lunes, 22 de junio de 2015

EL FUNDAMENTO INCONMOVIBLE DE LA SOCIEDAD ES LA PROPIEDAD PRIVADA

 EL FUNDAMENTO INCONMOVIBLE DE LA SOCIEDAD ES LA PROPIEDAD PRIVADA
Cuando el hombre ha perdido la fe en Dios, busca organizar la vida de los hombres según su pensamiento humano. Vende al mundo una imposición: «Un mundo interdependiente… significa… procurar que las soluciones se propongan desde una perspectiva global y no sólo en defensa de los intereses de algunos países» (LS – n. 164). Un mundo interdependiente: la falta de conocimiento de la esencia de las cosas hace que se ponga la dependencia derivada sólo de la coexistencia: las cosas dependen unas de otras porque existen juntas o porque un problema nace de otro problema.
 
Bergoglio, al estar en su idea de la evolución, tiene que anular la esencia de cada cosa, y verlo todo como un conjunto que trae una sucesión de problemas globales. Necesariamente, esta visión le tiene que llevar siempre al error por su falta de discernimiento, que es defender los intereses públicos del mundo, dejando a un lado los intereses privados de toda sociedad. Es su comunismo movido por la idea masónica de un gobierno mundial, público, en que nada sea privado, sea de interés personal.
Todas las cosas dependen de sí mismas; cada una de su ser individual, creado. Es el principio de individuación.
La existencia de algo no supone la dependencia con otra cosa que exista. Sólo hay una dependencia absoluta de toda criatura con Dios. La esencia de cada criatura es nada, no puede subsistir por sí misma, sino que necesita absolutamente el ser de Dios para existir. Entre las criaturas, las dependencias son sólo relativas y temporales. No son esenciales, íntimas.
Dios creó al hombre para que dominara la Creación, no para que dominara a otros hombres.
El pecado original ha traído tanto mal a la Creación que los hombres sin fe pierden de vista para qué Dios los ha creado.
Dios no ha creado al hombre para que dé soluciones globales a los problemas del mundo. Dios no ha creado al hombre para que viva solucionando los problemas de su vida ni los de su vecino. No se ha creado al hombre con un problema que debe solucionarlo en su vida.
Dios ha creado al hombre para una obra divina, que el pecado original anuló. El hombre, ahora, se encuentra inmerso en las consecuencias de ese pecado y, por eso, el único sentido de su vida es salvar y santificar su alma.
Quien olvide esta verdad revelada, entonces pasa su vida queriendo salvar el planeta de tantos males que tienen sólo su origen en el pecado original, en una causa espiritual.
Las consecuencias del pecado original son globales, para todo hombre, pero no absolutas. E, incluso son universales, para todo el Universo creado: «Por ti será maldita la tierra» (Gn 3, 17e). Pero son consecuencias espirituales, no existenciales; consecuencias que no anulan la esencia de lo que es el hombre o la naturaleza.
La creación sigue su curso natural, obedeciendo a la ley que Dios ha inscrito en ella, pero cargando con las consecuencias de un pecado que va más allá de lo que el hombre puede imaginar.
El pecado original se transmite por generación: en los cuerpos de los hombres hay una consecuencia espiritual, un efecto de ese pecado. Pero la naturaleza humana, los hombres no dependen unos de otros por ese pecado: ningún hombre, por ese pecado, depende de otro hombre en su naturaleza humana. La sucesión del pecado original, su transmisión por generación, no es la sucesión de naturalezas, no es la sucesión de vidas humanas, no es su interdependencia: nadie nace a la vida para estar pendiente, para estar dependiendo de otros hombres, para estar unido a otro hombre o a la tierra.
Este es el gravísimo error en que caen los que niegan el pecado original.
«El ambiente humano y el ambiente natural se degradan juntos» (LS – n. 48). Esto es una blasfemia a toda la obra de la Creación. La naturaleza tiene su esencia independiente del hombre. Y entre el hombre y la naturaleza habrá ciertas dependencias, ciertas relaciones, ciertas conexiones externas: el hombre necesita el agua, el sol, el alimento para vivir. Pero no son absolutas. Y, por eso, el actuar humano sobre la naturaleza no degrada ésta, porque Dios ha mandado al hombre dominarla. Todo el problema está en saber ejercer ese dominio.
