domingo, 22 de noviembre de 2015

ALIANZA LIBERTADORA NACIONALISTA

Cómo traicionó Perón la bandera de la neutralidad

Por Hernán Capizzano
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Publicamos a continuación uno de los capítulos (Págs. 199/211) de la excelente obra de Hernán Capizzano, lanzada a la venta en estos días, y que lleva por título: “Alianza Libertadora Nacionalista”. Aquí puede verse la esforzada lucha del Nacionalismo por mantener a la Argentina al margen de una guerra que le era absolutamente ajena, y la sinuosa conducta del coronel de la sonrisa imborrable y el alma corrupta.


CAPÍTULO IV

La revolución que se aleja

   El paso dado por Ramírez al decretar la ruptura de relaciones no le sirvió para romper el aislamiento del país y tampoco para sobrevivir en el poder. En febrero debió renunciar y fue sucedido por el General Farrell. A lo largo de 1944 las noticias de la guerra ensombrecieron el ánimo de todos aquellos que esperaban el pronto triunfo de los nacionalismos. Quienes apostando a la neutralidad estaban dispuestos a sacudir de una vez por todas al yugo económico británico y la cada vez más importante influencia estadounidense fueron perdiendo paulatinamente toda esperanza. Si el Reino Unido lograba la victoria, ¿qué cambiaría en la Argentina? Esta era la ecuación básica y simple del nacionalista. Si se pretendía la victoria del Eje por esta causa, no puede afirmarse bajo ningún aspecto que quienes lo sostenían deseaban una suerte de imperialismo nazi en la Argentina. Esta acusación absurda sólo podía existir en las mentes fanatizadas de Acción Argentina o de grupos que más tarde terminaron por conformar la Unión Democrática.

   La vía diplomática no dejaba prácticamente margen de maniobra. Se le exigía al país una declaración tajante, ofreciendo a cambio una apertura al aislamiento que cada vez alcanzaba mayor importancia. Era el resultado de conversaciones secretas con Washington. La bandera más preciada del gobierno revolucionario, aquella por la que la mayor parte de los argentinos se sentían orgullosos caía estrepitosamente. Lo ha relatado Félix Luna con suficiente claridad: “equivocada o no, inoportuna o no, la posición independiente de la Argentina era una compadrada criolla que se había mantenido durante casi cinco años contra los poderosos del mundo; y eso enorgullecía a un país que estaba en acelerado proceso de crecimiento y maduración”[1].

   La Revolución entraba en un cauce peligroso y los nacionalistas veían que aquel Primero de Mayo del 43 era ya un recuerdo lejano. Como lo hemos apreciado, Alianza en particular y los nacionalistas en general no fueron tenidos en cuenta por los militares de la revolución juniana, no por lo menos como organización política o grupo de opinión estructurado. Este marginar a las organizaciones, o bien ignorar –salvo excepción- a sus personajes de relieve, complicó principalmente la existencia de la Alianza. Se produjo durante 1944 una suerte de eclipsamiento donde su dirigencia no encontraba la iniciativa política que sí había exhibido hasta las vísperas de la revolución. En los hechos, el gobierno militar de Ramírez se había convertido en su enemigo, por acción o por omisión, porque no dejaba hacer, porque la ignoraba, porque no dudaba en hostilizarla si el caso lo requería. La asunción de Farrell había sosegado la situación vivida durante las largas semanas en que la dirigencia permaneció detenida. La liberación permitió tender nuevas líneas de contacto con el gobierno pero la norma a partir de entonces fue la desconfianza. Sólo los contactos personales y las relaciones interesadas de los líderes aliancistas restablecieron frágilmente las líneas de comunicación. Sin embargo no hubo por parte de Alianza ningún grado de obsecuencia, como no hubo del gobierno Farrell-Perón ningún favor o beneficio encomiable. Alianza quería sostener su existencia y defender lo defendible: la neutralidad, herida ante la ruptura de relaciones, pero no muerta.

