Ante religiones acatólicas – Fr. Alberto García Vieyra O.P
La
actitud del catequista católico ante religiones acatólicas, sectas disidentes,
debe ser vigilante, y de ningún modo pusilánime y contraria a la debida confesión
pública y explícita de la fe católica. De otro modo puede inducir a sus
catequizados a un deleznable sincretismo religioso, que la Iglesia no acepta
desde los Apóstoles hasta ahora.
En
síntesis, debe tener en cuenta lo siguiente:
Primero,
guardar y enseñar la integridad de la revelación y de la fe.
Segundo,
lo que las sectas tienen de positivo encuéntrase ya en su estado auténtico en
la Iglesia Católica.
Tercero,
las sectas disidentes subsisten solamente por su polémica contra la Iglesia
Católica, o porque son religiones de Estado, como ocurre con el anglicanismo en
Inglaterra o el luteranismo en los países escandinavos. En Estados Unidos
existe un interés muy sugestivo por la propagación de las sectas en los países
sudamericanos; eso las hace subsistir, a pesar de no importar ningún valor
religioso.
Cuarto,
como contenido religioso, las sectas disidentes constituyen un humanitarismo
naturalista que busca sus antecedentes en la historia de las religiones.
Actualmente estamos lejos del protestantismo antiguo de Lutero o de Melanchton.
La fe informe de la herejía inicial, termina por derrumbarse; la teología no
puede subsistir; acaban por no poder interpretar las formas vivas de la piedad
y reducir todo a algo menudo y tangible como son las religiones primitivas. Por
eso buscan sus antecedentes en lo afectivo o en religiones primitivas. Es el
cristianismo herético que ha renunciado a ser algo de Dios, pasando a ser algo
del hombre.
Quinto,
como estructuras religiosas, vale decir, como cosas que se refieren al culto,
explicándolo o justificándolo, los cultos disidentes no encierran ningún valor
positivo, y sí mucho de negativo. Un valor religioso es positivo cuando se
ordena a la salvación, o sirve en alguna forma a la misma. La salvación en la herejía
es imposible; la herejía es pecado contra la fe e implica, además, la
subestimación total o parcial de la verdad revelada. Las sectas disidentes,
cualesquiera que sean, constituyen un elemento negativo de corrupción
intelectual, de desintegración personal y social; originan la confusión en
mentes poco precavidas con sus problemas de crítica callejera.
Sexto,
como grupos sociales, las sectas son (como su nombre lo dice) una sección. Una
secta es algo antagónico, origina la división, siembre el antagonismo, implica una
escisión; la fe es el primer elemento de cohesión social. El hombre trabajador,
que no ha tenido tiempo para otros estudios, debe gozar tranquilamente de su
fe, llevar su vida de cristiano, educar cristianamente a sus hijos y salvarse
en la última hora. Es un absurdo llevar a cada individuo en particular la
cuestión de cuál sea la verdadera Iglesia.
Además debemos tener en cuenta que un vecino
protestante es un problema para el buen padre de familia, que justamente debe
temer el contacto de sus hijos con un hereje. Nosotros decimos que no debe
tolerar ese contacto.
Los
cultos disidentes no se atienen a la revelación. Niéganlan total o
parcialmente. El protestantismo ha luchado durante cuatro o cinco siglos por
negar la inspiración divina de la Escritura. La exégesis protestante siempre
fue negativa, quiso reducir los libros santos a libros vulgares. De aquí
resulta que han perdido todo sentido de la Palabra de Dios. Por eso decimos que
no se atienen a la revelación, descuidan lo prescripto de manera positiva por
Dios; luego los cultos disidentes no constituyen un servicio de justicia para
con Dios, son una adulteración y una injusticia formal.
En
las cuestiones sobre el martirio y la herejía, Santo Tomás en la Suma Teológica
expone cuánto importa la integridad de la revelación. Al tratar de la herejía,
en el tratado de la fe, afirma que debe castigarse al hereje con la pena
capital: “no sólo ser excomulgados sino ser entregados a justa pena de muerte”
(II.II,q.11,a.3.). La razón es el gravísimo daño a la comunidad. La herejía es
un daño irreparable que importa nada menos que la eterna condenación. Antes que
la perdición de todos o de un gran número de seducidos por la herejía, es
preferible la de uno solo.
Es
interesante que pensemos en todo el mal que sigue a la herejía. Hereje es quien
atenta contra la integridad del dogma o de la revelación; implica un
rompimiento culpable de la unidad de la fe; en el orden social, la creación de
estructuras pseudoespirituales que entorpecen la cisión de las condiciones de
salvación.
En
las cuestiones sobre el martirio reaparece la importancia de conservar la integridad
de la revelación y de la fe. Prefiero la muerte y salvar mi alma antes que
perderme en cuerpo y alma en el infierno. El martirio, como acto supremo de la
fortaleza, supone como bien máximo la integridad de la revelación, objeto de la
fe sobrenatural; supone que es un bien que debe conservarse a todo precio, aún
a costa de la propia vida.
Podrían
tolerarse los cultos disidentes si pudieran justificar su valor como un bien
positivo para el hombre o para la sociedad. Pero no constituyen ningún bien ni
individual ni social.
Volvamos
con Santo Tomás a aquel acto supremo en el cual el hombre ofrece su vida en pro
de la integridad de la fe. Aquí importa determinar exactamente cuál es el bien
humano por excelencia, ya que la propia vida es un bien de tan alta categoría, y
se nos pide sacrificarla. Para justificar el martirio tenemos el siguiente
principio: el bien racional o humano consiste en la verdad como en su propio
objeto, y en su efecto propio que es la justicia (cfr. Suma teológica,
II.II,q.124,a.1.). Los cultos disidentes implican un atentado contra la verdad
y la justicia. Luego, es imposible justificarlos como un bien para el hombre.
Si
bien la integridad de la fe es el supremo bien del hombre, la pérdida de la fe
es un mal también supremo. Notemos lo que implica un valor, y supremo valor,
es la firmeza en la verdad y en la justicia, aún con pérdida de la vida. No es
ningún valor la complacencia ante el error y la injusticia. Un “acomodo” por
cobardía o infidelidad en ningún caso se justifica; la Iglesia es justamente
severa en su legislación canónica para la comunicación con los herejes.
Séptimo,
otro perjuicio social de las sectas disidentes es el que ya hemos insinuado de
llevar problemas teológicos a la calle. Siempre se trata de alguna cosa contra
la Iglesia, alguna objeción clásica contra algún dogma de fe, alguna falsa
interpretación exegética, cosas que son familiares a los que siguen los
estudios eclesiásticos. Pero viene el falso predicador afirmando en la plaza
pública que la inmortalidad del alma es mentira, que la Trinidad es un misterio
pagano o que el fin del mundo será para dentro de diez años. Todo esto es
absurdo y origina confusión.
Octavo,
las sectas disidentes (anglicanos, metodistas, adventistas, luteranos, etc.) se
dividen y subdividen, cambiando constantemente de contenido religioso. No
representan nada serio y estable en orden a la salvación y vida religiosa del
hombre.
“Temas Fundamentales de Catequesis” – P.Fr. Alberto García
Vieyra O.P. Centro de Estudios informáticos Santa Fe–Argentina 1995. Págs.
739-742.
Nacionalismo Católico San Juan Bautista