En la mente de Bergoglio, naturaleza y hombre están unidos:
«…la íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta, la convicción de que en el mundo todo está conectado, la crítica al nuevo paradigma y a las formas de poder que derivan de la tecnología, la invitación a buscar otros modos de entender la economía y el progreso, el valor propio de cada criatura, el sentido humano de la ecología, la necesidad de debates sinceros y honestos, la grave responsabilidad de la política internacional y local, la cultura del descarte y la propuesta de un nuevo estilo de vida» (LS – n. 16).
Bergoglio toma la idea de su fe fundante, que desarrolló en su panfleto lumen fidei, y la traslada a la relación entre el hombre y la tierra.
Así como el hombre no puede creer por sí mismo, sino que necesita de una comunidad, de una estructura social, para poder creer; así el hombre no puede vivir por sí mismo, sino que necesita una estructura apta para desarrollar su vida humana.
Por eso, habla de que el planeta es débil, habla de buscar un nuevo estilo de vida, una nueva estructura que se ponga por encima de lo que es natural, de la propia esencia de la naturaleza y del hombre.
■ El planeta no es débil porque Dios lo ha creado perfecto, no en debilidad, no limitado en su perfección;
■ los pecados de los hombres no anulan la obra perfecta de Dios; la pueden ocultar, oscurecer. Pueden construir otro mundo distinto al creado, como son las ciudades; pero nunca el hombre degrada lo natural, sino que lo transforma, ya para bien, ya para mal.
■ los pobres no están relacionados con la fragilidad del planeta, porque el hombre es débil sólo por su pecado, no por su estilo de vida material. El pecado debilita al hombre en su vida espiritual, pero no en su vida material: «Yavé puso a Caín una señal, para que nadie que lo encontrase le matara» (Gn 4, 15). Caín sigue viviendo en la debilidad de su espíritu, sin poder quitar su pecado, para seguir obrándolo con la fuerza de su naturaleza. El pecado hace fuerte al hombre, nunca débil. Fuerte para seguir pecando.
Todo el planeta que Dios ha creado sigue siendo fuerte en su ser creado, por más que el demonio y el hombre, por las obras de sus pecados, dañen el entorno ambiental. Las consecuencias materiales de un pecado espiritual nunca anulan la obra creadora de Dios.
«¿Dónde está, oh muerte, tu victoria?»: la muerte, a la que ha sido conducida toda la creación por el pecado original no puede vencer al amor con que Dios ha creado todas las cosas. Las ha creado en la vida. Cada ser creado es vida, no muerte.
El hombre no es débil en su naturaleza humana: tiene todo lo necesario para vivir como hombre, para ser hombre. Pero, en la debilidad de su pecado, obra en contra de lo creado, produciendo un mal material.
Pero, Bergoglio cree en la evolución del mundo porque cree en un dios no perfecto en sus obras: «Él, de algún modo, quiso limitarse a sí mismo al crear un mundo necesitado de desarrollo» (LS – n. 80).
Tanto las naturalezas del hombre como del planeta son imperfectos en su ser y, por tanto, se necesitan unas a otras para alcanzar la perfección. Esta es la síntesis de su panenteísmo.
Por eso, Bergoglio tiene que estar convencido de que todo en el mundo está conectado, cayendo en el gravísimo error de juntarlo todo sin discernir nada: tanto hombre y naturaleza se degradan juntos como son perfectos juntos: «La vida eterna será un asombro compartido, donde cada criatura, luminosamente transformada, ocupará su lugar y tendrá algo para aportar a los pobres definitivamente liberados» (LS – n. 243).
