“La fe es la luz de una memoria fundante” (n. 4 – Encíclcia Lumen Fidei).
La fe que predica Francisco sitúa al hombre en su divinización por sí mismo. Su herejía de la memoria fundante
hace que el hombre se salve a sí mismo porque encuentra una memoria, un
recuerdo, un pensamiento de la vida de Cristo. Y al obrarlo lo hace
unido sólo a su pensamiento humano, a cómo el hombre ha comprendido en
su mente la vida de Cristo.
La “oración es un recuerdo”
predica Francisco, es decir, quien ora encuentra un recuerdo, pero no
encuentra a Dios en su vida. Encuentra la memoria de Dios, la imagen de
las cosas que ha hecho Dios, pero no el Espíritu Divino.
“Quien cree ve con una luz que ilumina todo el trayecto del camino, porque llega a nosotros desde Cristo resucitado” (n. 1 – Encíclcia Lumen Fidei). La fe es una luz que llega desde Cristo. Ya la fe no es Cristo que da su Luz ahora, en este momento, sino que viene del pasado, de un recuerdo, de una imagen que los Evangelios presentan.
El
Espíritu Divino es una Vida, no es un recuerdo. La Fe es una Vida, y
en esa Vida, la Fe da una Luz. Pero la Fe no es luz por sí misma. La Fe
da la Luz de la Vida: “En él había Vida y la Vida era la Luz de los hombres” (Jn 1, 4). Francisco habla de la fe como luz, pero no de la fe como vida. Y este es su error.
Porque
la Fe es Vida, antes es vivir la fe que dar la luz de la Vida, que es
la obra de la fe. Primero el alma debe obrar en su corazón la vida, que
es la Fe, tiene que llenar su corazón de esa Vida. Y, después, viene el
dar esa Vida en la Iglesia, con las palabras, con las obras que nacen de
esa Vida, que es la Fe.
Pero Francisco sólo habla de la luz de la fe
como lo principal en la fe del que cree. El que tiene fe vive su fe, no
ilumina a otros, no da conocimientos a otros, no da experiencias a
otros, no obra nada para los demás. Primero vive la fe, después obra la
fe. La fe no llega a nosotros desde Cristo Resucitado. La fe la da
Cristo a cada alma en su corazón. Lo que llega a nosotros es la Fe de
los santos Padres, de los santos de todos los tiempos, de los hombres
que han creído en la Palabra de Dios. Y eso es lo que queda como un
recuerdo vivo, pero eso no es la fe. Hay quien lee a los santos y no
cree. Hay quien escucha muchas predicaciones y no cree. Porque la Fe es
la Vida, es una vida divina que el alma primero tiene que vivir en su
misma existencia humana. Y cuando la vive, entonces empieza a obrarla en
su relación con los demás en la Iglesia.
Y
la Fe, que es Vida, es siempre la misma, no cambia por los cambios de
los hombres, por las ideas de los hombres, por las conquistas de los
hombres. El Espíritu de Dios da al alma del que hace oración, del que
tiene fe, una vida divina, no un pensamiento de las cosas de Dios y de
las cosas del mundo. Una vida divina inmutable, que permanece con el
paso de los tiempos, de las circunstancias de la vida, de los reveses de
la vida, de las alegría de la vida.
Francisco
se encierra en su pensamiento y ahí crea su fe, se inventa la fe. Y a
esa nueva fe la llama Fe en la Palabra de Dios. Esta mentira de su mente
se transparenta en todas sus homilías, declaraciones y obras en la
Iglesia. Francisco ha construido su nueva fe en su pensamiento humano,
pero no ha construido la Fe siguiendo el Pensamiento de Dios.
“La característica propia de la luz de la fe es la capacidad de iluminar toda la existencia del hombre” (n. 1 – Encíclcia Lumen Fidei). Lo propio de la luz de la fe es dar vida al hombre, no iluminarlo, porque Dios no da un pensamiento al hombre. Francisco habla de la luz de la fe como conocimiento, no como vida: “la fe de Abrahán será siempre un acto de memoria”
(n. 8 – Encíclcia Lumen Fidei). Es decir, la fe de Abrahán es un acto
del conocimiento humano que recuerda una Palabra de Dios y que obra ese
recuerdo con su voluntad. En este error, se da la negación de la
libertad del hombre que, para obrar libremente primero tiene que pensar.
Pero el hombre es libre, aunque esté lleno de pensamientos, de
memorias, de recuerdos, de imágenes del pasado, de saltos del
subconsciente.
La
fe es una Vida que se obra sin acudir a la memoria, al acto de
conocimiento que predica Francisco. La Fe, para Francisco, es primero
entender y, después, obrar lo que se entiende. Y, de aquí se deduce, que
la luz de la fe que él pregona es sólo una luz de su conocimiento
humano, una luz natural, pero no la luz de Dios, que nace de la Vida de
Dios.
Si
todos los hombres tenemos la fe de Abrahán que predica Francisco,
entonces todos los hombres tienen antes que pensar para creer. Y ahí
está el error. La fe de Abrahán nunca es un acto de su memoria, sino una
obra de su corazón. Memoria y corazón son dos cosas totalmente
diferentes. La memoria es sólo una cuestión mental. El corazón es amor.
Dios
da al hombre, para que crea, un amor, no un pensamiento. El hombre no
tiene que pensar para obrar la fe. El hombre tiene que obrar el amor
para obrar la fe. Tiene que mirar su corazón, no su mente, para
encontrar la luz, el conocimiento que le salva. Francisco dice lo
contrario: primero piensa, después obra. La libertad no está
condicionada por el pensamiento, por el conocimiento de las cosas. Se es
libre cuando se deja todo pensamiento a un lado y se sigue la moción
del Espíritu en el corazón.
