El dogma de Mayo: derribando el mito de la independencia americana (4-4)
El
20 de Mayo, comenzó en realidad la Revolución cuando Cisneros, luego de
convocar a los comandantes de la guarnición recibe por respuesta:
“Virrey, su cargo ha terminado y usted debe deponer su cargo”. Todo
podría haber terminado allí, pero no iba a ser tan fácil pues el virrey
no quería entregar tan pacíficamente el mando sin antes oponer cierta
resistencia. Fue entonces cuando una delegación de los núcleos
revolucionarios, con Martín Rodríguez y Juan José Castelli, le hacen
entender al virrey que todo estaba terminado y que no había porqué
ofrecer resistencia.
Cisneros no era ni tonto ni cobarde (había quedado sólo combatiendo
en la batalla de Trafalgar) pero no tenía fuerzas para oponerse a la
revolución que comenzaba, pues sólo contaba con el Regimiento de
Dragones (o también llamado de Fijos). Sin embargo, aunque carecía de
fuerza, tenía a dos asesores criollos, Julián de Leiva y Faustino de
Lezica, que eran cabildantes y que lo ayudarán para ganar tiempo.
– “No Sr. Virrey”, le habrán dicho. “Espérese un poco; esto que le
están pidiendo de renunciar, vamos a verlo. Sabemos que Saavedra quiere
hacer un congreso, un Cabildo Extraordinario para nombrar un nuevo
gobernante. Llamemos a ese cabildo, a un Cabildo Abierto y ahí, sin
contar con el poder de las armas pero sí con el poder de las palabras,
daremos vuelta la cosa”.
¿Por qué apelaron a esta salida? Los asesores de Cisneros sabían que
la mayor parte de la población de Buenos Aires, no tenía idea de lo que
estaba pasando y pretendían invitar a dicho Cabildo Abierto a los
vecinos principales, boicoteando el ingreso de los llamados “patriotas”
para que no pudieran asistir a las reuniones.
A Cisneros lo convenció la idea, pues era una medida (la última que
le quedaba) para retener el cargo, de ahí que en realidad, el llamado a
Cabildo Abierto fue una idea de los “realistas” y no de los “patriotas”,
contrariamente a lo que se enseña. Todo esto surge de las Actas del
Cabildo.
Para poder realizar esto, como bien anota Cisneros en su Informe a España,
había que colocar “una compañía en cada bocacalle de las de la plaza, a
fin de que no se permitiese entrar en ella ni subir a las casas
capitulares a persona alguna que no fuese de las citadas” según refiere
el mismo Mitre[1];
es decir, los realistas estaban dispuestos a hacer fraude. Para ello,
la función de patovicas en la Plaza la haría el Regimiento “Fijo”, afín a
Cisneros; pero lo que sucedió fue todo lo contrario. Los patriotas se
adelantaron y quienes hicieron el papel de custodios de la “legalidad”,
fue el Regimiento de Patricios, afín a Saavedra y a cargo de Eustoquio
Díaz Vélez, es decir que cuando venía alguno que se sabía que era
partidario del virrey, a ése no lo dejaban pasar. A fraude: fraude y
medio…
El día 22 de Mayo se da la exposición pública y los argumentos que ya
se conocían: el rey depuesto, las Leyes de Indias, la acefalía, la
ilegalidad de la Junta de Cádiz y del Consejo de Regencia, el poder que
vuelve a los cabildos, etc.
Y comienzan los discursos, que más o menos resumidos podrían haberse
dado de este modo, a nuestro parecer y según los documentos:
El Arzobispo de Buenos Aires, don Benito Lué y Riega, español y partidario del Virrey, dice:
– “Acá el virrey debe permanecer. Sucede, señores, que no sabemos si en España ha quedado un miembro de la Junta Central,
esa Junta a la cual todos nosotros rendimos juramento y mientras haya
un miembro de Junta Central que esté libre, el Virrey sigue teniendo
legitimidad pues ha sido nombrado por ésta”.
La historia fabulesca y anticlerical comenzada por Vicente Fidel
López y seguida en los manuales escolares, hacen decir al Arzobispo lo
siguiente: “mientras quede un español europeo en América, éste debe
gobernar porque las Indias pertenecen a ellos y no a los americanos”.
Imagínense que, de haber dicho esto en público y frente a la mayoría del
Cabildo (gracias al fraude, lleno de patriotas), lo que menos le
hubiese correspondido es ser enviado de una patada al Uruguay, o más
lejos. No, no fue así y como señala Roberto Marfany con los documentos
del Cabildo en la mano, la frase “es pura invención del historiador
López” para desprestigiar a la Iglesia[2].