Aquí se ve su falta de conocimiento de las esencias de las cosas. En la vida eterna todo estará transfigurado, no transformado. Todo estará revestido del Espíritu. Por eso, no existirá ni el reino animal ni el vegetal, porque son incapaces del Espíritu. La vida eterna no es la vida creada. No es la vida en un Paraíso. Es la misma vida de Dios, que es Espíritu.
Dios creó al hombre, no en la vida eterna, sino en la vida de un Paraíso: con un cuerpo revestido del Espíritu, con un alma viviendo en la gracia. Y lo puso en una creación material para que realizara una obra divina: engendrar y llevar hijos a la vida eterna. Los hijos no eran para vivir en un paraíso, sino para llevarlos a una vida no material, sino espiritual y gloriosa en todo.
Este plan de Dios lo anuló el pecado original. Y, por eso, siempre los hombres están construyendo sus fábulas, buscando sus estilos de vida y no se paran a pensar para qué Dios los ha creado.
¿Qué es la naturaleza? ¿Qué es el hombre? ¿Para qué es la naturaleza? ¿Para qué es el hombre? Estas preguntas Bergoglio ni se las hace ni puede resolverlas adecuadamente en su manuscrito comunista y masónico, porque su visión de la esencia de las cosas es totalmente errada.
La vida humana como tal tiene una estructura sin la cual no es tal vida humana personal. El hombre primeramente es persona, individuo, algo intangible. Y esa persona realiza su vida en su propia naturaleza humana, no fuera de ella: su alma y su cuerpo es el centro de su vida humana. Ninguna persona vive en el centro de lo que es la esencia de un animal o del planeta. Y, finalmente, la persona vive en diversas formas histórico-sociales, en las cuales da un sentido a su propia vida humana. Se relaciona con todo lo creado, pero no depende de nada de lo creado.
«Pobres siempre tendréis»: la actitud cristiana frente a la pobreza ha sido siempre considerarla como inevitable. Y, por eso, la condición de todo hombre era ser pobre: ser hombre quería decir ser pobre. Pero, cuando los hombres empiezan a adoptar un lenguaje nuevo, otros principios no evangélicos, entonces se vive para que la miseria sea eliminada, para que la pobreza esté en vías de desaparición, y viene la imposición: la pobreza es evitable, es un pecado que los hombres vivan pobremente, hay que buscar esa vida eterna en donde los pobres sean definitivamente liberados:
«… un veinte por ciento de la población mundial consume recursos en tal medida que roba a las naciones pobres y a las futuras generaciones lo que necesitan para sobrevivir» (LS – n. 95): hay pobres porque los ricos les roban el alimento, consumen recursos que roban lo que necesitan otros.
¡Esto es inaceptable!
Esta mentalidad perversa viene de su claro comunismo, en donde se va buscando el bien común de toda la humanidad anulando el principio de la propiedad privada:
«El principio de la subordinación de la propiedad privada al destino universal de los bienes es… una “regla de oro” y… el “primer principio de todo el ordenamiento ético-socia”» (LS – n. 93).
Todos los bienes de este mundo han sido creados para el hombre y por el hombre. Pero el dueño supremo de todos ellos es Dios. Y todas las cosas Dios las ha dispuesto para el servicio de todos los hombres.
La pregunta clave es ¿de qué manera las cosas sirven a todos los hombres, están a disposición de todos los hombres? ¿Cómo los bienes materiales son poseídos por todos los hombres, son propiedad privada de todos ellos? Y la respuesta no puede darse sin considerar la diversas naturalezas de las cosas y su utilidad para los hombres.
El fundamento inconmovible de la sociedad es la propiedad privada. El hombre, en particular, posee la propiedad privada, por ley natural: es dueño de su naturaleza humana, dueño de su vida, de sus obras, de sus cosas. El hombre, estando en una sociedad, posee esa propiedad privada en la comunidad: tiene derecho a administrar y a repartirse todos los bienes de esa sociedad.
La propiedad privada tiene un carácter individual, pero también debe necesariamente cumplir una determinada función social.
