domingo, 25 de octubre de 2015

Blasfemia, herejía, cisma y colapso de la Iglesia (pero, bueno, al menos los obispos podrán votar)



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Blasfemia, herejía, cisma y colapso de la Iglesia (pero, bueno, al menos los obispos podrán votar)

[Comentario a fotografía:¿Quién es este hombre? ¿Necesita un exorcista?]
Cuando éramos pequeños e íbamos a la piscina, jugábamos a ver quién podía bucear más hondo. Se arrojaban al fondo llaves o cualquier otro objeto a la parte profunda de la piscina y nos zambullíamos para buscarlo. En realidad era una demostración de valor. La mayoría de las piscinas tienen unos tres metros en la parte más honda, y el salvavidas siempre estaba alerta, por lo que nuestra temeraria zambullida resultaba inofensiva.
 
Pero me da la impresión de que por mucho que se zambulla un obispo en esta versión sinodal del juego, siempre habrá alguno que se atreva a sumergirse a mayores profundidades. Y al salvavidas de turno no parece que le importe ni lo uno ni lo otro. Esta competencia entre los ultraprogres (en católico se los llama herejes) del Sínodo a ver quién es más atrevido en las mismas narices del Papa, tiene todas las trazas de llevarnos a unas  profundidades que tal vez la mayoría de los católicos practicantes novusordistas comunes y corrientes nunca había adivinado que podían existir entre el episcopado.
Empezando inmediatamente por un obispo canadiense, la partida empezó con la relativamente suave (¡suavísima!) sugerencia de que las mujeres se deberían poder ordenar diaconisas. Desde entonces, luego de algunos lamentables intentos por parte de otro canadiense, el P. Tom Rosica –algo sobre cambiar el lenguaje de la Iglesia… qué pesados están con eso– hemos llegado hasta el arzobispo de Chicago –designado personalmente por Francisco para la segunda sede de la Iglesia de los EEUU, y subsiguientemente invitado también por él al Sínodo– diciendo que debería haber una manera de que los sodomitas activos y contumaces pudieran recibir el Santísimo Sacramento del Altar.
Pero mientras los temas relativos al bajo vientre acaparan la atención de la prensa, esta última semana me ha llamado la atención una serie de asuntos que tienen que ver más directamente con la fe misma.
La espectacular zambullida del arzobispo de Chicago hacia las que tal vez sean las más mareantes profundidades de la  herejía declarada –y de la que hasta el momento el Papa no ha hecho el menor caso– ha sido desde luego objeto de una considerable atención por parte de los medios, Se trata, al fin y al cabo, de lo que en su mayor parte vino a buscar a Roma la prensa secular convencional. Y desde luego disparó las expectativas.
Pero me gustaría presentar a otro aspirante al premio a lo más bajo que ha podido caer hasta ahora un obispo modernista en su odio público a la Santa Fe. En concreto, en su odio directo a Nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
La principal dificultad que enfrentan los que quieren llevar a la Iglesia a «tolerar» «segundos matrimonios», como los llamó el cardenal Kasper, son las sencillas y claras palabras de Cristo en el Evangelio. La Segunda Persona de la Santísima Trinidad metió un palo a los judíos en la rueda diciéndoles sin diplomáticos pelos en la lengua que si Moisés les había permitido divorciarse era por la dureza de corazón de ellos, porque no habían sido misericordiosos, y que por su divina autoridad, a partir de ese momento quedaba prohibido. Plantando cara a las afirmaciones del grupo sinodal alemán y kasperista, eso es lo que dice claramente toda biblia que se haya impreso jamás. Jesús dijo todo lo contrario de lo que ellos proponen.
De hecho, según el Autor de todas las cosas, es la indisolubilidad lo que es fruto de la misericordia y el amor de Dios por nosotros los hombres.
Este nudo gordiano de los progresistas lo cortó de modo espectacular durante la primera semana del Sínodo el cardenal panameño José Luis Lacunza Maestrojuán (ver foto más arriba), que propuso sin más que la Iglesia dejara de tener a Cristo en cuenta. Que no le hiciera caso, ya que Él desde luego no era un moisés.
Lacunza fue uno de los obispos a los que se dio un sorpresivo visto bueno en el ultimo consistorio, según se dice por su actitud hacia en lo que el Papa llama las periferias de la Iglesia, precisamente porque era un don nadie. Pero tal vez ahora este informe sobre el increíble paso adelante que acaba de dar hacia el abismo insondable de la blasfemia en pro la causa de la aceptación católica del divorcio le ha ganado un puesto de honor en la corte kasperista. También podría dar a entender que ser geográfica y políticamente periférico no fue su único mérito para obtener el capelo cardenalicio.