No olvidemos que la historia de la semana de Mayo escrita por López no
era sino una novela popular sin fundamentos históricos serios, según su
mismo autor lo declarara.
El razonamiento del clérigo era correcto: Si aún había alguien de la
Junta de Sevilla vivo, hay que obedecerlo y por lo tanto, también al
Virrey.
Alguien debía recoger el guante ante la objeción válida de Lué y Riega; fue Castelli quien apareció en escena:
– “Mire, monseñor, ud. sabe bien que la Junta Central ha
desaparecido, y que está en su remplazo, el Consejo de Regencia al cual
nadie ha jurado ni tiene legitimidad para actual. Ya hemos visto Las
Leyes de Indias, las Leyes de Partidas; todo el problema está resuelto:
el rey está preso, no hay regente, el poder recae en los cabildos, en
los pueblos”.
El obispo Lué no tenía respuesta. Era así nomás.
Interviene entonces otro abogado, el Dr. Villota que era Fiscal de la Real Audiencia.
– “Tiene toda la razón el doctor Castelli, y eso es así. Pero él está
omitiendo un pequeño problema, el Virreinato del Río de la Plata no
sólo está constituido por el Cabildo de Buenos Aires; hay otros
cabildos, y mientras no se reúnan todos los cabildos no podemos resolver
qué se hace con el virrey o qué gobernante asume el mando; no podemos
tomar medidas porque esto es de todo el conjunto”.
La intervención parecía atinada; Castelli no tenía respuesta. Debió
intervenir entonces otro abogado, no muy culto pero sí muy rápido para
interponer chicanas jurídicas, que fue Juan José Paso, quien dijo:
– “Yo he oído acá, de parte del obispo, de parte del fiscal, que en
España se han tomado todas las medidas luego de la deposición del Rey
don Fernando por razones de urgencia y por el peligro. Aquí en
las Indias el peligro y la urgencia siguen estando. Es cierto lo que ha
dicho el Dr. Villota, de que el gobierno definitivo del Río de la Plata
va a ser efectivo, cuando todos los pueblos, todos los cabildos hayan
resuelto este tema, pero, mientras tanto, y para evitar daños mayores,
nosotros en Buenos Aires podemos establecer un gobierno provisional. El
gobierno general va a venir después, pero el provisional hay que
establecerlo aquí y ahora”.
Tan lúcida y vehemente fue la intervención del Dr. Paso que las
memorias de la época dicen que el Dr. Villota se puso a llorar; habían
destruido su argumento.
Finalmente, intervino un militar, el marino Ruiz Huidobro que no era abogado sino hombre de armas y dijo:
– “Bueno Señores. ¿qué estamos esperando? Votemos si deponemos o no al Virrey”.
Se habían impreso 600 invitaciones al Cabildo, sin embargo, gracias a
los preparativos y a las invitaciones selectas que se habían repartido,
sólo 251 asistieron, de los cuales votaron 225. De este número, 164
apoyaron la “subrogación” del Virrey. Como ha dicho el Padre Furlong,
“hay quienes hablan de democracia en la Semana de Mayo… Todo esto es muy
bello pero no es histórico… aquellos hombres no obraron
democráticamente, pero reconocemos que obraron cuerda y sensatamente”[3].
Ya lo diría el mismo Domingo Matheu al anotar que en Mayo “no hubo revolución ni movimiento popular; lo que hubo fue un necesidad social y doméstica para asegurar la personalidad pública”[4];
lo mismo escribirá un autor liberal y biógrafo de Mariano Moreno al
decir que “no fue una turba, ni una masa, ni una multitud, ni una
muchedumbre”[5]
la que hizo la revolución; más bien “era una revolución patricia,
realizada por una élite que hablaba en nombre del pueblo sin
consultarle”, como dijera John Lynch[6].
El mismo Mitre, que no puede ser puesto en duda dado el partido que representa, lo dice en su Historia de Belgrano:
“El nombre de ‘pueblo’ se daba a un pequeño grupo de gentes… en el
cuartel de Patricios… esto era lo que llamaban pueblo, cuando es
absoluta y notoria verdad que (en la Plaza)… el número apenas alcanzara a
trescientas personas con ocho caudillos que llevan la dirección del
proyecto”[7].
