Leído para ud.: “¿Por qué una mosca no es un caballo?”. Evolución y ADN (2-3)
Mano del ser humano y de monos ¿Cuál es la original y cuál la derivada? Fuente Taringa.net
El niño eterno
Observando rasgos de especies
relacionadas los anatomistas distinguen entre caracteres “primitivos” y
“derivados”. Un rasgo es “primitivo” u “original” cuando es cercano a
conformaciones típicas del orden taxonómico[1]
en cuestión; similar a sus más arcaicos representantes; y cercano a la
conformación embriónica común a todas las especies en cierto orden. Por
otro lado un rasgo es “derivado” cuando se ha transformado en
comparación con ciertos arquetipos; es funcionalmente diferenciado; y se
ha adaptado a una especialización.
Otra distinción equivalente usada por los
paleontólogos es la de carácter “infantil” y “senil”. Una especie
“infantil” es más activa, agraciada, y vivaz comparada a sus parientes
más “seniles”. En este contexto “infantil”=”primitivo” y
“senil”=”derivado”.
Por ejemplo el caballo es más
infantil/primitivo en comparación al más senil/derivado burro. El
caballo es irascible, estatuesco y fogoso; el burro es obstinado, mañero
e indolente. Aquel es en general más inteligente que éste.
El hombre es más juvenil que el mono. Su
cráneo no tiene crestas y prominencias, carece del hocico del chimpancé,
y de colmillos sobresalientes. Todas estas “carencias”, esta rotundidad
geométrica (aparte de la nariz) es una condición “infantil/primitiva”.
Encontramos esto en los más antiguos fósiles primates, también en los
embriones y monos jóvenes. Es importante resaltar que jamás se han
encontrado fósiles de transición en el linaje de los monos; otro detalle
que los evolucionistas prefieren barrer bajo la alfombra.
Tomemos la mano humana, su fina
configuración en abanico es un modelo arquitectónico original/primitivo.
Comparada a la mano humana, las de todos los otros mamíferos son
deformes o sacrificadas a la especialización. La mano del mono es
elongada y en forma de gancho, el pulgar subdesarrollado; la “mano” del
león es contraída y con garras; la bovina es reducida a dos dedos; y la
del caballo a solo uno; mientras que la del cetáceo es una aleta
anquilosada. Un análisis similar se puede hacer comprando el cráneo
humano y el de otros mamíferos.
En suma, la forma
humana es la más original, arquetípica y primitiva de todos los
mamíferos. Es la forma del niño, del alba, la más primordial.
Pero no primordial connotando una brutalidad de comienzos gnósticos, o
primitiva sugiriendo salvajismo, sino implicando una belleza inicial,
perfección de los comienzos.
Los embriones de todos los vertebrados se
parecen unos a otros en los comienzos de su desarrollo (pero no son
iguales). Se asemejan a pequeñas medialunas, una cabeza y una cola
puntiaguda. Al crecer las diferencias se vuelven más evidentes y se
diversifican en clases (pájaros, reptiles, mamíferos), órdenes (carnívoros, cetáceos, primates), y familias (lémures, póngidos, homínidos), etc.
Al humano no le han sido dados ni garras, ni colmillos, ni picos. Es una suerte de perpetuo embrión, un niño eterno. Este
es el destino del menos especializado de los seres, no solo en la forma
del cuerpo sino también en espíritu. Condenado a siempre estar
aprendiendo.
Relojes moleculares
Tiempo atrás se pensaba que
la tasa de cambio en las moléculas debido a mutaciones era la misma para
todos los seres vivos. Así es que nació la expresión “reloj molecular”,
un reloj universal que mediría cuantas mutaciones ocurren cada tantas
“letras” por unidad de tiempo. El trabajo del biólogo molecular A.R.
Templeton permitió estimar la tasa de cambio a lo largo de edades
geológicas. Por ejemplo en la ubicua molécula citocromo c
una mutación aparece cada 20 millones de años. Más tarde sin embargo
investigando el linaje humano Morris Goodman notó que el reloj universal
no funcionaba. Los ritmos se desaceleraban y la información molecular
entraba en conflicto con la paleontología. Ergo no hay un reloj universal sino varios relojes desincronizados. El texto genético no decae con la misma velocidad en todas las especies.
