EL FUNDAMENTO INCONMOVIBLE DE LA SOCIEDAD ES LA PROPIEDAD PRIVADA
Cuando
el hombre ha perdido la fe en Dios, busca organizar la vida de los
hombres según su pensamiento humano. Vende al mundo una imposición: «Un
mundo interdependiente… significa… procurar que las soluciones se
propongan desde una perspectiva global y no sólo en defensa de los
intereses de algunos países» (LS – n. 164). Un mundo interdependiente: la falta de conocimiento de la esencia de las cosas hace que se ponga la dependencia derivada sólo de la coexistencia: las cosas dependen unas de otras porque existen juntas o porque un problema nace de otro problema.
Bergoglio,
al estar en su idea de la evolución, tiene que anular la esencia de
cada cosa, y verlo todo como un conjunto que trae una sucesión de
problemas globales. Necesariamente, esta visión le tiene que llevar
siempre al error por su falta de discernimiento, que es defender los
intereses públicos del mundo, dejando a un lado los intereses privados
de toda sociedad. Es su comunismo movido por la idea masónica de un
gobierno mundial, público, en que nada sea privado, sea de interés
personal.
Todas las cosas dependen de sí mismas; cada una de su ser individual, creado. Es el principio de individuación.
La
existencia de algo no supone la dependencia con otra cosa que exista.
Sólo hay una dependencia absoluta de toda criatura con Dios. La esencia
de cada criatura es nada, no puede subsistir por sí misma, sino que
necesita absolutamente el ser de Dios para existir. Entre las criaturas,
las dependencias son sólo relativas y temporales. No son esenciales,
íntimas.
Dios creó al hombre para que dominara la Creación, no para que dominara a otros hombres.
El pecado original ha traído tanto mal a la Creación que los hombres sin fe pierden de vista para qué Dios los ha creado.
Dios
no ha creado al hombre para que dé soluciones globales a los problemas
del mundo. Dios no ha creado al hombre para que viva solucionando los
problemas de su vida ni los de su vecino. No se ha creado al hombre con
un problema que debe solucionarlo en su vida.
Dios
ha creado al hombre para una obra divina, que el pecado original anuló.
El hombre, ahora, se encuentra inmerso en las consecuencias de ese
pecado y, por eso, el único sentido de su vida es salvar y santificar su
alma.
Quien
olvide esta verdad revelada, entonces pasa su vida queriendo salvar el
planeta de tantos males que tienen sólo su origen en el pecado original,
en una causa espiritual.
Las
consecuencias del pecado original son globales, para todo hombre, pero
no absolutas. E, incluso son universales, para todo el Universo creado: «Por ti será maldita la tierra» (Gn 3, 17e). Pero son consecuencias espirituales, no existenciales; consecuencias que no anulan la esencia de lo que es el hombre o la naturaleza.
La
creación sigue su curso natural, obedeciendo a la ley que Dios ha
inscrito en ella, pero cargando con las consecuencias de un pecado que
va más allá de lo que el hombre puede imaginar.
El
pecado original se transmite por generación: en los cuerpos de los
hombres hay una consecuencia espiritual, un efecto de ese pecado. Pero
la naturaleza humana, los hombres no dependen unos de otros por ese
pecado: ningún hombre, por ese pecado, depende de otro hombre en su
naturaleza humana. La sucesión del pecado original, su transmisión por
generación, no es la sucesión de naturalezas, no es la sucesión de vidas
humanas, no es su interdependencia: nadie nace a la vida para estar
pendiente, para estar dependiendo de otros hombres, para estar unido a
otro hombre o a la tierra.
Este es el gravísimo error en que caen los que niegan el pecado original.
«El ambiente humano y el ambiente natural se degradan juntos»
(LS – n. 48). Esto es una blasfemia a toda la obra de la Creación. La
naturaleza tiene su esencia independiente del hombre. Y entre el hombre y
la naturaleza habrá ciertas dependencias, ciertas relaciones, ciertas
conexiones externas: el hombre necesita el agua, el sol, el alimento
para vivir. Pero no son absolutas. Y, por eso, el actuar humano sobre la
naturaleza no degrada ésta, porque Dios ha mandado al hombre dominarla.
