sábado, 2 de mayo de 2015

LA LOCURA DEL DESARROLLO SOSTENIBLE

 LA LOCURA DEL DESARROLLO SOSTENIBLE
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«Encontraréis mejores cosas en los bosques que en los libros. Los árboles y las rocas os enseñarán lo que ningún maestro humano puede enseñar» (San Bernardo de Claraval).
Dios ha puesto al hombre en la tierra para ejercer un poder: «sometedla y dominadla» (Gn 1, 28c). El hombre tiene derecho a manejarla pero con la ley de Dios, con el sentido común, que es lo que falta en muchos discursos de gente que no sabe lo que es la ecología.
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Hay que ver la naturaleza con reverencia, con un espíritu religioso, porque es la obra de Dios. Hay que tratar a la naturaleza como Dios lo hace: con sus leyes, con una ética y con una moral que conserve lo que Dios ha creado.
No hay que tratar a la naturaleza como algo sagrado, porque todo está maldito por el pecado original: ni la creación ni la persona humana son sagradas. Hay que cuidar la naturaleza como la obra de Dios, que exige un orden divino en ella.
La ecología debería ser un conocimiento profundo de la tierra: es decir, un conocimiento religioso de la tierra. Y, por tanto, una toma de conciencia de cuál es la capacidad del hombre en la obra de la creación de Dios. ¿Hasta dónde el hombre es capaz, tiene poder para someter y dominar lo que Dios ha creado, y que la sigue manteniendo en su Providencia? ¿Qué quiere Dios que el hombre obre en Su Creación? ¿Cómo hay que dominarla y someterla en la Voluntad de Dios?
Hoy, la mayoría de los ecologistas se han vuelto idólatras: niegan a Dios y promueven leyes en contra de la ley de Dios: aborto, derechos de los homosexuales, eutanasia, etc. Ninguno de ellos busca la Voluntad de Dios en la naturaleza: no buscan el conocimiento religioso de la tierra, sino una iluminación diabólica para conseguir que la creación sea un nido de maldad, regida sólo por poderes ocultos.
«Hoy día, la quema cada vez más acelerada de los combustibles fósiles, que nuestra maquinaria económica potencia, están alterando el delicado equilibrio ecológico a escala casi insondable» (Cardinal Peter K.A. Turkson, 28 de abril del 2015): la relación causa-efecto entre los combustibles fósiles y el cambio climático. Esto es volver a las cavernas del pensamiento humano, y generar la confusión entre la teoría científica del cambio climático y las acciones morales humanas.
Están todos preocupados porque ven que se gasta el gas, el petróleo; que esas energías no se usan adecuadamente, y entonces caen en un absurdo: la combustión acelerada de los combustibles fósiles producen los cambios climáticos. Esto es un pensamiento cavernícola, propio de la nueva y falsa jerarquía de la Iglesia.
La naturaleza se rebela contra el hombre sólo por su pecado, por su mala acción moral. La naturaleza no se rebela contra el hombre porque se quemen de forma no recta o acelerada los combustibles.
Todo el problema es que ven lo que no es: «el planeta Tierra, el jardín que nos fue dado como nuestra casa». ¡No estamos en el jardín del Paraíso! Dios expulsó al hombre «del jardín de Edén, a labrar la tierra de que había sido tomado». Y «puso delante del jardín de Edén un querubín» (Gn 3, 23.24).
La tierra no es un jardín ni el hombre es parte de la naturaleza: «El ser humano es parte de la naturaleza» (C. Turkson). Vivimos en una naturaleza creada por Dios, pero no estamos unidos a esa naturaleza. La integración en la naturaleza es sólo participar exteriormente de ella.  El ser humano vive con otras naturalezas, pero no las crea, no las transforma, no se une a ellas en ninguna manera. El ser humano es el rey de la creación, no una parte de la creación.
«Hagamos al hombre…para que domine» (Gn 2, 1) sobre todas las demás naturalezas. Ejercer el dominio es algo más que participar de la naturaleza.
La falsa jerarquía, que gobierna falsamente la Iglesia, niega el pecado original y, por lo tanto, va en busca del paraíso perdido. Quiere construir, con sus grandes pensamientos humanos, con su verborrea insoportable, una ideología barata para solucionar los problemas de los hombres. Ni los soluciona ni saben hablar con propiedad de la obra de la creación divina.
