Obispo Schneider: “El ataque al matrimonio y la familia viene del mundo ateo, neocomunista”
Nos
complacemos en traer a nuestros lectores dos sermones de S.E. Rvdma.
Mons. Athanasius Schneider, obispo auxiliar de Astana, Kazajstán, y
obispo titular de Celerina. El obispo Schneider estuvo en los Estados
Unidos este pasado fin de semana para algunos eventos y ordenaciones
sacerdotales de los Canónigos de Nueva Jerusalén. Vean a continuación
los textos de estos dos sermones poderosos y oportunos.
La familia, Iglesia doméstica. Front Royal, Virginia.
Mis queridos hermanos y hermanas en
Cristo: Vivimos en un tiempo en el que unas de las más hermosas
creaciones de Dios, llamadas matrimonio y familia, están sufriendo un
ataque general por el lado del nuevo ateísmo, la dictadura ideológica
mundial neocomunista que ha ganado casi toda la política universal y los
medios de comunicación. Sin embargo, es enigmático que podamos
descubrir en nuestros días colaboradores con este ataque general al
matrimonio y la familia, incluso, en las filas del clero. La familia
cristiana se enfrenta a una especie de nuevo Goliat.
Pero, justo ahora estamos llamados a ser fieles a la inmutable verdad de nuestra fe católica y apostólica, que nuestros padres y antepasados nos han transmitido. Tenemos una oportunidad de ser valientes testigos de la verdad divina y de la belleza del matrimonio y la familia. Para este fin, recibimos los dones del Espíritu Santo, especialmente en el sacramento de la confirmación. Esta virtud ha concedido a los fieles durante dos mil años la habilidad de preferir la muerte antes de traicionar los votos bautismales, morir antes que pecar, morir antes que traicionar los votos matrimoniales, morir antes que traicionar los votos sacerdotales o religiosos.
Pero, justo ahora estamos llamados a ser fieles a la inmutable verdad de nuestra fe católica y apostólica, que nuestros padres y antepasados nos han transmitido. Tenemos una oportunidad de ser valientes testigos de la verdad divina y de la belleza del matrimonio y la familia. Para este fin, recibimos los dones del Espíritu Santo, especialmente en el sacramento de la confirmación. Esta virtud ha concedido a los fieles durante dos mil años la habilidad de preferir la muerte antes de traicionar los votos bautismales, morir antes que pecar, morir antes que traicionar los votos matrimoniales, morir antes que traicionar los votos sacerdotales o religiosos.
En su encíclica sobre el matrimonio y la
familia, el papa León XIII dijo ya en 1880: “La ley de la Iglesia fue
algunas veces tan divergente de la ley civil que Ignacio Mártir (Polyc.
5), Justino (Apol. 1, 15), Atenágoras (Legat, 32, 33) y Tertuliano
(Coron 13) públicamente denunciaron como injustos y adúlteros ciertos
matrimonios que habían sido sancionados por la ley imperial” (Arcanum Divinae , 21).
La familia y la sociedad humana en su
conjunto florecerán solo con la condición de que la verdad divina sobre
el matrimonio y la familia sea observada, y así enseña el papa León
XIII: “Desde el inicio del mundo, de hecho, ha sido divinamente ordenado
que las cosas instituidas por Dios y por la naturaleza deban ser
probadas por nosotros para ser lo más beneficiosas y saludables cuanto
más inalteradas permanezcan en su completa integridad… Si la imprudencia
o la maldad de la voluntad humana se atreven a cambiar o alterar ese
orden de las cosas, que ha sido constituido con la máxima previsión,
entonces los designios de infinita sabiduría y utilidad comienzan a ser
hirientes o cesan de ser beneficiosos, en parte porque a través del
cambio experimentado han perdido su poder de beneficio, y en parte
porque Dios elige infligir un castigo al orgullo y la audacia del
hombre. Ahora vemos que numerosas personas niegan que el matrimonio es
santo, y lo relegan – privado de toda santidad– entre la clase de cosas
comunes seculares, lo arrancan así de sus fundamentos naturales, no
solo resistiéndose a los designios de la Providencia, sino, tanto como
pueden, destruyendo el orden que Dios ha dispuesto. Nadie, por lo tanto,
debe preguntarse si de tales intentos dementes e impíos no surgirá una
cosecha de males perniciosos en el más alto grado tanto para la
salvación de las almas como para la seguridad de la comunidad.” (Arcanum Divinae, 25).