Desde el momento en que los linajes del hombre y del chimpancé supuestamente se separaron los homínidos han sufrido 13 errores en el ADN mitocondrial comparado con 34 de los chimpancés[2]. Es decir que desde el punto de vista bioquímico los hombres han cambiado mucho menos que los chimpancés. Los humanos han evolucionado menos que los monos, implicando que el supuesto
ancestro común era más humano que mono; y que el linaje humano ha
permanecido más “infantil” que el de nuestros simios primos. Templeton
concluyó que el hombre era una suerte de Peter Pan molecular en el mundo
de los primates –el niño que no crecía.
Al mismo tiempo los
citologistas compararon la estructura cromosómica de hombres y monos y
llegaron a la misma desconcertante conclusión. Los cromosomas del
misterioso ancestro común eran similares a los del hombre; mientras que
los del mono muestran signos de estar más “degradados”.
Contra
Darwin la biología molecular ha mostrado que el hombre ha permanecido
–aparte de algunas mutaciones no esenciales– como siempre ha sido. En el momento de la conjeturada
bifurcación las moléculas y cromosomas humanos ya estaban en su lugar.
En suma, no es que el hombre “evolucionó”, sino que el mono
“involucionó” más que nosotros. La bioquímica ha expuesto la
incoherencia del evolucionismo darwinista, basada en la presunción de
que lo feo y tosco debe preceder a lo bello y grácil. El absurdo
prejuicio de que primero existía lo viejo y de esto floreció luego la
juventud. Sermonti sugiere entonces que los humanos han sido
(cuasi) exentos de evolución, a la cual el resto de los mamíferos han
estado sujetos, permaneciendo más símiles a sus orígenes. Inmunes a los
embates del tiempo que les negaron a otros la postura erecta, o les
dieron el pelaje y las garras.
Las grandes diferencias no están en los genes
Un puñado de genes controla
las características de nuestra fisionomía –altura, visión, pecas, color
de piel y cabello, etc. Otras características más vagas también son
controladas por grupos de genes. Ciertas modificaciones genéticas pueden
darle cierta gracia al portador (por ejemplo ojos claros), pero las más observadas están asociadas a enfermedades o deficiencias, es decir a degradación, algo que Behe desarrolla muy bien en The Edge of Evolution.
Es un error asumir que una
acumulación de estas mutaciones aleatorias puede llevar a una nueva
especie. Nunca ha sido observado, y probablemente nunca lo sea ya que
estas mutaciones no son el tipo de innovaciones dignas de mantener para
construir algo nuevo[3]. Estamos en el feudo de la así llamada microevolución.
Las especies cercanas entre si tienen los mismos patrones de
mutaciones, y si esto algo indica es una signo de unidad más que una
fuente de diversidad.
Si no son las mutaciones ¿Qué
es lo que produce las grandes diferencias entre especies? El problema
es que la pregunta está mal postulada, ya que asume un mecanismo
mediante el cual cierta especie se convertirá en otra como resultado de
una acumulación de pequeños cambios. Dentro de los límites de lo que los
fósiles pueden decirnos, las especies emparentadas no descienden unas
de otras sino aparecen en la escena al mismo tiempo como resultado de
una misteriosa explosión
o radiación, y comenzando desde una forma que había mantenido cierta
plasticidad ancestral, o había regresado a ésta. Las especies hermanas
tienen ADN muy similar, el cual sufre variaciones diferenciales siempre y
cuando una de dichas especies sea forzada por un sendero diferente en
tiempo y espacio. Esta similitud genética no implica la necesidad de un
ancestro común.
Los ejemplos de formas
enormemente diferentes que poseen el mismo ADN son numerosos. Uno de los
símbolos más notorios de diversidad morfológica emergiendo de la misma
identidad genética es la mariposa surgiendo de la oruga. Pero aquella no
deriva de ésta, las perezosas patas de la oruga no se transforman en
las delicadas alas de la mariposa. Sino que ambas derivan de células embrionarias totipotentes (i.e. con la capacidad de formar un organismo entero[4]) que la oruga conserva en su cuerpo, aun mientras este se descompone, para que a su turno den paso a la mariposa ex novo. El ADN se presta a formas muy diversas, pero los “planos” no están en el ADN.
La diferencia entre una planta con flores
rojas y otra con flores blancas está escrita con gran claridad en el
ADN. Las grandes diferencias, por ejemplo entre la oruga y la mariposa,
no están allí.