Bergoglio habla de subordinación porque, en su comunismo, la propiedad privada es ilícita: los bienes materiales y la producción de esos bienes tienen que ser poseídos con propiedad pública, para un destino universal de los bienes. Nunca Bergoglio va a defender el derecho a disponer perfectamente de los bienes materiales, dentro de los límites de la ley, que tiene toda persona. Nunca defiende Bergoglio el derecho mismo de propiedad, la facultad moral de disponer todo aquello que sea útil a la vida privada de cada hombre. Siempre va a defender aquello que es útil para la vida pública, anulando lo que es la esencia de la sociedad.
Por eso, dice que la subordinación es el primer principio, anulando lo que es el fundamento inconmovible, el primer principio, de toda sociedad: la propiedad privada.
Por eso, este hombre va en busca de un paraíso, de una sociedad, de una estructura social, de un futuro que no existe, que nunca puede darse en la realidad:
«… cómo es posible que se pretenda construir un futuro mejor sin pensar en la crisis del ambiente y en los sufrimientos de los excluidos» (LS – n. 13).
Los Obispos de la Iglesia Católica primariamente deben buscar la salvación de los hombres, no estar andando tras la multiplicidad de opciones políticas que destruyen o pretenden destruir aquello que consiste el hombre y lo que es la esencia de la sociedad.
El futuro de una sociedad no se piensa mirando la crisis ambiental ni los sufrimientos de los pobres. Una sociedad se construye mirando al hombre, a su naturaleza humana, a las exigencias y a los derechos que Dios ha puesto en ella.
Quien busca un mundo mejor para todos los hombres tiene que anular necesariamente lo que es el hombre y lo que es la sociedad. La sociedad no está fundamentada en el bien común, sino en el bien privado.
La manera de que este bien privado llegue a todos los hombres no es un asunto de un gobierno mundial, público, que tenga dominio sobre la propiedad privada de todos los hombres, que ejerza una imposición sobre las vidas privadas de los hombres para encontrar una igualdad material entre ellos.
No es igualando en lo material como el hombre adquiere su dignidad. Es viviendo una vida espiritual cómo el hombre obra su dignidad en la sociedad.
Pero, Bergoglio anda tras su idea política.
Como se consume muchos recursos, se roba a los que lo necesitan; como unos viven bien con su propiedad privada eso perjudica a los que viven mal, a los que tienen problemas.
Es siempre el mismo juego: propiedad privada y bien común. Estas dos cosas se relacionan entre sí, pero no dependen una de otra. Se quiere resolver los problemas injustos en la sociedad privando al hombre de su propiedad privada. Y eso es hacer una profunda injusticia al hombre y a la propia sociedad.
Como los hombres han perdido el norte de la ley de Dios, entonces andan todos tras las imposiciones de su mente humana a los demás. Imposiciones globales, públicas, sacando leyes abominables.
El futuro del hombre y de toda sociedad está en resolver el problema del pecado, que es un asunto espiritual. Y, por eso, toda la creación, todo el medio ambiente «gime y siente dolores de parto» (Rom 8, 22), a causa del pecado original, no porque el clima se esté calentando o el CO2 mate el ambiente o haya pobres en el mundo. El mundo está mal por el maldito pecado de los hombres, no por la tecnología, no por las formas de poder que derivan de la tecnología.
No se vive buscando una tecnología que se acomode al estilo de vida del hombre, ni teniendo un poder que use la tecnología para igualar todas las clases sociales.
Se vive la vida quitando aquello que impide progresar en la vida espiritual: el pecado. Sin arrepentimiento del pecado, ni la tecnología ni el poder sirven para nada.
Este hombre, al perder el sentido espiritual de la vida humana, se mete en camisa de once varas.
«Este mundo tiene una grave deuda social con los pobres que no tienen acceso al agua potable, porque eso es negarles el derecho a la vida radicado en su dignidad inalienable» (LS – n. 30).
Bergoglio se llena la boca, como lo hace todo político que quiere vender su idea: los pobres tienen derecho inalienable al agua.
Todo este escrito es sólo una idea política que no resuelve, en la práctica, cómo dar agua a todos los pobres.
