CRISTOFOBIA
03
ago
Causa de nuestras decadentes sociedades
La aconfesionalidad del estado y el laicismo son antesalas de
persecución religiosa contra Cristo. Todo gobierno que menoscaba la
autoridad de Dios en nombre de la tolerancia mutua de los ciudadanos,
terminará sancionando abominaciones que, inevitablemente, crearán
debacle social.
¿Por qué se amotinan las gentes, y las naciones traman vanos proyectos?
Se han levantado los reyes de la tierra, y a una se confabulan los príncipes contra Yahvé y contra su Ungido. Rompamos, dicen, sus coyundas, y arrojemos lejos de nosotros sus ataduras. (Salmo 2: 1-3).
Se han levantado los reyes de la tierra, y a una se confabulan los príncipes contra Yahvé y contra su Ungido. Rompamos, dicen, sus coyundas, y arrojemos lejos de nosotros sus ataduras. (Salmo 2: 1-3).
Los derechos de Dios preceden a los del
hombre; y cuando este orden se invierte, tarde o temprano se acaba
legislando en contra de la voluntad divina y promulgando leyes que
amparan la injusticia y fomentan la persecución del bien. Este rechazo a
Dios y preferencia hacia el humano no es nuevo: “Porque amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios.” (Juan 12: 43).
En tales gobiernos, la ausencia de
parámetros divinos exalta la tolerancia mutua al pináculo de las
virtudes humanas, y el respeto a la aberración ajena se convierte en
virtud ciudadana.
El derecho al público ejercicio de la
aberración, permisivo con los más bajos instintos del hombre, autoriza
incluso el asesinato infantil –aborto–, justificándolo como derecho
propio.
Y es que el derecho al error es el cáncer
de nuestras sociedades –considerando error todo lo que niegue la
Revelación divina y rechace la autoridad de Dios–.
Proscribir a Dios del gobierno de las
naciones está destruyendo al mundo. Y cuando el descalabre social
alcance la madurez de los tiempos esperada por quienes buscan un solo
gobierno mundial, el control de las masas se obtendrá mediante la
represión y la fuerza aprendidas en los laboratorios comunistas.
La siguiente respuesta fue dada a una
Comisión de católicos franceses por S.S. Pío IX El 18 de Junio de 1871:
“El ateísmo en las leyes, la indiferencia en materia de Religión y esas
máximas perniciosas llamadas católico-liberales, éstas, sí, éstas son
verdaderamente la causa de la ruina de los Estados”…
Los polvos de la cristofobia actual
vaticinan los lodos de una persecución global contra los cristianos por
un único gobierno totalitario, que hace mucho tiempo tiene puesta su
mira, su poder y su esfuerzo en establecer sobre la tierra el culto a
Lucifer.
Los que aprueban la aconfesionalidad del
estado y el laicismo, no pueden quejarse de quienes arrancan cruces,
corrompen juventudes y apoyan legislaturas y enmiendas para intimidar,
silenciar y castigar a quienes exigen el reconocimiento de los derechos
de Dios.
Obviar el absoluto de la Revelación
divina, da pie al relativismo que hoy sufrimos con las consiguientes
demandas de quienes reclaman, por ejemplo, erigir monumentos satánicos
en sitios públicos, quienes tienen un sexo pero quieren otro distinto,
quienes se casan con animales, quienes aspiran a legalizar la violación
de inocencias infantiles, etc. Todos ellos amparan sus reclamos basados
en el derecho al error. Si el gran mal del hombre es su rechazo a Dios,
el gran mal del estado es gobernar y legislar al margen de Su divina
voluntad.
En tales gobiernos, tarde o temprano el
cristiano, por su adherencia a Dios y repudio al error, terminará siendo
objeto de acoso y castigo.
