me temo que sería prematuro decir: Jacobo, descansa
en paz.”
Al
leer el texto de su discurso, reproducido por Página/12, no sabía si
debería reaccionar con risa, bronca, tristeza, o una regia mezcla de los
tres. Aunque a Horacio no le faltaba la verdad al decir, “Pocos héroes
se opusieron a esta lógica (de seguridad nacional) perversa, dentro y
fuera de la Argentina,” a ser leal a los hechos, debería el mismo hablar
de su propia claudicación ética durante el Proceso.
Alrededor
de dos años antes que muriera Timerman, me enteré que Verbitsky se
había metido en su propio pasado clandestino durante la dictadura
militar algún “invento literario”.
(...)
Mientras que, después del despojo del diario de Timerman, el General
Goyret dirigió La Opinión, Verbitsky ayudó a Güiraldes a confeccionar
“El poder aéreo de los argentinos”, obra que fue dedicada por el militar
a la conducción de la Fuerza Aérea del Proceso. Y que fue publicado
apenas dos años después de que Walsh —de quién dice Verbitsky que
aprendió “el violento oficio de escritor”— escribiera “La Tres A son las
Tres Armas.”
(...)
Para ver cómo fueron los esfuerzos del Perro para embarrar la cucha de
su propio pasado, conviene reparar en una entrevista que le hizo el
periodista Uki Goñi el 14 de junio de 1995. Titulado: “Un periodista
bajo presión,” Verbitsky proclamaba que, después de que fue matado
Walsh, “continuaba (él) haciendo su trabajo por aproximadamente un año
más en una forma más o menos orgánica hasta que casi no había nadie acá
para participar en esa tarea; aparte de los que mataron, muchos más
dejaron el país... Yo sobreviví lo mejor que pude con los frutos de mi
máquina de escribir. Escribí un libro de cocina, otro sobre gimnasia
yoga, un libro sobre el transporte de carga aérea; siempre como autor
fantasma (ghost writer) para los que osaron contratarme en 1979, 1980, y
1981.”
(...)
El bienamado Emilio Mignone, el fundador del Centro de Estudios Legales
y Sociales (CELS; organismo que curiosamente Verbitsky ahora preside),
se quejo a mi más de una vez, que el Perro seguía identificándolo como
“ex-funcionario de la dictadura de Lanusse,” cuando más relevante (y
ciertamente más sensible a su dolor) hubiera sido solamente “padre de
una desaparecida” o, fundador de CELS. Los memoriosos también se
acordarán como el ahora abanderado argentino de la libertad de prensa
acudió con entusiasmo a participar en tertulias literarias cubanas. O
como Verbitsky escribió una nota extensa donde insinuó que el SIDA venía
de laboratorios gubernamentales estadounidenses; libelo que después,
con la caída del muro de Berlín, se mostró que fue un invento de alguna
usina de desinformación de la inteligencia soviética. Verbitsky, dijo de
su ex-compañero peronista revolucionario Rodolfo Galimberti, “tira m...
contra tod os, como si el meara agua bendita.”
(...)
Lo que define a Horacio Verbitsky ahora es que parece que le molesta
sobremanera que le midan con la misma vara con que él define a los
demás. Sin duda, ha ejercido un rol importante en el desarrollo de la
Argentina de hoy, tal vez más que cualquier otro de su profesión. Pero
justamente es ese rol el que sigue dando para hablar, y debería estar
tocado con honestidad por él, si quiere hacer un aporte real a un país
que todavía necesita sincerarse con su tremendo pasado. (...)".
Será
tan interesante conocer la documentación que se anticipa novedosa como
el descargo que tendrá que hacer Verbitsky, muy probablemente.
Según Levinas, documentos
posteriores precisan también que Verbitsky firmó un nuevo contrato en
marzo de 1981, colaboración con la Fuerza Aérea que se extendió
durante al menos cuatro años, entre 1978 y 1982. Para entonces, el
Instituto había sumado a los subsidios que recibía del Comando en
Jefe, los del Banco de la Ciudad de Buenos Aires, por gestión de uno de
sus directores, el brigadier Roberto Bortot.
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