Todo el problema está en saber ejercer ese dominio.
En la mente de Bergoglio, naturaleza y hombre están unidos:
«…la
íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta, la
convicción de que en el mundo todo está conectado, la crítica al nuevo
paradigma y a las formas de poder que derivan de la tecnología, la
invitación a buscar otros modos de entender la economía y el progreso,
el valor propio de cada criatura, el sentido humano de la ecología, la
necesidad de debates sinceros y honestos, la grave responsabilidad de la
política internacional y local, la cultura del descarte y la propuesta
de un nuevo estilo de vida» (LS – n. 16).
Bergoglio toma la idea de su fe fundante, que desarrolló en su panfleto lumen fidei, y la traslada a la relación entre el hombre y la tierra.
Así
como el hombre no puede creer por sí mismo, sino que necesita de una
comunidad, de una estructura social, para poder creer; así el hombre no
puede vivir por sí mismo, sino que necesita una estructura apta para
desarrollar su vida humana.
Por
eso, habla de que el planeta es débil, habla de buscar un nuevo estilo
de vida, una nueva estructura que se ponga por encima de lo que es
natural, de la propia esencia de la naturaleza y del hombre.
■ El planeta no es débil porque Dios lo ha creado perfecto, no en debilidad, no limitado en su perfección;
■
los pecados de los hombres no anulan la obra perfecta de Dios; la
pueden ocultar, oscurecer. Pueden construir otro mundo distinto al
creado, como son las ciudades; pero nunca el hombre degrada lo natural,
sino que lo transforma, ya para bien, ya para mal.
■
los pobres no están relacionados con la fragilidad del planeta, porque
el hombre es débil sólo por su pecado, no por su estilo de vida
material. El pecado debilita al hombre en su vida espiritual, pero no en
su vida material: «Yavé puso a Caín una señal, para que nadie que lo encontrase le matara»
(Gn 4, 15). Caín sigue viviendo en la debilidad de su espíritu, sin
poder quitar su pecado, para seguir obrándolo con la fuerza de su
naturaleza. El pecado hace fuerte al hombre, nunca débil. Fuerte para seguir pecando.
Todo
el planeta que Dios ha creado sigue siendo fuerte en su ser creado, por
más que el demonio y el hombre, por las obras de sus pecados, dañen el
entorno ambiental. Las consecuencias materiales de un pecado espiritual
nunca anulan la obra creadora de Dios.
«¿Dónde está, oh muerte, tu victoria?»:
la muerte, a la que ha sido conducida toda la creación por el pecado
original no puede vencer al amor con que Dios ha creado todas las cosas.
Las ha creado en la vida. Cada ser creado es vida, no muerte.
El
hombre no es débil en su naturaleza humana: tiene todo lo necesario
para vivir como hombre, para ser hombre. Pero, en la debilidad de su
pecado, obra en contra de lo creado, produciendo un mal material.
Pero, Bergoglio cree en la evolución del mundo porque cree en un dios no perfecto en sus obras: «Él, de algún modo, quiso limitarse a sí mismo al crear un mundo necesitado de desarrollo» (LS – n. 80).
Tanto
las naturalezas del hombre como del planeta son imperfectos en su ser
y, por tanto, se necesitan unas a otras para alcanzar la perfección.
Esta es la síntesis de su panenteísmo.
Por
eso, Bergoglio tiene que estar convencido de que todo en el mundo está
conectado, cayendo en el gravísimo error de juntarlo todo sin discernir
nada: tanto hombre y naturaleza se degradan juntos como son perfectos
juntos: «La vida eterna será un asombro compartido, donde
cada criatura, luminosamente transformada, ocupará su lugar y tendrá
algo para aportar a los pobres definitivamente liberados» (LS – n. 243).
Aquí
se ve su falta de conocimiento de las esencias de las cosas. En la vida
eterna todo estará transfigurado, no transformado. Todo estará
revestido del Espíritu. Por eso, no existirá ni el reino animal ni el
vegetal, porque son incapaces del Espíritu. La vida eterna no es la vida
creada. No es la vida en un Paraíso. Es la misma vida de Dios, que es
Espíritu.