Mitre se refiere aquí a los agitadores French y Berutti, quienes eran
los encargados de manejar a los “chisperos” o “manifestantes” que habían
quedado en la Plaza.
La inmensa mayoría, entonces, vota contra el virrey y se determina
llamar a una Junta para el día 24, en la cual se resuelve que el
depuesto Cisneros sea el presidente, con los siguientes miembros que lo
acompañen: Castelli (por los letrados) Saavedra (por parte de la
milicia) el Padre Nepomuceno Solá (por el clero) y José Santos
Inchaurregui representando al Comercio.
El Dr. Julián de Leiva, quizás de los hombres más astutos que
existían en entonces por Bs.As., intenta una segunda argucia. Explica
que si bien Cisneros había renunciado a su cago de Virrey, no lo había
hecho a los otros títulos que poseía, por lo que aún seguía teniendo el
mando en cuestiones de Económica, Justicia y Guerra, es decir, la
Comandancia de Armas. Es un invento de Leiva pero tanta fuerza hizo con
esta chicana que hasta la hizo notificar por escrito a los cuatro
miembros de la recién creada Junta provisoria. Inmediatamente, al
recibir la noticia, los cuatro secretarios recién nombrados terminan por
renunciar y obligan a hacerlo al propio Cisneros.
Fue allí entonces cuando se realiza la designación de la junta del día 25, esta vez, sin contar con Cisneros.
Y llegamos al 25. La nómina de la nueva Junta debía estar
milimétricamente armada, cosa que le llevó toda la noche a Feliciano
Chiclana para elaborar un listado donde estuviesen representados los
tres grupos principales: patricios, letrados y el de Álzaga.
Los cargos, puestos en orden de importancia y no al azar, tenían su razón de ser:
- Presidente: Cornelio Saavedra (partido de los patricios).
2) Primer vocal: Juan José Castelli (partido de los letrados).
3) Segundo vocal: Manuel Belgrano (si bien era del partido de los
letrados, estaba allí porque era el abogado auditor del Regimiento de
Patricios, luego, funcionaba como un elemento de unión entre ambos
partidos.
4) Miguel Azcuénaga (partido de los patricios).
5) El padre Alberti (representando al clero).
6) Juan Larrea (comerciante español).
7) Domingo Matheu (comerciante español).
Además, por necesidad, se nombran dos secretarios:
8) Juan José Paso (letrado)
9) Mariano Moreno (abogado partidario de Álzaga).
Dos detalles a tener en cuenta: en todos los manuales de historia,
cuando se enuncie la Primera Junta, se colocará inmediatamente después
de su presidente, Cornelio Saavedra, a Mariano Moreno en segundo lugar
(pocas veces lo encontramos en tercer lugar, luego de Paso). Esta
falacia, a fuerza de repetición, ha quedado grabada en la memoria de los
argentinos como si se tratara de un equipo futbolístico desde la
escuela primaria. ¿Por qué?¿acaso no estuvo Moreno en la Junta? Claro
que sí, aunque muerto de miedo y sin demasiada participación, estuvo
allí, pero su puesto era el último, no el segundo y así actuó, pues
apenas si abrió la boca durante los sucesos de Mayo, como luego veremos.
En la Junta del 25 de Mayo se apersonan algunos “representantes del
pueblo”; ¿quiénes eran? Según las Actas, quien se hizo presente fue el
comandante Martín Rodríguez, del Regimiento de Húsares.
El Dr. Leiva, una vez más interviene y se da este diálogo realmente
interesante entre un militar y un letrado que nosotros recreamos:
– “Muy bien lo de la Junta, pero ¿pero quién la pide?¿Quién la avala?” – pregunta Leiva.
– “El pueblo” – responde Rodriguez.
– “El pueblo… ¿por qué no me traen entonces una lista de los vecinos que piden esto?” – alega Leiva.
Rodriguez se retira y dirigiéndose al Regimiento de Patricios hacen firmar una proclama con las siguientes palabras: “los
vecinos, comandantes y oficiales de los cuerpos voluntarios de esta
capital de Buenos Aires, que abajo firmamos, y a nombre del pueblo,
piden la instalación de la Junta”.
¿Quiénes eran los “vecinos”?
