viernes, 30 de octubre de 2015

En el quincuagésimo aniversario del documento Gravissimum Educationis del Vaticano II


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En el quincuagésimo aniversario del documento Gravissimum Educationis del Vaticano II

De los dieciséis documentos del Concilio Vaticano Segundo, la relativamente breve Declaración sobre la Educación Cristiana Gravissimum Educationis, promulgada un día como hoy 28 de octubre pero cincuenta años atrás, en 1965, no es una de las más memorables y ciertamente no es una de las más controvertidas. Fue rápidamente ensombrecida por las Constituciones más grandes y las Declaraciones más innovadoras tales como Nostra Aetate y Dignitatis Humanae. Sin embargo, al menos para conmemorar un aniversario de medio siglo que podría pasar inadvertido, nos parece apropiado extraer algunos párrafos que podrían sorprender al ser citados en el 2015.


Una cosa está muy claramente establecida en el documento: la educación, para los Católicos, está necesariamente ligada a Jesucristo y a la proclamación de Su Evangelio. No puede ser “religiosamente neutral”. No existe ninguna separación entre la esfera de la fe y la esfera de la vida en el mundo; todo en la vida humana debe estar embebido de fe y tender a su fin último: el Cielo. Los padres conciliares aunque en forma oblicua se refieren al famoso lema de San Pío X, “Instaurare Omnia in Christo”:
Para cumplir con el mandato que ella ha recibido de su divino fundador de proclamar el misterio de la salvación a todos los hombres y de restaurar todas las cosas en Cristo, Nuestra Santa Madre la Iglesia se debe interesar de toda la vida del hombre, aún en su parte secular ya que tiene gran relevancia en su llamado a la Vida Eterna… Una verdadera educación apunta a la formación de la persona humana en búsqueda de su fin último y del bien de las sociedades de las cuales, como hombre, es miembro, y cuyas obligaciones, como adulto, comparte.
El documento también reconoce que el tema central  de la educación Católica debe ser la teología, con una fuerte conciencia de su expresión litúrgica y consumación, así como también su carácter inherentemente apologético y misionero.
La educación cristiana no sólo busca la maduración de la persona humana como se ha señalado, sino que tiene como su principal propósito : que el bautizado, mientras es gradualmente introducido en el conocimiento del misterio de la salvación, sea cada vez más consciente del don de la Fe que ha recibido, y que aprenda además a adorar a Dios Padre, en espíritu y el verdad (Juan 4,23)  especialmente en la acción litúrgica, y se conforme en su vida personal al hombre nuevo creado en la justicia y la santidad de la verdad (Ef. 4, 22-24); también que se desarrolle en humanidad perfecta, a la medida madura de plenitud de Cristo (Ef, 4, 13) y combata por el crecimiento del Cuerpo Místico; más aún, que consciente de su llamado, aprenda no sólo a dar testimonio de su esperanza (Pedro 3,15) sino a colaborar en la formación cristiana del mundo que tiene lugar cuando los poderes naturales, desde la perspectiva del hombre redimido por Cristo, contribuyen al bien de toda la sociedad.
Una vez más, aún cuando pueda parecer sorprendente para algunos, el Concilio reafirma sin ambigüedades la enseñanza tradicional de que los padres son tan responsables de educar a sus hijos como de procrearlos, de que tienen el derecho y la obligación de enseñar a sus hijos, y que su sacramento marital les da la gracia para desempeñar sus responsabilidades:
Siendo los padres quienes han dado a sus hijos la vida, tienen la gravísima obligación de educar a su prole y por ende deben ser reconocidos como los educadores primarios y principales. Este rol en la educación es tan importante que difícilmente se pueda suplir cuando se carece de ellos… Es particularmente en la familia cristiana, enriquecida por la gracia y eficacia del sacramento del matrimonio, donde se debe inculcar a los hijos desde sus primeros años el conocimiento de Dios de acuerdo con la fe recibida en el Bautismo, Su adoración, y el amor al prójimo. …Por lo tanto, los padres deben reconocer la inestimable importancia que una familia verdaderamente cristiana tiene para la vida y el progreso del pueblo de Dios.
Por supuesto, la declaración continúa reconociendo la existencia y el buen trabajo de un número de escuelas de diferentes tipos, privadas y estatales, seculares y religiosas, y exhorta en particular a los profesores a ser fieles a su vocación y sensibles a las necesidades reales de los estudiantes:
Sepan los docentes que la escuela católica depende casi completamente de ellos para el logro de sus expectativas y programas. Por ende se deberán preparar con gran empeño de manera que tanto en temas seculares como religiosos se encuentren calificados y también tengan habilidades pedagógicas competentes en el mundo contemporáneo. Íntimamente unidos en la caridad entre ellos y con sus estudiantes y dotados de espíritu apostólico, los docentes tanto con sus vidas como con su instrucción sean testigos de Cristo, el único Maestro. Que colaboren con los padres y, junto con ellos, en cada etapa de la educación otorguen la debida consideración a la diferencia de sexos y a la finalidad propia que la Divina Providencia asigna a cada sexo en la familia y en la sociedad.
¡Sin ninguna apología del feminismo en la oración final!
Una última observación interesante considera que los colegios y las universidades deberían emular a Santo Tomás de Aquino en la búsqueda de la armoniosa síntesis de fe y razón y en llevar a la mente natural de su cautiverio a las verdades sobrenaturales, mediante la elevación de toda la cultura humana. Es de esperar que los egresados de dichas instituciones sean testigos de la Fe – ésta, se podría decir, es la medida para constatar que la educación ha rendido los frutos que Dios espera:
La Iglesia también se ocupa de las escuelas de nivel terciario, particularmente de los colegios y universidades. En las facultades que dependen de ella, intenta que mediante sus mismas constituciones las materias individuales se desarrollen de acuerdo con sus propios principios, con método y libertad de investigación científica, de tal modo que se obtenga una comprensión cada vez más profunda de estos campos; y que cuando se susciten cuestiones nuevas y actuales, se realicen las investigaciones cuidadosamente y según el ejemplo de los doctores de la Iglesia y en particular de Santo Tomás de Aquino, exista una más profunda armonía entre la fe y la ciencia. Así tiene lugar una influencia pública, duradera y penetrante de la mentalidad cristiana para el fomento de la cultura, y los estudiantes  de estas instituciones son transformados en hombres realmente excelentes en su entrenamiento, listos para asumir grandes responsabilidades en la sociedad y ser testigos de su fe en el mundo.
Sabemos que se produjo un tremendo colapso en la educación católica (de hecho en toda la educación) en los años y décadas que siguieron al Concilio. También sabemos que se produjo, en la Providencia de Dios, un pequeño pero fuerte contramovimiento, especialmente en los Estados Unidos, donde muchas escuelas primarias, secundarias y universidades fueron fundadas por parte de laicos católicos firmes y determinados a resistir ante la dictadura del relativismo, con éxito. Tuve el honor de asistir a una de esas escuelas y, posteriormente, de ayudar a crear otra. Aprendí de mis experiencias que aún cuando todo parece oscuro, el poder de Jesucristo resucitado está ahí en acción en las vidas de los fieles creyentes.
Peter Kwasniewski
[Traducido por Romina R. Artículo Original]