Dios
creó al hombre, no en la vida eterna, sino en la vida de un Paraíso:
con un cuerpo revestido del Espíritu, con un alma viviendo en la gracia.
Y lo puso en una creación material para que realizara una obra divina:
engendrar y llevar hijos a la vida eterna. Los hijos no eran para vivir
en un paraíso, sino para llevarlos a una vida no material, sino
espiritual y gloriosa en todo.
Este
plan de Dios lo anuló el pecado original. Y, por eso, siempre los
hombres están construyendo sus fábulas, buscando sus estilos de vida y
no se paran a pensar para qué Dios los ha creado.
¿Qué
es la naturaleza? ¿Qué es el hombre? ¿Para qué es la naturaleza? ¿Para
qué es el hombre? Estas preguntas Bergoglio ni se las hace ni puede
resolverlas adecuadamente en su manuscrito comunista y masónico, porque
su visión de la esencia de las cosas es totalmente errada.
La
vida humana como tal tiene una estructura sin la cual no es tal vida
humana personal. El hombre primeramente es persona, individuo, algo
intangible. Y esa persona realiza su vida en su propia naturaleza
humana, no fuera de ella: su alma y su cuerpo es el centro de su vida humana. Ninguna persona vive en el centro
de lo que es la esencia de un animal o del planeta. Y, finalmente, la
persona vive en diversas formas histórico-sociales, en las cuales da un
sentido a su propia vida humana. Se relaciona con todo lo creado, pero
no depende de nada de lo creado.
«Pobres siempre tendréis»:
la actitud cristiana frente a la pobreza ha sido siempre considerarla
como inevitable. Y, por eso, la condición de todo hombre era ser pobre:
ser hombre quería decir ser pobre. Pero, cuando los hombres empiezan a
adoptar un lenguaje nuevo, otros principios no evangélicos, entonces se
vive para que la miseria sea eliminada, para que la pobreza esté en vías
de desaparición, y viene la imposición: la pobreza es evitable, es un
pecado que los hombres vivan pobremente, hay que buscar esa vida eterna en donde los pobres sean definitivamente liberados:
«…
un veinte por ciento de la población mundial consume recursos en tal
medida que roba a las naciones pobres y a las futuras generaciones lo
que necesitan para sobrevivir» (LS – n. 95): hay pobres porque los ricos les roban el alimento, consumen recursos que roban lo que necesitan otros.
¡Esto es inaceptable!
Esta
mentalidad perversa viene de su claro comunismo, en donde se va
buscando el bien común de toda la humanidad anulando el principio de la
propiedad privada:
«El
principio de la subordinación de la propiedad privada al destino
universal de los bienes es… una “regla de oro” y… el “primer principio
de todo el ordenamiento ético-socia”» (LS – n. 93).
Todos
los bienes de este mundo han sido creados para el hombre y por el
hombre. Pero el dueño supremo de todos ellos es Dios. Y todas las cosas
Dios las ha dispuesto para el servicio de todos los hombres.
La
pregunta clave es ¿de qué manera las cosas sirven a todos los hombres,
están a disposición de todos los hombres? ¿Cómo los bienes materiales
son poseídos por todos los hombres, son propiedad privada de todos
ellos? Y la respuesta no puede darse sin considerar la diversas
naturalezas de las cosas y su utilidad para los hombres.
El
fundamento inconmovible de la sociedad es la propiedad privada. El
hombre, en particular, posee la propiedad privada, por ley natural: es
dueño de su naturaleza humana, dueño de su vida, de sus obras, de sus
cosas. El hombre, estando en una sociedad, posee esa propiedad privada
en la comunidad: tiene derecho a administrar y a repartirse todos los
bienes de esa sociedad.
La propiedad privada tiene un carácter individual, pero también debe necesariamente cumplir una determinada función social.
Bergoglio habla de subordinación
porque, en su comunismo, la propiedad privada es ilícita: los bienes
materiales y la producción de esos bienes tienen que ser poseídos con
propiedad pública, para un destino universal de los bienes.
