LA LOCURA DEL DESARROLLO SOSTENIBLE
«Encontraréis
mejores cosas en los bosques que en los libros. Los árboles y las rocas
os enseñarán lo que ningún maestro humano puede enseñar» (San Bernardo
de Claraval).
Dios
ha puesto al hombre en la tierra para ejercer un poder: «sometedla y
dominadla» (Gn 1, 28c). El hombre tiene derecho a manejarla pero con la
ley de Dios, con el sentido común, que es lo que falta en muchos
discursos de gente que no sabe lo que es la ecología.
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Hay
que ver la naturaleza con reverencia, con un espíritu religioso, porque
es la obra de Dios. Hay que tratar a la naturaleza como Dios lo hace:
con sus leyes, con una ética y con una moral que conserve lo que Dios ha
creado.
No
hay que tratar a la naturaleza como algo sagrado, porque todo está
maldito por el pecado original: ni la creación ni la persona humana son
sagradas. Hay que cuidar la naturaleza como la obra de Dios, que exige
un orden divino en ella.
La
ecología debería ser un conocimiento profundo de la tierra: es decir,
un conocimiento religioso de la tierra. Y, por tanto, una toma de
conciencia de cuál es la capacidad del hombre en la obra de la creación
de Dios. ¿Hasta dónde el hombre es capaz, tiene poder para someter y
dominar lo que Dios ha creado, y que la sigue manteniendo en su
Providencia? ¿Qué quiere Dios que el hombre obre en Su Creación? ¿Cómo
hay que dominarla y someterla en la Voluntad de Dios?
Hoy,
la mayoría de los ecologistas se han vuelto idólatras: niegan a Dios y
promueven leyes en contra de la ley de Dios: aborto, derechos de los
homosexuales, eutanasia, etc. Ninguno de ellos busca la Voluntad de Dios
en la naturaleza: no buscan el conocimiento religioso de la tierra,
sino una iluminación diabólica para conseguir que la creación sea un
nido de maldad, regida sólo por poderes ocultos.
«Hoy
día, la quema cada vez más acelerada de los combustibles fósiles, que
nuestra maquinaria económica potencia, están alterando el delicado
equilibrio ecológico a escala casi insondable» (Cardinal Peter K.A. Turkson, 28 de abril del 2015):
la relación causa-efecto entre los combustibles fósiles y el cambio
climático. Esto es volver a las cavernas del pensamiento humano, y
generar la confusión entre la teoría científica del cambio climático y
las acciones morales humanas.
Están
todos preocupados porque ven que se gasta el gas, el petróleo; que esas
energías no se usan adecuadamente, y entonces caen en un absurdo: la combustión acelerada de los combustibles fósiles producen los cambios climáticos. Esto es un pensamiento cavernícola, propio de la nueva y falsa jerarquía de la Iglesia.
La
naturaleza se rebela contra el hombre sólo por su pecado, por su mala
acción moral. La naturaleza no se rebela contra el hombre porque se
quemen de forma no recta o acelerada los combustibles.
Todo
el problema es que ven lo que no es: «el planeta Tierra, el jardín que
nos fue dado como nuestra casa». ¡No estamos en el jardín del Paraíso!
Dios expulsó al hombre «del jardín de Edén, a labrar la tierra de que
había sido tomado». Y «puso delante del jardín de Edén un querubín» (Gn
3, 23.24).
La
tierra no es un jardín ni el hombre es parte de la naturaleza: «El ser
humano es parte de la naturaleza» (C. Turkson). Vivimos en una
naturaleza creada por Dios, pero no estamos unidos a esa naturaleza. La
integración en la naturaleza es sólo participar exteriormente de ella.
El ser humano vive con otras naturalezas, pero no las crea, no las
transforma, no se une a ellas en ninguna manera. El ser humano es el rey
de la creación, no una parte de la creación.
«Hagamos
al hombre…para que domine» (Gn 2, 1) sobre todas las demás naturalezas.
Ejercer el dominio es algo más que participar de la naturaleza.
La
falsa jerarquía, que gobierna falsamente la Iglesia, niega el pecado
original y, por lo tanto, va en busca del paraíso perdido. Quiere
construir, con sus grandes pensamientos humanos, con su verborrea
insoportable, una ideología barata para solucionar los problemas de los
hombres. Ni los soluciona ni saben hablar con propiedad de la obra de la
creación divina.
Ellos
parten de un principio equivocado: «somos hechos en la imagen y
semejanza de Dios, y por lo tanto, (los hombres) poseen una dignidad
innata que nunca puede ser negada, degradad o denigrada» (C. Turkson).
