viernes, 27 de noviembre de 2015

P. Basilio Méramo- EL ANTIMILENARISMO

 

P. Basilio Méramo- EL ANTIMILENARISMO

 SU ORIGEN

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El Milenarismo Patrístico de los  cuatro o cinco primeros siglos de la Iglesia, se inicia por vía apostólica y especialmente por el Apóstol más amado San Juan Evangelista y además autor del Apocalipsis (o Revelación) único libo profético del Nuevo Testamento, tal como dice Mons. Straubinger: “Apocalipsis, esto es Revelación de Jesucristo, se llama éste misterioso Libro, porque en él domina la idea de la segunda Venida de Cristo. Es el último de toda la Biblia y su lectura es objeto de una bienaventuranza especial…”. (Nota introductoria al Apocalipsis). Sin olvidar la Didajé o sea la Doctrina de los Doce Apóstoles (70/80), sobre la cual dice en resumen el P. Padre Castellani: “Así que en la Didajé se afirma el punto que hemos llamado capital, o más aún, esencial del milenismo: dos resurrecciones; como dicen el Apokalypsi y san Pablo”. (Alcañiz – Castellani, La Iglesia Patrística y la Parusía, ed. Paulinas, Buenos Aires 1976, p.100).


San Papías y San Policarpo fueron los discípulos directos de San Juan. San Papías Obispo de Hierápolis (alred. año 130) sucesor de San Juan cuya autoridad abarcaba toda el Asia Menor, pero lamentablemente despreciado por Eusebio de Cesarea, el primer historiador eclesiástico, que como buen arriano que era, lo pinta como corto de inteligencia, al respecto el P. Castellani observa: “De las dotes de Papías dice aquí Eusebio de Cesarea: ‘Fue de muy cortos alcances, como de sus escritos se puede colegir’ (H. E. III, 39)”. (Ibídem, p.109). Estos dos Padres de la Iglesia fueron además mártires; San Policarpo tuvo por discípulo a San Ireneo (140-202), que fue Obispo de Lion y aunque relegado en el olvido, no nos acordamos que además de Obispo y Padre de la Iglesia, fue mártir y discípulo en segunda generación de San Juan, lo cual relata el mismo San Ireneo diciendo: “Mas Policarpo no sólo fue adoctrinado por los apóstoles y vivió en compañía de muchos que habían visto a Nuestro Señor, sino también fue nombrado por los apóstoles obispo de Esmirna en Asia, al cual le vimos también nosotros en nuestra juventud, porque él vivió muchos años y en una vejez avanzada, (…) él enseñó siempre lo que había aprendido de los apóstoles, lo cual transmitió también a la Iglesia, y es lo único verdadero”. (San Ireneo, Contra las Herejías, ed. Apostolado Mariano, Sevilla 1994, lib. III, p.20).
De aquí vemos la línea del Milenarismo viene por vía apostólica directamente conectada con el Apóstol San Juan de manera evidente y explicita, doctrina que fue sostenida también entre otros como San Justino (100-163), San Teófilo (+182) Obispo de Antioquía, San Melitón (+antes de 195) Obispo de Sardes, San Hipólito mártir, San Victorino mártir y Obispo de Panonia Superior, San Metodio (250-312) Obispo de Olimpia y mártir, San Ambrosio (333-397) y el mismo San Agustín (354-430) en su primera etapa, por  Tertuliano (160-222), Lactancio (260-siglo IV), Sulpicio Severo (360-420), también lo sostuvieron, entre otros muchos más.
El Milenarismo Patrístico fue corrompido casi desde el inicio por el sacerdote alejandrino de origen judío Cerinto, en vida del mismo San Juan, quien dijo según el testimonio de San Ireneo tal como él mismo refiere: “Hay quienes le oyeron decir a Juan, discípulo del Señor, yendo en Éfeso a bañarse, cuando vio dentro a Cerinto, salió de las termas sin bañarse por temor, según él, de que se desplomaran las termas porque se hallaba dentro Cerinto enemigo de la verdad. Y Policarpo mismo respondió así a Marción, que en cierta ocasión le salió al encuentro y le decía: ‘Reconócenos’, ‘te conozco como primogénito de Satanás’. Tan grande era la circunspección que tenían los apóstoles y sus discípulos qué ni de palabra se comunicaban con alguno de aquellos que tergiversaban la verdad…”. (Ibídem, p.20-21).
Santo Tomás dice que San Juan escribió su Evangelio para combatir las herejías que habían surgido de los gnósticos que negaban la divinidad de Cristo, tales como Ebion y Cerinto: “Porque así como los otros Evangelistas trataron principalmente de los misterios de la humanidad de Cristo, Juan trata especial y principalmente de la divinidad de Cristo en su Evangelio, como se dijo arriba; sin embargo no dejó de lado los misterios de su humanidad; porque aconteció que, después de que los otros Evangelistas escribieron sus Evangelios, surgieron herejías sobre la divinidad de Cristo, las cuales sostenían que Cristo era puro hombre, como Ebion y Cerinto falsamente opinaron”. (In Com. Evan. Joanem, ed. Marietti, Taurini 1925, Prol. p. 3). Con viene subrayar que Ebion fue sucesor, en sus ideas y errores, de Cerinto.
Después de Cerinto tenemos a Nepote (S. II- III) con su milenarismo judaizante y más tarde a Apolinar de Alejandría (310-390) Obispo de Laodicea, de quien dice el P. Alcañiz: “Pero por defender el Hijo-Dios niega al Hijo-Hombre y por eso le condenó el Concilio de C0nstatinopla”. (Los Últimos Tiempos…, p.112). Apolinar negaba el alma humana de Cristo para defender su unidad, herejía conocida como apolinarismo, la cual dio pie a otra herejía denominada monofisismo.
El P. Lacunza califica a Nepote entre los principales milenaristas judaizantes junto con Apolinar: “Estos son los que se llaman con propiedad los Milenarios Judaizantes, cuyas cabezas principales fueron Nepos Obispo Africano contra quien escribió San Dionisio Alejandrino, sus dos libros de Promisionibus, y Apolinar contra quien escribió San Epifanio, Haeresi LXXVII”. (La Venida del Mesías en Gloria y Majestad, ed. Carlos Wood, Londres 1816, T. I, p. 79).
La decadencia del milenarismo comienza con la decadencia del Apocalipsis (de aquí -dicho sea de paso- el escaso o ningún comentario al Apocalipsis por los santos en esa época) al perder interés y no ser aceptado por todos, dado que se comenzó a atribuírsele erróneamente a Cerinto y no a San Juan Evangelista, esto por obra e influencia del famoso Orígenes (186-254) que a su vez lo tomó de Cayo (siglo II-III) sacerdote en Roma y que cayó en la herejía de los Alogos (que niegan la divinidad de Cristo), y además afirmaba que el Apocalipsis no es de San Juan sino de Cerinto, tal como hace ver el P. Alcañiz en estos dos textos, el primero de ellos: “Presbítero que vivió en Roma, pero al parecer de origen griego. Se ve que cayó en herejía y ésta fue al parecer la de los Alogos, que negaban la divinidad de Cristo. Ataca el reino del hereje Kerinthos con bodas y embriagueces entre los resucitados. Dice que el Apocalipsis no es de San Juan, sino de Kerinthos”. (Los Últimos Tiempos, ed. Publicaciones de los Solitarios, Lima-Perú 1977, p.108). El segundo texto: “Causa importante de la decadencia de la doctrina del reino, fue la decadencia del Apocalipsis en los siglos IV y V. Comenzó como hemos visto en el siglo III, con los ataques de Cayo que atribuyó el Apocalipsis al hereje Kerinthos; esta idea cundió por Oriente. San Dionisio de Alejandría desprecia el Apocalipsis y niega que sea de San Juan Evangelista”. (Los Últimos Tiempos…, p.117).