Nunca Bergoglio va a defender el derecho a disponer perfectamente de los
bienes materiales, dentro de los límites de la ley, que tiene toda
persona. Nunca defiende Bergoglio el derecho mismo de propiedad, la
facultad moral de disponer todo aquello que sea útil a la vida privada
de cada hombre. Siempre va a defender aquello que es útil para la vida
pública, anulando lo que es la esencia de la sociedad.
Por eso, dice que la subordinación es el primer principio, anulando lo que es el fundamento inconmovible, el primer principio, de toda sociedad: la propiedad privada.
Por
eso, este hombre va en busca de un paraíso, de una sociedad, de una
estructura social, de un futuro que no existe, que nunca puede darse en
la realidad:
«…
cómo es posible que se pretenda construir un futuro mejor sin pensar en
la crisis del ambiente y en los sufrimientos de los excluidos» (LS – n. 13).
Los Obispos de la Iglesia Católica primariamente
deben buscar la salvación de los hombres, no estar andando tras la
multiplicidad de opciones políticas que destruyen o pretenden destruir
aquello que consiste el hombre y lo que es la esencia de la sociedad.
El
futuro de una sociedad no se piensa mirando la crisis ambiental ni los
sufrimientos de los pobres. Una sociedad se construye mirando al hombre,
a su naturaleza humana, a las exigencias y a los derechos que Dios ha
puesto en ella.
Quien
busca un mundo mejor para todos los hombres tiene que anular
necesariamente lo que es el hombre y lo que es la sociedad. La sociedad
no está fundamentada en el bien común, sino en el bien privado.
La
manera de que este bien privado llegue a todos los hombres no es un
asunto de un gobierno mundial, público, que tenga dominio sobre la
propiedad privada de todos los hombres, que ejerza una imposición sobre
las vidas privadas de los hombres para encontrar una igualdad material
entre ellos.
No
es igualando en lo material como el hombre adquiere su dignidad. Es
viviendo una vida espiritual cómo el hombre obra su dignidad en la
sociedad.
Pero, Bergoglio anda tras su idea política.
Como
se consume muchos recursos, se roba a los que lo necesitan; como unos
viven bien con su propiedad privada eso perjudica a los que viven mal, a
los que tienen problemas.
Es
siempre el mismo juego: propiedad privada y bien común. Estas dos cosas
se relacionan entre sí, pero no dependen una de otra. Se quiere
resolver los problemas injustos en la sociedad privando al hombre de su
propiedad privada. Y eso es hacer una profunda injusticia al hombre y a
la propia sociedad.
Como
los hombres han perdido el norte de la ley de Dios, entonces andan
todos tras las imposiciones de su mente humana a los demás. Imposiciones
globales, públicas, sacando leyes abominables.
El
futuro del hombre y de toda sociedad está en resolver el problema del
pecado, que es un asunto espiritual. Y, por eso, toda la creación, todo
el medio ambiente «gime y siente dolores de parto» (Rom
8, 22), a causa del pecado original, no porque el clima se esté
calentando o el CO2 mate el ambiente o haya pobres en el mundo. El mundo
está mal por el maldito pecado de los hombres, no por la tecnología, no
por las formas de poder que derivan de la tecnología.
No
se vive buscando una tecnología que se acomode al estilo de vida del
hombre, ni teniendo un poder que use la tecnología para igualar todas
las clases sociales.
Se
vive la vida quitando aquello que impide progresar en la vida
espiritual: el pecado. Sin arrepentimiento del pecado, ni la tecnología
ni el poder sirven para nada.
Este hombre, al perder el sentido espiritual de la vida humana, se mete en camisa de once varas.
«Este
mundo tiene una grave deuda social con los pobres que no tienen acceso
al agua potable, porque eso es negarles el derecho a la vida radicado en
su dignidad inalienable» (LS – n. 30).
Bergoglio se llena la boca, como lo hace todo político que quiere vender su idea: los pobres tienen derecho inalienable al agua.
Todo este escrito es sólo una idea política que no resuelve, en la práctica, cómo dar agua a todos los pobres.