Cristofobia y la ausencia de virtud
El actual hedor de nuestras sociedades
proviene del cadáver de la virtud. Hoy el pecado pareciera glorificar al
hombre y suscita aprobaciones, premios y aplausos. Es la exaltación de
la vulgaridad lo que llena portadas, lo que abunda en las noticias, lo
que se escucha por nuestros altavoces y danza en nuestras pantallas. Mas
la propagación de esta carencia de virtud, de la cual Dios es remedio
santo, es una metódica campaña anticristiana diseñada por la ingeniería
social del nuevo orden mundial para extirpar a Cristo de los corazones
de las futuras generaciones, vulgarizándolas, paganizándolas,
haciéndolas autocomplacientes, superficiales y descreídas.
Lamentablemente, la insidiosa influencia
de la Cristofobia seduce incluso a muchos cristianos que se identifican
con ella. Véase el alarmante el número de supuestos católicos que
aprueban la corrección política y que justifican y ven con buenos o
indiferentes ojos posturas tan anticristianas como el feminismo, el
aborto, la ideología de género, etc., y que abogando por una necesaria
actualización en el tiempo y en el espacio (aggiornamento) adhieren a alguna de ellas o a todas juntas.
Mas la corrección política es un bozal
para impedir que se denuncie la injusticia imperante. Es una
maquiavélica herramienta que, so pretexto de tolerancia mutua, a la
larga premia la corrupción y castiga la virtud. La corrección política
es el fusil del mal y el paredón del bien; es el idioma de las lenguas
bífidas.
La campaña mundial anticristiana tiene
muchos frentes, tantos que pudiéramos decir que el nombre de nuestros
enemigos es Legión; pero la finalidad de enterrar a Cristo con la cruz y
devorar a su rebaño es la meta común de todos ellos. Esta actual y
creciente represión contra los seguidores de Cristo que padecemos en
naciones “libres” no es menos amenazadora que la registrada en el
antiguo bloque comunista, cuyos devastadores efectos aún sufren países
como Cuba o Venezuela, donde el estado es dios y Dios no tiene cabida.
Tal es la cristofobia actual, que nunca
antes habíamos oído a jueces calificar la Biblia de libro propugnador de
odio por sus múltiples condenaciones, lo que nos hace pensar que un
nuevo juicio a Cristo en nuestros tiempos pudiera concluir con los
mismos resultados que el anterior: “¡Es reo de muerte!” (Mateo 26: 66).
Con magistrados así, no es de extrañar
que las hipócritas sociedades en que vivimos alienten al delincuente y
amedrenten al buen ciudadano. No pasará mucho tiempo antes de que la
Biblia sea un libro prohibido.
Orígenes de la actual cristofobia: sociedades secretas y corrupción de la fe
El origen del odio a Cristo es metafísico.
Como dice San Pablo: “Porque no
tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra
potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo,
contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes”. (Efesios 6: 12).
Mas esta guerra iniciada en el Cielo, se
extiende también en la tierra entre aquellos que hablan en la luz y
dicen la verdad desde las azoteas (Mt. 10: 27) y aquellos que ocultan
diabólicas maquinaciones tras las negras cortinas de sociedades secretas
donde se mancomunan contra Cristo y su grey.
Epístolas y documentos de la masonería,
como la repugnante Instrucción permanente del Alta Vendita, detallan
malévolos planes para destruir la cristiandad y apoderarse de la Iglesia
católica, transformándola desde dentro, sin que los católicos adviertan
su propio rechazo a Cristo y su rendición a las logias (tal como hoy
sucede con la espuria Iglesia católica surgida del infame Concilio
Vaticano II).
Este monstruoso documento del Alta Vendita esboza planes de batalla anticristianos tan diabólicos como el siguiente:
“Es la corrupción en masa lo que
sembramos; la corrupción de los fieles por el clero y la corrupción del
clero por nosotros. Corrupción que un día nos permitirá llevar la
Iglesia a su tumba”.
Una oscura carta de estas sociedades secretas fechada el 9 de agosto de 1893 revela las siguientes directrices:
“No hay que individualizar el vicio.