   Por otra parte, la polarización era tal que cualquier oposición al gobierno podía entenderse como una complicidad descarada para con los elementos regiminosos. En la práctica la elección del mal menor se hizo cotidiana y -pese a la actitud distante del gobierno- Alianza osciló entre un apoyo crítico y una oposición prudencial. Ya había perdido la iniciativa del proceso político y por eso mismo iba detrás de los acontecimientos. Los militares jamás permitirían que vuelva a conquistar las calles. Sin embargo muy pronto la presión internacional logró una vez más que se cerrase filas tras el gobierno.

   Luego de la ruptura de relaciones estaba pendiente la declaración de guerra y el país siguió sufriendo las idas y venidas diplomáticas del momento. Los nacionalismos seguían retrocediendo en cada campo de batalla y ello era un llamado de alerta muy sensible sobre la soberanía nacional y efectiva del país. No debe olvidarse que para mediados de 1944 las tropas del Ejército Rojo ya habían roto el frente de Crimea, habían ingresado en Rumania y tocaban las fronteras de Checoeslovaquia. Los ingleses hacían retroceder a japoneses en Kohima y los bombardeos aliados arrasaban toda Europa con una ferocidad nunca antes vista. Sólo como ejemplo puede citarse la operación de quinientos bombarderos británicos sobre la fábrica Renault matando un millar y medio de civiles. Caía Montecasino en manos de los Aliados, previa demolición del secular monasterio y poco más tarde las tropas ingresaban en Roma. El desembarco en Normandía y el uso de Napalm que hacía Estados Unidos por primera vez fueron otros tantos hechos de la colosal conflagración que entra en su tramo final. En la guerra naval uno de los golpes más importantes se produce cuando un submarino estadounidense ataca un convoy japonés en el que mueren diez mil soldados. La lucha, en la cual no entramos en detalles, tomaba un cariz agónico y terminal. Se combate sin piedad en todos los bandos. Ya no importan las víctimas civiles ni los cálculos por ahorrar vidas en los campos de batalla. Es una lucha desesperada que no encuentra sosiego. Poco valdrán las armas secretas y los bombardeos sobre Londres. Ha comenzado la cuenta regresiva que llevará al triunfo de los Aliados y el establecimiento de un nuevo orden. Quizá sea por ello mismo que en el mes de julio se funda en los Estados Unidos una institución que será fundamental para el futuro: el Fondo Monetario Internacional.

  Las informaciones sobre los sucesos europeos llegaban con la heterogeneidad consabida. Pero ya quedaba claro que la época de la blitzkrieg con victorias y avances incontenibles había pasado. Esa victoria total que en un momento parecía cuestión de días o semanas había dado paso a cierto escepticismo entre los nacionalistas. Si los Aliados vencían, el destino colonial dela Argentina no tendría solución de continuidad. Por ello la lucha continuaba para Alianza. El respaldo de la soberanía nacional era ahora la consigna. Se habían roto las relaciones, pero de suyo esto no importaba una declaración de guerra explícita que aún podía evitarse: eran aspiraciones minimalistas, el momento no daba para ambicionar mayores pretensiones. En este marco la acción aliancista se limitó a respaldar aquellos signos gubernamentales que significasen el ejercicio de la soberanía. El más importante del momento estuvo en su canciller, el General Peluffo. Sus declaraciones de fines de julio frente a las presiones internacionales despertaron la ilusión de los nacionalistas: Argentina no debía ceder a su negativa de entrar en guerra.