¿Quieres
agua? Vete a vivir al lado de un río; construye un pozo. Ahí tienes la
naturaleza creada; ahí tienes el agua que Dios ha creado para todos; ahí
tienes una estructura natural que Dios ha puesto para que el hombre se
acomode a ella, no para que el hombre acomode la naturaleza creada a su estilo de vida, a su idea de la vida, a su filosofía particular de lo que es una sociedad.
Bergoglio,
cuando habla, nunca resuelve los problemas, sino que sólo vende su
idea. Es un político más. Y un mal político, porque anda vestido de
religioso.
Este mundo tiene una grave deuda moral
con su Creador: tiene que alejarse del pecado; no seguir dando culto a
otros dioses; no seguir buscando la ruina espiritual de tantas almas por
su clara apostasía de la fe.
Si el hombre saldase esta deuda espiritual, entonces quitaría la deuda social
con los demás hombres. Pero todos los hombres se llenan la boca
clamando las injusticias sociales; olvidando las ofensas que se hacen a
Dios. Es el fariseísmo propio de Bergoglio, que es un sepulcro
blanqueado: quiere limpiar la suciedad exterior de los hombres y de las
sociedades, dejando el pecado dentro de sus almas.
El
derecho a la vida de toda persona, sea pobre o sea rico, está radicado
en su propia naturaleza humana, no en el agua potable, no en los
recursos naturales, no en la tierra que tampoco es madre. Tener agua o
no tenerla no es signo de dignidad inalienable; es sólo la vida. En la
vida no siempre se puede tener de todo.
Pero
ser hombre o ser otra cosa es el gran problema de los hombres. Hoy, el
hombre no quiere pertenecer a la naturaleza humana: el hombre quiere ser
mujer, y la mujer, hombre. Y, por eso, todos andan buscando una nueva
sociedad acorde a una idea humana que no existe en la realidad. Y, por
eso, hay que buscar otros modos de entender la economía y el progreso, que regulen eso nuevo que quiere ser el hombre.
Cuando
se despoja al hombre de la esperanza de una vida eterna, entonces se da
una visión de la vida humana tan esperpéntica como la que aparece en
este escrito.
Un
escrito que es sólo un manifiesto comunista y masónico. Ni pertenece a
la doctrina social de la Iglesia ni es magisterio de un papa. ¡Cuántos
andan preguntándose si este escrito les obliga a seguirlo en conciencia!
¡No han comprendido lo que pasa en la Iglesia! Siguen llamando papa a
uno que, claramente, no lo es. Siguen tomando en consideración,
valorando sus palabras como una verdad que hay que tener en cuenta.
Esta
es la doctrina de un heresiarca, que da su opinión sobre un tema que no
existe en la realidad, que no tiene fundamento en la realidad.
Está
hablando un hombre que vive su idea no real y que sólo le interesa
venderla al mejor postor. Y no tiene otro fin este escrito.
Es
el idealismo de un hombre, que ha inventado como real, aquello que la
ciencia ha demostrado que no existe: el calentamiento alarmista del
clima.
Todos
los idealistas viven siempre en su sueño, en su ilusión, en la idea que
conciben en su mente, y que nunca es una verdad. Y trabajan sobre esa
mentira, y hacen que muchos otros configuren sus vidas alrededor de esa
mentira.
«La interdependencia nos obliga a pensar en un solo mundo, en un proyecto común» (LS – n. 164).
Nos obliga a pensar:
Bergoglio siempre está en su imperativo categórico, que es el propio de
todo idealista. Es un hombre no libre para pensar lo que quiera. Es un
hombre con una idea fija en su cabeza, obligado por esa idea fija.
El
hombre idealista no se mueve por la ley Eterna, sino sólo por la ley
que su propio conocimiento va creando. Es esclavo de su idea. Está
obligado a pensar su idea. El idealista va haciendo su propia ley, para
que su mente siga un curso y alcance, con sus pensamientos, el fin que
no tiene un fundamento real, que sólo está en su mente.
Bergoglio
piensa en un solo mundo, en una sola estructura de gobierno mundial.
Esto, en la ley natural y en la ley divina es imposible de realizar.
