ENCÍCLICA “HUMANI GENERIS”: EXTRACTOS SOBRE CUESTIONES BÍBLICAS
De la encíclica «Humani generis», sobre los errores de la llamada «teología nueva»
12 de agosto de 1950
La encíclica Humani generis sistematiza y condena los principales errores latentes en el movimiento que el propio Pío XII había denominado «teología nueva».
No es propio de este lugar el estudio de dicha tendencia ni de la
encíclica entera que la analiza y refuta. Nos limitamos a transcribir
los párrafos que dicen relación a cuestiones bíblicas. Estos se centran
en torno a cinco puntos principales:
1.° La
necesidad y competencia del magisterio de la Iglesia (n. 6978), a la
luz de cuyas explicaciones debe interpretarse la Escritura, y no
viceversa, como preconiza la teología nueva. 2.° Inerrancia
absoluta de la Biblia e imposibilidad de admitir en ella, como
pretenden los partidarios de la teología nueva, un sentido humano,
distinto del divino y sujeto a error (n. 699). 3.° Inmoderado recurso a la exegesis que llaman pneumática o espiritual (n. 700), con menos-precio del sentido literal.
4.° La postura de la Iglesia ante el evolucionismo y el poligenismo (n. 701-703).
5.° La historicidad de los once primeros capítulos del Génesis (n. 704).
697
Entre tanta confusión de opiniones, nos es de algún consuelo ver a los que hoy no rara vez, abandonando las doctrinas del “racionalismo” en
que habían sido educados, desean volver a los manantiales de la verdad
revelada y reconocer y profesar la palabra de Dios, conservada en
la Sagrada Escritura, como fundamento de la ciencia sagrada. Pero al
mismo tiempo lamentamos que no pocos de ésos, cuanto más firmemente se
adhieren a la palabra de Dios, tanto más rebajan el valor de la razón
humana, y cuanto con más entusiasmo enaltecen la autoridad de Dios
revelador, tanto más ásperamente desprecian el magisterio de la Iglesia,
instituido por Nuestro Señor Jesucristo para defender e interpretar las
verdades reveladas. Este modo de proceder no sólo está en abierta
contradicción con la Sagrada Escritura, sino que, aun por experiencia,
se muestra ser equivocado. Pues los mismos “disidentes” con
frecuencia se lamentan públicamente de la discordia que reina entre
ellos en las cuestiones dogmáticas, tanto que se ven obligados a
confesar la necesidad de un magisterio vivo.
698
Es también verdad que los teólogos deben siempre volver a las
fuentes de la revelación, pues a ellos toca indicar de qué manera “se encuentre explícita o implícitamente” (Pío IX, Inter gravissxmas,
28 octubre 1870: Acta, vol. 1 p. 260) en la Sagrada Escritura y en la
divina tradición lo que enseña el magisterio vivo. Además, las dos
fuentes de la doctrina revelada contienen tantos y tan sublimes tesoros
de verdad, que nunca realmente se agotan. Por eso, con el estudio de las
fuentes sagradas se rejuvenecen continuamente las sagradas ciencias,
mientras que, por el contrario, una especulación que deje ya de
investigar el depósito de la fe se hace estéril, como vemos por
experiencia. Pero esto no autoriza a hacer de la teología, aun de la
positiva, una ciencia meramente histórica. Porque, junto con esas
sagradas fuentes, Dios ha dado a su Iglesia el magisterio vivo para
ilustrar también y declarar lo que en el depósito de la fe no se
contiene más que oscura y como implícitamente. Y el divino Redentor no
ha confiado la interpretación auténtica de este depósito a cada uno de
los fieles, ni aun a los teólogos, sino sólo al magisterio de la
Iglesia. Y si la Iglesia ejerce este su oficio (como con frecuencia lo
ha hecho en el curso de los siglos con el ejercicio, ya ordinario, ya
extraordinario, del mismo oficio), es evidentemente falso el método que
trata de explicar lo claro con lo oscuro; antes es menester que todos
sigan el orden inverso. Por lo cual, nuestro predecesor, de inmortal
memoria, Pío IX, al enseñar que es deber nobilísimo de la teología el
mostrar cómo una doctrina definida por la Iglesia se contiene en las
fuentes, no sin grave motivo añadió aquellas palabras: “Con el mismo sentido con que ha sido definida por la Iglesia”.
699
Volviendo a las nuevas teorías de que tratamos antes, algunos
proponen o insinúan en los ánimos muchas opiniones que disminuyen la
autoridad divina de la Sagrada Escritura, pues se atreven a adulterar el
sentido de las palabras con que el concilio Vaticano define que Dios es
el autor de la Sagrada Escritura y renuevan una teoría, ya muchas veces
condenada, según la cual la inerrancia de la Sagrada Escritura se
extiende sólo a los textos que tratan de Dios mismo, o de la religión, o
de la moral. Más aún: sin razón hablan de un sentido humano de la
Biblia, bajo el cual se oculta el sentido divino, que es, según ellos,
el solo infalible. En la interpretación de la Sagrada Escritura no
quieren tener en cuenta la analogía de la fe ni la tradición de la
Iglesia, de manera que la doctrina de los Santos Padres y del sagrado
magisterio debe ser conmensurada con la de las Sagradas Escrituras,
explicadas por los exegetas de modo meramente humano, más bien que
exponer la Sagrada Escritura según la mente de la Iglesia, que ha sido
constituida por Nuestro Señor Jesucristo custodio e intérprete de todo
el depósito de las verdades reveladas.