¿Quieres agua? Vete a vivir al lado de un río; construye un pozo. Ahí tienes la naturaleza creada; ahí tienes el agua que Dios ha creado para todos; ahí tienes una estructura natural que Dios ha puesto para que el hombre se acomode a ella, no para que el hombre acomode la naturaleza creada a su estilo de vida, a su idea de la vida, a su filosofía particular de lo que es una sociedad.
Bergoglio, cuando habla, nunca resuelve los problemas, sino que sólo vende su idea. Es un político más. Y un mal político, porque anda vestido de religioso.
Este mundo tiene una grave deuda moral con su Creador: tiene que alejarse del pecado; no seguir dando culto a otros dioses; no seguir buscando la ruina espiritual de tantas almas por su clara apostasía de la fe.
Si el hombre saldase esta deuda espiritual, entonces quitaría la deuda social con los demás hombres. Pero todos los hombres se llenan la boca clamando las injusticias sociales; olvidando las ofensas que se hacen a Dios. Es el fariseísmo propio de Bergoglio, que es un sepulcro blanqueado: quiere limpiar la suciedad exterior de los hombres y de las sociedades, dejando el pecado dentro de sus almas.
El derecho a la vida de toda persona, sea pobre o sea rico, está radicado en su propia naturaleza humana, no en el agua potable, no en los recursos naturales, no en la tierra que tampoco es madre. Tener agua o no tenerla no es signo de dignidad inalienable; es sólo la vida. En la vida no siempre se puede tener de todo.
Pero ser hombre o ser otra cosa es el gran problema de los hombres. Hoy, el hombre no quiere pertenecer a la naturaleza humana: el hombre quiere ser mujer, y la mujer, hombre. Y, por eso, todos andan buscando una nueva sociedad acorde a una idea humana que no existe en la realidad. Y, por eso, hay que buscar otros modos de entender la economía y el progreso, que regulen eso nuevo que quiere ser el hombre.
Cuando se despoja al hombre de la esperanza de una vida eterna, entonces se da una visión de la vida humana tan esperpéntica como la que aparece en este escrito.
Un escrito que es sólo un manifiesto comunista y masónico. Ni pertenece a la doctrina social de la Iglesia ni es magisterio de un papa. ¡Cuántos andan preguntándose si este escrito les obliga a seguirlo en conciencia! ¡No han comprendido lo que pasa en la Iglesia! Siguen llamando papa a uno que, claramente, no lo es. Siguen tomando en consideración, valorando sus palabras como una verdad que hay que tener en cuenta.
Esta es la doctrina de un heresiarca, que da su opinión sobre un tema que no existe en la realidad, que no tiene fundamento en la realidad.
Está hablando un hombre que vive su idea no real y que sólo le interesa venderla al mejor postor. Y no tiene otro fin este escrito.
Es el idealismo de un hombre, que ha inventado como real, aquello que la ciencia ha demostrado que no existe: el calentamiento alarmista del clima.
Todos los idealistas viven siempre en su sueño, en su ilusión, en la idea que conciben en su mente, y que nunca es una verdad. Y trabajan sobre esa mentira, y hacen que muchos otros configuren sus vidas alrededor de esa mentira.
«La interdependencia nos obliga a pensar en un solo mundo, en un proyecto común» (LS – n. 164).
Nos obliga a pensar: Bergoglio siempre está en su imperativo categórico, que es el propio de todo idealista. Es un hombre no libre para pensar lo que quiera. Es un hombre con una idea fija en su cabeza, obligado por esa idea fija.
El hombre idealista no se mueve por la ley Eterna, sino sólo por la ley que su propio conocimiento va creando. Es esclavo de su idea. Está obligado a pensar su idea. El idealista va haciendo su propia ley, para que su mente siga un curso y alcance, con sus pensamientos, el fin que no tiene un fundamento real, que sólo está en su mente.
Bergoglio piensa en un solo mundo, en una sola estructura de gobierno mundial. Esto, en la ley natural y en la ley divina es imposible de realizar.