  Con tímida propaganda, pues la censura oficialista no permitía la libre expresión de la actividad nacionalista, se convocó a una marcha de apoyo a las declaraciones del canciller. Nadie imaginó que la movilización proyectada alcanzaría un enorme caudal de gente. Ni siquiera aquellos militares que miraban de lejos pero con simpatía al nacionalismo. Decenas de miles de personas, que algunos medios llevaron a doscientas mil, respondieron a la convocatoria de Alianza y de múltiples organizaciones de la más heterogénea procedencia. Los unía la voluntad de defensa ante las presiones internacionales. Nacionalistas, simples argentinos orgullosos de su condición, neutralistas convencidos, partidarios del gobierno militar, empleados públicos, gremios, católicos militantes y muchos otros sectores poblaron la movilización por la soberanía nacional y el apoyo a las medidas del gobierno para mantenerse alejado del acoso norteamericano. Precisamente en una marea humana tan heterogénea el elemento, lenguaje y consigna no podía ser más que de tono e inspiración nacionalista. Fueron ellos –en particular Alianza- los que marcaron su desarrollo y entusiasmo por encima de cualquier otro sector. Pero el gobierno los ignoró. El discurso dado por el Presidente Farrell desde los balcones del Ministerio de Relaciones Exteriores no hizo alusión alguna a la marea nacionalista que lo ovacionaba. Cuando se refirió al público presente solo esbozó términos genéricos e indefinidos: “pueblo argentino” o “voluntades argentinas”[2]. Un signo más de que aquella revolución detenía, contenía y hasta ignoraba a los verdaderos revolucionarios.

 Luego de la marcha Alianza mantuvo la actividad bajo medidas de cierta clandestinidad. La impaciencia, la perplejidad y la desazón ante una revolución que no se decidía ir a fondo no lograron apagar la fogosidad de Queraltó y sus hombres. Quería vivirse una revolución nacionalista, pero esta no llegaba, y por eso se declamaba un apoyo que más que aplauso era una ilusión expectante. De alguna forma lo daba a entender Alberto Bernaudo, mano derecha de Queraltó durante un mitin a mediados de 1944: “hoy, si [Alianza] tuviera libertad para la exteriorización de su fuerza, presentaría en la calle un plebiscito consagratorio de la nueva conciencia nacional […] sin embargo, las viejas instituciones liberales subsisten como una de las armas secretas de la contrarrevolución, porque no se ha tenido la decisión de desautorizarlas definitivamente”. Esto, decía Bernaudo, porque no se había deseado instaurar una nueva política “cuya autenticidad y cuyo estilo sólo pueden encontrarse en el nacionalismo”[3].

   La revolución de 1943, que no la habían preparado ni concretado los nacionalistas, había impactado en el movimiento como un golpe sorpresa. El debate en su seno había fraccionado las posiciones y la unidad potencial obtenida al Primero de Mayo de 1943 ya era sólo un recuerdo. Si a esto le sumamos el repliegue de los nacionalismos en los campos de batalla europeos tendremos un panorama bien gris sobre las posibilidades acotadas del movimiento y de la Alianza en particular. Aquel mismo año Ramón Doll anunció que los nacionalistas argentinos serían rudamente golpeados si los fascismos eran derrotados en la Guerra Mundial. Simplemente, escribía, llegaría la “depresión” en medio del “trauma psicológico que van a sufrir esas generaciones que jugaron todo a una sola carta”[4]. En rigor, no acertó Doll en su análisis, pues el nacionalismo mantuvo como bandera de lucha una neutralidad sincera y supeditada a los intereses nacionales. En lo que sí acertó el antiguo socialista era en el encontronazo de una generación que ya estaba viendo como las banderas tanto tiempo predicadas estaban siendo arrebatadas o distorsionadas por un gobierno militar que se decía revolucionario. 

  La segunda parte del año 1944 fue dominada por Farrell y Perón dentro de un juego político sinuoso. Regían aún las prohibiciones para los partidos y el nacionalismo en particular. Las actividades se mantenían a puertas cerradas o simuladas con diverso ingenio. Pero, como luego lo hará durante la presidencia de Perón, Queraltó optó por mantener la lucha y la autonomía de su criatura. Toda la dirigencia lo siguió bajo un grado importante de clandestinidad. Efectivamente, luego de la masiva marcha en apoyo del canciller Peluffo y sus declaraciones referidas a la soberanía nacional a mediados de 1944, Alianza no pudo volver a realizar sus característicos actos públicos. Bernaudo declaró más tarde que entre mayo de 1944 y marzo de 1945 Alianza actuó bajo la fachada de una biblioteca y centro cultural[5]. Sólo logró autorización para festejar en septiembre el día del estudiante. Claro que aquella festividad de tono juvenil, cuya autorización se tramitó casi como una reunión de viandantes, se convirtió en un verdadero mitin fuertemente motorizado por los millares de simpatizantes que en universidades y colegios secundarios se hallaban encuadrados en el Sindicato Universitario Argentino y enla Unión Nacionalista de Estudiantes Secundarios. Como fuere, el acto juvenil concentró según Alianza unos cuarenta mil simpatizantes. Si el número era tal, no queda duda que el nacionalismo seguía de pie y constituía un factor extraordinario, por revolucionario y fiscalizador, tanto para el gobierno como para la oposición regiminosa. Las fotografías en las crónicas periodísticas no partidarias permiten advertir una verdadera muchedumbre. Desde entonces ya no fue posible ningún otro acto público. Si bien la actividad no se abandonó, toda su estructura quedó resentida en el ámbito de la clandestinidad.