Orígenes hace suya la falsa e impía idea de Cayo, y dada su fama fragua la idea de que el milenarismo viene del hereje Cerinto, y esto como una consecuencia,  ya que  está contenido en el Apocalipsis, cuyo autor es para ellos Cerinto: “Ahora bien, en el siglo III viene Orígenes y estampa la idea asombrosa de que no hay más milenarismo que el de Kerinto, que ese es el defendido por los santos Padres antiguos. Realmente pasma que un doctor que conocía todo lo escrito en la Iglesia, sostuviese ideas falsas”. (Ibídem, p.55).
El P. Castellani dice a su vez que tanto Cayo como Orígenes combatían nada más que el milenarismo craso, no otro: “Regresando otra vez de África a Roma, encontramos por fin al primer escritor antimilenarista. Cayo el Presbítero (siglo II y III) que persigue al milenarismo; al craso empero, el que Kerinthos había creado. Del otro empero no dijo cosa, importante por lo menos; pues Eusebio, celoso en recoger testimonios antimilenistas y transcribirlos, sólo transcribe de Cayo lo contra Kerinthos y no hubiese omitido lo que más hubiese. Sabemos sin embargo que Cayo no fue en forma alguna Kiliasta, porque atribuye  la paternidad del Apokalypsi a Kerinthos; más aún parece que hizo sustraer a Juan Evangelista su Evangelio, por la afirmación de la divinidad de Cristo que el él se contiene”. (Iglesia Patrística…, p. 308).
Uno de los motivos, tal como hace ver también el P. Alcañiz, fue el error de atribuir el Apocalipsis a Cerinto y esto fue refrendado por un santo como San Dionisio de Alejandría (200-265) discípulo de Orígenes: “San Dionisio dice: ‘No me atrevo a rechazar del todo ese librejo pero excede del todo mi comprensión’… ‘Y que sea del apóstol -San Juan- no lo concederé fácilmente’. Como el Apocalipsis era entonces la fuente capital del reino mesiánico, no es extraño que San Dionisio no lo admita, como por su oposición a Nepote se colige”. (Los Últimos Tiempos…, p.108).
El P. Castellani confirma que San Dionisio fue discípulo de Orígenes: “Dionisio nació probablemente en Alejandría de padres paganos cerca del año 200. Adherido al cristianismo y hecho discípulo de Orígenes, presidio la escuela catequística alrededor del 232 y más tarde de la misma Iglesia Alejandrina”. (La Iglesia Patrística…, p.191). Y más adelante recalca lo mismo: “Pero tanto Cayo en Roma como Orígenes en Alejandría impugnaban solamente el kiliasmo kerinthiano, sin decir nada del otro. No así San Dionisio (alred. 200-alred. 265), obispo de la misma urbe alejandrina y discípulo de Orígenes”. (Ibídem, p. 309).
De Eusebio de Cesarea (265-340) primer historiador de la Iglesia y por lo mismo considerado el Padre de la Historia Eclesiástica, el P. Castellani hace la siguiente reseña que conviene tener muy en cuenta: “Nacido en Palestina, estudió letras en Cesarea, siendo su maestro el mártir Pánfilo y fue creado Obispo de Cesarea el 331. Largo tiempo ejerció no leve influencia sobre el Emperador Constantino vuelto arriano, suscribió empero al Concilio Niceno, pero como parece, sólo de labios afuera para complacer al Emperador; pues ni se alejó de los Arrianos ni empleó jamás la palabra prescripta ‘omoúsios’ respecto al Hijo de Dios; ‘connatural’ al Padre. El segundo Niceno, o sea el Concilio Ecuménico séptimo, reprende severamente a Eusebio: ‘¿Quién ignora -se dice en la sesión sexta- que Eusebio el de Pánfilo, arrebatado de réprobo ánimo haya consentido y colaborado con la opinión de aquellos que siguen la impiedad de Arrio? Si alguno quisiera defenderlo recordando que firmó en el Primer Sínodo, concedemos que así fue; pero con la boca confesó, su corazón anduvo lejos … Si con el corazón creyera, ciertamente se hubiera disculpado de sus escritos y los hubiese corregido; y hubiese dado satisfacción de sus cartas; cosas todas que no hizo. Quedó no más el negro debajo del vestido blanco…’. Eusebio es empero un notable y erudito escritor, que había sido llamado el ‘Padre de la Historia Eclesiástica’. Que fue antimilenista parece de inmediato del hecho de que en sus libros recoge con gran solicitud  todo lo que al milenismo o a los milenistas deshonra; y calla lo que podría favorecerlos; de donde casi todos los testimonios en contra del milenismo en los primeros siglos, nos han sido suministrados por Eusebio”. (La Iglesia Patrística… p. 325-326).
¡Qué se puede esperar! con semejante Padre de la Historia Eclesiástica que obligadamente es la fuente y referencia universal de la historia de la Iglesia; nada de raro tiene que el Antimilenarismo quedase asentado y proyectado hacia las generaciones futuras, como de hecho ha sido el caso hasta hoy día, con semejante primer historiador de la Iglesia, antimilenarista y arriano.
Para ser exactos, hay que precisar en el texto anteriormente citado, donde el P. Castellani pone ‘connatural’ hay que decir consubstancial, pues no es lo mismo ser connatural o de la misma naturaleza, que ser consubstancial o de la misma substancia, es evidente que el término homoúsios en griego es ambiguo y no tiene la misma precisión que el término latino consubstancial, ya que ousía (ουσία) significa en griego tanto la esencia o la naturaleza (substancia segunda), como la substancia primera, el supuesto, el subsistente, el ente. El término latino consubstantialiter, tiene una precisión metafísica-teológica que no tiene el término griego homoúsios, dado que el término ousía del cual proviene, es ambiguo o equivoco en griego, pues puede significar tanto la esencia o naturaleza como la substancia como ya se dijo. Un ejemplo para que se vea la enorme diferencia es que todos los hombres son de la misma esencia o naturaleza pero no son de la misma substancia, son entitativa y numéricamente distintos (son cosas distintas), son connaturales pero no son consubstanciales. Luego queda claro que dos hombres son de la misma naturaleza, pero no de la misma substancia, no son idénticos, son dos seres distintos, no son un hombre,  son dos hombres distintos.
Dada la importancia de esto y para que se vea que no es una cosa en el aire sino que es algo real, triste y heréticamente un hecho, el nuevo Catecismo de la Iglesia Católica (Posconciliar), ed. Paulinas, Bogotá 2000, n°467, p.157, citando el Concilio de Calcedonia (451), pero traduciendo mal el término griego homousios, dice así la siguiente herejía: “Siguiendo, pues, a los Santos Padres, enseñamos unánimemente que hay que confesar a un solo y mismo Hijo y Señor nuestro Jesucristo: perfecto en la divinidad y perfecto en la humanidad; verdaderamente Dios y verdaderamente hombre compuesto de alma racional y cuerpo; consubstancial con el Padre según la divinidad y consubstancial con nosotros según la humanidad”. Pero para mayor asombro de la mala fe de estos perversos herejes que saben muy bien la que hacen, al exponer el Credo si traducen el mismo término homousios en el otro sentido que les conviene según su mentalidad herética, pues podrían haberlo traducido en el mismo sentido suponiendo que fue un error de simple traducción inadvertido, pero no, como no les conviene a su mentalidad neo-arriana o neo-alogos (niegan la divinidad de Cristo y su consubstancialidad con Dios-Padre), dicen así refiriéndose a Nuestro Señor Jesucristo: “de la misma naturaleza del Padre”, cuando deberían decir: consubstancial al Padre, máxime cuando más adelante sí ponen consubstancial al hombre traduciendo el mismo término según su conveniencia.