700
Además, el sentido literal de la Sagrada Escritura y su exposición,
que tantos y tan eximios exegetas, bajo la vigilancia de la Iglesia, han
elaborado, deben ceder el puesto, según las falsas opiniones de éstas, a
una nueva exegesis que llaman simbólica o espiritual; con la cual los
libros del Antiguo Testamento, que actualmente en la Iglesia son una
fuente cerrada y oculta, se abrirían, finalmente, para todos. De esta
manera, afirman, desaparecen todas las dificultades, que solamente
encuentran los que se atienen al sentido literal de las Escrituras.
Todos ven cuánto se apartan estas opiniones de los principios y
normas hermenéuticas justamente establecidos por nuestros predecesores,
de feliz memoria. León XIII, en la encíclica Providentissimus, y Benedicto XV, en la encíclica Spiritus Paraclitus, y también por Nos mismo en la encíclica Divino afflante Spiritu.
701
Réstanos ahora decir algo acerca de algunas cuestiones que, aunque pertenezcan a las disciplinas que suelen llamarse “positivas”,
sin embargo se entrelazan más o menos con las verdades de la fe
cristiana. No pocos ruegan instantemente que la religión católica
atienda lo más posible a tales disciplinas, lo cual es ciertamente digno
de alabanza cuando se trata de hechos realmente demostrados; empero, se
ha de admitir con cautela cuando más bien se trate de hipótesis, aunque
de algún modo apoyadas en la ciencia humana, que rozan con la doctrina
contenida en la Sagrada Escritura o en la tradición. Si tales conjeturas
opinables se oponen directa o indirectamente a la doctrina que Dios ha
revelado, entonces tal postulado no puede admitirse en modo alguno.
702
Por eso el magisterio de la Iglesia no prohíbe que en
investigaciones y disputas entre los hombres doctos de entrambos campos
se trate de la doctrina del evolucionismo, la cual busca el origen del
cuerpo humano en una materia viva preexistente (pues la fe católica nos
obliga a retener que las almas son creadas inmediatamente por
Dios), según el estado actual de las ciencias humanas y de la sagrada
teología, de modo que las razones de una y otra opinión, es decir, de
los que defienden o impugnan tal doctrina, sean sopesadas y juzgadas con
la debida gravedad, moderación y templanza, con tal que todos estén
dispuestos a obedecer al dictamen de la Iglesia, a quien Cristo confirió
el encargo de interpretar auténticamente las Sagradas Escrituras y de
defender los dogmas de la fe (cf. Aloc. pont. a los miembros de la
Academia de Ciencias, 30 noviembre 1941: AAS 33 p.506). Empero, algunos,
con temeraria audacia, traspasan esta libertad de discusión, obrando
como si el origen mismo del cuerpo humano de una materia viva
preexistente fuese ya absolutamente cierto y demostrado por los indicios
hasta el presente hallados y por los raciocinios en ellos fundados y
cual si nada hubiese en las fuentes de la revelación que exija una
máxima moderación y cautela en esta materia.
703
Mas, tratándose de otra hipótesis, es a saber, del poligenismo, los
hijos de la Iglesia no gozan de la misma libertad, pues los fieles
cristianos no pueden abrazar la teoría de que después de Adán hubo en la
tierra verdaderos hombres no procedentes del mismo protoparente por
natural generación o bien de que Adán significa el conjunto de los
primeros padres, ya que no se ve claro cómo tal sentencia pueda
compaginarse con lo que las fuentes de la verdad revelada y los
documentos del magisterio de la Iglesia enseñan acerca del pecado
original, que procede del pecado verdaderamente cometido por un solo
Adán y que, difundiéndose a todos los hombres por la generación, es
propio de cada uno de ellos (cf. Rom. 5,12-19; conc. Trid., ses.5
cán.1-4).
704
Del mismo modo que en las ciencias biológicas y antropológicas, hay
algunos que también en las históricas traspasan audazmente los límites y
las cautelas establecidas por la Iglesia. Y de un modo particular es
deplorable el modo extraordinariamente libre de interpretar los libros
históricos del Antiguo Testamento. Los fautores de esa tendencia, para
defender su causa, invocan indebidamente la carta que no hace mucho
tiempo la Comisión Pontificia para los Estudios Bíblicos envió al
arzobispo de París (16 de enero de 1948: AAS 40 p.45-48). Esta carta
advierte claramente que los once primeras capítulos del Génesis, aunque
propiamente no concuerden con el método histórico usado por los eximios
historiadores grecolatinos y modernos, no obstante pertenecen al género
histórico en un sentido verdadero, que los exegetas han de investigar y
precisar, y que los mismos capítulos, con estilo sencillo y figurado,
acomodado a la mente del pueblo poco culto, contienen las verdades
principales y fundamentales en que se apoya nuestra propia salvación, y
también una descripción popular del origen del género humano y del
pueblo escogido. Mas, si los antiguos hagiógrafos tomaron algo de las
tradiciones populares -lo cual puede ciertamente concederse—, nunca hay
que olvidar que ellos obraron así ayudados por el soplo de la divina
inspiración, la cual los hacía inmunes de todo error al elegir y juzgar
aquellos documentos.
Empero, lo que se insertó en la Sagrada Escritura sacándolo de las
narraciones populares, en modo alguno debe compararse con
las mitologías u otras narraciones de tal género, las cuales más
proceden de una ilimitada imaginación que de aquel amor a la simplicidad
y a la verdad que tanto resplandece aun en los libros
del Antiguo Testamento, hasta el punto que nuestro hagiógrafos deben ser
tenidos en este punto como claramente superiores a los antiguos
escritores profanos.
DOCTRINA PONTIFICIA
Documentos Bíblicos
B. A. C.
Publicado por Padre Manuel (Fundación San Vicente Ferrer)