Quien siga la ley de Dios nunca puede pensar en un gobierno mundial, porque Dios manda al hombre gobernar la Creación, pero no gobernar al mismo hombre: «sometedla y dominad sobre… todo cuanto vive y se mueve sobre la tierra» (Gn 1, 28).
Dios nunca manda al hombre: “someted y dominad al hombre”. Sino que da al hombre la misión de multiplicarse: «Procread y multiplicaos» (Gn 1, 28). Es una vocación divina traer hijos al mundo. Es la vocación de todo hombre.
Para gobernar a los hombres, Dios pone sus leyes. Y las autoridades que los hombres ponen son siempre divinas: «no hay autoridad sino por Dios, y las que hay, por Dios han sido ordenadas» (Rom 13, 1).
El hombre tiene de Dios el poder, pero se ejerce en la sociedad que pertenece el hombre, no en el mundo entero.
Dios es autor de la sociedad. Y la primera célula social es la familia. El hombre tiene el poder en su propia familia, no en la de los otros. Nadie puede mandar en las familias del mundo entero. Cada hombre manda en su propia familia.
Y los hombres, que se reúnen en una sociedad, eligen a un hombre para que tenga el poder en esa sociedad. Ese hombre no tiene el poder para todas las sociedades del mundo. Ese hombre no puede decidir sobre la propiedad privada de nadie en particular. Tiene que gobernar según la ley de Dios, no según sus ideas humanas.
El hombre vive en su familia y en su sociedad, pero no vive en el mundo: no puede vivir en todas las sociedades. No puede estar pendiente de todos los hombres. Ni tampoco hace falta eso para vivir. Por eso, esas estructuras virtuales, esas redes sociales creadas en internet que quieren buscar una idea global para unir a todos los hombres, destruyen la misma vida de los hombres. Porque el hombre radica su existencia humana en sí mismo, en su propia naturaleza, no en la búsqueda de una estructura social que convenga a su estilo de vida.
El hombre que no conozca su naturaleza humana: para qué es su alma, para qué es su cuerpo; entonces no puede comprender para qué es una familia o una sociedad. Y va buscando, en su vida, una sociedad, una red social acomodada a su mente humana, pero no a su naturaleza humana. Y lucha por su idea en ese grupo, en esa sociedad. Pero no lucha por la verdad de la vida.
El gran peligro de las redes sociales es vivir para una ideología humana, no para la verdad de lo que es el hombre, de lo que es la sociedad, de lo que es la Iglesia.
Bergoglio, en este escrito, hace apología de una nueva raza humana, de un nuevo humanismo, centrado en un poder mundial. El poder de gobernar a todo el mundo para que la creación no se degrade por la actuación individual, irresponsable de los hombres.
Bergoglio quiere igualar a los pobres y a los ricos; pero además, quiere la supremacía de una humanidad que tenga el dominio sobre los demás hombres.
En su falsa encíclica se ven estas dos ideas: comunismo y masonismo.
No se puede gobernar con una autoridad mundial a todos los hombres porque se necesitaría conocerlos profundamente a todos. Cosa que es imposible naturalmente para el hombre.
El hombre no puede tener el poder de gobernar el mundo entero porque necesita un conocimiento total de ese mundo: un conocimiento, no de oídas, sino de todas las personas a las cuales va a gobernar. No se pueden quitar los problemas ambientales de todo el mundo sin conocer todas las causas globales y particulares de esos problemas. Sin ese conocimiento es imposible obrar un acto global de la voluntad. Es imposible que ese acto sea recto, justo, equilibrado, que no dañe a ninguna persona, que no dañe al medio ambiente.
Dios no dio al hombre un poder global sobre otros hombres.
Quien ha perdido el sentido sobrenatural de la vida humana, es decir, aquel que no vive para salvar su alma, sólo vive para hacer más complicada la existencia de todos los hombres, queriendo imponer su propio pensamiento a todos ellos:
«… es indispensable un consenso mundial» (LS – n. 164).
No es indispensable un gobierno mundial: todos los hombres pueden vivir tranquilamente sin una autoridad mundial. No les hace falta para nada.