Para lograr que éste alcance las proporciones del patriotismo y odio
contra la iglesia, debemos generalizarlo. El Catolicismo no le teme más a
una daga afilada que la monarquía, pero estos dos pilares del orden
social colapsarán a causa de la corrupción. Mas debemos evitar
corrompernos nosotros mismos. Por lo tanto, no generemos mártires y
dediquémonos a popularizar el vicio entre las masas. Cualquier cosa que
sus cinco sentidos apetezca, debe serles facilitada. Creen corazones
llenos de vicio y dejará de haber católicos”.
Sin extendernos más, estemos conscientes
de que hace ya más de un siglo, luciferinas sociedades secretas
–propulsoras del nuevo orden mundial–, iniciaron con objeto, no de
destruir, sino de apoderarse de la Iglesia católica, una metódica
infiltración de seminarios y casas religiosas.
El veneno esparcido por esta milicia del
mal, actuó en innumerables almas creyentes como ácido sulfúrico dañando
la fe de muchos sin afectar el marco en el que sucedía esta tragedia. La
apariencia exterior se guardaba mientras la podredumbre crecía en el
interior.
Es un hecho innegable que comunistas y
homosexuales invadieron los seminarios católicos para propagar la
inmoralidad y luego denunciarla, contribuyendo a desprestigiar la
Iglesia y a malograr la buena fe los creyentes.
Detalles de la infiltración de la Iglesia
por comunistas pueden consultarse en el libro de Bella Dodd (líder del
partido comunista en EE.UU. y posteriormente conversa al catolicismo)
School of Darkness. Más información sobre el tema se halla disponible en
el libro AA 1025, memorias de un antiapóstol, de Marie Carré. El Padre
John O’Connor, valiente sacerdote dominico, también denunció
extensamente en escritos y videos la infiltración homosexual en
seminarios católicos con el fin de corromperlos, liquidarlos y venderlos
para obtener fondos para subsiguientes campañas corruptoras, mientras
las sinceras vocaciones, se rechazaban, se perdían.
Otras armas de la cristofobia son la
desinformación, la ridiculización del cristianismo y la creación de
malintencionados mantras –que aún los propios católicos repiten–, tales
como el juicio contra Galileo, la inutilidad de las cruzadas, el horror
de la inquisición, la pederastia de todos los curas y la culpabilidad de
la Iglesia, como si esos puntos, todos ellos debatibles (tan bien
aclarados por católicos versados en esos temas) resumieran la plenitud
de la catolicidad.
¿Nada bueno hizo la Iglesia católica en
más de veinte siglos? ¿No hay memoria histórica de los innumerables
enfermos atendidos, del hambre saciada, de las incontables asistencias
sociales, de la educación, de la misericordia, auxilio, generosidad y
sacrificio que sus religiosos y fieles han derramado en todas partes
como bálsamo; en tiempo de crisis y en tiempo de paz, en grandes
ciudades y en sitios remotos e inhóspitos, por más de veinte siglos? Y
esto en el plano terrenal sin mencionar la salvación de las almas.
Sin embargo, ¿cuántos “Galileo”
condenaron los comunistas en sus tribunales populares cuando denunciaban
su ineficiente y represivo sistema? ¿Cuántas naciones arrasaron los
rojos en sus sangrientas cruzadas imperialistas y colonialistas? ¿A
cuántos inocentes persiguieron, torturaron y asesinaron sus
inquisidores? ¿Cuántos abusos perpetraron los comunistas contra la
infancia al hacerles adorar al corrupto estado, al volverlos delatores y
enemigos de Dios? ¿Cien millones? ¿Y qué sembraron en sus naciones?:
hambre, miseria, terror, persecución, adoctrinamiento anticristiano,
despotismo, tortura y asesinato.
A pesar de lo cual el marxismo, aún vivo,
continúa su guerra de guerrillas contra la cristiandad. Masonería y
marxismo son los dos travesaños de una negra y espinosa cruz en la cual
estos anticristos buscan clavar el Cuerpo Místico de Jesús.