A pesar de las ordenes de lo alto (la secretaría del Sínodo) de no publicar ninguna intervención aparte de las propias, el intrépido jefe de los obispos polacos, arzobispo Stanislaw Gądeki, había tomado nota de los comentarios de los panameños para que todo el mundo los conozca:
«Moisés se acerca al pueblo, cede» –se dice que afirmó Lacunza–. «Hoy en dia la dureza de corazón se opone al plan de Dios (de permitir el divorcio). ¿No podría ser Pedro tan misericordioso como Moisés?»
Esta sobreentendida pero clarísima denuncia de Nuestro Señor de que no tenían misericordia pasó casi totalmente desapercibida para la prensa católica, y estuvo ausente en la prensa secular. Es posible que la Oficina de Prensa de la Santa Sede comprendiera su gravedad, dado que Rorate Caeli informó que ellos habían ordenado que fuera retirada del sitio web de los obispos polacos. Antes de que la retirasen, Rorate publicó en francés el comentario del cardenal Lacunza tal como lo recogieron originalmente los polacos
Card. José Luis Lacunza Maestrojuán OAR (Panama), président de la Conférence épiscopale du Panama. Moïse donne le consentement au peuple, il cède. Aujourd’hui, la « dureté de cœur » s’oppose aux plans de Dieu. Est-ce que Pierre ne pourrait pas être aussi miséricordieux que Moïse ?
Con esta declaración, gracias a monseñor Gądecki y a los blogeros, todo el mundo católico sabe que un prelado seleccionado para el Sínodo (si, otro elegido por el Papa) no cree que Jesucristo, el Hijo de Dios, el Verbo hecho carne, que vendrá para juzgar a vivos y muertos… Eso mismo, Jesucristo, tenía autoridad para decirles a los judíos que estaban equivocados en cuanto al divorcio.
Tal vez el cardenal Lacunza estaba entre aquellos a quienes se refería el arzobispo Henryk Hoser cuando comentó en una entrevista que muchos padres sinodales al parecer desconocen totalmente la doctrina católica fundamental sobre la familia. No sería, pues, para sorprenderse, cabría pensar, que desconocieran también los dogmas fundamentales sobre la naturaleza de Cristo: «Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos. Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no creado; consustancial al Padre; por quien todo fue hecho…» ¿Les suena?
Es posible que si no ha llamado la atención sea simplemente porque los reporteros que están informando sobre el Sínodo saben tan poco sobre la fe que son incapaces de reconocer una blasfemia cuando la oyen, y consecuentemente no saben que es un pecado mucho más grave que una mera infracción sexual. Hay una razón de que los pecados sexuales ocupen el sexto lugar en el decálogo, mientras que la blasfemia vulnera los tres primeros.
Esta semana fue también testigo del lanzamiento de otra petición de los laicos a los padres sinodales. En esta ocasión les pedían retirarse del Sínodo si no encontraban la forma de llevarlo por un rumbo católico. (Lo cuento todo: Yo me conté entre los autores de la petición para que los padres asistentes abandonaran el Sínodo, junto con un grupo de otros seglares, escritores, periodistas y teólogos preocupados.) Esta petición nos sorprendió con un incremento muy rápido del número de firmas. En las nueve primeras horas de su publicación había superado la marca de las 1500 firmas, y al día siguiente había llegado a 2500. Arrancó con un ímpetu increíble.
El llamado a abandonar nació de los temores de que el Sínodo hubiera sido manipulado desde el comienzo, dando igual lo que dijeran los obispos en sus grupos o sus declaraciones.
El texto de la carta declara:
“Hemos presenciado con profundo dolor el desarrollo de esta crisis, empezando por la sesión extraordinaria del año pasado, en octubre de 2014, y se nos hace muy difícil tener confianza en el desenlace del Sínodo.
Los cambios irregulares de la normativa que rige los procedimientos del Sínodo prácticamente garantizan  que el Instrumentum Laboris actual será adoptado en gran medida. Parece que estos nuevos procedimientos también niegan la apertura, transparencia y colegialidad, y el comité que esta redactando el documento final del Sínodo rechaza por lo visto rechaza todo aporte sustancial de los padres sinodales. Observamos con consternación que no han tenido acuse de recibo los llamamientos filiales y las cartas abiertas, tan visibles y ampliamente adoptados, y tampoco han dado lugar a ninguna enmienda discernible por parte de los organizadores del Sínodo.
Varios cardenales importantes han transmitido sus preocupaciones al Papa, sólo para verlas sumariamente desestimadas y no consideradas dignas de tener en cuenta, junto con acusaciones injustas contra los que están legítimamente preocupados por que su voz no sea oída.”
Por  supuesto, esto ultimo se refiere al notición de la semana, la extraña noticia de la carta de los 13 cardenales. La prensa la consideró una revuelta conservadora contra los intentos de Francisco de llevar adelante una largamente pendiente reforma de la Iglesia… sobre todo porque la prensa no tiene mucha imaginación. La prensa católica convencional la ninguneó, y algunos medios italianos comunicaron después con el típico regocijo que, rojo de ira, Francisco había echado una buena reprimenda a los prelados firmantes.