Ellos parten de un principio equivocado: «somos hechos en la imagen y semejanza de Dios, y por lo tanto, (los hombres) poseen una dignidad innata que nunca puede ser negada, degradad o denigrada» (C. Turkson). Se olvidan del pecado original, por el cual la obra de Dios, no sólo en la Creación, sino en el hombre, se degrada, se niega, se denigra.
Toda esta jerarquía, que ha perdido la cabeza, ven a todos los hombres como justos, como santos, como divinos, como celestiales, por ser imagen y semejanza de Dios. Y en ese pensamiento se quedan para poder explicar el mal en la creación y en el mundo.
Ven todo como bueno: «También significa reconocer que todo lo que Dios ha creado es bueno, precioso y valioso» (C. Turkson). Pero no son capaces de ver la obra del pecado. No ven la realidad de esa maldad, sino que se inventan el concepto de pecado, el concepto de mal, según sus intereses, sus negocios en sus vidas.
Como ya el pecado no es una ofensa del hombre a Dios, entonces hay que ver el mal del cambio climático en el mal de la quema de los combustibles fósiles. Es un mal científico. No se queman bien esos combustibles… Se queman aceleradamente… Los hombres no saben quemar de manera apropiada…
Y con esta mentalidad, se hacen vaticinios apocalípticos: «En nuestra imprudencia, estamos atravesando algunos de los más fundamentales límites naturales del planeta… La misma tecnología que ha traído un gran beneficio es, ahora, un veneno que trae una gran ruina. Los desastres relacionados con el clima son una realidad tanto para los países pobres, que están en los márgenes de la economía moderna, como para aquellos que están en el corazón….Todos ellos están a merced de la furia de la naturaleza» (C. Turkson).
¿Captan el discurso apocalíptico?
¿Quién es el culpable de todo esto? ¿Es el hombre el que lleva al cambio climático con sus ciencias, técnicas, etc…? ¿O es el cambio climático, la furia de la naturaleza, lo que impulsa el desastre de tener países pobres, de estar en el riesgo de que se acaben los alimentos, las energías fósiles (gas, petróleo…), de presenciar la quiebra de una economía global que no sirve, que no ayuda a las sociedades para vivir dignamente?
Este es el mismo problema de Galileo: ¿es el Sol el que gira en torno a la tierra o es la tierra la gira en torno al Sol?
¿Cómo es posible que la tecnología sea un bien para la creación y al, mismo tiempo, un mal? ¿Qué cosa cambió en ella para convertirse en un veneno para la creación?
Si hay desastres naturales, si hay un cambio climático, ¿eso incide en la economía de los países? ¿Es el culpable el desastre natural de que la economía ya no sirva? ¿Hay que buscar otra economía –un desarrollo sostenible–  porque la naturaleza se revuelve contra el hombre? ¿Es posible encontrar un desarrollo sostenible que no ponga en furia a la naturaleza
¿Por qué los hombres sufren? ¿Por el cambio climático o por su pecado? ¿Por qué no han sido capaces de encontrar ese gobierno mundial que cuide a los hombres y al planeta?
¿Por qué la naturaleza se rebela contra el hombre? ¿Por qué obedece a Dios o por el pecado de los hombres?
¿Cuál es la solución a todo esto? Quitar el pecado. Solución que a nadie interesa. Todos se olvidan de que Dios sigue guiando Su Creación, y que por más maldad que el hombre ponga en Ella, a causa de su pecado, ni se acaban los combustibles fósiles, ni los terremotos o los cambios climáticos degradan al hombre, lo anulan, ni lo denigran.
La tierra está maldita por causa del pecado original. Esto es lo que todo el mundo olvida: «Por ti será maldita la tierra» (Gn 3, 17c). Es la maldición que trae la obra del pecado original. En esa maldición, la tierra sufre por el pecado de los hombres. Pero ningún pecado del hombre puede acabar ni con el hombre ni con los recursos naturales que hay en la creación.
El pecado del hombre hará la vida más complicada para el mismo hombre. Y lo que parece un cambio climático es sólo la justica de Dios en la misma obra de la creación. Porque todo el universo obedece sólo a Dios, no a los hombres. Y por más que los hombres transformen lo creado, no pueden anular ni destruir lo creado. Siempre habrá recursos naturales para todos los hombres. El hombre sólo tiene que trabajar la tierra, como Dios le mandó al expulsarlo del Paraíso. Y este es todo el problema: saber trabajar la tierra. Saber poner la Voluntad de Dios cuando se trabaja la tierra. Pero esto es lo que no enseña la falsa jerarquía.