   Con el correr del tiempo menudearon detenciones y allanamientos, no ya en manos de la justicia sino de las policías provinciales y en particular de la federal. Para observadores atentos no era más que el preámbulo y preparación hacia la temida declaración de guerra y el consecuente abandono de la soberanía nacional en la política exterior. Era también, por supuesto, el reflejo de las luchas intestinas en las fracciones oficialistas. Poco a poco Perón iba quedando dueño de la situación. Estos vaivenes, tan bien estudiados por Díaz Araujo y Potash entre otros, muestran como el Coronel con despacho en la Secretaría de Trabajo y Previsión fue anulando todos y cada uno de sus adversarios y de los obstáculos que se cruzaban en su camino. Las internas y distintas alternativas que se sucedían ante cada crisis eran vividas entre los nacionalistas con particular intensidad. Las facciones, más que por cuestiones ideológicas, que las hubo, luchaban por espacios de poder. En lo cotidiano los nacionalistas ansiaban quedarse con la revolución y mantener a toda costa la neutralidad y por ello mismo hoy apoyaban a este militar y mañana a este otro. Y cuando ambos caían víctimas de esta lucha intestina se sentía la orfandad política y el distanciamiento frente a una revolución que en definitiva no les pertenecía más que incidentalmente. Eso sí, algo estaba claro, había un militar que siempre ignoraba u obstaculizaba las influencias nacionalistas, que podía hablar con los partidos políticos y aún con el comunismo, pero que rehusaba dar importancia alguna a ese movimiento que, repetimos, incidentalmente había preparado la revolución. Ese militar era Perón.  

   Pese a las declamaciones del canciller Peluffo a mediados de 1944 el gobierno de Farrell, cuya figura emblemática era su Vicepresidente Perón, comenzó a preparar el terreno para concretar la declaración de guerra. En política interna una de las medidas de mayor impacto fue la reincorporación de profesores universitarios que habían sido exonerados. Eran docentes que desde el principio se habían proclamado contra la revolución y por una vuelta al estado de cosas previo al 4 de Junio. Eran la voz del Régimen que el gobierno revolucionario había acallado y a la que ahora abría compuertas bajo un tono reivindicatorio. No fue una medida más, fue todo un símbolo. Y los nacionalistas lo vivieron como una nueva traición: “Cuando los profesores firmaron el manifiesto, los militares que integraban el GOU pensaban como nosotros ahora, puesto que auspiciaron y aplaudieron la sanción aplicada por el P.E. Consideraban que reclamar la ruptura y el restablecimiento del viejo Régimen político implicaba estar contra el país. Ha pasado el tiempo. Ya fueron rotas las relaciones y se inicia ahora la “etapa pre-electoral”. Pero los nacionalistas seguimos pensando lo mismo que pensaban antes, junto con nosotros, los militares”[6].

