¿Y qué fue de los obispos españoles?
No
hay motivos para sentirse entusiasmados con el resultado del Sínodo de
la Familia que acaba de celebrarse en Roma, pero sí un tanto aliviados, y
moderadamente esperanzados.
Por supuesto, es
público y notorio que el texto aprobado contiene varias «bombas de
relojería», por utilizar la precisa expresión acuñada por el
tristísimamente célebre dinamitero Schillebeeckx para referirse a los
pasajes ambiguos en los textos del Concilio Vaticano II, que permitirían
luego invocar aquel espectro que llamaron «Espíritu del Concilio», y
que tantos daños causó a la Iglesia. Dichas bombas se encuentran esta
vez sobre todo en los puntos 84 a 86 de la relación final.
Pero, insisto, aun
así, hay motivos para sentirse un tanto aliviados: Puesto que el texto
que los redactores designados por el Papa pretendían que se aprobara era
mucho peor. Y las expectativas previas al sínodo, eran mucho peores
aún.
Y hay motivos para
sentirse moderadamente esperanzados: En primer lugar, porque el truco de
las «bombas de relojería» ya es muy viejo, y no sorprende a nadie. De
manera que, si quieren, los obispos y los teólogos fieles podrán
trabajar para desactivarlas. Y en segundo lugar, y esto es lo más
importante de todo lo vivido en las semanas anteriores, porque, si el
sínodo ha mostrado algo, es que hay muchos pastores que creen realmente
en el Evangelio y en la doctrina cristiana que recibieron, y están
dispuestos a pelear por ella.
Son muchos, y son
valientes. Fue valiente el discurso de apertura del cardenal Erdö, que
significó el primer revés para los que planeaban un sínodo
revolucionario. Fueron valientes los trece cardenales que enviaron una
carta de protesta al Papa por los métodos empleados en la preparación y
conducción del sínodo. Y los obispos polacos que intentaron hacer
públicas las declaraciones de los padres sinodales, y que insistieron en
la doctrina de la «familiaris consortio». Y los obispos africanos,
liderados por el cardenal Sarah, que han sido los catalizadores de toda
la resistencia católica al intento de cambiarnos la religión. etc., etc.
En definitiva: Si
este sínodo no ha desembocado finalmente en una traición abierta y
triunfal a la doctrina de Cristo sobre el matrimonio, sino en un mero
«paso intermedio», que todavía podría ser reversible, ha sido por los
obispos fieles, que han hecho lo que han podido. Y contra una
organización máximamente adversa, que ha intentado todo lo intentable
para llevar las cosas a donde pretendían.
Los católicos
debemos estar profundamente agradecidos al cardenal Sarah, al cardenal
Pell, a Erdö, a Gadecki, a Arinze, y a otros muchos pastores que han
sabido comportarse como tales.
Y, hablando de
pastores fieles, no sé por qué me viene de repente a la memoria que
también España envió algunos obispos al sínodo de la familia… ¡Vaya! Lo
había olvidado por completo, pero, es cierto, dicen que también había
algunos obispos españoles.
Sin embargo, tampoco hay que creer todo lo que se dice. ¿Hubo realmente obispos españoles en el sínodo? Cualquiera sabe.
Desde luego, entre
los firmantes de la carta de protesta no estaban. Tampoco ha trascendido
que intentaran comunicar al exterior las declaraciones y debates que
tenían lugar en la asamblea. Ni se solidarizaron públicamente con los
planteamientos de Sarah y los obispos africanos. Ni hablaron
públicamente de la vigencia de la «familiaris consortio» como hicieron
los polacos. Ni consta que intervinieran para poner en su sitio a padres
sinodales como aquel, de cuyo nombre no quiero acordarme, que pretendía
corregir a Cristo con Moisés. Ni esto, ni lo otro, ni lo de más allá.
Nada. Nothing. Nichts.
De manera que la
pregunta está justificada: ¿Hubo realmente obispos españoles en el
sínodo? ¿O se perdieron quizás en los Pirineos, o en los Alpes, y
llegaron tarde a Roma? ¿Fueron tal vez incluso abducidos por una nave
extraterrestre que los mantuvo fuera de combate durante semanas?
Un
tanto abducidas y siderales sí que suenan las declaraciones de Osoro y
Blázquez, una vez reaparecidos, sanos y salvos ―¡gracias al Cielo!―, en
sus diócesis. Pero ya sabemos que no conviene abandonarse a
hermenéuticas de la conspiración, aunque sea una conspiración
extraterrestre. De manera que no le demos más vueltas al asunto, y
dejemos descansar a nuestros leones, de vuelta por fin en casa, y con la
satisfacción del deber cumplido.
Francisco José Soler Gil