Balotaje: Ganar sin haber ganado
por
Primer
round ganado. Cambiemos sin triunfar ha triunfado. Así suelen suceder
las cosas en Argentina: de manera extraña, caótica, impensada. Esta
elección que abre las puertas al balotaje arroja lecturas varias aunque
no haya grandes misterios que socavar de sus entrañas. Todo estaba más a la vista de lo que parecía, el hartazgo y el
descontento general también, aunque no se hayan percibido con claridad
en la previa electoral. Políticos, periodistas, analistas subestimaron a
la gente.
Es verdad que esta es una sociedad que dio muestras bastas de cegarse
cuando debía ver y mirar. Sin embargo, doce años es un lapso extenso en
demasía para ocultar la realidad. Cada uno vio lo que quiso o pudo, y
entendió que así no se podía más.
La elección también dejó al descubierto el miedo que se gestó durante
la “década ganada”: la gente no se animaba a decir a quién votaba.
Pasamos del voto vergüenza menemista al voto temor por las represalias
kirchneristas. El cuarto oscuro nos liberó. Basta de callar porque las
consecuencias son peores que ese silencio aparentemente protector. Al
margen o no tanto, aunque fue tan denostado, el voto útil también
existió.
Cambiemos se impuso en todas las villas miserias del conurbano y
Capital. ¿Cómo fue que los habitantes de asentamientos paupérrimos
desestimaron los planes sociales, el asistencialismo, el reaseguro de un
aparato clientelar? La respuesta parece compleja pero se define en la
evidencia: frente a las tumbas de los hijos víctimas del paco, frente al
hambre y la desidia, frente al bolsón de comida que no alcanza para
saciar a los más chicos de la familia se desvanece toda oratoria.
Cristina habló mucho y mintió más, a Cristina la vieron solo por TV. A
las mentiras las palparon. En contrapartida, a María Eugenia Vidal la
pudieron ver y tocar. Ella habló poco y escuchó más. No son sutiles las
diferencias cuando en el aire abunda el desabrigo y la soledad. El
trabajo de hormiga le ganó a la maquinaria industrial de la mentira y el
relato. La cara lavada se impuso al maquillaje, y no es solo un
enunciado literal. Las entrelineas dicen más.
El compromiso ciudadano hizo el resto. Al pueblo tucumano le debemos
el coraje de demostrarnos en las calles que, únicamente saliendo de la
comodidad, podía impedirse otro atropello a la voluntad popular. Las
hordas de fiscales voluntarios fueron el mejor ejército de una
democracia que yacía desarmada.
Mauricio Macri por su parte, hizo algo que para muchos fue poco
estratégic pero quedó a las claras que la estrategia pesa menos que la
convicción de llegar por los medios que determinen la naturaleza de los
fines perseguidos. No prometió milagros. Los “entendidos” en la materia
lo señalaron con el dedo acusador por ese hecho pero, el argentino
medio, lejos de los dogmas del armado de un candidato, supo ver la
fidelidad en una propuesta que no seducía tanto quizás pero que,
justamente por eso, era mucho más certera y coherente con lo que el
kirchnerismo ha de dejar.
Consumimos palabras lindas tantas veces y acá estamos: con los oídos
embelesados pero con el país devastado. Cuando de política se trata, las
palabras bonitas, las promesas de panacea, suelen estar alejadas de la
verdad. La sociedad lo aprendió por experiencia. Los espejitos de
colores no subyugaron, los mitos de la política nacional se derrumbaron,
y lo que es más importante aún, es que no se ha votado héroes de barro.
Nadie cree que Mauricio Macri es el redentor, el salvador o un
predestinado. Si así fuese volveríamos a caer en la decepción. Por el
contrario, se votó un equipo, se votó una salida, se votó convicción
muchísimo más allá de ideología y prestidigitación. Se maduró.
Injusto sería no reconocer al kirchnerismo su aporte fundamental en
esta carrera. Eligieron a dedo al sucesor, usaron al Papa, apelaron a
las peores prácticas de la vieja política clientelista, le quitaron a
Jaime Stiusso las herramientas para mostrar sin tapujos lo que son:
extorsionadores de grandes ligas, operadores no de política sino de
politiquería, revanchistas, vengativos, militantes de escritorio donde
hacer negocios para beneficio propio.
Aníbal Fernández fue el talón de Aquiles en la provincia de Buenos
Aires, mostró lo peor de lo peor. Fue el Daniel Filmus y el Amado Boudou
de esta elección. Todo ello lo dejaron en la vidriera donde el elector
pudo verlo sin distorsión. Y el elector entendió. Es verdad que no hay
que subestimar al adversario. Harán lo indecible por revertir un
resultado que parece inmutable en este corto-mediano plazo. La historia
hará lo demás: poner a cada uno en su justo lugar.
Hoy se respira un aire distinto en Argentina, no es ese exitismo
fanatizado de otras veces que terminó frustrándonos porque acá no es
Macri quién debe hacer el trabajo. La fiscalización del domingo no
terminó, por el contrario recién ha comenzado. De ahora en más a la
democracia se la fiscaliza a diario, o en cuatro años estaremos
nuevamente derrotados.
Hay mucha más tela que cortar pero para eso hay tiempo. Esta es una
bienvenida pero debe ser también un adiós para siempre, adiós al
oportunismo de los egos desmedidos. Es muy probable que de ahora en más
se nos muestre un Daniel Scioli sedado, afable, sin los vicios que
mostró en los últimos tiempos al dar prueba fehaciente de tener el gen
kirchnerista en la frente. Un Scioli que quiere el debate, artilugios
del marketing. Seguramente será el camaleón de esta etapa previa a la
segunda vuelta de la elección. Manotazos de ahogado, internas salvajes,
desesperación.
A nadie debe sorprender que toda la maquinaria oficialista atente
contra la marea del cambio que se viene: no es gratis el paso dado aún
cuando ya hemos pagado demasiado. Habrá paros subrepticios de subte,
cortes de calles, habrá caos, habrá carpetazos que ya no surten el
efecto deseado, habrá aprietes y “casualidades” que no serán tales.
La atención de la gente es definitoria en este ahora. Un minuto de
distracción puede dejarnos otra vez sumergidos en el océano del
desparpajo y la corrupción. Cristina dijo el día después de su penúltima
derrota electoral: “Aún somos gobierno, aún tengo el poder“. Debilitado
pero poder al fin. No subestimemos a quién demostró emerger mil veces
de las cenizas como Ave Fénix.
No tienen enemigos afuera, hay que dejarlos hacer y entender que son
las ultimas fichas de un desesperado. Que terminen subidos al ring en
que han convertido al país, que se noqueen a sí mismos. Así, librados
los doce rounds, el show habrá terminado y mermarán los aplausos hasta
quedar definitivamente silenciados.
Entonces sí, otra etapa habrá comenzado. Cristina se irá pero
nosotros habremos quedado, y ese será el verdadero triunfo electoral a
fiscalizar a diario los próximos cuatro años.