¿Qué es lo que proponen en la iglesia de Bergoglio? El ecumenismo ecológico: todas las religiones unidas para un compromiso de una nueva y falsa moral, que la ONU lidera.
«Cada persona y cada comunidad tienen un deber sagrado para extraer con prudencia, con respeto y gratitud de la bondad de la tierra, y cuidarla en una manera que asegure su continua fecundidad para las generaciones venideras» (C. Turkson). Estos personajes se olvidan de la Voluntad de Dios, de la ley eterna. Y sólo hablan de deberes sagrados. Como la persona es imagen y semejanza de Dios, entonces obra sagradamente, tiene un deber sagrado. Nada se dice de buscar lo que Dios quiere en el trabajo de la tierra. Y, entonces, aparece el comunismo, el socialismo:
«Los que cultivan y mantienen la tierra también tienen una gran responsabilidad de compartir sus frutos con los demás – especialmente los pobres, los desposeídos, los forasteros, los olvidados…el don de la tierra es un regalo para todos» (C. Turkson). La responsabilidad de compartir porque todo es un regalo. Ellos ee olvidan del merecimiento que todo hombre tiene por su trabajo.
«Sabéis bien cómo debéis imitarnos, pues no hemos vivido entre vosotros en ociosidad, ni de balde comimos el pan de nadie, sino que con afán y con fatiga trabajamos día y noche para no ser gravosos a ninguno de vosotros… Y mientras estuvimos entre vosotros, os advertíamos que el que no quiere trabajar, que no coma» (2 Ts 3, 7.9).
El hombre está obligado a trabajar, a tener la gran responsabilidad del trabajo, que hay que hacerlo con afán y con fatiga. Pero nadie está obligado a compartir el fruto de su trabajo, para que la gente no ande ociosa en la vida. Quien no quiera trabajar, que no coma. El pobre que no quiera trabajar, que siga siendo pobre, que se muera de hambre. Porque nada es un regalo en esta vida. Todo es un merecimiento.
La falsa solidaridad que predica toda esa falsa jerarquía proviene de haber anulado el pecado original. Y, por lo tanto, ya no hay obras de misericordia, ya no hay limosnas que expíen el pecado. Ahora, para ellos, al pobre hay que darle de comer por ser pobre, por su cara bonita.
Todo es un bien común para toda la humanidad. Todo es un regalo: tengamos «el sentido de la solidaridad intergeneracional» (C. Turkson). Esta es la falsa espiritualidad y el falso misticismo, propio de una jerarquía que no sabe lo que está diciendo. Sólo sabe hablar de política comunista. Sólo está en su lenguaje humano:
«Es evidente que hemos “labrado demasiado” y hemos “protegido muy poco”. Nuestras relaciones con Dios, con nuestros vecinos, especialmente el pobre, y con el entorno ha llegado a ser fundamentalmente “sin protección”. Debemos alejarnos de este modo de comportamiento, para llegar a ser protector, más “guardián”» (C. Turkson). Guarda a tu hermano, protege a tu hermano, mantiene a tu hermano, dale de comer, dale el fruto de tu trabajo porque se lo merece, porque es tu hermano. Pero no hagas con él una obra para expiar el pecado: el suyo y el tuyo.
Y, por eso, se predica un programa político:
«En términos prácticos, necesitamos soluciones tecnológicas y económicas,  innovadoras  y sostenibles, así como el liderazgo político, valiente y decidido, ejercido en diferentes niveles, incluyendo el global» (C. Turkson). Para que los hombres regalen el fruto de su trabajo a lo más pobres hace falta un gobierno global, que ponga una nueva economía y una nueva tecnología, y así se quita los cambios climáticos.
«Necesitamos aprender a trabajar juntos hacia el desarrollo sostenible, en un marco que vincule la prosperidad económica con la inclusión social y la protección del mundo natural. Necesitamos que la comunidad de naciones abrace este concepto de “desarrollo sostenible”» (C. Turkson).
Trabajar juntos para que no haya pobres, para quitar la pobreza, para que nadie se sienta excluido de la sociedad, para cuidar el medio ambiente. ¿Ven el discurso programático, interesado, falaz, errado y herético de la falsa jerarquía?
¿Qué es la ONU, la comunidad de naciones?
