Encomio de la amistad – Flavio Infante
Hace ya tiempo que nuestro patrimonio va
componiéndose de partes iguales de vergüenza y escándalo, si no de repugnancia
invencible, al advertir que en la Iglesia ya se ha renunciado incluso al menor
esfuerzo en recatar lo obvio y recurrente. No se nos ahorra ninguna impudicia;
antes bien, en un turbión de dichos y hechos a cuál más degradantes, la
Jerarquía eclesiástica se esmera en protagonizar esa novela tan trágica como
funambulesca que podría titularse Allanando el camino del «Otro», y lo hace
ante las cámaras con la más oprobiosa de las convicciones.
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La desenvoltura que
cualquiera que lleve mitra es capaz de exhibir a la hora de congeniar con los
enemigos de Cristo resulta un dato que a nadie sorprende, de tan sabido: fruto
de una larga parábola que empieza por la formación en el seminario, donde se
enseña a los aspirantes al sacerdocio el arte de huir más aprisa a la vista del
lobo, termina, en edad mucho menos que provecta, en la tertulia amistosa con
todas las fieras del catálogo.
Para colmo, hasta los tics parecen ser
llevados con naturalidad, y la infamia se alimenta indefinidamente de la
situación creada. Porque es comprensible que una feligresía rematadamente
borreguil, sin un águila, sin un león a decorar sus filas, termine por
disgustar al pastor que la modeló según sus propias disposiciones. Pasa acá lo
mismo que se observa en los rodeos vacunos cuando una vaca malpare e,
instintivamente urgida a prodigarse en atenciones con la cría fallida, tieso
aborto falto del menor hálito de vida, se vuelca a lamer con insistencia a sus
compañeras, y las busca y las persigue con sus remilgos: se dice entonces que
"ha trocado objeto". De la misma manera, el aborto de la doctrina y
la liturgia conciliares y de una feligresía que no ve ofrecerse en el altar sacrificio
sino merienda, un picnic con guitarreada, empuja desesperadamente al clérigo
que fomentó este mismo estropicio a ensanchar las fronteras de su estado. Se
vuelve así un neo-cura de esos que hoy predominan, con hábitos
predominantemente sociales, un tránsfuga de su parroquia, cuando no acaba por
refocilarse con ateos, judíos o protestantes si ha hecho carrera y ambiciona el
timbre de honor de ser "abierto a todos los intercambios", dicho en
todos los sentidos del término.
El ya no durmáis teresiano encuentra así por
destinatario a una clerecía abismada en el más beato de los sueños, como de
costales de harina, llena de compromisos mundanos y de apretones de mano con
los enemigos de la Cruz, y cada sacerdote se convierte en una tanta brecha para
que las fieras entren a pisotear y saquear los tesoros de la Ciudad Santa. Esa
secta que en el giro de unas pocas décadas logró usurpar los templos y las
diócesis y aun el nombre de católica, esa misma secta decide que es el momento
de imprimirle un mayor vértigo a la caída, y lo pone a Bergoglio en el timón. Y
al tiempo que se logra la aceleración premeditada y el bombardeo se hace más
tupido, una multitud de amigos acatólicos se agolpan en torno de la figura del
pontífice, como el Secretario General de la ONU, Ban Ki Moon, que luego de la
reciente reunión mantenida con Francisco fue el encargado de informar a la
prensa acerca de la próxima eco-encíclica, que incorporará al malthusianismo
como perla del Magisterio.
Pero el dato más curioso, en una Roma
devenida hace tiempo "kermesse de las religiones", lo dio el papa al
recibir hace una semana a una Conferencia de Rabinos Europeos con motivo del
inminente quincuagésimo aniversario de la Nostra Aetate. Bien hace el sitio
Harvesting the fruit of the Vatican II en recordar el encomio que el cardenal
Koch hizo del infausto documento, señalando sin rubor que éste motivó una
«reordenación fundamental de la Iglesia Católica», y que Francisco se encargó
expresamente de hacer del mismo documento el «punto de referencia» para las
relaciones de Roma con los judíos, omitido el único punto de referencia que es
Cristo, a quien ya no se debe predicar. Pero lo más saliente, a tenor de los
responsables del sitio, resulta el pronóstico del encuentro que el rabino
Korsia, cabeza de la Conferencia, se promete para octubre próximo en compañía
de Francisco, cuando se cumpla el luctuoso aniversario en cuestión:
Quizás la Pontificia Comisión para las
Relaciones religiosas con los Judíos podría proponerse albergar una celebración
en los Jardines Vaticanos en la que el Papa, un conjunto de cardenales y un
contingente de prominentes rabinos pudieran unirse para cantar al unísono:
«¡crucifícalo! ¡crucifícalo!».
Podrían también planear la plantación de una
higuera estéril como símbolo duradero de su diálogo y, sólo por si acaso, el
Papa podría despachar a sus hogares a cada uno de los rabinos con un regalo de
despedida consistente en treinta monedas de plata.
Es muy de creer que Francisco, propuesto por
algunos de sus amigos para Gran Rabino de Roma, logre acallar las suspicacias
inevitables en aquella facción rabínica que con razón desconfía de los usuales
travestimentos de este goyim. Pero un tal encantador de serpientes no se
mostrará falto de recursos para torcer toda disensión: siquiera sabrá
convencerlos comprometiéndose a hacer, paso por paso, con cabalístico prurito,
todo lo contrario que hizo Eugenio Zolli para alcanzar su destino propio.
Visto
en: In Exspectatione
Nacionalismo Católico San Juan Bautista