miércoles, 25 de noviembre de 2015

Ante religiones acatólicas – Fr. Alberto García Vieyra O.P


Ante religiones acatólicas – Fr. Alberto García Vieyra O.P

  La actitud del catequista católico ante religiones acatólicas, sectas disidentes, debe ser vigilante, y de ningún modo pusilánime y contraria a la debida confesión pública y explícita de la fe católica. De otro modo puede inducir a sus catequizados a un deleznable sincretismo religioso, que la Iglesia no acepta desde los Apóstoles hasta ahora.

  En síntesis, debe tener en cuenta lo siguiente:

  Primero, guardar y enseñar la integridad de la revelación y de la fe.
  Segundo, lo que las sectas tienen de positivo encuéntrase ya en su estado auténtico en la Iglesia Católica.
  Tercero, las sectas disidentes subsisten solamente por su polémica contra la Iglesia Católica, o porque son religiones de Estado, como ocurre con el anglicanismo en Inglaterra o el luteranismo en los países escandinavos. En Estados Unidos existe un interés muy sugestivo por la propagación de las sectas en los países sudamericanos; eso las hace subsistir, a pesar de no importar ningún valor religioso.
  Cuarto, como contenido religioso, las sectas disidentes constituyen un humanitarismo naturalista que busca sus antecedentes en la historia de las religiones. Actualmente estamos lejos del protestantismo antiguo de Lutero o de Melanchton. La fe informe de la herejía inicial, termina por derrumbarse; la teología no puede subsistir; acaban por no poder interpretar las formas vivas de la piedad y reducir todo a algo menudo y tangible como son las religiones primitivas. Por eso buscan sus antecedentes en lo afectivo o en religiones primitivas. Es el cristianismo herético que ha renunciado a ser algo de Dios, pasando a ser algo del hombre.
  Quinto, como estructuras religiosas, vale decir, como cosas que se refieren al culto, explicándolo o justificándolo, los cultos disidentes no encierran ningún valor positivo, y sí mucho de negativo. Un valor religioso es positivo cuando se ordena a la salvación, o sirve en alguna forma a la misma. La salvación en la herejía es imposible; la herejía es pecado contra la fe e implica, además, la subestimación total o parcial de la verdad revelada. Las sectas disidentes, cualesquiera que sean, constituyen un elemento negativo de corrupción intelectual, de desintegración personal y social; originan la confusión en mentes poco precavidas con sus problemas de crítica callejera.
  Sexto, como grupos sociales, las sectas son (como su nombre lo dice) una sección. Una secta es algo antagónico, origina la división, siembre el antagonismo, implica una escisión; la fe es el primer elemento de cohesión social. El hombre trabajador, que no ha tenido tiempo para otros estudios, debe gozar tranquilamente de su fe, llevar su vida de cristiano, educar cristianamente a sus hijos y salvarse en la última hora. Es un absurdo llevar a cada individuo en particular la cuestión de cuál sea la verdadera Iglesia.
  Además debemos tener en cuenta que un vecino protestante es un problema para el buen padre de familia, que justamente debe temer el contacto de sus hijos con un hereje. Nosotros decimos que no debe tolerar ese contacto.
  Los cultos disidentes no se atienen a la revelación. Niéganlan total o parcialmente. El protestantismo ha luchado durante cuatro o cinco siglos por negar la inspiración divina de la Escritura. La exégesis protestante siempre fue negativa, quiso reducir los libros santos a libros vulgares. De aquí resulta que han perdido todo sentido de la Palabra de Dios. Por eso decimos que no se atienen a la revelación, descuidan lo prescripto de manera positiva por Dios; luego los cultos disidentes no constituyen un servicio de justicia para con Dios, son una adulteración y una injusticia formal.
  En las cuestiones sobre el martirio y la herejía, Santo Tomás en la Suma Teológica expone cuánto importa la integridad de la revelación. Al tratar de la herejía, en el tratado de la fe, afirma que debe castigarse al hereje con la pena capital: “no sólo ser excomulgados sino ser entregados a justa pena de muerte” (II.II,q.11,a.3.). La razón es el gravísimo daño a la comunidad. La herejía es un daño irreparable que importa nada menos que la eterna condenación. Antes que la perdición de todos o de un gran número de seducidos por la herejía, es preferible la de uno solo.
  Es interesante que pensemos en todo el mal que sigue a la herejía. Hereje es quien atenta contra la integridad del dogma o de la revelación; implica un rompimiento culpable de la unidad de la fe; en el orden social, la creación de estructuras pseudoespirituales que entorpecen la cisión de las condiciones de salvación.
  En las cuestiones sobre el martirio reaparece la importancia de conservar la integridad de la revelación y de la fe. Prefiero la muerte y salvar mi alma antes que perderme en cuerpo y alma en el infierno. El martirio, como acto supremo de la fortaleza, supone como bien máximo la integridad de la revelación, objeto de la fe sobrenatural; supone que es un bien que debe conservarse a todo precio, aún a costa de la propia vida.
  Podrían tolerarse los cultos disidentes si pudieran justificar su valor como un bien positivo para el hombre o para la sociedad. Pero no constituyen ningún bien ni individual ni social.
  Volvamos con Santo Tomás a aquel acto supremo en el cual el hombre ofrece su vida en pro de la integridad de la fe. Aquí importa determinar exactamente cuál es el bien humano por excelencia, ya que la propia vida es un bien de tan alta categoría, y se nos pide sacrificarla. Para justificar el martirio tenemos el siguiente principio: el bien racional o humano consiste en la verdad como en su propio objeto, y en su efecto propio que es la justicia (cfr. Suma teológica, II.II,q.124,a.1.). Los cultos disidentes implican un atentado contra la verdad y la justicia. Luego, es imposible justificarlos como un bien para el hombre.
  Si bien la integridad de la fe es el supremo bien del hombre, la pérdida de la fe es un mal también supremo. Notemos lo que implica un valor, y supremo valor, es la firmeza en la verdad y en la justicia, aún con pérdida de la vida. No es ningún valor la complacencia ante el error y la injusticia. Un “acomodo” por cobardía o infidelidad en ningún caso se justifica; la Iglesia es justamente severa en su legislación canónica para la comunicación con los herejes.
  Séptimo, otro perjuicio social de las sectas disidentes es el que ya hemos insinuado de llevar problemas teológicos a la calle. Siempre se trata de alguna cosa contra la Iglesia, alguna objeción clásica contra algún dogma de fe, alguna falsa interpretación exegética, cosas que son familiares a los que siguen los estudios eclesiásticos. Pero viene el falso predicador afirmando en la plaza pública que la inmortalidad del alma es mentira, que la Trinidad es un misterio pagano o que el fin del mundo será para dentro de diez años. Todo esto es absurdo y origina confusión.

  Octavo, las sectas disidentes (anglicanos, metodistas, adventistas, luteranos, etc.) se dividen y subdividen, cambiando constantemente de contenido religioso. No representan nada serio y estable en orden a la salvación y vida religiosa del hombre.

“Temas Fundamentales de Catequesis” – P.Fr. Alberto García Vieyra O.P. Centro de Estudios informáticos Santa Fe–Argentina 1995. Págs. 739-742.

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