Se olvidan del pecado original, por el cual la obra de Dios, no sólo en
la Creación, sino en el hombre, se degrada, se niega, se denigra.
Toda
esta jerarquía, que ha perdido la cabeza, ven a todos los hombres como
justos, como santos, como divinos, como celestiales, por ser imagen y semejanza de Dios. Y en ese pensamiento se quedan para poder explicar el mal en la creación y en el mundo.
Ven
todo como bueno: «También significa reconocer que todo lo que Dios ha
creado es bueno, precioso y valioso» (C. Turkson). Pero no son capaces
de ver la obra del pecado. No ven la realidad de esa maldad, sino que se
inventan el concepto de pecado, el concepto de mal, según sus
intereses, sus negocios en sus vidas.
Como
ya el pecado no es una ofensa del hombre a Dios, entonces hay que ver
el mal del cambio climático en el mal de la quema de los combustibles
fósiles. Es un mal científico. No se queman bien esos combustibles… Se
queman aceleradamente… Los hombres no saben quemar de manera apropiada…
Y
con esta mentalidad, se hacen vaticinios apocalípticos: «En nuestra
imprudencia, estamos atravesando algunos de los más fundamentales
límites naturales del planeta… La misma tecnología que ha traído un gran
beneficio es, ahora, un veneno que trae una gran ruina. Los desastres
relacionados con el clima son una realidad tanto para los países pobres,
que están en los márgenes de la economía moderna, como para aquellos
que están en el corazón….Todos ellos están a merced de la furia de la
naturaleza» (C. Turkson).
¿Captan el discurso apocalíptico?
¿Quién
es el culpable de todo esto? ¿Es el hombre el que lleva al cambio
climático con sus ciencias, técnicas, etc…? ¿O es el cambio climático,
la furia de la naturaleza, lo que impulsa el desastre de tener países
pobres, de estar en el riesgo de que se acaben los alimentos, las
energías fósiles (gas, petróleo…), de presenciar la quiebra de una
economía global que no sirve, que no ayuda a las sociedades para vivir
dignamente?
Este es el mismo problema de Galileo: ¿es el Sol el que gira en torno a la tierra o es la tierra la gira en torno al Sol?
¿Cómo
es posible que la tecnología sea un bien para la creación y al, mismo
tiempo, un mal? ¿Qué cosa cambió en ella para convertirse en un veneno
para la creación?
Si
hay desastres naturales, si hay un cambio climático, ¿eso incide en la
economía de los países? ¿Es el culpable el desastre natural de que la
economía ya no sirva? ¿Hay que buscar otra economía –un desarrollo sostenible– porque la naturaleza se revuelve contra el hombre? ¿Es posible encontrar un desarrollo sostenible que no ponga en furia a la naturaleza
¿Por
qué los hombres sufren? ¿Por el cambio climático o por su pecado? ¿Por
qué no han sido capaces de encontrar ese gobierno mundial que cuide a
los hombres y al planeta?
¿Por qué la naturaleza se rebela contra el hombre? ¿Por qué obedece a Dios o por el pecado de los hombres?
¿Cuál
es la solución a todo esto? Quitar el pecado. Solución que a nadie
interesa. Todos se olvidan de que Dios sigue guiando Su Creación, y que
por más maldad que el hombre ponga en Ella, a causa de su pecado, ni se
acaban los combustibles fósiles, ni los terremotos o los cambios
climáticos degradan al hombre, lo anulan, ni lo denigran.
La
tierra está maldita por causa del pecado original. Esto es lo que todo
el mundo olvida: «Por ti será maldita la tierra» (Gn 3, 17c). Es la
maldición que trae la obra del pecado original. En esa maldición, la
tierra sufre por el pecado de los hombres. Pero ningún pecado del hombre
puede acabar ni con el hombre ni con los recursos naturales que hay en
la creación.
El
pecado del hombre hará la vida más complicada para el mismo hombre. Y
lo que parece un cambio climático es sólo la justica de Dios en la misma
obra de la creación. Porque todo el universo obedece sólo a Dios, no a
los hombres. Y por más que los hombres transformen lo creado, no pueden
anular ni destruir lo creado. Siempre habrá recursos naturales para
todos los hombres. El hombre sólo tiene que trabajar la tierra, como
Dios le mandó al expulsarlo del Paraíso. Y este es todo el problema:
saber trabajar la tierra. Saber poner la Voluntad de Dios cuando se
trabaja la tierra. Pero esto es lo que no enseña la falsa jerarquía.