Para vivir no hay que estar pendientes de lo que dice un grupo de hombres, de lo que opina, de lo que piensa. Porque la vocación que Dios ha dado al hombre es engendrar hijos: ya sea física, ya espiritualmente. No es vivir enganchados al pensamiento de ningún hombre.
Antes de Encarnarse el Verbo, el hombre era para un matrimonio: no había sido dada por Dios la vocación religiosa, la vocación sacerdotal. Y todos los hombres vivían para una sola vocación: el matrimonio. Ninguno vivía para solucionar los problemas de los demás. Porque el poder que Dios da al hombre no es una vocación para su vida: no se vive para ser gobernante del mundo o de un país. Se vive para una familia y una sociedad, en donde se ejerce un poder divino
Ningún hombre necesita una agricultura sostenible y diversificada, porque no se vive para comer, ni que esa mesa tenga de todo, sino para salvar el alma. No se vive pensando si mañana voy a llenar mi estómago o no; no se vive buscando un futuro cierto, seguro, porque éste no puede existir por el pecado original.
Quien quiera sostener su vida material pierde inevitablemente su alma: «… el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la hallará» (Mt 16, 25).
Bergoglio quiere condenar, no sólo su alma, sino la de todo el mundo. Es más, quiere perder al mundo en la búsqueda de un paraíso terrenal que no existe.
No se vive «para desarrollar formas renovables y poco contaminantes de energía», porque nada de lo que Dios ha creado contamina al hombre. El hombre, trabajando la tierra, no la desgasta, ni la corrompe, sino que la transforma. Es un bien natural que se transforma siempre en otro bien para el hombre.
Lo que contamina al hombre es el pecado: «lo que sale de la boca eso es lo que al hombre le hace impuro» (Mt 15, 11). ¿Para qué buscar energías no impuras, renovables, si el corazón del hombre no está sanado, no ha sido renovado, porque vive en su pecado?
Bergoglio se mete en temas que no son de su incumbencia. Él, como Obispo, está llamado a la vida espiritual, no a juzgar a toda la sociedad:
«…mientras la humanidad del período post-industrial quizás sea recordada como una de las más irresponsables de la historia, es de esperar que la humanidad de comienzos del siglo XXI pueda ser recordada por haber asumido con generosidad sus graves responsabilidades» (LS – n. 165).
Este hombre, que ha puesto como lema de su falso pontificado el no juzgar a nadie, es el primero en condenarlo todo: llama irresponsables a todo el mundo. Como si la vida de todos esos hombres del período post-industrial no tuvieran valor para nadie, no hubieran sido responsables en sus vidas. Y lanza esta condena sólo porque esos hombres han estado «lejos de estar a la altura de los desafíos mundiales» (LS – n. 165).
Nadie en la humanidad, hasta ahora, ha asumido con generosidad sus responsabilidades mundiales: ¡qué gran descaro!
Bergoglio está reflejando su cara de dictador: él quiere una humanidad que asuma responsabilidades mundiales. Quiere una nueva raza humana, la supremacía de hombres inteligentes que den soluciones globales en el mundo. Para esto ha escrito esta basura intelectual, que proviene de una mente perversa.
Los gobernantes del mundo, esos que han perdido la fe, que gobiernan sus países en contra de la Voluntad de Dios, imponiendo leyes abominables al hombre, a la familia y a toda la sociedad, van a dar un gran peso a las ideas maquiavélicas de este hombre.
A ellos les interesa la posición que Bergoglio tiene en la Iglesia. No les interesa tanto Bergoglio, sino el poder que tiene, el poder que falsamente representa. Y van a ir a la caza de ese poder. Eso supone dar al hombre que ocupa ese poder otro puesto más adecuado a su pobre inteligencia. Bergoglio no sirve para gobernar, sino sólo para revolver el gallinero, como lo está haciendo.
El gran mal de sacar este documento ya está hecho: es el vómito que se esperaba de este hombre. Pero, ahora viene otro gran mal. Y como consecuencia de no oponerse a este hombre.