La ONU es un poderoso instrumento globalista, sincretista y gnóstico, manejado por un poder oculto, -el propio de la masonería-, desde la cual se impone a todo el mundo la voluntad de unos pocos. La ONU urde y participa en proyectos y campañas de control imperativo demográfico basadas en métodos perversos moralmente, campañas que atentan contra la identidad cultural y religiosa de los pueblos. Y, en unión con los poderes financieros, la ONU es el instrumento que se ha elegido para la instauración de un gobierno mundial que anula cualquier ley sensata que el hombre tenga y cualquier ley divina que Dios ha dado a los hombres. Es un gobierno sin ley,  llevado en el lenguaje de unos pocos hombres, para imponer sus leyes malditas a todos. Es una subversión de toda ley. Es una abominación que la mente del hombre ha creado sólo para conseguir una cosa: que el hombre sea aclamado como dios por el mismo hombre.
Y toda la jerarquía de la Iglesia, esa falsa jerarquía que gobierna la Iglesia, están detrás de esto, de ser el apoyo a este gobierno global. Y, por eso, hablan de esta manera. Hablan de un imperativo moral:
«Se trata de un imperativo moral que todo lo abarca: proteger y cuidar tanto la creación, nuestra casa jardín, y la persona humana que lo habita  – y tomar medidas para lograrlo. Si el ethos dominante, penetrante,  es el egoísmo y el individualismo, el desarrollo sostenible no se logrará» (C. Turkson). Tienes que ser ternura con los otros, tienes que vivir el bien común, y entonces el desarrollo sostenible se tendrá.
Imperativo moral: es poner la voluntad de los hombres. Hablan como lo hacen los intelectuales más obstinados en su soberbia. Es el idealismo kantiano y hegeliano que está en toda la jerarquía. No creen en nada, sólo en lo que producen sus mentes humanas, lo que ellos se inventan con sus filosofías de la vida. Es la falsa moralidad de la solidaridad. Se quiere llegar a un desarrollo sostenible con un lenguaje humano, diciendo que los hombres destruyen las especies humanas, degradan la integridad de la tierra, destruyen la naturaleza, dañan a otros hombres provocando diversas enfermedades por su mal trabajo de la tierra, porque los hombres no son solidarios con los hombres: son egoístas y viven en su individualismo.
Y viene el claro comunismo:
«Los ciudadanos de los países más ricos deben estar hombro con hombro con los pobres, tanto en casa como en el extranjero. Ellos tienen una obligación especial de ayudar a sus hermanos y hermanas en los países para hacer frente al cambio climático mediante la mitigación de sus efectos en desarrollo y ayudando con la adaptación. Ellos tienen la obligación tanto para reducir sus propias emisiones de carbono y para ayudar a proteger a los países más pobres de los desastres causados o exacerbados por los excesos de la industrialización» (C. Turkson).
¿Ven el descalabro mental de este sujeto?
Los ricos, que han propiciado una tecnología buena para todos, han trabajado mucho y han obtenido riquezas, son culpables porque no han dado el fruto de su trabajo a los pobres. Y, por lo tanto, esa gran tecnología, esa gran economía, que han seguido, se ha convertido en un veneno para los países pobres. Y han puesto a la tierra en una situación insostenible, porque no han sido solidarios con los pobres. Ese desarrollo, que han creado, no sostiene a los demás en la misma riqueza, sino que los excluye. Ahora, se les exige, es un imperativo moral, que ayuden a los países pobres del cambio climático, que ellos mismos han propiciado con su tecnología, con la quema acelerada de los combustibles, para salvar el planeta, para que emerja el desarrollo sostenible, con nuevas energías que sostengan a todos – la economía sostenible con un gobierno sostenible-, que es el propio del gobierno global.
Hay que seguir sosteniendo la mentira de unos pocos con estos cuentos chinos.
¿Ven la fábula que cuenta a todo el mundo?
Y el pobre orador va a caer en una locura mental:
«¡Seamos líderes religiosos con el ejemplo! ¡Piense en el mensaje positivo que enviaría a las personas de fe, no sólo para predicar la sostenibilidad sino para vivir vidas sostenibles! Por ejemplo, piense en el mensaje positivo que enviaría para las iglesias, mezquitas, sinagogas y templos en todo el mundo para convertirse en carbono neutral» (C. Turkson).
Vivir vidas sosteniblesSer carbono neutral… ¿Ven la locura de este hombre?