   Ya en febrero de 1945 el nacionalismo militante se encuentra en estado permanente de movilización pese a las limitaciones represivas que le propinaba el gobierno. Ante la inminente declaración de guerra el grito unánime era contra los traidores que luego de sostener la neutralidad abandonaban el barco en medio de la tempestad. Se desconfiaba particularmente de Perón, Vicepresidente entre otros cargos acumulados. La información circulante y los corrillos hablaban de este militar como un sujeto inescrupuloso, ambivalente y dispuesto al abandono de la neutralidad con particular desprecio personal por los nacionalistas. Pero fuera de los dimes y diretes estaban las declaraciones públicas que los diarios habían divulgado. Efectivamente, a fines de febrero de 1945 Perón declaraba a la agencia de noticias Associated Press: “nuestro pequeño país no es un punto suspenso en el espacio, como nuestros nacionalistas dan la impresión de creer, sino parte integral de ese mundo que sufre estas transformaciones profundas. Debemos avanzar con la marea si no queremos naufragar”. Acto seguido afirmaba: “ha habido una evolución importante en nuestro gobierno […] los hombres que iniciaron la política que alejó a la Argentina del sistema panamericano no figuran hoy en el gobierno”[7]. No obstante sentenciaba que una posible declaración de guerra no estaría apoyada por ningún argentino. Los nacionalistas no le creyeron y ahondaron en su desconfianza. Alianza imprimió en centenares de miles de volantes un manifiesto crítico hacia quienes en el gobierno deseaban la declaración de guerra. En el marco de un análisis realista apuntaba a las consecuencias graves que para la soberanía nacional acarrearía quedar directamente subordinada a la hegemonía panamericanista de los Estados Unidos. El manifiesto se repartió en todo el país y la movilización de todos los aliancistas fue un hecho que se advirtió masivamente en las calles. Centenares de patrullas recorrieron cines, escuelas, universidades entregando mano a mano el manifiesto. En Buenos Aires los últimos días de febrero tienen a todo el aliancismo en acción. El día 20 miles de nacionalistas recorrieron las calles céntricas frente a los embates de la policía que con sus gases lacrimógenos intentaba sin éxito disolver la muchedumbre. Los grupos volvían a reunirse y nuevamente estallaban las consignas nacionalistas coreadas con un enorme fervor. A los gritos de “Patria sí, colonia no” se sumó un estribillo cantado en cada columna de manifestantes: “La Argentina es soberana y ella siempre lo será; arrastrarla a guerra extraña los Cipayos no podrán. Y si algunos quieren irse, que se vayan a pelear, que nosotros sólo iremos a una guerra nacional”[8]. La jornada de protesta fue coronada por una veintena de detenidos y numerosos heridos.

   También se editó el número del periódico Alianza correspondiente a la primera quincena de marzo. Su portada rezaba sobre la lucha aliancista: “La guerra nos traería deshonor y servidumbre”. La respuesta del gobierno ante la agitación nacionalista no se hizo esperar. En Rosario se allanaba y clausuraba los tres locales aliancistas. Sus jefes eran detenidos y se les mantenía bajo total aislamiento. También se les allanaba el domicilio particular y se secuestraba toda la documentación posible. Los diarios hacían notar la existencia de volantes y material propagandístico contrarios al Gobierno dela Nación. Aún no se había declarado el estado de guerra al Eje pero la saturación sobre Alianza comenzaba a crecer en intensidad. Pese a las presiones policiales que limitaban su desarrollo las actividades se multiplicaron bajo un ritmo febril y militante: Bernaudo viajó a Santa Fe y Entre Ríos para reorganizar filiales a la vez que Raúl Puigbó visitaba diversos partidos de la campaña bonaerense. Por otra parte Domingo Baca Ojeda era designado para visitar las filiales de Salta y Jujuy y el platense Manuel Garay para hacerlo en Necochea, Tres Arroyos y Bahía Blanca entre otros distritos.

    En el ambiente de la sede central aliancista se sospechaba que el abandono definitivo de la neutralidad era una amenaza potencial en ciernes. La desconfianza y el enfrentamiento con el gobierno militar se habían agravado en las últimas semanas. D´Angelo Rodríguez lo estampaba en su diario la noche en que visitó el local de la Seccional 6 y luego la sede central: “Hablé con Ballweg [jefe de UNES] y con varios muchachos del colegio. El local estaba lleno ya que estamos en pleno estado de alarma ante la posibilidad de la declaración de guerra”[9].