“Se dice que los antiguos romanos se
horrorizaron ante los primeros casos de divorcio; tardó poco, sin
embargo, en comenzar a embotarse en los espíritus el sentido de la
honestidad, a languidecer el pudor que modera la sensualidad, a
quebrantarse la fidelidad conyugal en medio de tamaña licencia, hasta el
punto de que parece muy verosímil lo que se lee en algunos autores: que
las mujeres introdujeron la costumbre de contarse los años no por los
cambios de cónsules, sino de maridos.” (Arcanum Divinae, 30).
En orden a permanecer fieles a los
divinos mandamientos hay en nuestros días familias, gente joven,
sacerdotes y obispos que son a menudo marginados por esta razón, están
siendo ridiculizados y perseguidos por el poder dictatorial de la
ideología de género mundial neomarxista, inclusive en algunos ambientes
eclesiales, a causa de su fidelidad a la integridad de la fe católica y a
la Palabra divina de acuerdo a la tradición de nuestros antepasados.
Con el fin de permanecer fiel a su
vocación, la familia católica debe practicar especialmente la oración
diaria en común. El papa Pío XII dijo a los recién casados: “Les rogamos
se tomen a pecho el mantener esta hermosa tradición de las familias
cristianas: la oración en común de la noche. La familia se reúne al
final de cada día para implorar la bendición divina y para honrar a la
Virgen Inmaculada a través del rezo del Rosario por todos aquellos que
duermen bajo el mismo techo. La duras e inexorables exigencias de la
vida moderna no les dan tiempo libre para dedicar algunos momentos
benditos de gratitud hacia Dios, o leer, de acuerdo a una antigua
costumbre, una corta biografía del santo que la Iglesia nos propone
diariamente como modelo y especial protector. Esfuércense por santificar
incluso este corto momento, dedicándolo al Señor con el fin de alabarle
y presentarle sus deseos, necesidades, sufrimientos y ocupaciones de
cada día. El centro de vuestra casa debe ser el Crucificado o la imagen
del Sagrado Corazón de Jesús: Que Cristo reine en vuestros hogares y los
reúna alrededor Suyo cada día”. (Discurso a las parejas recién casadas, 12 de febrero de 1941).
Mis queridos hermanos y hermanas, la
familia católica tiene una vocación que es a veces olvidada en nuestros
días. Es la vocación a ser el primer seminario sacerdotal (cf. Concilio
Vaticano II, Optatam totius, n. 2). El papa Pío XII advirtió a
los padres católicos con estas palabras: “Si algún día Dios les concede
el honor de llamar a uno de sus hijos a su servicio, reconozcan el valor
y el privilegio implicados en tantas gracias que esta llamada conlleva…
ubicad vosotros la flor y el fruto de vuestro amor en el altar, para
vivir consagrado al Señor y a las almas… No tengáis miedo del regalo de
una vocación santa que ha descendido del cielo para reposar sobre
vuestros hijos. Si creéis, y si el amor los ha elevado a un nuevo nivel,
¿no es una confortación y una alegría ver a vuestro propio hijo en el
altar vestido con las vestimentas sacerdotales, ofreciendo el sacrificio
de la misa y rezando por sus padres? ¿No es un gran consuelo en el
corazón de una madre que late de amor por su hija, verla consagrada a
Cristo, sirviéndole y amándole con todo su ser?” (Carta a los matrimonios, 25 de marzo de 1942).
Queridos padres, queridas madres,
queridos abuelos y abuelas podéis decir: “Oh Señor, si quieres, llama a
uno de mis hijos, uno de mis nietos al sacerdocio”. Los jóvenes, que
están sintiendo en su alma la vocación del matrimonio y fundar una
Iglesia doméstica, también podéis decir: “Oh Señor, si quieres, llama a
uno de mis hijos futuros al sacerdocio”. Y vosotros, muchachos y los
hombres jóvenes, algunos de vosotros podríais decir, tal vez hoy en día:
“Oh Señor, estoy dispuesto a seguirte, si quieres llamarme al
sacerdocio”.
¡Qué hermosa vocación ser un verdadero
católico! ¡Qué hermosa vocación luchar por la integridad de la fe y los
mandamientos divinos! ¡Qué hermosa vocación ser una familia católica,
una Iglesia doméstica! ¡Qué hermosa vocación ser un joven casto y una
joven casta! ¡Qué hermosa vocación ser un seminarista y sacerdote con un
corazón puro y ardiente!
No tengáis miedo del Goliat de nuestros
días, que es la nueva dictadura anticristiana mundial. El don de la
fortaleza del Espíritu Santo nos hará capaces de ganar al Goliat de
nuestro tiempo con las cinco piedras de la honda de David.