No se trata, entonces de un error de traducción sino de un designio fríamente calculado como consta. El Concilio de Calcedonia correctamente traducido del griego, lo que dice es: “consubstancial con el Padre según la divinidad, y connatural con nosotros (con el hombre) según la humanidad”. Los arrianos no aceptaban la consubstancialidad de Cristo, pues negaban la divinidad de Cristo, la identidad divina con el Padre. La consubstancialidad es lo único que garantiza la unidad y la unicidad Absoluta de Dios uno y único (un solo Dios verdadero y no tres dioses) en la relatividad trinitaria de las Tres Personas divinas realmente distintas según el  origen. La Absoluta Unidad en la Relatividad Personal Trinitaria. Es el Misterio de la Santísima Trinidad, el Misterio de los Misterios de la fe católica.
Esta parece ser la razón profunda y última del antimilenarismo: la herejía, la negación de la divinidad de Cristo, el alogos  niega tanto la divinidad de Cristo como el Arrianismo, el cual nace en Alejandría con Arrio en la misma ciudad de donde proviene Orígenes, pues para sorpresa de mucho o quizá de todos, pasó desapercibido lo que dice Santo Tomás respecto de Orígenes, cuando niega la divinidad del Verbo: “Debe saberse también que, con respecto a esta expresión, Orígenes erró torpemente, por el modo de hablar que se tiene en griego, teniendo así ocasión su error. Pues es costumbre entre los griegos que a cualquier nombre, anteponen el artículo, para designar cierta diferencia. (…) Orígenes blasfemó [al decir] que el Verbo no sería Dios por esencia, aunque sea esencialmente el Verbo; sino que es llamado  Dios por participación: puesto que sólo el Padre es Dios por esencia; y así sostenía que el Hijo era menor que el Padre”. (In Com. Evang. S. Joannem, c.I, lec. 1, p.17). Y este otro texto donde, además, niega Orígenes la divinidad del Espíritu Santo: “En segundo lugar, hay que evitar el error de Orígenes, el cual dice que el Espíritu Santo entre todas las cosas, ha sido hecho por el Verbo, de lo que se sigue que Él es una criatura, lo cual sostuvo Orígenes. Pero esto es herético y blasfemo; puesto que el Espíritu Santo es de la misma gloria, sustancia y divinidad con el Padre y con el Hijo, (…) En tercer lugar, debe evitarse otro error del mismo Orígenes.  Pues él dijo que de tal manera ha sido hechas las cosas por el Verbo, como algo es hecho  por lo mayor a través de lo menor, como si el Hijo fuera menor, y como un instrumento del Padre”. (Ibídem, p.20). Lo cual es un precedente del arrianismo que ha pasado desapercibido. Es curioso ver como el antimilenarismo en el fondo gira en torno a la negación de la divinidad de Cristo, tanto al rechazar o  desconfiar del Apocalipsis como del milenarismo allí contenido.
Queda claro que el problema básicamente viene por no admitir la divinidad de Cristo, y por eso, tanto Cayo como Orígenes, niegan en última instancia que el Apocalipsis sea de San Juan, el cual expresa la divinidad de Cristo como Rey Universal cuando vuelva a instaurar su reino en esta tierra con todo el poder de su Gloria y Divina Majestad, y en consecuencia, niegan también el milenarismo allí contenido, puesto que no hay más milenarismo que el craso y carnal del hereje Cerinto. Eusebio de Cesarea combate el milenarismo por igual motivo, ya que como  arriano niega la divinidad de Cristo; qué se puede esperar para el futuro con un historiador arriano y para colmo el primer historiador de la Iglesia. No es de extrañar, que el Milenarismo Patrístico cayera en el olvido. Claro que hay también otras razones como hace ver el P. Lacunza como más adelante veremos.
Tanto Cayo como Orígenes, los primeros impugnadores del Apocalipsis y del Milenarismo, condenan el milenarismo craso-carnal sin decir nada del Milenarismo Espiritual o Patrístico, (aunque este tampoco les interesa mucho que digamos, ya que es la expresión culminante de la divinidad de Cristo como Rey Universal Todopoderoso, y esto se interpreta posteriormente como una condena a todo milenarismo o lo que huela a tal, pasma tal mediocridad y falta de discernimiento, si  es que no hay detrás un secreto odio diabólico escondido. Tal mediocridad (en el caso que lo sea) es hoy imperdonable, y no tiene presentación. Que haya habido un desliz de parte de San Jerónimo al involucrar falsamente a los que como San Ireneo profesaban el Milenarismo Patrístico (por el motivo que fuera) no justifica que semejante miopía, perdure hasta hoy con todas las pruebas que así lo de muestran.
El error de San Jerónimo no fue el de combatir el falso milenarismo herético de Cerinto, ni el milenarismo judaizante de Nepote y Apolinar, eso se tenía que hacer, el error fue asociar o involucrar el milenarismo de los Santos y Mártires con el que con energía combatía. No distinguió, los metió en el mismo saco, pero sin atreverse a condenarlo por los santos y mártires que lo profesaron. Pero esto puede tener un atenuante digno de considerar, en lo que dice el P. Alcañiz del confusionismo de Kerintho y de Apolinar: “Esta fue otra causa del descrédito de la doctrina del reino. No se conservan los escritos de ninguno de esos dos escritores, pero según lo que ellos dicen, negaron el reino de los viadores, y por consiguiente, aplicaron a los resucitados todo lo que la Biblia atribuye al Reino mesiánico, incluso la fecundísima procreación de hijos, además todos los puntos del Levítico, aún la circuncisión también. (…) Creyeron ésos que, los Padres atrás enumerados, ninguno de ellos admitía viadores en el reino, y por consiguiente, los identificaron con Kerintho y Apolinar. Véase a San Jerónimo que fue quien con más furia y pertinacia atacó la doctrina del reino terrestre”. (Los Últimos Tiempos…, p.116-117).
Y más adelante recalca: “Los Padres de los siglos IV y V, opuestos a la doctrina del reino, no entendieron que en él habría viadores o mortales. Faltando estos falta la razón capital de tal reino. ¿Para qué ha de venir? ¿Para los resucitados?, para eso ya está la gloria eterna”. (Ibídem, p.118).
Dada la admiración que San Jerónimo (342-419) le tenía a Orígenes, hace suya la idea errónea de éste, y se puede apreciar  cómo pudo prosperar el Antimilenarismo, entre otras razones, tal como señala el P. Alcañiz: “San Jerónimo, un idólatra de Orígenes, se tragó los infundios origenistas sobre el milenarismo, con su estilo violentísimo machacó tan furiosamente sobre el reino milenario, que toda la Iglesia de Occidente, trastornada por la enorme autoridad del dálmata,  abominó del milenarismo. Queda uno asombrado de que el eruditísimo San Jerónimo, que había estudiado los escritos de todos los Santos Padres sobre el milenarismo, no viese que este de los Santos Padres, no es el del hereje Kerintos”. (Ibídem, p.55). Y he aquí el reproche que el P. Alcañiz  le hace a San Jerónimo: “Realmente estos dos grandes doctores de la Iglesia procedieron con ligereza inexcusable, tratándose de dogma tan capital, como lo es el plan divino, tocante a la redención en el orden social, en los bienes del cuerpo y el mundo material; precisamente en aquello que hoy más preocupa al mundo; y tratándose de una cuestión muy delicada para el honor del Verbo Encarnado, a saber: si ha de tener en la tierra un reino típico suyo sólo o he de tener solamente el reino de la bienaventuranza eterna, común a las tres Personas Trinitarias. Este fallo de la Iglesia no podía quedar impune en el futuro”. (Ibídem, p. 56.). Léase o entiéndase fallo de los hombres de la Iglesia, para evitar confusiones o errores, pues son errores de los hombres de Iglesia y no de la Iglesia, que no es lo mismo.
La gran admiración de San Jerónimo por  Orígenes queda evidenciada por sus propias palabras: “Tenía tal autoridad que escribe San Jerónimo: ‘cuando Orígenes habla, los demás callan’ ”. (Ibídem, p.107).