   Luego de álgidas semanas llegó el momento temido cuando el día 27 el gobierno firma su resolución contra Alemania y Japón adhiriendo al Acta de Chapultepec. La guerra estaba declarada y no había argumento que pudiera convencer a los nacionalistas sobre el abandono de la más estricta neutralidad. De manera particular se adjudicó a Perón la maniobra y la mayoría de las voces tomaron su nombre para expresar el repudio. A partir de aquel día y por semanas las paredes de Buenos Aires solían tener leyendas como “Muera Perón”, “Perón es un traidor”, “La guerra es traición”. Se utilizó hasta agentes policiales durante las madrugadas para borrar las pintadas aliancistas.

    Desde la publicación Nuestro Tiempo, dirigida por el presbítero Julio Meinvielle, se acusó al gobierno por la declaración de guerra con un acicate significativo: este gobierno había derrocado a un hombre como Castillo que paradójicamente había mantenido la neutralidad[10]

   De las panfleteadas y detenciones iniciales se pasó a otro nivel de violencia. El atentado, la represión y los enfrentamientos se convirtieron en una cuestión cotidiana. Ya no hacía falta ser apresado in fraganti, bastaba con ser señalado por los servicios de inteligencia que seguían a sol y sombra a los personajes más activos y consecuentes del nacionalismo. Tal era así que en diversos sitios se procedió a las llamadas “detenciones preventivas”. Sucedió por ejemplo en Santa Fe donde el Interventor realizó redadas masivas[11]. O el caso del Territorio Nacional de La Pampa donde encontramos aliancistas arrojados al calabozo: Patricio José Mac Guire, José María Bortagaray, Ludovica Vitta y Enrique Serantes Peña[12]. O en Tucumán donde también hubo arrestos luego de un banquete y acto en oposición al gobierno. Entre los dirigentes sobresalió la prisión sufrida por Bonifacio Lastra por espacio de un mes a disposición del Poder Ejecutivo Nacional.

   Otra medida fue la clausura del periódico Alianza que se extendió por seis meses. Como decíamos, menudearon las volanteadas y actos relámpagos, sobre todo en las casas de estudio. El riesgo de quedar detenido era real, tanto como el de entrar a un virtual campo de batalla, ya por la ofensiva policial como por la de los aliadófilos. En la tarde del 12 de abril se repartieron volantes con la siguiente leyenda: “Perón rendirá cuentas. El pueblo pedirá cuentas al Coronel Perón y a la camarilla que lo rodea de sus traiciones al país, del manejo discrecional de los dineros públicos y de la permanente deslealtad a los mandatos sanmartinianos”[13]. Lo sucedido en la Facultad de Derecho, contado por un testigo directo, nos ofrece una idea del clima convulsionado de aquellas jornadas: “A la hora indicada el camarada Bortagaray subió de un salto las escalinatas y gritó: Comienza la asamblea! Esa fue la señal. De las barandas del piso superior se colgaron dos cartelones que luego secuestró la policía y que decían: la juventud universitaria repudia la dictadura entreguista; los extranjeros los reconocen y nosotros los desconocemos. Quinientas personas o más congregadas allí prorrumpieron en gritos contra los traidores y en especial contra Perón […] Minutos después entró de pronto la policía uniformada con las bayonetas en la mano. Algunos canallas de investigaciones, de civil, que habían estado desde el primer momento, fueron separando a algunos de los circunstantes y entregándolos a los uniformados”[14].  

   Lo que siguió a estas semanas de furia fue curioso. El gobierno demostró su debilidad al quedar huérfano de todo apoyo significativo. La declaración de guerra no concitó per se el respaldo de los grupos democráticos. Estos no dejaban de trabajar para su derrocamiento. Ni qué hablar de los sectores diversos que habían apoyado su gestión haciendo eje en el mantenimiento de la neutralidad. La caída de Berlín logró que el gobierno intensificara más aún el acercamiento con los representantes del antiguo Régimen. La derrota de los nacionalismos y el reverdecer de las democracias lo llevaron a coquetear con quienes –tan sólo meses antes- habían sido repudiados. Por eso tomó algunas resoluciones conciliatorias. A la reincorporación de los docentes universitarios despedidos le siguieron múltiples contactos políticos con representantes de los partidos y de la oposición en general. Se escuchaban sus reclamos ya no desde un poder revolucionario sino desde la debilidad y el oportunismo. No eran más que medidas de un gobierno en retroceso, no respetado ni siquiera por quienes eran beneficiarios de los cambios de posguerra.