En muchas especies la diferencia entre
macho y hembra es cuestión de cromosomas, no obstante ambos sexos son
apenas distinguibles uno del otro. En otras especies sin embargo, ambos
sexos tienen los mismos cromosomas (i.e. el mismo ADN) pero son
espectacularmente diferentes, como el caso del gusano marino Bonellia viridis, donde la hembra es varios ordenes de magnitud más voluminosa que el macho.
Gusano
marino Bonellia viridis hembra. El macho es un pequeño espécimen
plantónico que vive dentro del cuerpo de la hembra. Ambos tienen el
mismo ADN. La presencia o ausencia del pigmento bonellin determina el
sexo. Fuente Uni. Bielefeld.
Los insectos sociales son otro misterio.
Las diferencias entre las castas de termitas no están en el sexo o el
ADN. No hay distinciones genéticas entre la pareja real, los
trabajadores y los soldados. Todas surgen de los mismos huevos que
deposita la reina. Las diferencias se explican por desarrollo
interrumpido.
El axolotl, un anfibio mexicano, se convierte en la salamandra amblystoma
si es llevado a Francia, ya que allí el agua es rica en iodo. Ocurre
que aquel es la larva de éste. Ambos tienen el mismo ADN. Pero sin iodo
no se produce la hormona que permite la metamorfosis, y los genes pueden
permanecer “desactivados” por milenios.
Todo esto indica que el mismo ADN puede
ser origen de muy diversas formas, y el agente de diversificación debe
estar en otro lado. Esto se puede intuir también de la llamada “evolución convergente”
que es la situación recíproca donde diferentes ADN resultan en
apariencias muy similares. Algo no vaticinado por los evolucionistas.
En los bosques australianos se encuentra
la ardilla voladora, casi idéntica a la ardilla voladora americana. Pero
aquella es un marsupial y ésta un mamífero de placenta. No es cierto
que la evolución nunca se repite, ni que si se comenzara de vuelta el
camino andado sería totalmente diferente al actual. El biólogo Hans
Driesch lo puso de esta manera: “un punto morfológico particular puede
ser alcanzado partiendo de orígenes diferentes y siguiendo trayectorias
diferentes”. La naturaleza pareciera descubrir sus potencialidades, o quizás sus intenciones, favoreciendo ciertos resultados morfológicos sobre otros mediante leyes morfogenéticas todavía no descifradas.
Habría un “destino manifiesto” hacia el
cual las especies progresan independientemente de la geografía. El ñandú
sudamericano, el avestruz africano, el emu australiano, y el kiwi
neozelandés son ejemplos de este extraño desarrollo paralelo. Igualmente
el mismo tipo de estructura compleja ha aparecido en organismos
completamente separados uno del otro: e.g. el ojo humano y ojo del
pulpo.
Con el mismo ADN se pueden hacer formas
completamente disímiles. Pero ADNs diferentes pueden resultar en formas
cuasi iguales, u órganos equivalentes. Ergo el ADN se relaciona a la
forma solo de manera lejana. La forma posee una autonomía fundamental
respecto al ADN.
Entre el ADN y la apariencia del
organismo yace una caja negra que esconde el misterio de las tipologías y
diferencias entre organismos. Esta terra incognita es la epigenética.
La cual intenta salvar la distancia entre genotipo y fenotipo. ¿Es el
ADN que establece al organismo, o es el organismo que aprovecha el ADN?
Sermonti se inclina por esto último. El organismo no es una mera
manifestación periférica del ADN, sino que lo activa o mantiene
durmiente de acuerdo a sus necesidades, selecciona áreas de interés.
Enrique de Zwart
(continuará)
[1] Clasificación taxonómica, de lo general a lo particular:
Reinos biológicos (animalia, plantae, fungi,…)
Filos (chordata, mollusca, arthropoda,…)
Clases (mammalia, sauropsida, maxillopoda,…)
Órdenes (primates, carnívora, cetacea,…)
Familias (hominidae, hylobatidae…)
Géneros (homo, pan, gorilla, pongo,…)
Especies (sapiens)
[2] Sermonti, ibid, p. 77.
[3] Sermonti, ibid, p. 102.
[4]
El desarrollo humano comienza cuando la esperma fertiliza al huevo y
crea una única célula totipotente. Horas luego de la fertilización esta
célula se divide en idénticas células totipotentes. Cuatro días luego de
la fertilización y después de varios ciclos de división celular, las
células totipotentes comienzan a especializarse.