¿Qué
es lo que proponen en la iglesia de Bergoglio? El ecumenismo ecológico:
todas las religiones unidas para un compromiso de una nueva y falsa
moral, que la ONU lidera.
«Cada persona y cada comunidad tienen un deber sagrado
para extraer con prudencia, con respeto y gratitud de la bondad de la
tierra, y cuidarla en una manera que asegure su continua fecundidad para
las generaciones venideras» (C. Turkson). Estos personajes se olvidan
de la Voluntad de Dios, de la ley eterna. Y sólo hablan de deberes sagrados. Como la persona es imagen y semejanza de Dios, entonces obra sagradamente, tiene un deber sagrado. Nada se dice de buscar lo que Dios quiere en el trabajo de la tierra. Y, entonces, aparece el comunismo, el socialismo:
«Los que cultivan y mantienen la tierra también tienen una gran responsabilidad
de compartir sus frutos con los demás – especialmente los pobres, los
desposeídos, los forasteros, los olvidados…el don de la tierra es un regalo para todos» (C. Turkson). La responsabilidad de compartir porque todo es un regalo. Ellos ee olvidan del merecimiento que todo hombre tiene por su trabajo.
«Sabéis
bien cómo debéis imitarnos, pues no hemos vivido entre vosotros en
ociosidad, ni de balde comimos el pan de nadie, sino que con afán y con
fatiga trabajamos día y noche para no ser gravosos a ninguno de
vosotros… Y mientras estuvimos entre vosotros, os advertíamos que el que
no quiere trabajar, que no coma» (2 Ts 3, 7.9).
El hombre está obligado a trabajar, a tener la gran responsabilidad del trabajo, que hay que hacerlo con afán y con fatiga.
Pero nadie está obligado a compartir el fruto de su trabajo, para que
la gente no ande ociosa en la vida. Quien no quiera trabajar, que no
coma. El pobre que no quiera trabajar, que siga siendo pobre, que se
muera de hambre. Porque nada es un regalo en esta vida. Todo es un
merecimiento.
La
falsa solidaridad que predica toda esa falsa jerarquía proviene de
haber anulado el pecado original. Y, por lo tanto, ya no hay obras de
misericordia, ya no hay limosnas que expíen el pecado. Ahora, para
ellos, al pobre hay que darle de comer por ser pobre, por su cara
bonita.
Todo
es un bien común para toda la humanidad. Todo es un regalo: tengamos
«el sentido de la solidaridad intergeneracional» (C. Turkson). Esta es
la falsa espiritualidad y el falso misticismo, propio de una jerarquía
que no sabe lo que está diciendo. Sólo sabe hablar de política
comunista. Sólo está en su lenguaje humano:
«Es evidente que hemos “labrado demasiado” y hemos “protegido muy poco”.
Nuestras relaciones con Dios, con nuestros vecinos, especialmente el
pobre, y con el entorno ha llegado a ser fundamentalmente “sin protección”. Debemos alejarnos de este modo de comportamiento, para llegar a ser protector, más “guardián”»
(C. Turkson). Guarda a tu hermano, protege a tu hermano, mantiene a tu
hermano, dale de comer, dale el fruto de tu trabajo porque se lo merece,
porque es tu hermano. Pero no hagas con él una obra para expiar el
pecado: el suyo y el tuyo.
Y, por eso, se predica un programa político:
«En
términos prácticos, necesitamos soluciones tecnológicas y económicas,
innovadoras y sostenibles, así como el liderazgo político, valiente y
decidido, ejercido en diferentes niveles, incluyendo el global» (C.
Turkson). Para que los hombres regalen el fruto de su trabajo a lo más
pobres hace falta un gobierno global, que ponga una nueva economía y una
nueva tecnología, y así se quita los cambios climáticos.
«Necesitamos aprender a trabajar juntos hacia el desarrollo sostenible,
en un marco que vincule la prosperidad económica con la inclusión
social y la protección del mundo natural. Necesitamos que la comunidad
de naciones abrace este concepto de “desarrollo sostenible”» (C.
Turkson).
Trabajar
juntos para que no haya pobres, para quitar la pobreza, para que nadie
se sienta excluido de la sociedad, para cuidar el medio ambiente. ¿Ven
el discurso programático, interesado, falaz, errado y herético de la
falsa jerarquía?
¿Qué es la ONU, la comunidad de naciones?