Esta fe “siendo
memoria de una promesa, es capaz de abrir al futuro, de iluminar los
pasos a lo largo del camino. De este modo, la fe, en cuanto memoria del
futuro, memoria futuri, está estrechamente ligada con la esperanza”. (n. 9 – Encíclcia Lumen Fidei).
La
fe, como es un acto del conocimiento de una promesa que Dios ha dado,
entonces ese acto abre un futuro. Este error se llama: razón pura. El
conocimiento lleva a un nuevo conocimiento. Y ese nuevo conocimiento es
el futuro que hay que obrar. El conocimiento abre a otros conocimientos,
que iluminan el camino. Es la luz de la razón lo que ilumina la vida
del que cree. Esta es la herejía de Francisco. Y, entonces, la fe es una
memoria del futuro, es decir, un conocimiento
que hay que obrarlo para crear el futuro. Y esta memoria del futuro es
lo que da la esperanza al hombre. Si no se obra esta memoria del futuro,
el hombre carece de esperanza.
Si se pone la fe en un acto de conocimiento, también la esperanza es otro acto de conocimiento. Sólo se puede esperar en el hombre que piensa su fe. No se puede esperar en el hombre que obra con el corazón.
La
Iglesia tiene que ser un conjunto de hombres pensantes, y entonces la
Iglesia caminará hacia la salvación y hacia la santidad.
Su gobierno horizontal nace de su concepción de la fe como memoria fundante.
La fe de la Iglesia en el futuro la tienen los ocho hombres que piensan
el bien que hay que obrar en la Iglesia. Sin esos ocho hombres, la
Iglesia no puede caminar en la esperanza. Esta es la enseñanza de la
encíclica de Francisco. Una enseñanza que es una pura herejía.
Su
error es éste: dar a la fe el lugar que le corresponde a la razón.
Francisco abaja la Fe Divina a su concepción de la fe con su razón.
Francisco somete lo divino a la crítica de la razón, a la exégesis de la
razón, al análisis de la razón. Por eso, cae en el kantismo y en
hegelianismo.
Es
la razón lo primero para tener fe. Ya no es el don de Dios que obra por
sí mismo en el alma, sin necesidad de hacer un acto de conocimiento.
Su
error, que es su humanismo, nace de esta concepción de la fe. Para él
el hombre es su conocimiento, sus ideas racionales, sus ideas lógicas,
sus ideas experimentales, sus ideas acuñadas en su mismo cerebro.
El
hombre, para él, es la libertad de su pensar. El hombre, cuando piensa,
obra el amor. Y, entonces, hace de la vida la obra de su pensamiento.
El
hombre no se somete a Dios para pensar, sino que busca en su
pensamiento la idea de Dios, la forma de dar culto a Dios, la manera de
servir a Cristo y a la Iglesia. Y no puede salir de su pensamiento,
porque el hombre, para él, es su pensamiento.
El hombre no es el alma, no es el espíritu, no es la carne, no es el corazón. Francisco, para poner su herejía de la memoria fundante tiene que echar mano de Kant y de Hegel, que negaron la Divinidad y pusieron la excelencia del hombre sólo en su razón.
Francisco
sigue a Kant en la crítica de la razón pura y sigue a Hegel en su
existencialismo humano. Y tiene que concluir en una fe que sólo se
desarrolla en el pensamiento. La fe es pensar sólo lo que es pensado, lo
que es recordado, lo que es memorizado. Pensar no es encontrar una
verdad en Dios, es sólo encontrar unas verdades cuando se piensa en
Dios.
Por
eso, su encíclica hace al hombre un dios en la Iglesia. Es lo que bebe
su espíritu desviado de la Presencia de Dios. Un espíritu que se cae por
su propio peso, que sólo está levantado en la Iglesia por el querer de
los hombres, por los sentimientos de los hombres, por el pensamiento de
los hombres, pero no por la Voluntad de Dios.
Francisco
no dice nada nuevo a la Iglesia, porque lo que ha construido es una
nueva iglesia. Y pone en ese nueva iglesia el fundamento de su fe, que
es el fundamento de la diosa razón. Y cuando la razón se pone a gobernar
las cosas divinas, entonces viene la dictadura del pensamiento humano.
Es
lo que se va a hacer desde ahora en Roma. Ya Roma no es la que da la
fe, sino la que impide la fe. Ya Roma persigue una nueva fe, porque ha
dejado la Fe en la Palabra de Dios. Ahora, Roma sólo cree en las
palabras de los hombres, en los pensamientos de los hombres, en las
obras de los hombres. Y, por eso, da la mano a los protestantes, a los
masones, a los ateos, a los judíos, a todo aquel que quiera vivir de la
memoria fundante.
Desde
Roma se predica la memoria fundante como columna de la nueva iglesia.
Y, por eso, habrá que salir de esa nueva iglesia muy pronto, porque no
es la Iglesia de Jesús. Jesús ya se ha retirado de Roma. Sólo queda Su
Sacrifico que muy pocos lo celebran, porque son muchos los que ven la
Eucaristía como una memoria del Señor y no como la misma Pasión de Señor
que se realiza y se vive sin buscar conocimientos, recuerdos, imágenes
de la Pasión. Cristo vive en el alma que da Su Palabra como es, no como
la piensa, no como la recuerda, no como la entiende. Por eso, hay tan
pocos sacerdotes que celebren, porque ya todo se ha convertido en la
memoria fundante de la Pasión de Cristo.
Misas
sin Vida, Misas que son sólo recuerdo del pasado para construir una
nueva misa, una nueva liturgia, un nuevo credo basado sólo en la diosa
razón.