La Roma actual es un apéndice de las
logias masónicas, que para celebrar su conquista han estampado su sello
en estatuas y en templos tan ofensivos a Dios como el de Padre Pío en
San Giovanni Rotondo, verdadera glorificación arquitectónica a la
masonería que controla la espuria catolicidad y cuyas piedras parecen
gritar a los cuatro vientos: ¡Triunfamos gracias al Gran Arquitecto!
Porque la cristofobia también vive,
prospera y se hace patente (solamente a quien tenga ojos para ver y
oídos para oír), entre los muros del Vaticano, donde el odio por la
Tradición Católica no es ignorancia invencible sino una consciente
apostasía de quienes se esfuerzan por hacernos creer que la Iglesia
católica nació en la década de los sesenta.
Acusadores y acusados
“Divide y vencerás”, consigna aplicada
con tanta eficiencia por los comunistas, cobra hoy vida y palpita en
casi todas las naciones del mundo provocando discordia civil, polémica e
inestabilidad. Las sociedades se enferman –como en España y Estados
Unidos–, naciones en las que la división se fomenta deliberadamente para
crear disgusto, malestar y apatía en poblaciones que, –habiendo
despreciado la luz y quizá como castigo a ello– cada día recorren un
túnel más oscuro y largo.
El cinismo de los gobernantes, la
controversia de los gobernados, la disfuncionalidad general y la
ausencia de soluciones efectivas, justas e inmediatas, son el pan
nuestro de cada día en muchos países. Nada parece marchar como debería.
Pero el camino que hoy recorremos no es sino una ancha avenida de
desestabilización social construida por nuestros enemigos hacia la
autodestrucción de las naciones.
Agréguese a ello el condimento de la
inmigración masiva e indiscriminada, elemento contribuyente a la pérdida
de la identidad nacional en pro de un beneficio global que no es más
que una zanahoria puesta ante el caballo y que, tarde o temprano,
provocará el lógico alzamiento de pueblos enaltecidos y determinados a
rescatar su nacionalismo para evitar sucumbir bajo una mayoría
extranjera.
“Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá pestes, y hambres, y terremotos en diferentes lugares”. (Mateo 24: 7).
El estado de desesperanza general que hoy
padecemos, no es fortuito. Mediante la corrupción moral y social y la
promulgación de leyes injustas que reducen a Cristo y al cristianismo a
una mera supervivencia, presenciamos la epifanía del reino de Lucifer
sobre la tierra. Cualquiera que lo dude, es reo de estultismo. El culto a
la muerte nos invade por los cuatro costados y se muestra cada día más
floreciente y pujante, materializado en industrias y entidades dedicadas
a financiar y propagar el mal sobre la tierra.
Neomarxismo y las nuevas guerrillas
El marxismo no ha muerto y, desde su
actual peregrinaje, continúa su guerra de guerrillas, –compuestas por
grupos minoritarios–, contra el cristianismo.
Tomemos como ejemplo el colectivo gay.
¿Están sus miembros conscientes de la real finalidad para la que están
siendo usados, o realmente creen que son objetos de merecida y tardía
justicia?
¿Qué son ciertos miembros de la minoría
LGBT o colectivo gay, sino una fuerza de choque al servicio del Gran
Hermano? Si bien algunos de ellos no aprueban los cambios que otros
exigen, el resto es –sépanlo ellos o no– una milicia financiada e
instigada por secretivos patrocinadores para finiquitar el cristianismo.
La constante pugna por redefinir el
matrimonio es la vía para destruir la tradicional unión entre el hombre y
la mujer y para malograr la infancia, garantizando la desaparición de
la herencia y de la fe católicas, dando pie al advenimiento de un mundo
nunca antes visto, pero definitivamente anticristiano.
Por otro lado tenemos las guerrillas de feministas, por otro las guerrillas de abortistas, etc.