No hay que olvidar que Orígenes dado su rigorismo exegético, tomando al pie de la letra las Escrituras, se llegó a mutilar castrándose, por interpretarlas cruda y bárbaramente, por un sentido literal crudo; claro está que después de haber cometido tan evidente y craso error, si seguía en esa tónica, lo más seguro es que se tendría que cortar la cabeza, no quedándole entonces sino como opción, el alegorizar para no terminar decapitándose.
Al respecto dice el P. Lacunza que Orígenes: “Siendo joven tuvo la desgracia de entender y practicar en sí mismo un texto del Evangelio, no digo ya según su sentido obvio y literal, que esto es falsisísimo, sino un sentido grosero, ridículo, ajeno del espíritu del Evangelio, y de la letra misma, que no dice, ni aconseja tal cosa. Como esta mala inteligencia le costó tan cara, empezó desde luego a mirar con otros ojos toda la estructura, inclinando siempre su inteligencia, no ya a lo que decía, sino a alguna otra cosa distintísima, que no decía. Casi cada palabra debía tener otro sentido oculto, que era preciso buscar, o adivinar; y la Escritura en sus manos, ya no era otra cosa que un libro de enigmas. Alegaba para esto el texto de San Pablo (2 Cor. c.3, v.6) ‘la letra mata, el espíritu  vivifica’; el cual entendía del mismo modo y con  la misma grosería, con que había entendido aquel otro: hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el reino de los cielos (Mat. c.19, v.12.). Fundado en un principio tan falso, como era la inteligencia de ‘la letra mata’, ¿qué maravilla que errase tanto? Maravilla hubiera sido lo contrario; como lo es que sus errores no fuesen más y mayores de los que se hallan en sus escritos. (Si acaso son suyos, y no prestados, por los infinitos enemigos, que tuvo, con todos los errores, que corren en su nombre, que esto no está todavía bien decidido)”. (La Venida del Mesías en Gloria y Majestad, ed. Carlos Wood, Londres 1816, p. 22-23). Aunque Santo Tomás como vimos le imputa a Orígenes su blasfemia y error por negar con los gnósticos ebionitas la divinidad de Cristo.
Con relación a la mutilación que Orígenes se autopropinó, el P. Castellani dice: “Orígenes nació en Egipto, Alejandría probablemente, entre el 183 y 186 del griego Leónida que el año 202 padeció el martirio. Fue el director de la Escuela Alejandrina a los 17 años de edad. Después de la persecución en la que fue ejecutado su padre, Orígenes se entregó a un ascetismo austerísimo, y se cuenta dél que interpretando crudamente una palabra de Cristo, se hizo castrar”. (La Iglesia Patrística…, p. 185).
Aunque fue un genio no hay que olvidar que  Orígenes cayó, además de las  herejías mencionadas  contra la divinidad del Verbo y del Espíritu Santo, en la herejía de  redimir a todos los condenados en el infierno: Satanás y todos sus secuaces, y de todos los hombres (apocatástasis o palingenesia final de toda creatura), otorgándoles una especie de felicidad natural (limbo) anulando o suprimiendo el infierno. Pasa de una apocatástasis escriturística de renovación o restauración producida por la Parusía a una restauración exagerada y herética, en la cual no hay más infierno (o queda vacío),  pues ya no hay condenados.
Quizás por todo esto, aunque Orígenes murió a causa de las heridas recibidas, la Iglesia nunca lo consideró ni lo veneró como mártir: “Tanta autoridad adquirió en ese tiempo dentro de la Iglesia que San Jerónimo testifica: cuando habla Orígenes, los demás se dan por mudos (apud Rufinum, M.L. XXII, 599). Encendida la persecución de Decio, Orígenes sufrió torturas tamañas, testífice Eusebio, que rindió su alma al poco tiempo exhausto, a los 69 años de edad”. (Alcañiz – Castellani, La Iglesia Patrística y la Parusía…, p.186).
Se ve como, entonces, a causa de la autoridad y la fama de Orígenes y la gran admiración que le tenía San Jerónimo, surge una errónea apreciación sobre el milenarismo que se acredita en la Iglesia a tal punto que aun hoy en día esa es la idea  que impera erróneamente, aunque hubo otros motivos que coadyuvaron.  
El P. Lacunza da como causa del desprestigio y del olvido del milenarismo, el combate contra la herejía del milenarismo carnal de Cerinto: “Esta llave preciosa, e inestimable, tuvo la desgracia de caer casi desde el principio en las manos inmundas de tantos herejes, y aún no herejes pero ignorantes, y carnales; y esta parece la verdadera causa de haber caído con el tiempo en el mayor desprecio, y olvido el reino de Cristo en su segunda venida, glorioso y duradero, quedando como confundida en el polvo, y escondida como margarita perdida en estiércol. Es verdad, que no por esto ha estado del todo invisible; la han visto y observado bien aunque algo de lejos, por no contaminarse, los que debían abrir ciertas puertas, hasta ahora absolutamente cerradas en la Escritura Santa; mas no atreviéndose a tomarla en la mano, han porfiado y porfiarán siempre en vano, pensando abrir aquellas puertas con violencia, o con maña, o con otras llaves extrañas, que ciertamente no se hicieron para ella. Los padres y doctores Milenarios antiguos de que hablamos, no tuvieron esas delicadezas; tomaron la llave con fe sencilla, y con valor intrépido, la limpiaron de aquel lodo e inmundicia, que tanto la desfiguraba, y con esta sola diligencia abrieron las puertas con gran facilidad. Esta es toda su culpa y todo su delito. No obstante es preciso confesar (pues aquí no pretendemos hacer la apología de estos doctores, ni defender todo lo que dijeron, ni pensamos fundarnos de modo alguno sobre su autoridad) es innegable, digo, que a lo menos no se explicaron bien, y habiendo abierto las puertas, no abrieron las ventanas; quiero decir, no se detuvieron a mirar despacio, y a examinar con atención todas las cosas particulares que había adentro. Pasaron la vista sobre todo muy de prisa, y muy superficialmente, porque tenían muchas otras cosas para aquellos primeros tiempos de mayor importancia, que les  llamaban toda la atención. Esto mismo observamos en los doctores más graves del IV y V siglo, que aunque sapientísimos y elocuentísimos, no siempre se explicaron en algunos puntos particulares, cuanto ahora deseamos y habíamos menester. También es innegable, que muchos Milenarios aún de los católicos y píos, pero poco espirituales, abusaron no poco del cap. XX del Apocalipsis, añadiendo de su propia fantasía, cosas que no dice la Escritura y pasando a escribir tratados, y libros que más parecían novelas sólo buenas para divertir a los ociosos. Mas al fin esas novelas, esas fábulas, esos errores groseros, e indecentes, o de herejes, o de Judíos, o de Judaizantes, o de católicos ignorantes, y carnales (por cuanto se quieran abultar, y ponderar) no son del caso. ¿Por qué?, porque ninguna de estas cosas se lee en las Escrituras”. (La Venida del Mesías…,  p.82-83-84).