Quien
siga la ley de Dios nunca puede pensar en un gobierno mundial, porque
Dios manda al hombre gobernar la Creación, pero no gobernar al mismo
hombre: «sometedla y dominad sobre… todo cuanto vive y se mueve sobre la tierra» (Gn 1, 28).
Dios nunca manda al hombre: “someted y dominad al hombre”. Sino que da al hombre la misión de multiplicarse: «Procread y multiplicaos» (Gn 1, 28). Es una vocación divina traer hijos al mundo. Es la vocación de todo hombre.
Para gobernar a los hombres, Dios pone sus leyes. Y las autoridades que los hombres ponen son siempre divinas: «no hay autoridad sino por Dios, y las que hay, por Dios han sido ordenadas» (Rom 13, 1).
El hombre tiene de Dios el poder, pero se ejerce en la sociedad que pertenece el hombre, no en el mundo entero.
Dios
es autor de la sociedad. Y la primera célula social es la familia. El
hombre tiene el poder en su propia familia, no en la de los otros. Nadie
puede mandar en las familias del mundo entero. Cada hombre manda en su
propia familia.
Y
los hombres, que se reúnen en una sociedad, eligen a un hombre para que
tenga el poder en esa sociedad. Ese hombre no tiene el poder para todas
las sociedades del mundo. Ese hombre no puede decidir sobre la
propiedad privada de nadie en particular. Tiene que gobernar según la
ley de Dios, no según sus ideas humanas.
El
hombre vive en su familia y en su sociedad, pero no vive en el mundo:
no puede vivir en todas las sociedades. No puede estar pendiente de
todos los hombres. Ni tampoco hace falta eso para vivir. Por eso, esas
estructuras virtuales, esas redes sociales creadas en internet que
quieren buscar una idea global para unir a todos los hombres, destruyen
la misma vida de los hombres. Porque el hombre radica su existencia
humana en sí mismo, en su propia naturaleza, no en la búsqueda de una
estructura social que convenga a su estilo de vida.
El
hombre que no conozca su naturaleza humana: para qué es su alma, para
qué es su cuerpo; entonces no puede comprender para qué es una familia o
una sociedad. Y va buscando, en su vida, una sociedad, una red social
acomodada a su mente humana, pero no a su naturaleza humana. Y lucha por
su idea en ese grupo, en esa sociedad. Pero no lucha por la verdad de
la vida.
El
gran peligro de las redes sociales es vivir para una ideología humana,
no para la verdad de lo que es el hombre, de lo que es la sociedad, de
lo que es la Iglesia.
Bergoglio,
en este escrito, hace apología de una nueva raza humana, de un nuevo
humanismo, centrado en un poder mundial. El poder de gobernar a todo el
mundo para que la creación no se degrade por la actuación individual,
irresponsable de los hombres.
Bergoglio
quiere igualar a los pobres y a los ricos; pero además, quiere la
supremacía de una humanidad que tenga el dominio sobre los demás
hombres.
En su falsa encíclica se ven estas dos ideas: comunismo y masonismo.
No
se puede gobernar con una autoridad mundial a todos los hombres porque
se necesitaría conocerlos profundamente a todos. Cosa que es imposible
naturalmente para el hombre.
El
hombre no puede tener el poder de gobernar el mundo entero porque
necesita un conocimiento total de ese mundo: un conocimiento, no de
oídas, sino de todas las personas a las cuales va a gobernar. No se
pueden quitar los problemas ambientales de todo el mundo sin conocer
todas las causas globales y particulares de esos problemas. Sin ese
conocimiento es imposible obrar un acto global de la voluntad. Es
imposible que ese acto sea recto, justo, equilibrado, que no dañe a
ninguna persona, que no dañe al medio ambiente.
Dios no dio al hombre un poder global sobre otros hombres.
Quien
ha perdido el sentido sobrenatural de la vida humana, es decir, aquel
que no vive para salvar su alma, sólo vive para hacer más complicada la
existencia de todos los hombres, queriendo imponer su propio pensamiento
a todos ellos:
«… es indispensable un consenso mundial» (LS – n. 164).
No
es indispensable un gobierno mundial: todos los hombres pueden vivir
tranquilamente sin una autoridad mundial. No les hace falta para nada.