Oh Espíritu Santo dejad de nuevo
florecer muchas Iglesias domésticas, lo que nos proporcionará las cinco
piedras de David para ganar a Goliat, que significan: buenos padres de
familia, niños y jóvenes puros, puros sacerdotes y obispos intrépidos ¡Christus Vincit, Christus regnat, Christus imperat!
Ordenación sacerdotal, 17 de octubre de 2015, Charles Town
Queridos candidatos al sacerdocio, queridos hermanos y hermanas en Cristo:
Nuestro Señor Jesucristo nos concede hoy
la gran gracia de celebrar el sacramento de la santa ordenación
sacerdotal. En este sacramento se produce el milagro de la omnipotencia y
del amor divino. A través de la imposición de las manos del obispo, el
Espíritu Santo desciende en las almas de los candidatos, e imprime en
ella un poder y una dignidad que sobrepasan todos los poderes de este
mundo y todos los honores humanos. Este poder y esta dignidad son el
sacerdocio de Cristo.
Jesucristo, el Dios encarnado, es el
mediador único y exclusivo entre Dios y los hombres. No hay otro camino
de salvación. A través de su sacrificio en la cruz Jesús se ofreció una
vez en acto de adoración, de acción de gracias, de expiación, de
propiciación por los pecados y de impetración con valor infinito. No
existe en todo el universo, en toda la historia e incluso en toda la
eternidad un acto que pudiera agradar y honrar más al Dios Trino que
el sacrificio de la Cruz, y este acto del sacrificio de Jesús en la Cruz
es el verdadero y único acto sacerdotal en el sentido pleno de la
palabra.
El sacerdocio de Cristo y su sacrificio
son tan grandes que nunca cesarán. Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote, está
siempre vivo (cf. Hebr 7, 25) y, por lo tanto, su sacrificio redentor
está siempre vivo, siempre presente, en todos los momentos, en todas las
generaciones, en todos los lugares: “El Cordero está de pie y está
vivo, aunque inmolado “(cf. Ap 5, 6). El sacerdocio de Cristo nunca
cesará, sigue siendo para toda la eternidad, por lo grande que es y
porque pertenece a una persona que es la Segunda Persona de la Santísima
Trinidad.
En su sabiduría inefable y en su inmenso
amor misericordioso Jesús quiso compartir su sacerdocio único y eterno
con hombres débiles. Y así Él instituyó en la Última Cena el sacramento
de la ordenación sacerdotal, cuando Él como el verdadero Melquisedec
ofreció en la forma sacramental a Dios Padre su cuerpo y su sangre bajo
las especies de pan y vino (cf. Sal 109, 4). Por lo tanto, toda la vida
de un sacerdote católico tiene su significado y su finalidad en la
celebración del sacrificio de Cristo para la glorificación de la
majestad divina y por la salvación del mundo y de todas las almas.
Cada bautizado participa también en el
sacerdocio de Cristo, aunque de una manera general o común. Tal
sacerdocio general o común lo realiza cada uno, principalmente, en el
ofrecimiento de su propia vida, sus propios sufrimientos y peticiones en
unión espiritual con el sacrificio, que ofrece el sacerdote ordenado
como “otro Cristo” (alter Christus) en la celebración de la
santa misa. Incluso a pesar de que se derivan del único sacerdocio de
Cristo, ambas realizaciones difieren entre sí. Por el plan de la
sabiduría de Dios, estas dos formas de sacerdocio están conectadas. El
sacerdocio común encuentra una de sus más nobles realizaciones en el
sacramento del matrimonio. El sacerdocio común fue creado por Dios para
fundar y vivir la familia cristiana, la Iglesia doméstica (así hablaron
ya san Agustín, cf. De bono viduitatis y el Concilio Vaticano II, Lumen gentium, 11). La familia como Iglesia doméstica es por su parte el primer seminario, según la enseñanza del Magisterio (cf. Concilio Vaticano II, Optatam totius, 2).
Uno de los más hermosos frutos que una familia cristiana, Iglesia doméstica, puede ofrecer a Dios, consiste en dar al Señor un hijo como sacerdote. Podemos decir que, en cierto sentido, el sacerdocio común, la familia cristiana, fue fundada por Dios para que siempre hubiera una continuación del sacerdocio ordenado, por lo que habrá siempre en la Iglesia y en el mundo verdaderos sacerdotes de Cristo, por lo que siempre existirá un “otro Cristo” (alter Christus) que ofrezca diariamente el sacrificio redentor infinito de Jesús como un aroma fragante ante los ojos de la majestad divina para el deleite de toda la corte celestial y por la salvación del mundo.