Quieren buscar las virtudes que propicien esa economía sostenible, ese gobierno global sostenible, que es el que va a quitar el bióxido de carbono de la atmósfera, que es el culpable del cambio climático.
Quieren remover de la atmósfera el bióxido de carbono con un ecumenismo ecológico:
«En este espacio moral básico, las religiones del mundo desempeñan un papel vital. Todas estas tradiciones afirman la dignidad inherente de cada individuo vinculado al bien común de toda la humanidad. Afirman la necesidad de una economía de inclusión y de oportunidad, donde todos puedan prosperar y cumplir su propósito dado por Dios. Afirman la belleza, la maravilla y la bondad inherente del mundo natural, y aprecian que es un don precioso confiado a nuestro cuidado común – por lo que es nuestro deber moral de respetar más que hacer estragos, de mantener en lugar de poner la basura, de proteger en lugar de hacer pillaje, de administrar en lugar de hacer sabotaje, el jardín, que es nuestro hogar y la herencia compartida de los recursos naturales» (C. Turkson).
Todas las religiones son buenas para este proyecto del desarrollo sostenible. Por eso, no hay que hacer proselitismo. No hay que convertir a nadie. Que todos sigan la identidad de sus creencias. Hay que apuntarse al carro de una nueva economía que sostenga al más pobre, que le regale la vida, que coma sin trabajar, y a un liderazgo de tontos e inútiles, marionetas del demonio, veletas del pensamiento humano, hombres sin fe, sin verdad, sin ley, que se pasan la vida buscando una idea maravillosa para que todo el mundo lo ponga como el modelo a seguir.
En esta conferencia, de ese falso cardenal, se invitó a leer el nuevo libro de Jeffrey Sachs, que es el autor, el que está detrás,  del vómito de Bergoglio en su falsa encíclica sobre el ecologismo. Jeffrey Sachs es el nuevo profeta de la ideología neomalthusiana:
¿Cómo podremos disfrutar de un desarrollo sostenible en un planeta lleno de gente?…Hace dos siglos, el pensador británico Thomas Robert Malthus advirtió que el crecimiento excesivo de la población podría socavar el progreso económico. Esta es la amenaza que enfrentamos hoy…» (21 de octubre del 2011)
La falacia del control de la natalidad maltusiana, más o menos perfeccionada por los neomalthusianos, ha llegado hasta nuestros días mutando en argumentos del desarrollo sostenible aceptados inmediata y casi universalmente, sostenidos acríticamente por poderosas instituciones y organismos políticos y financieros multilaterales (ONU, BM, BEI, FMI, UE) en la aplicación de sus políticas socio-económicas.
Todos siguen un gran negocio mundial de unos pocos hombres, que tiene el poder en todo el mundo. Un poder oculto, invisible, pero que se manifiesta por todas partes.
En todo este negocio del desarrollo sostenible está en juego la célula de la sociedad, la columna vertebral, que es la familia. Y la pérdida del sentido de lo que es el matrimonio y la familia llevan a este desastre en todos los gobiernos del mundo y en la Iglesia. Buscan un desarrollo que no es el propio de la familia.
Se olvidan de que el hombre fue creado por Dios para dar hijos a Dios: dar una humanidad a Dios. Como el hombre no siguió el plan de Dios, vienen todos los problemas para el mismo hombre y para todo lo que sea matrimonio: unión entre hombre y mujer. Y, por eso, se inventan estos desarrollos, que son sólo más complicaciones para todos los hombres. Ya no se respeta el orden natural, sino que se va buscando nuevos órdenes, nuevas estructuras, nuevas energías, nuevas tecnologías, que sólo hacen la vida más difícil.
Todo es sencillo: contempla la naturaleza porque «lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, son conocidos mediante las criaturas» (Rom 1, 20). No hay que inventarse nada para vivir. Hay que aplicar lo que se conoce en la naturaleza.
Pero, como los hombres no creen en Dios, entonces «Dios los entregó a los deseos de su corazón, a la impureza, con que deshonran sus propios cuerpos» (Rom 1, 24). Aquel que peca contra su propia naturaleza, aquel que la deshonra, también peca contra toda la creación y contra Dios. Y viven en el desorden más total.
No quieran quitar ese desorden con otro desorden, con el desorden de un desarrollo sostenible. Es a lo que se va por la falta de fe de todo el mundo.