Para
vivir no hay que estar pendientes de lo que dice un grupo de hombres,
de lo que opina, de lo que piensa. Porque la vocación que Dios ha dado
al hombre es engendrar hijos: ya sea física, ya espiritualmente. No es
vivir enganchados al pensamiento de ningún hombre.
Antes
de Encarnarse el Verbo, el hombre era para un matrimonio: no había sido
dada por Dios la vocación religiosa, la vocación sacerdotal. Y todos
los hombres vivían para una sola vocación: el matrimonio. Ninguno vivía
para solucionar los problemas de los demás. Porque el poder que Dios da
al hombre no es una vocación para su vida: no se vive para ser
gobernante del mundo o de un país. Se vive para una familia y una
sociedad, en donde se ejerce un poder divino
Ningún hombre necesita una agricultura sostenible y diversificada,
porque no se vive para comer, ni que esa mesa tenga de todo, sino para
salvar el alma. No se vive pensando si mañana voy a llenar mi estómago o
no; no se vive buscando un futuro cierto, seguro, porque éste no puede
existir por el pecado original.
Quien quiera sostener su vida material pierde inevitablemente su alma: «… el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la hallará» (Mt 16, 25).
Bergoglio
quiere condenar, no sólo su alma, sino la de todo el mundo. Es más,
quiere perder al mundo en la búsqueda de un paraíso terrenal que no
existe.
No se vive «para desarrollar formas renovables y poco contaminantes de energía»,
porque nada de lo que Dios ha creado contamina al hombre. El hombre,
trabajando la tierra, no la desgasta, ni la corrompe, sino que la
transforma. Es un bien natural que se transforma siempre en otro bien
para el hombre.
Lo que contamina al hombre es el pecado: «lo que sale de la boca eso es lo que al hombre le hace impuro»
(Mt 15, 11). ¿Para qué buscar energías no impuras, renovables, si el
corazón del hombre no está sanado, no ha sido renovado, porque vive en
su pecado?
Bergoglio
se mete en temas que no son de su incumbencia. Él, como Obispo, está
llamado a la vida espiritual, no a juzgar a toda la sociedad:
«…mientras
la humanidad del período post-industrial quizás sea recordada como una
de las más irresponsables de la historia, es de esperar que la humanidad
de comienzos del siglo XXI pueda ser recordada por haber asumido con
generosidad sus graves responsabilidades» (LS – n. 165).
Este
hombre, que ha puesto como lema de su falso pontificado el no juzgar a
nadie, es el primero en condenarlo todo: llama irresponsables a todo el
mundo. Como si la vida de todos esos hombres del período post-industrial
no tuvieran valor para nadie, no hubieran sido responsables en sus
vidas. Y lanza esta condena sólo porque esos hombres han estado «lejos de estar a la altura de los desafíos mundiales» (LS – n. 165).
Nadie en la humanidad, hasta ahora, ha asumido con generosidad sus responsabilidades mundiales: ¡qué gran descaro!
Bergoglio
está reflejando su cara de dictador: él quiere una humanidad que asuma
responsabilidades mundiales. Quiere una nueva raza humana, la supremacía
de hombres inteligentes que den soluciones globales en el mundo. Para
esto ha escrito esta basura intelectual, que proviene de una mente
perversa.
Los
gobernantes del mundo, esos que han perdido la fe, que gobiernan sus
países en contra de la Voluntad de Dios, imponiendo leyes abominables al
hombre, a la familia y a toda la sociedad, van a dar un gran peso a las
ideas maquiavélicas de este hombre.
A
ellos les interesa la posición que Bergoglio tiene en la Iglesia. No
les interesa tanto Bergoglio, sino el poder que tiene, el poder que
falsamente representa. Y van a ir a la caza de ese poder. Eso supone dar
al hombre que ocupa ese poder otro puesto más adecuado a su pobre
inteligencia. Bergoglio no sirve para gobernar, sino sólo para revolver
el gallinero, como lo está haciendo.
El
gran mal de sacar este documento ya está hecho: es el vómito que se
esperaba de este hombre. Pero, ahora viene otro gran mal. Y como
consecuencia de no oponerse a este hombre.