“Mas no solamente San Basilio, sino también San Justino, San Ireneo, San Victorino, Sulpicio Severo, Tertuliano, Lactancio, y otra gran muchedumbre de doctores católicos y santos, que fueron Milenarios, podrán quejarse, y con mucha mayor razón, por lo que tocaba a ellos mismos, de Apolinar, de Nepos, y de todos los secuaces; pues los despropósitos que estos añadieron fueron la causa, o la ocasión, mucho más que las groserías de Cerinto de que al fin todo se confundiese, y que por castigar y aniquilar a los culpados, no se reparase en tantos inocentes, que con ellos comunicaban únicamente en el asunto general. En efecto estas dos legiones de Milenarios Judaizantes partidarios de Nepos y de Apolinar, y los libros que salieron contra ellos así de San Dionisio como de San Epifanio, parece que forman la época precisa de la mudanza entera, y total de ideas sobre la venida del Señor en gloria y majestad. Hasta entonces se había entendido la Escritura Divina como suena según su sentido propio, obvio y literal; por consiguiente se habían creído fiel, y sencillamente todas las cosas, que sobre esta venida del Señor, nos dice y anuncia la misma Escritura Divina; y si había habido algunas disputas, estas no tanto habían sido sobre las cosas mismas, sino sobre el modo indecente y mundano con que hablaban de ellas, los herejes y los Judíos. Mas habiendo llegado después de esto las legiones de Judaizantes, se tomaba mucho de los unos y de los otros y que eran mucho más doctos, o más disputadores que ellos, todo se empezó luego a desordenar, a obscurecer, y a confundir la verdad con el error. (…) En estos tiempos de obscuridad se hallaban los doctores católicos ocupados enteramente en resistir y confutar a los Arrianos infinitamente más peligrosos que todos los Milenarios; pues tocaban inmediatamente a la persona misma del Mesías y a la sustancia de la religión. Por tanto no les era posible, aplicarse de propósito al examen formal y circunstanciado de este punto, ni tomar sobre sí un trabajo tan grande, como era separar, según las Escrituras, lo precioso de lo vil, que en los Milenarios Judaizantes estaba tan mezclado. No obstante deseando alejarse y alejar a los fieles así del Judaísmo, como de las ideas indecentes de los herejes (pues ambas cosas parece que adoptaban en gran parte los Judaizantes) les pareció por entonces lo más acertado, no consentir con ellos en cosa alguna, sino cortar el nudo con la espada de Alejandro, negándolo todo, sin distinción ni misericordia”. (Ibídem, p.99–100-101).
Anteriormente a San Jerónimo hubo dos Santos Padres de la Iglesia que combatieron el milenarismo judaizante, San Dionisio (contra Nepote) y San Epifanio (contra Apolinar). Sobre San Dionisio de Alejandría, el P. Lacunza dice: “Este santo doctor escribió una obra dividida en dos libros, que intituló De Promisionibus, en ella impugnó así los errores groseros de Cerinto, como principalmente un libro que andaba por entonces en manos de todos, cuyo autor era un Obispo de África llamado Nepos (…) Se conoce evidentemente que San Dionisio no tuvo en mira otra cosa, que los excesos ridículos de Nepos, sus pretensiones particulares sobre la circuncisión, y la observancia de la ley de Moisés, a que se añadían otros errores muy parecidos a los de Cerinto”. (Ibídem, p.88-89). Y agrega: “Si el libro de San Dionisio no contenía otra cosa, que la irrisión, y la impugnación de todo esto que acabamos de decir, cierto que no habla en modo alguno de los Milenarios Inocuos, sino con los Judíos, o Judaizantes”. (Ibídem, p. 90-91).
Queda más que claro como dos Santos Padres, como San Dionisio y San Epifanio, combaten el milenarismo craso o carnal (herético) y el milenarismo judaizante, y por seguir a Orígenes no hacen distingos cual si no hubiera más; pues para Orígenes no había sino un único milenarismo, el del Hereje Cerinto, y que el Apocalipsis tiene por autor a Cerintio: “Yo sin embargo no oso del todo rechazar el librillo,  principalmente viendo que muchos hermanos lo tienen en mucho; pero del he concebido la siguiente opinión; que como quiera que excede del todo mi comprensión, juzgo que debe esconder alguna del todo peculiar y arcana inteligencia y misterio de las cosas. Pues aunque yo no lo entiendo, sospecho sin embargo que algún significado superior subyace en sus palabras. Así no quiero medirlo con mis mientes, pero concediendo más a la fe, lo reputo más sublime de lo que yo sabría entender. Y no condeno las cosas que no puedo entender, sino al contrario, tanto más las admiro cuanto menos las capto … Así que no dudo de que Juan se llamó su autor y por Juan fue escrito; y confieso que fue necesario a eso un varón inspirado del Espíritu Santo, pero que él haya sido el apóstol, hijo de Zebedeo, hermano de Yago, de quien es el Cuarto Evangelio y la Epístola llamada Católica, eso no lo concederé fácilmente; pues del mismo genio y giro del habla y de toda la composición y condición de ambos libros conjeturo no son de un solo y mismo escritor… (Eus. H.E. VII, 25)”. (La Iglesia Patrística…, p.192-193).
San Dionisio fue el primer santo que impugnó el Apocalipsis por seguir el parecer de su maestro Orígenes, no considerándolo escrito por San Juan aunque sí un libro inspirado por otro autor (lo cual hoy sería herético), así Mons. Straubinger dice en su traducción de la Biblia de los Textos Originales: “Vigouroux, al refutar a la crítica racionalista, hace notar cómo éste reconocimiento del Apocalipsis, como obra del discípulo amado fue unánime hasta la mitad del siglo III, y sólo entonces ‘empezó a hacerse sospechoso’ el divino Libro a causa de los escritos de su primer opositor Dionisio de Alejandría, que dedicó todo el capítulo 25 de su obra contra Nepos a sostener su opinión de que el Apocalipsis no era de San Juan ‘alegando las diferencias de estilo que señalaba con su sutileza de alejandrino entre los Evangelios y Epístolas por una parte y el Apocalipsis por la otra’. Por entonces la opinión de Dionisio era tan contraria a la creencia general que no pudo tomar pie ni aún en la Iglesia de Alejandría, y San Atanasio, en 367, señala la necesidad de incluir entre los Libros santos al Apocalipsis, añadiendo que allí están las fuentes de la salvación’. Pero la influencia de aquella opinión, apoyada y difundida por el historiador Eusebio, fue grande en lo sucesivo y a ella se debe el que autores de la importancia de Teodoreto, S. Cirilo de Jerusalén y S. Juan Crisóstomo en todas sus obras no hayan tomado en cuenta ni una sola vez el Apocalipsis (véase en la nota a 1, 3 la queja del 4° Concilio de Toledo). La debilidad de esa posición de Dionisio Alejandrino la señala el mismo autor citado mostrando no solo la ‘flaca’ obra exegética de aquél, que cayó en el alegorismo de Orígenes después de haberlo combatido, sino que también, cuando el cisma de Novaciano abusó de la Epístola a los Hebreos, los obispos de África adoptaron nuevamente como solución el rechazar la autenticidad de ese Libro y Dionisio estaba entre ellos (cf. Introducción a las Epístolas de S. Juan). ‘S. Epifanio, Durand había de llamarlo sarcásticamente (a esos impugnadores) los Alogos, para expresar en una sola palabra, que rechazaban el Logos (razón divina) ellos que estaban privados de la razón humana (a-logos)’. Añade el mismo autor que el santo les reprochó también haber atribuido el 4° Evangelio al hereje Cerinto (como habían hecho con el Apocalipsis), y que más tarde su obra fue repetida por el presbítero romano Cayo, ‘pero el ataque fue pronto rechazado con ventaja por otro presbítero romano mucho más competente, el célebre S. Hipólito mártir’ ”. (Nota Introductora).
Sobre San Epifanio, el P. Lacunza dice: “El segundo Santo Padre que se cita es San Epifanio, que escribió cien años después de San Dionisio de Alejandría. Este santo doctor en su  libro Adversus Haereses, es cierto que habla dos veces de los milenarios, y contra ellos. La primera, Haeresi XXVIII solamente habla de Cerinto, y habiendo propuesto sus particulares errores, los confuta fácilmente con el Evangelio y con San Pablo; la segunda, Haeresi LXXVII, habla de Apolinar y sus secuaces”.  (Ibídem, p.91-92). El tercero fue San Jerónimo y el cuarto San Agustín.