Francisco Antonio Ortiz de Ocampo, Comandante del Batallón de Infantería; Esteban Romero, Comandante del Segundo Batallón de Infantería Patricios;
Bernabé de San Martín, Mayor del Batallón de Artillería Volante; Martín
Rodríguez, Comandante del Escuadrón de caballería de Húsares del Rey;
Florencio Terrada, Comandante del Batallón de Infantería Granaderos de
Fernando VII; Juan José Viamonte, Mayor del Primer Batallón de
Patricios; Vicente Carballo y Goyeneche, Capitán del regimiento de
Dragones, etc. y sigue la lista hasta formar 258 “vecinos muy
respetados. Ese es el pueblo que “quería saber de qué se trata”[8].
Al ver tal listado de “vecinos” Leiva, con enorme valentía, se atreve aún a decir:
– “Entonces que vengan a la plaza”.
Nuevamente con enorme buena voluntad, Martín Rodríguez y los suyos se
retiran; y buscan que vayan a la plaza, pero la movilización de tal
cantidad de militares no era posible sin una enorme confusión del
pueblo.
Pasa el rato y como nadie aparecía en la Plaza, el Dr. Leiva se asoma y dice su celebérrima frase:
– “¿Dónde está el pueblo?”
Esto era suficiente; Juan Ramón Balcarce, que se encontraba en el Cabildo como representante del pueblo y le dice
– “Usted se ha pasado. Si quiere saber dónde está el pueblo, tocamos
generala en los cuarteles y en cinco minutos tiene acá al “pueblo”.
Leiva que no era tonto comprendió rápidamente y entonces se nombró oficialmente la Primera Junta.
Para mal que les pese, entonces, a muchos la Revolución del 25 de Mayo fue hecha por las Fuerzas Armadas,
como lo dejó por escrito la misma Junta el 28 de Mayo. Díaz Araujo
señala: “Lo que sí quedó absolutamente claro es que las Fuerzas Armadas
–invocando al ‘pueblo’ por supuesto– se constituyeron en el poder real
en la Semana de Mayo de Buenos Aires, en 1810”[9].
¿Qué finalidad tuvo entonces la proclamación de la Primera Junta? No
hace falta investigar en demasiados libros pues basta con ir a la
circular del día 27 de Mayo que se encuentra en el Registro Oficial de
la República Argentina. Allí, clarísimamente, se explica todo esto: el
rey está preso, no hay regente, el gobierno de España no tiene autoridad
para gobernar las Indias, la regencia es usurpadora, que está el
peligro de que nos entreguen a los ingleses o a los franceses, y que por
eso se establece esta autonomía, con la Junta Provisional, a nombre del
Rey.
Otra de las cláusulas que se establecen es el respeto absoluto por la
religión católica y al rey, como podemos leer en la “Proclama” del
mismo 26 de Mayo de 1810 donde la Junta prometía:
“Por todos los medios posibles la conservación de nuestra religión
santa, la observancia de las leyes que nos rigen, la común prosperidad y
el sostén de estas posesiones en la más constante fidelidad y adhesión a
nuestros muy amado Rey, el Sr. D. Fernando VII y sus legítimos
sucesores en la corona de España”[10].
De modo que, el gobierno de Mayo no está imbuido de las ideas de la
Francia revolucionaria. Es un gobierno que sigue con la tradición
hispánica, confesional, legal y legítimo.
El curso que la Revolución tomará a partir de Julio, será
otro cantar pues quienes intentarán tomar las riendas de la Patria sí
tendrán ideas contrarias a España y revolucionarias en el peor sentido
del término. Como consecuencia, en pocos meses Saavedra quedará
solo contra todos los demás, que formarán un solo partido bajo el
nombre de “morenistas” o “letrados”.
Será este partido, con el último secretario a la cabeza, quien
decretará el protervo asesinato del gran héroe de las Invasiones
Inglesas, Santiago de Liniers.
La que se expuso es una larga síntesis del proceso de Mayo. Proceso
que merece nuestro respeto y nuestra admiración no sólo porque se hizo
conforme a la ley, sino porque fue un proceso pacífico y armonioso. Si
todo hubiese seguido como comenzó, la historia argentina sería distinta.
Pero no sólo el liberalismo tomó las riendas sino que luego, con el
tiempo, se fue inventando un Mayo liberal, un Mayo “a la carta”, para
mostrar que los fundamentos de nuestra nación no estaban enraizados con
la España monárquica y católica, sino con las ideas progresistas y el
comercio internacional.
El inicio, el origen de Mayo, es perfectamente defendible y completamente legítimo. A tener cuidado entonces, para…
Que no te la cuenten…
P. Dr. Javier Olivera Ravasi