   La algarabía aliadófila tuvo su mayor epicentro en el ámbito universitario. Las casas de estudio, como desde hacía tiempo, se habían convertido en verdaderas cajas de resonancia política. La presencia de políticos partidarios, las conferencias, los actos, las marchas, todo dentro del espíritu liberal y de reivindicación autónoma reclamado por los estudiantes y docentes universitarios. Fue allí donde los nacionalistas contaron con un nutrido elenco de militantes. Eran varias las organizaciones que se habían estructurado con una continuidad y eficiencia ponderable. Medicina o Derecho conocían de cerca todos estos vaivenes y los militantes aliancistas recorrían sus pasillos casi con total normalidad. Rencillas había siempre y la sucedida el 11 de junio de 1945 no sería la primera ni la última de su tipo. De hecho, diez meses más tarde caería asesinado frente a la Facultad de Medicina el aliancista Juan Owsik. Pero en junio todavía persistía la agitación devenida del abandono de la neutralidad y de los festejos por la caída de Berlín que liberales y comunistas a una voz hicieron conocer en Buenos Aires.  En la antigua Facultad de Medicina, en aquel patio que los estudiantes llamaban “de fisiología” comenzó la toma fugaz del edificio a mano de aliancistas y otros estudiantes nacionalistas. Recurrimos entonces a un testigo directo: “Después de un buen rato de espera, Etchebarne Romero se subió a un monumento que hay allí y dijo unas cuantas palabras en el sentido de que estábamos defendiendo el prestigio del nacionalismo. Entre gritos y vítores comenzamos a marchar por los corredores cuando estalló un enorme petardo en el patio. Seguimos adelante mientras estallaban varios petardos más”. La irrupción provocó alguna resistencia por parte de activistas liberales y comunistas pero la sorpresa y el empuje de los nacionalistas no dio tiempo más que a correr por escaleras y pasillos. Los destrozos fueron múltiples ya que en su huida los activistas se refugiaban en aulas y oficinas donde la avanzada no se detenía. En minutos el control del edificio era total. Se había logrado el objetivo: “el momento en que bajábamos por la escalera central fue impresionante. La enorme columna de camaradas […] iba gritando en un majestuoso coro, ¡na-cio-na-lis-mo! ¡na-cio-na-lis-mo!”[15]

[1] Félix Luna, El 45, Barcelona, 1984, p. 32-33.
[2] Cabildo, 28/07/1944.
[3] Cabildo, 09/07/1944.
[4] Liberación, 15/12/1943.
[5] Declaración indagatoria de Alberto Bernaudo, 03/10/1945, en Poder Judicial dela Nación, Archivo General, Expediente 12043, en adelante PJNAG 12043, Fs. 335-336.
[6] Alianza, 2da. Quincena, 02/1945.
[7] Alianza, 2da. Quincena, 03/1945.
[8] Alianza, 1er. Quincena, 03/1945.
[9] D´Angelo Rodríguez, Diario inédito.
[10] Máximo Etchecopar, Con mi generación, Buenos Aires, 1946, p. 115.
[11] AGN, FMISCYR, Caja 33, Expediente 471.
[12] AGN, FMISCYR, Caja 33, Expediente 480. La mayor parte de estos habían sido liberados hacía escasas horas luego de una incidencia enla Facultad de Derecho.
[13] D´Angelo Rodríguez, Diario inédito.
[14] Entre los numerosos detenidos estaban D´Angelo Rodríguez, Sanz, Sobral, Nieva Moreno, Cantos, Orlandini, Zuccotti, Sánchez, Ichazo, Vitta, Basavilbaso, Campana, Maguire, Bortagaray.
[15] D´Angelo Rodríguez, Diario inédito.
“Alianza Libertadora Nacionalista – Historia y Crónica (1935-1953)”, de Hernán M. Capizzano. Memoria y Archivo. Bs. As. 2013. 344 págs.