Uno de los más hermosos frutos que una familia cristiana, Iglesia doméstica, puede ofrecer a Dios, consiste en dar al Señor un hijo como sacerdote. Podemos decir que, en cierto sentido, el sacerdocio común, la familia cristiana, fue fundada por Dios para que siempre hubiera una continuación del sacerdocio ordenado, por lo que habrá siempre en la Iglesia y en el mundo verdaderos sacerdotes de Cristo, por lo que siempre existirá un “otro Cristo” (alter Christus) que ofrezca diariamente el sacrificio redentor infinito de Jesús como un aroma fragante ante los ojos de la majestad divina para el deleite de toda la corte celestial y por la salvación del mundo.
Aquí podemos reconocer la más profunda
razón por la cual el sacerdote católico no debe estar casado, sino ser
virginal y célibe. El sacerdocio ordenado y sacramental es célibe, es
como una flor virginal fragante, que brotó desde el jardín del
sacerdocio común, de la familia cristiana, y deriva del amor conyugal
casto de los padres cristianos. Sucedió hace muchos años: En la casa de
un sacerdote fallecido en Polonia se encontró una pequeña caja con esta
inscripción: “Para ser abierto después de mi muerte”. La caja fue
abierta y había una corona de mirto con esta nota: “Este es la corona de
novia de mi madre. La he llevado conmigo a varios países en la memoria
de ese momento sagrado cuando mi madre prometió no sólo la fidelidad,
sino también la rectitud en el altar de Dios. Ella ha mantenido este
voto. Ella tuvo el valor de tenerme después del noveno hijo. Al lado de
Dios, le debo a ella mi vida y mi vocación al sacerdocio. Coloquen esta
corona, la corona de novia de mi madre, en mi tumba.” Conocemos también
el siguiente episodio de la vida del papa Pío X: Después de su
consagración episcopal, el joven obispo Giuseppe Sarto visitó a su
anciana madre y le mostró su anillo episcopal: “¡Madre, no es este
anillo maravilloso!”. La madre levantó la banda de oro liso de su propio
dedo y dijo: “Si yo no hubiera llevado fielmente éste mi anillo, tú
nunca hubieras usado tu anillo”.
Queridos candidatos al sacerdocio, nunca
olviden esto: vosotros seréis sacerdotes con el fin de ofrecer
diariamente el sacrificio redentor inefable de Cristo, con el fin de ser
instrumentos vivos del Sumo y Eterno Sacerdote, por lo que a través de
vuestra voz y vuestras manos las gracias redentoras del sacrificio de
Cristo podrán fluir sobre este mundo, que está tan profundamente sumido
en pecados. La disposición interior de vuestras almas, de vuestros
corazones, de vuestras mentes debe cada vez más, día tras día,
corresponder con las palabras tremendas y divinas que pronunciaréis:
“Este es mi cuerpo”. Vosotros pertenecéis total y exclusivamente a
Jesús, el Sumo Sacerdote. Tú no te perteneces más a ti mismo, ni a
ninguna criatura.
Todo vuestro amor debe ser virginal, casto, sacerdotal, desinteresado, paterno; esto significa que vuestro amor tiene que ser de una manera eminentemente pastoral, y esto significa: para el cuidado de las almas, para salvar almas. Para ello habéis recibido la santa vocación, para este fin recibís hoy la marca indeleble del sacerdocio de Cristo, para este fin vuestra familia los ofrece hoy a Dios como una bella flor del jardín de su Iglesia doméstica.
Todo vuestro amor debe ser virginal, casto, sacerdotal, desinteresado, paterno; esto significa que vuestro amor tiene que ser de una manera eminentemente pastoral, y esto significa: para el cuidado de las almas, para salvar almas. Para ello habéis recibido la santa vocación, para este fin recibís hoy la marca indeleble del sacerdocio de Cristo, para este fin vuestra familia los ofrece hoy a Dios como una bella flor del jardín de su Iglesia doméstica.
Que Nuestra Señora, la Madre del Sumo y
Eterno Sacerdote, os guarde a vosotros y a vuestro sacerdocio en su
Inmaculado Corazón e implore para vosotros la gracia de que, a través de
vuestro sacerdocio, la Iglesia pueda recibir muchas vocaciones
sacerdotales nuevas y santas y muchas familias católicas santas. Oh
Inmaculado Corazón de María, sed nuestro refugio, sed nuestra salvación.
Amén.
[Traducción de Mariana Perotti. Artículo Original]