Poco después, el Papa hizo su primera intervención directa en el proceso sinodal denunciando la “hermenéutica de la conspiración”, expresión que se ha vuelto habitual desde entonces para todo aquel que informa sobre el Sínodo.
Rorate Caeli publicó un informe de Antonio Socci según el cual la carta había advertido sin rodeos al Papa de que si el Sínodo continúa por el rumbo que lleva, habría una desintegración total de la jerarquía eclesiástica. «La comunión a los divorciados y vueltos a casar, si fuese aceptada… colapsaría completamente la doctrina sobre el matrimonio y los sacramentos.»
Esto resultaría en un efecto dominó que «habría un colapso; en otras palabras, el fin de la Iglesia.»
No obstante, afirma Socci, el cardenal Pell, uno de los firmantes, también nos asegura que la corriente Kasper-Bergoglio es minoría, que casi todos los obispos del Sínodo quieren sostener la fe tradicional, lo que estaría bien si la Iglesia fuera un cuerpo democrático y el Sínodo decidiera por votación qué rumbo tomar.
Pero también nos ha informado el propio Papa poco después de esa refriega que, sea lo que fuere que digan o recomienden los obispos, pase lo que pase, esta totalmente en sus manos, sin discusión.
En este informe de la Radio Vaticana se entendió en general que insinuaba que podría invocar formalmente la infalibilidad papal.
«Finalmente… el proceso sinodal culmina escuchando al Obispo de Roma, llamado a pronunciarse con autoridad como pastor y maestro de todos los cristianos, no basándose en sus creencias personales, sino como el supremo testigo de la fe de toda la Iglesia, garante de la obediencia y conformidad de esta con la voluntad de Dios, Evangelio de Cristo y la Tradición.»
Meditemos por un momento en estos puntos uno por uno:
– Esta reconocido que el Papa se ha aliado con un notorio hereje que, con el apoyo de una conferencia episcopal entera, lleva cincuenta años empeñado en la eliminación de la mayor parte de la moral católica, así como de una parte regularcilla de las enseñanzas sobre eclesiología.
– A este Papa le han advertido algunos de sus funcionarios mas destacados que la dirección propuesta, llamada la corriente Kasper-Bergoglio, conducirá al fin de la Iglesia, a su total desintegración en el caos y el cisma.
– Esta advertencia, el Papa la acalló en privado y la reprendió públicamente.
– Pocos días después, Francisco salió con una declaración sobre su dominio total y absoluto. Por lo visto tiene autoridad hasta para destruir la Iglesia de la que es cabeza. Es como si un niño pequeño afirmara que puede romper todos sus juguetes si le da la gana porque son suyos y nadie se lo puede impedir.
¿Y cuál fue la respuesta del cardenal Pell a nuestra humilde petición? Aquella en la que sugerimos que, encontrándonos en una situación tan grave, haciendo equilibrios al borde del abismo, les rogamos a él y a sus colegas en las labores pastorales que como mínimo no sean cómplices de la destrucción de la Santa Madre Iglesia por parte del pontífice mas extraño de la historia y su grupo de herejes y blasfemos elegidos a dedo?
Tranquilos. «Se ha hablado bastante» de las inquietudes de los trece cardenales.
John Allen informa que el buen cardenal conservador australiano rechazó toda sugerencia de abandonar el Sínodo, alegando que había recibido garantías del secretariado en el sentido de que el resultado final presentará  fielmente los puntos de vista del Sínodo. Les han asegurado que a los obispos se les permitirá votar sobre cada párrafo del Intrumentum Laboris.
Qué bien, ¿verdad?
«Añadió que miembros de la comisión redactora del documento final han prometido ceñirse al contenido de los debates en vez de aprovechar el texto para promover sus puntos de vista particulares.
Eso es todo lo que queremos –dijo Pell–, porque da igual lo que diga el Sínodo, sea bueno, malo o indiferente; a la larga le interesa a todo el mundo, porque independientemente de lo que resulte la gente quiere tener la impresión de que los obispos llegaron a esa situación jugando limpio.»
Bueno, estoy segura de que estamos todos contentísimos de que los obispos crean que han conseguido lo que querían de esta charada, y cuando el cisma esté en marcha, no me cabe duda de que nos sentiremos más tranquilos pensando que los obispos llegaron a esa situación jugando limpio.
Pero en realidad prefiero tener la esperanza de que puedan ocuparse en la defensa de la fe y de la Iglesia que es una, santa, católica y  apostólica, dado que «da igual lo que diga el Sínodo, sea bueno, malo o indiferente», a los pocos fieles católicos que quedamos nos gustaría que todavía hubiera una Iglesia Católica en la Navidad de 2016.
Hilary White
[Traductor Alex Bachamnn. Artículo Original]