La
ONU es un poderoso instrumento globalista, sincretista y gnóstico,
manejado por un poder oculto, -el propio de la masonería-, desde la cual
se impone a todo el mundo la voluntad de unos pocos. La ONU urde y
participa en proyectos y campañas de control imperativo demográfico
basadas en métodos perversos moralmente, campañas que atentan contra la
identidad cultural y religiosa de los pueblos. Y, en unión con los
poderes financieros, la ONU es el instrumento que se ha elegido para la
instauración de un gobierno mundial que anula cualquier ley sensata que
el hombre tenga y cualquier ley divina que Dios ha dado a los hombres.
Es un gobierno sin ley, llevado en el lenguaje de unos pocos hombres,
para imponer sus leyes malditas a todos. Es una subversión de toda ley.
Es una abominación que la mente del hombre ha creado sólo para conseguir
una cosa: que el hombre sea aclamado como dios por el mismo hombre.
Y
toda la jerarquía de la Iglesia, esa falsa jerarquía que gobierna la
Iglesia, están detrás de esto, de ser el apoyo a este gobierno global.
Y, por eso, hablan de esta manera. Hablan de un imperativo moral:
«Se trata de un imperativo moral
que todo lo abarca: proteger y cuidar tanto la creación, nuestra casa
jardín, y la persona humana que lo habita – y tomar medidas para
lograrlo. Si el ethos dominante, penetrante, es el egoísmo y el individualismo, el desarrollo sostenible
no se logrará» (C. Turkson). Tienes que ser ternura con los otros,
tienes que vivir el bien común, y entonces el desarrollo sostenible se
tendrá.
Imperativo moral:
es poner la voluntad de los hombres. Hablan como lo hacen los
intelectuales más obstinados en su soberbia. Es el idealismo kantiano y
hegeliano que está en toda la jerarquía. No creen en nada, sólo en lo
que producen sus mentes humanas, lo que ellos se inventan con sus
filosofías de la vida. Es la falsa moralidad de la solidaridad. Se
quiere llegar a un desarrollo sostenible con un lenguaje
humano, diciendo que los hombres destruyen las especies humanas,
degradan la integridad de la tierra, destruyen la naturaleza, dañan a
otros hombres provocando diversas enfermedades por su mal trabajo de la
tierra, porque los hombres no son solidarios con los hombres: son
egoístas y viven en su individualismo.
Y viene el claro comunismo:
«Los
ciudadanos de los países más ricos deben estar hombro con hombro con
los pobres, tanto en casa como en el extranjero. Ellos tienen una
obligación especial de ayudar a sus hermanos y hermanas en los países
para hacer frente al cambio climático mediante la mitigación de sus
efectos en desarrollo y ayudando con la adaptación. Ellos tienen la
obligación tanto para reducir sus propias emisiones de carbono y para
ayudar a proteger a los países más pobres de los desastres causados o
exacerbados por los excesos de la industrialización» (C. Turkson).
¿Ven el descalabro mental de este sujeto?
Los
ricos, que han propiciado una tecnología buena para todos, han
trabajado mucho y han obtenido riquezas, son culpables porque no han
dado el fruto de su trabajo a los pobres. Y, por lo tanto, esa gran
tecnología, esa gran economía, que han seguido, se ha convertido en un
veneno para los países pobres. Y han puesto a la tierra en una situación
insostenible, porque no han sido solidarios con los pobres. Ese
desarrollo, que han creado, no sostiene a los demás en la misma riqueza,
sino que los excluye. Ahora, se les exige, es un imperativo moral, que
ayuden a los países pobres del cambio climático, que ellos mismos han
propiciado con su tecnología, con la quema acelerada de los
combustibles, para salvar el planeta, para que emerja el desarrollo
sostenible, con nuevas energías que sostengan a todos – la economía
sostenible con un gobierno sostenible-, que es el propio del gobierno
global.
Hay que seguir sosteniendo la mentira de unos pocos con estos cuentos chinos.
¿Ven la fábula que cuenta a todo el mundo?
Y el pobre orador va a caer en una locura mental:
«¡Seamos
líderes religiosos con el ejemplo! ¡Piense en el mensaje positivo que
enviaría a las personas de fe, no sólo para predicar la sostenibilidad
sino para vivir vidas sostenibles! Por ejemplo, piense en el mensaje
positivo que enviaría para las iglesias, mezquitas, sinagogas y templos
en todo el mundo para convertirse en carbono neutral» (C. Turkson).
Vivir vidas sostenibles…Ser carbono neutral… ¿Ven la locura de este hombre?