De otra parte aunque el P. Lacunza trata de pasar por alto (disimula) el desliz o inadvertencia de San Jerónimo diciendo que nada dice contra el Milenarismo Patrístico, que lo único que ataca y con razón es el milenarismo craso y herético de Cerinto: “Luego es claro que San Jerónimo en este lugar habla solamente de Cerinto”. (La Venida del Mesías…, T. I p.95); sin embargo, no dice que San Jerónimo mete a todos en un mismo saco, es decir, involucra, dentro de la misma perspectiva, a Cerinto y a los Padres milenaristas. En cambio el P. Castellani muestra como San Jerónimo sin distinciones los equipara, los asocia, pero por reverencia a los Santos y Mártires que fueron milenaristas, aunque despotrica contra ellos, no se atreve a condenarlos; este fue el doble error de San Jerónimo: asociar (confundir) lo que es distinto, de una parte, y de otra parte la contradicción de no condenar lo que era para él  reprobable.
Tenemos aquí el testimonio: “Se trata pues del milenismo craso, el cual profesan según Jerónimo ‘los judíos y los judaizantes nuestros, no nuestros mientras judaícen’. Destas palabras parece colegirse que Jerónimo incrimina de herejía a aquellos milenistas católicos que se rehúsa a llamar ‘nuestros’. (…) Como se ve trata otra vez del milenismo carnal atribuido por nuestro  Doctor a los judíos y ‘nuestros judaizantes’. (…) De modo que San Jerónimo moteja siempre el milenismo craso, opinión que atribuye a bulto y carga cerrada a todos los milenistas. No menos que una docena de lugares más, idénticos a estos, podrían aducirse del Comentario de Isaías (XIX, 22; XXV, 1; XXXV, 3; LIV, 1; etc., etc.). (…) Como se ve San Jerónimo golpea acerbamente al milenismo craso que atribuye a los judíos y a los que llama continuamente ‘nuestros judaizantes’ y ‘los semijudíos’. ¿Quiénes son estos semijudíos? Pues son los Santos Padres que vimos hasta ahora y todos los fieles que los siguen. Como se ve por todas sus palabras, San Jerónimo suncha juntos a todos los milenistas católicos en un paco sin que nunca venga a sus mientes la distinción entre milenismo carnal y espiritual. Lo cual para dejar fuera de duda, transcribiremos un párrafo del Com. a Ezequiel (XXXVI, – M.L., XXV, 338) harto explícito.
Y como sería enojoso ahora perseguir largamente el dogma judaico y la beatitud del vientre y del paladar judaico, que codicia todo lo terreno y dice: comamos y bebamos, del cual el apóstol dijo: pasto del vientre y vientres para el pasto (I Corintios, VI, 13), brevemente pasemos al sentido espiritual, según el cual ya hemos interpretado gran parte del Isaías. Puesto que no esperamos la Jerusalén de oro y gemas de las fábulas judaicas, que ellos llaman ‘deutéroseis’ (o sea, tradicionales) ni vamos a soportar la injuria de la circuncisión, ni sacrificar a Dios toros y borregos, ni dormir en ocio todo el sábado. Lo cual prometen muchos de los nuestros, y principalmente el libro de Tertuliano… y Lactancio… y Victorino Petabionense… y nuestro Severo… etc. Y entre los griegos juntare al primero y al último nombre con Ireneo y Apolinar…’.
Más claro no es posible. San Jerónimo atribuye al milenismo craso que tanto lo irrita a los grandes Padres de la Iglesia Latina, desde Tertuliano a Sulpicio Severo, de los cuales menciona a los principales y para que no haya resquicio de confusión en yunta al final el milenismo de San Ireneo con el grosero kiliasmo del hereje Apolinar”. (La Iglesia Patrística…, p. 261-262-263-264-265).
Es evidente y asombroso ver como un gran santo como San Jerónimo no haya hecho las distinciones pertinentes que el tema impone, porque esto daría la impresión que es como aquel que por querer espantar o matar  la mosca que está sobre el pastel, de un manotazo acaba con la mosca y el pastel. Por esto el P. Castellani dice: “A todos los milenistas católicos atribuye pues Jerónimo el más crudo kerinthiano. Como a un toro el trapo rojo lo saca de quicios el sólo nombre de sus adversarios. Esta inquina del santo causa principal del abandono (hasta qué punto, más tarde veremos) del milenismo por San Agustín, deberá ser explicada históricamente. No se trata de esas manías inocentes propiedad de los escritores. ¿Habrá hecho estragos el kiliasmo carnal entonces en las Iglesias conocidas por Jerónimo? ¿Será solamente el temperamento puritano y peleador del tempestuoso friulano?
 Aquí San Jerónimo no dejaba de ver que se le alzaba una objeción grave: pues si a una mano tantos Padres y Doctores y aquella ‘ingente multitud’ de fieles abrazaba el milenismo judaico: y a otra mano, esa doctrina era judaica, hay que decir que todos ellos cayeron en herejía. ¿Qué responde Jerónimo a este obvio reparo? (…) ‘… Aunque es verdad que los Judíos creen en la restitución de una Jerusalén de oro y gemas, y de nuevo víctimas y holocaustos, y casamientos de los Santos y el Reino terreno de Cristo Salvador: cosas que, aunque no sigamos no podemos empero condenar, porque muchos de los varones eclesiásticos y de los mártires las dijeron. Y así, cada cual abunde en su sentido, y a Dios se reserve la resolución’ (M.L. XXIV, 801). Esta solución enaltece la reverencia de  Jerónimo hacia los Padres y Mártires; pero espanta que no ose ‘condenar’ aquel  milenismo grosero y judaico de que habla, aquí como doquiera. Pues admitir entre los Santos resucitados ‘nupcias, francachelas, relleno de panzas y circuncisión y sacrificios de toros’ y lo demás que el santo atribuye a los milenistas católicos ¿Quién no ve que a orejas católicas rechina? Sin embargo, puesta la angostura en que el Santo Doctor se ha metido, la solución es un ten con ten pasable, sino muy airoso. El que considere lo precedente verá fácil que la angostura en que se metió San Jerónimo, que lo lleva a dar una conciliación contradictoria, es del todo irreal. Bien puede ‘condenar’ tranquilamente el kiliasmo craso, sin empacharse en los ‘santos varones y mártires  a quienes reverencia’, pues ellos jamás lo tuvieron ni enseñaron, sino otro muy diverso; lo mismo que la ingente multitud de fieles. Pues como hemos visto en el discurso de esta obrita los Padres Milenistas jamás sostuvieron la doctrina que Jerónimo les cuelga. Los matrimonios, los sacrificios, circuncisiones y demás pertenencias de la ley judaica, ni a uno solo de los Padres Milenistas ocurre atribuir a los santos resurrectos”. (Ibídem, p.266-267-268).
Retengamos la sabia y ponderada actitud que excusa o al menos atenúa la postura de San Jerónimo: “Cosas que aunque no sigamos, no podemos empero condenar, porque muchos de los varones eclesiásticos y de los mártires las dijeron. Y así, cada cual abunde en su sentido, y a Dios se reserve la resolución”. Cosa que no es considerada ni tenida en cuenta por todos los actuales antimilenaristas que no quieren ni oír hablar del milenio, bajo ningún concepto ni distinción que se les proponga, y por lo mismo se hacen condenables al no tener por lo menos la misma actitud del santo en el cual pretenden basarse. Errar es humano, perseverar en el error, diabólico.
San Agustín abandona sin condenar el milenarismo y se vuelve alegorista y además  hace suyo el parecer del de Ticonio (hereje donatista), tal  como se puede ver por lo que dice el P. Castellani: “Hay que distinguir en San Agustín dos tramos; en el primero profesó el milenismo, en el segundo se retiró del sin condenarlo”. (La Iglesia Patrística…, p.275). Y más adelante leemos: “Después el Santo expone los capítulos del Apokalypsi con criterio alegorista, poniendo los pies en la huella del donatista Tyconio que fue el inventor de éste criterio”. (Ibídem, p. 279). “Esta interpretación alegorista según Vacant (D.T.C. I, 1472) tuvo su origen en un hereje donatista llamado Tyconio que escribió un comentario del Apokalypsi. Este método siguió San Agustín en su segunda época después de San Jerónimo…”. (Ibídem, p.327).
