La oligarquía de siempre. Por Alberto M. Méndez
La
oligarquía de siempre.
La sociedad contemporánea
se ufana de vivir bajo el amparo de sistemas democráticos.
Sin embargo, los hechos cotidianos ofrecen una refutación
contundente difícil de cuestionar. La democracia
supone una significativa participación ciudadana y
aspira a ser el gobierno de todos, del pueblo. Lo cierto
es que el sistema de selección de candidatos solo muestra
el enorme poder de una corporación política que
conforma una suerte de oligarquía moderna. Los postulantes a ocupar cargos políticos se deciden
entre cuatro paredes. Un minúsculo grupo de personas,
de forma discrecional, determinan quiénes integrarán
las listas de candidatos.
Este fenómeno
ocurre en los partidos políticos pequeños pero
también en los más grandes. En los más importantes
es más trascendente aún, porque allí se eligen
a quienes ocuparán efectivamente esos lugares de poder
al ser electos y ya no solo quienes la integran por honor,
de un modo testimonial.
A muchos les encantaría
vivir en democracia, pero el presente propone una gran e
hipócrita parodia que utiliza los supuestos encantos
de un sistema para llevar adelante la más perversa
manipulación a la que una sociedad puede someterse.
La escena es simple. Un conjunto de individuos,
de un modo arbitrario, asume la delegación implícita
de un sector de la política, y en su representación,
sin mediar mecanismo alguno que los valide, se dedica con
ahínco a la tarea de decidir quiénes se postularán,
descartando al resto.
Apelan, en el mejor de
los casos, a supuestas herramientas técnicas que le
brindan soporte a sus decisiones. Un puñado de encuestas
de opinión le dirán quienes son buenos candidatos
y cuáles no merecen esa oportunidad porque no tendrán
el suficiente acompañamiento en las elecciones.
En los casos más extremos, aunque no por ello
menos abundantes, esa iluminada labor de armar las listas
recae en una sola persona. Será su bolígrafo el
que escriba la nómina definitiva que se presentará
oficialmente.
La osadía de la corporación
política no tiene límite alguno. No solo determina
autoritariamente los nombres de las personas que figuraran
en la lista madre, aquella sobre la que todos los ciudadanos
tendrán que decidir, sino que se entromete en cuanto
distrito menor se lo permite.
Así, esa
camarilla inmoral, impone sin descaro, los nombres de los
postulantes en provincias y municipios distantes, priorizando
a los aduladores, esos que luego obedecerán las instrucciones
de la "mesa chica".
La idea no es proponerle
a la sociedad a los mejores, a esos que se prepararon para
gobernar. Solo se trata de reclutar a sujetos dispuestos
a acatar, sin chistar, las órdenes del mandamás
de turno.
Este esquema no es patrimonio exclusivo
de un partido político. Es solo la resultante de la
dinámica que se ha impuesto por usos y costumbres en
casi todas las agrupaciones políticas. Claro que los
afiliados no podrán opinar.
El "gremio"
sabe que este funcionamiento le permite expulsar a los librepensadores.
Ellos son demasiado peligrosos para los intereses de la
cofradía porque podrían poner en riesgo muchos
de los privilegios que ha logrado la actividad. Nadie que
opere de un modo autónomo e independiente resulta funcional,
ni compatible con la gran política.
El
panorama no es alentador, sobre todo porque quienes controlan
el poder cuentan con la legitimación que le otorga
una sociedad que los valida con miles de votos. Es ese aval
cómplice el que luego usarán para decir que ellos
cuentan con apoyo ciudadano y actúan en nombre de la
gente.
Es así que el círculo vicioso
que han logrado diseñar se convierte en esta pantomima
de democracia que esconde una forma de gobernar mucho más
cruel, injusta e imperfecta. Es, a todas luces, el gobierno
de unos pocos.
Frente a estos atropellos la
ciudadanía se siente indefensa. Los valientes que se
animan a enfrentar a la secta serán derrotados por
esa partidocracia que abusa de los dineros públicos,
esos que vuelca a las campañas políticas obscenamente
sin que nadie tome nota, ni se inmute demasiado.
Será difícil torcerle el rumbo al poder. Han
generado muchos anticuerpos para evitar que los aventureros
tengan éxito. Se aseguran a diario de que no puedan
ingresar a sus partidos, y si eventualmente lo logran, los
segregan a gran velocidad. Saben como hacerlo rápida
y efectivamente.
Los que no logran ser parte
de su círculo, no deciden absolutamente nada y si se
atreven a confrontar sus decisiones, son aplastados en los
comicios con las herramientas que disponen imponiéndose
a través de sus aparatos políticos e indecentes
campañas.
La salida no parece sencilla.
El primer paso imprescindible, es advertir el problema,
identificarlo y darse cuenta de lo que sucede. Luego, con
esa información debidamente procesada y comprendida,
vendrá el tiempo de analizar cuáles son las debilidades
del sistema que montaron, para intentar entonces jugar con
sus pérfidas reglas y ganarles en su propio territorio.
Claro que no se trata de una empresa sencilla,
sin sacrificios. Pero jamás se lograron grandes cambios
en la humanidad de otra manera. Si no se está dispuesto
a hacer ese importante esfuerzo, pues entonces la democracia
será invariablemente una ilusión y gobernará
la oligarquía de siempre.
Alberto
Medina Méndez
albertomedinamendez@gmail.com