Quieren
buscar las virtudes que propicien esa economía sostenible, ese gobierno
global sostenible, que es el que va a quitar el bióxido de carbono de
la atmósfera, que es el culpable del cambio climático.
Quieren remover de la atmósfera el bióxido de carbono con un ecumenismo ecológico:
«En
este espacio moral básico, las religiones del mundo desempeñan un papel
vital. Todas estas tradiciones afirman la dignidad inherente de cada
individuo vinculado al bien común de toda la humanidad. Afirman la
necesidad de una economía de inclusión y de oportunidad, donde todos
puedan prosperar y cumplir su propósito dado por Dios. Afirman la
belleza, la maravilla y la bondad inherente del mundo natural, y
aprecian que es un don precioso confiado a nuestro cuidado común – por
lo que es nuestro deber moral de respetar más que hacer estragos, de
mantener en lugar de poner la basura, de proteger en lugar de hacer
pillaje, de administrar en lugar de hacer sabotaje, el jardín, que es
nuestro hogar y la herencia compartida de los recursos naturales» (C.
Turkson).
Todas
las religiones son buenas para este proyecto del desarrollo sostenible.
Por eso, no hay que hacer proselitismo. No hay que convertir a nadie.
Que todos sigan la identidad de sus creencias. Hay que apuntarse al
carro de una nueva economía que sostenga al más pobre, que le regale la
vida, que coma sin trabajar, y a un liderazgo de tontos e inútiles,
marionetas del demonio, veletas del pensamiento humano, hombres sin fe,
sin verdad, sin ley, que se pasan la vida buscando una idea maravillosa
para que todo el mundo lo ponga como el modelo a seguir.
En
esta conferencia, de ese falso cardenal, se invitó a leer el nuevo
libro de Jeffrey Sachs, que es el autor, el que está detrás, del vómito
de Bergoglio en su falsa encíclica sobre el ecologismo. Jeffrey Sachs
es el nuevo profeta de la ideología neomalthusiana:
¿Cómo
podremos disfrutar de un desarrollo sostenible en un planeta lleno de
gente?…Hace dos siglos, el pensador británico Thomas Robert Malthus
advirtió que el crecimiento excesivo de la población podría socavar el
progreso económico. Esta es la amenaza que enfrentamos hoy…» (21 de octubre del 2011)
La
falacia del control de la natalidad maltusiana, más o menos
perfeccionada por los neomalthusianos, ha llegado hasta nuestros días
mutando en argumentos del desarrollo sostenible aceptados inmediata y
casi universalmente, sostenidos acríticamente por poderosas
instituciones y organismos políticos y financieros multilaterales (ONU,
BM, BEI, FMI, UE) en la aplicación de sus políticas socio-económicas.
Todos
siguen un gran negocio mundial de unos pocos hombres, que tiene el
poder en todo el mundo. Un poder oculto, invisible, pero que se
manifiesta por todas partes.
En
todo este negocio del desarrollo sostenible está en juego la célula de
la sociedad, la columna vertebral, que es la familia. Y la pérdida del
sentido de lo que es el matrimonio y la familia llevan a este desastre
en todos los gobiernos del mundo y en la Iglesia. Buscan un desarrollo
que no es el propio de la familia.
Se
olvidan de que el hombre fue creado por Dios para dar hijos a Dios: dar
una humanidad a Dios. Como el hombre no siguió el plan de Dios, vienen
todos los problemas para el mismo hombre y para todo lo que sea
matrimonio: unión entre hombre y mujer. Y, por eso, se inventan estos
desarrollos, que son sólo más complicaciones para todos los hombres. Ya
no se respeta el orden natural, sino que se va buscando nuevos órdenes,
nuevas estructuras, nuevas energías, nuevas tecnologías, que sólo hacen
la vida más difícil.
Todo
es sencillo: contempla la naturaleza porque «lo invisible de Dios, su
eterno poder y su divinidad, son conocidos mediante las criaturas» (Rom
1, 20). No hay que inventarse nada para vivir. Hay que aplicar lo que se
conoce en la naturaleza.
Pero,
como los hombres no creen en Dios, entonces «Dios los entregó a los
deseos de su corazón, a la impureza, con que deshonran sus propios
cuerpos» (Rom 1, 24). Aquel que peca contra su propia naturaleza, aquel
que la deshonra, también peca contra toda la creación y contra Dios. Y
viven en el desorden más total.
No
quieran quitar ese desorden con otro desorden, con el desorden de un
desarrollo sostenible. Es a lo que se va por la falta de fe de todo el
mundo.