 Así que el hereje donatista Ticonio inventó la idea bien alegórica, y después fue retomada por el gran San Agustín, tal como se puede observar por lo que dice aquí el P. Alcañiz: “Tyconio, hereje donatista, africano del siglo IV no admitió el reino terrestre de los Padres antiguos. Inventó la exégesis de que el reino de los mil años de que habla el Apocalipsis (c.20) es la Iglesia y su duración”. (Los Últimos Tiempos…, p. 124). Y aclarando más el P. Alcañiz agrega: “Para eliminar el reino terrestre  de Jesucristo defendido por los Padres antiguos, Tikonio, hereje, inventó la solución de que el reino de los mil años narrado por el Apocalipsis era la vida de la Iglesia, y la revolución de Gog, que el Apocalipsis sitúa después de los mil años era el Anticristo. Adoptó San Agustín la solución y hasta ahora sigue adoptada por los enemigos del reino milenario”. (Ibídem, p. 140).
Lamentablemente ésta exégesis es la que hoy sigue imperando y como vemos aunque esté respaldada por el alegorismo de dos grandes santos S. Jerónimo y S. Agustín, viene de un vil y miserable hereje donatista como lo fue Ticonio y esto a nadie sorprende. El donatismo como se sabe es la herejía que afirma la necesidad de rebautizarse, pues niega la validez del bautismo hecho por los herejes cuya validez zanjó el Papa San Esteban I.
Y menos mal que se curaron en salud San Jerónimo y San Agustín diciendo que, a pesar de todo, no se atrevían a condenar y eso les valió el llegar a ser santos, pero esta actitud no la tienen hoy muchos de los que en ellos se apoyan y condenan sin distingos.
La causa del abandono del milenarismo por parte de San Agustín la explica así el P. Castellani: “¿Por qué mudó de sentencia? Como vimos San Agustín abrazó primero la sentencia milenista, porque creíblemente era general entonces en la Iglesia africana, o casi general; ya que ningún antimilenista aparece por allí y por el contrario, muchos milenistas, como Tertuliano, Lactancio y Commodiano; y además habla del milenismo como cuestión discutible. ¿Cuál fue la causa porque Agustín cambió su primera sentencia? Con certidumbre no lo sabemos, porque él no lo dijo; conjeturamos que por doble causa: Primera, por el peligro del milenismo carnal, que a causa de los escritos del Obispo Apolinar se extendía grandemente, arrastrando a muchos católicos a ‘judaizar’ como decía Jerónimo, Segunda, la autoridad del anciano Jerónimo. Nos consta cuanta deferencia mostraba el joven Agustín a la exégesis del ermitaño de Palestina; ahora bien varios años antes que el africano escribiera la Ciudad de Dios, circulaban ya los comentarios a los Profetas, de Jerónimo; en el cual abundan las acerbas impugnaciones de todo milenismo, que en la mente de San Agustín no pudieron menos de influir muchísimo”. (Ibídem, p.280).
Ésta es la causa principal por la cual el milenarismo fue silenciado o si se quiere eclipsado en la exégesis posterior de la Iglesia, pero como se ve claramente está basado y viene de Orígenes, que por su gran prestigio, otros después como S. Jerónimo (que lo admiraba demasiado), lo bautizan.  
El P.Castellani refiriéndose al siglo V resume así: “En este siglo, después de las violentas y repetidas sátiras de San Jerónimo contra el milenismo, su ingente autoridad, reforzada con la de San Agustín más tarde, impuso silencio a los milenistas, pero las brasas seguían bajo las cenizas pues testificantes el mismo Jerónimo, “enorme multitud” de católicos adherían fuertemente a la doctrina tradicional o antigua. Con el principio del siglo V comienzan los más grandes improperios de San Jerónimo al milenismo que lo hacen sin dificultad el príncipe de los antimilenistas que no se detiene ni ante la burla ni ante el insulto ni ante la palabra cruda que hoy sería obscena; sin embargo eso mismo muestra que es el kiliasmo judaico y carnal el que suscita sus santas iras. Ésta vociferación tiene por causa -excusable por otro lado- que estaba imbuido de que tanto los Padres como los fieles milenistas los de entonces y los anteriores, sostenían el milenismo carnal. Para San Jerónimo, un solo milenismo existía en el mundo, y no una interpretación literal de la escritura, una falsificación de ella y una exégesis alegórica. Por tanto el Santo doctor aunque se arroja acerbamente contra el kiliasmo, confiesa que no se atreve a condenarlo por su reverencia a tantos ‘Santos Mártires’, reverencia que es muy de loar pero que no resuelve nada, a causa de un error histórico. (Llamamos ‘error de San Jerónimo’ no al que haya sido antimilenista, pues cada uno tiene su alma en su almario y su libre albedrio como el más pintado; sino el que haya confundido dos cosas diferentes y aún contrarias). Bien se puede imaginar el efecto del campanazo de San Jerónimo en San Agustín (354-430). El joven Agustín había naturalmente abrazado el milenismo común en la Iglesia del África; pero en el libro XX de la ciudad de Dios escrito después de los más graves y ásperos comentarios antikiliastas de San Jerónimo, San Jerónimo se retira del milenismo y fragua la interpretación alegórica del Cap. XX del Apokalypsi que después expondremos; pues se sabe cuanta deferencia demostró el Doctor africano a los comentarios exegéticos del ermita palestinense que poseía las dos lenguas que él ignoraba, griego y hebreo. (…) Mudó después de opinión; pero conociendo mejor que Jerónimo la historia del kiliasmo, resolvió la cuestión, distinguiendo los dos milenismos: el craso que condena netamente, y el espiritual, que califica de ‘tolerable en cierto modo…’ con tal que instituya gozos espirituales y no gozos carnales’ ”. (Ibídem, p.315-316-317).
San Agustín hace una aclaración que muchos no tienen en cuenta y es de capital importancia, la cual el P. Castellani nos recuerda: “Además nota que el nombre kilastai o ‘milenista’ en su tiempo se daba solamente a los crasos; lo cual debe de tenerse muy ante los ojos para entender bien a los autores que escribieron en ese tiempo y los subsiguientes”. (La Iglesia Patrística… p.279-280).
Hay que tener en cuenta que San Juan Evangelista escribe el cuarto Evangelio con el fin de manifestar la divinidad de Jesucristo y para combatir los errores gnósticos y la gnosis del hereje Cerinto que se había convertido en su enemigo personal, tal como hace ver San Ireneo: “Esta misma fe ha sido anunciada por Juan, discípulo del Señor. Quería éste, por medio del anuncio del Evangelio, extirpar el error sembrado entre los hombres por Cerinto y mucho antes que él, por aquellos que se denominan Nicolaítas, ‘son éstos una rama desgajada del árbol del gnosticismo’. Quería Juan confundirlos y convencerlos que no existe más que un solo Dios que hizo todas las cosas por medio de su Verbo, y no como ellos dicen…”. (Contra las Herejías, ed. Apostolado Mariano, Sevilla 1994, L.III, p.48-49).
La advertencia que hace San Ireneo sobre el milenio, sigue vigente y es hoy un imperativo de fe y esperanza: “Si alguien no acepta estas cosas como referidas a los tiempos del Reino, caerá en infinidad de contradicciones y dificultades, tal como los judíos caen y se debaten”. (Ibídem, L.V, p.120-121).