Pero decretado está por los poderosos de
la tierra, que los derechos de estas minorías se consolidarán cada vez
más mientras que la mayoría se verá resignada a guardar silencio ante la
injusticia al verse enfrentada a la demanda, al juicio y a la multa
ingente o a la pena de cárcel por parte de las minorías. Esto ya sucede a
nivel mundial porque nuestros gobiernos: “Todos se han desviado, a una se han corrompido; no hay quien haga el bien, no hay ni siquiera uno”. (Salmos 53: 3).
La agenda de nuestros cristofóbicos enemigos
Cuando se ordena el retiro de crucifijos
de las paredes, cuando se impone la supresión de la oración en las
escuelas, cuando se exige la remoción de símbolos cristianos, cuando se
prohíben misas o procesiones, cuando se niega el derecho a usar cruces o
crucifijos al cuello en los centros laborales, cuando nuestros
cristofóbicos enemigos huellan –presos del síndrome del caballo de
Atila–, todo lo que huele a Cristo, cuando separan estado e Iglesia,
¿qué nos brindan a cambio?:
Corrupción masiva a través de sus medios
de comunicación y propaganda, cristianofobia, división social,
inoperancia general, inmoralidad y desmoralización, mediocridad,
rivalidad entre hombre y mujer, exaltación del divorcio y la
promiscuidad, destrucción de la familia tradicional, violación de la
inocencia infantil en los sistemas escolares, crimen organizado
justificado como derecho propio –léase aborto–, eutanasia, leyes inicuas
para arrebatarnos nuestra descendencia y ponerla en manos ajenas,
evitando así tanto la natural y sana paternidad como la educación
cristiana, leyes que contravienen las del Altísimo, etc. En resumen,
todo cuanto hoy sufrimos en nuestras decadentes sociedades.
Posiblemente, al pensar en el gobierno de
su propia nación, comprobará usted que muchos de sus miembros adhieren a
la mayoría de lo anteriormente citado. Es lamentable saber que tantos
de nuestros mandatarios trabajan no con para y por Cristo sino contra
Él. ¿Qué podemos esperar de ellos?
Aquellos ciudadanos que presumen de mente
abierta, liberales, tolerantes, progresistas, políticamente correctos,
antipatriotas, aquellos que son pro-todas las causas perdidas ante Dios
(antes mencionadas) que defienden a capa y espada la separación de
estado e Iglesia, que destilan laicismo por sus poros, típicamente
pro-marxistas, globalistas, revolucionarios para beneficio propio, traen
con ellos y en ellos la semilla de la corrupción y de la tiranía,
porque como Cristo dijo: “…sin mí nada podéis hacer”. (Juan 15: 5).
Estos suelen ser los enemigos mortales de
Cristo y de su rebaño. Y mientras exigen mutua tolerancia, repudian el
derecho ajeno a la libre expresión que puede confrontarlos. Porque en lo
hondo de sus corazones desean ver sus blasfemias exaltadas y las
virtudes ajenas prohibidas o terriblemente castigadas.
Con el mundo en contra
Como charco de agua bajo un sol candente,
lo que queda de justicia en la tierra parece evaporarse mientras se
acerca el profético tiempo predicho por Jesucristo: “…y aun viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensará que rinde servicio a Dios”. (Juan 16: 2).
Los encargados de llevar nuestras
naciones a mejores pastos, no parecen sino guiarlas al matadero. Muchos
de nuestros políticos no sirven a sus pueblos sino a sus amos, y la gran
mayoría de ellos pertenecen a sociedades secretas y son vasallos de la
corrupta y corruptora maquinaria pro-mundialista que siembra caos por
doquier y busca el gobierno del mundo.
Y es de las cavernas en las que habita
esa luciferina élite de donde mana –cual nube tóxica– la corrupción que
hoy nos anega a todos y la recalcitrante y floreciente cristofobia
actual.
“Y cuando estas cosas comiencen a suceder, erguíos y levantad vuestras cabezas, porque vuestra redención está cerca.” (Lucas 21: 28)
Veni Domine Iesu.