La traición de Judas se debió a su Antimilenarismo, no creía en el Reino de Cristo después de la Parusía, se puede decir que fue el primer antimilenarista entre los discípulos del Señor, y de ahí la traición y apostasía. Esta es la reseña que hace San Ireneo: “He aquí lo que Papías, oyente de Juan, compañero de Policarpo, hombre venerable, atestigua por escrito en su libro IV -pues hay cinco libros compuestos por él- : ‘todo esto es creíble para los que tienen fe. Porque, prosigue él, como Judas el traidor siguiese incrédulo y preguntase: ¿Cómo podrá Dios crear tales frutos? El Señor le respondió: Verán quienes vivan hasta entonces’ ”. (Ibídem, L.V, p.122).
En fin, los que pretenden impugnar el Milenarismo se equivocan basados en una visión miope  de los dos decretos del Santo Oficio, que tuvieron el efecto deseado por el Antimilenarismo que campeaba en Roma preconciliar soterradamente, produciendo el efecto espantapájaros, cual maniquí de trapo que hizo recular o silenciar a muchos y aplastar cualquier intento de exponer la doctrina del Reino de Paz y Justicia de Cristo Rey en esta tierra después de su gloriosa y majestuosa Parusía, dentro del cual la voluntad de Dios se haría tanto en el cielo como en la tierra, y por lo cual pedimos que venga su Reino, en la Oración Dominical del Padre Nuestro, que Jesús mismo nos enseñó a rezar cada día, para que se cumpla la gran promesa y  triunfo pleno en la esperanza de que “habrá  un solo rebaño y un solo Pastor” (Jn. 10, 16).
De los dos decretos, el primero de 1941 fue erróneo y hasta herético y por lo mismo fue hábilmente modificado, pues se percataron de que habían escupido para arriba y eso mismo les caía encima, dado que habían puesto corporaliter (corporalmente), y esto iba en contra al menos del reino corporal de Cristo en el sagrario, por lo cual, lo sustituyeron por visibiliter (visiblemente). Este decreto se anulaba por sí mismo por erróneo (herético) y por el segundo que se hizo que lo revoca.
“La corrección del adverbio ‘corporaliter’, sustituído por ‘visibiliter’, es fácil de comprender. El alegorista que redactó el primer decreto, no advirtió quizás que sin querer se condenaba a sí mismo. En efecto, los alegoristas o antimilenistas sostienen como hemos dicho que el profetizado Reino de Cristo en el Universo Mundo es este de ahora, es la Iglesia actual, tal cual ¿Y cómo reina Cristo ahora en este Reino? Reina desde el Santísimo Sacramento. ¿Está allí ‘corporaliter’? Sí, habría que corregir rápidamente esto”. (La Iglesia Patrística… p.350-351).
El segundo decreto de 1944, en el mejor de los casos, condenaría supuestamente el milenarismo mitigado, ya que precisa de qué milenarismo se trata, y digo en el mejor de los casos, pues no es una condenación del milenarismo mitigado, sino una advertencia ad cautelam, pues dice: “systema millenarismi  mitigati tuto doceri non posse” (D.S. 3839); y si se quiere, exagerando, una prohibición disciplinar (no dogmática) del milenarismo mitigado y nada más.
Prohibición que en realidad no hay; lo que hay es una recomendación, una advertencia, eso es todo. Además no toda prohibición es dogmática, como en este caso muchos creen o pretenden, hay prohibiciones disciplinares y aun doctrinales sin ser dogmáticas, y en este caso no hay ninguna prohibición sino advertencia, cautela, recomendación, cierto peligro por lo cual hay que tener cuidado, prudencia.
Otra cosa es el efecto que produjo y cómo se manipuló, y así todos se espantaron con el tema quedando en la práctica como condenado y prohibido dogmáticamente, aun hasta hoy, pero sin serlo real y objetivamente, puesto que la expresión dice (Denzinger 2296) simplemente: “El sistema del milenarismo mitigado no se puede enseñar con seguridad”. Aunque ellos estaban llamando milenarismo mitigado al del P. Lacunza por lo que en el primer decreto se dice, se plantea que en éste, al no nombrarlo a él expresamente, se puede objetar que se equivocaron,  pues no es el   milenarismo mitigado, “teología para negros, con perdón de los negros”, como dice el P. Castellani, el que el P. Lacunza profesa sino que es  del Milenarismo Espiritual o Patrístico de la Iglesia primitiva de los cuatro (por lo menos) primeros siglos; luego en nada afectaría a este milenarismo dicho decreto, ni al del P. Lacunza, puesto que su milenarismo no es mitigado sino el Milenarismo Patrístico, según los Santos Padres y Mártires, como admiten San Jerónimo y San Agustín. Luego, para qué gastar tanta tinta si jurídicamente dice el adagio: odiosa sunt restringenda, como hace ver el P. Castellani.
Una cosa debe de quedar clara por encima de todo, y es que el Milenarismo Espiritual o Patrístico jamás podrá ser condenado, como lo advierte lúcidamente el P. Castellani. “El milenismo espiritual, por el contrario no ha sido condenado, ni jamás lo será: la Iglesia no va a serruchar la rama donde está sentada; es decir, la Tradición”.  (La Iglesia Patrística…, p.350).
Como hace ver el P. Castellani, hay un milenarismo mitigado que concibe a Jesucristo reinando visiblemente desde un trono en Jerusalén sobre todas las naciones, presumiblemente con su ministro de agricultura, de trabajo, de previsión y hasta de guerra si se ofrece, cosa que ningún santo padre milenarista ha enseñado.
De otra parte, conviene recordar que el Concilio Vaticano II tuvo su nacimiento con el aggiornamento de la Iglesia (ponerla al día con el mundo de hoy) y abrió las ventanas cual Nuevo Pentecostés para que entrara un nuevo aire de renovación, y así con triunfal optimismo procurar una tierra transformada en un nuevo Paraíso Ecuménico sin dogmas que dividan en esta Ciudad del Amor, y como expresamente  lo hiciera notar Juan XXIII en el discurso de inauguración, he aquí sus palabras:  “Mas nos parece necesario decir que disentimos  de esos profetas de calamidades que siempre están anunciando infaustos sucesos como si fuese inminente el fin de los tiempos”. (Discurso de inauguración del Concilio, Juan XXIII, 11 de Octubre de 1962). Aquí se ve claramente el rechazo de todo lo que huela a fin de los tiempos, Apocalipsis y Parusía. Luego había que abrir las ventanas y hasta las puertas, ante un mundo con el que había que convivir para rato y lo que pasó fue aquello que Nicolás Gómez Dávila no titubeó en decir con cruda objetividad: “Pensando abrir los brazos al mundo moderno, la Iglesia le abrió las piernas”. (Les Horreurs de la Démocratie, ed. Du Rocher, Mónaco  2003, p. 230).
Esto es todo lo contrario de lo que dice San Juan en el Apocalipsis: “Bienaventurado el que lee y los que escuchan las palabras de esta profecía y guardan las cosas en ella escritas; pues el momento está cerca”. (Ap. 1,3).
San Ireneo a su vez nos dice: “Dichosos los siervos a quienes el amo encuentre vigilantes a su llegada”. (Contra las Herejías…, L.V, p.124).
Todo esto no es más que la bienaventurada esperanza apocalíptica de San Pablo: “Porque se ha manifestado la gracia salvadora de Dios a todos los hombres, la cual nos ha instruido para que renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos sobria, justa y piadosamente en este siglo actual, aguardando la dichosa esperanza y la aparición de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo”.  (Tit. 2, 11-13).
O como también el mismo San Pedro: “Por lo cual ceñid los lomos de vuestro espíritu y viviendo con sobriedad, poned toda vuestra esperanza en la gracia que se os traerá cuando aparezca Jesucristo”. (I Ped., 1,13).
Y la Parusía que debemos no solamente esperar sino incluso apresurar, según nos manda San Pedro: “Si, pues, todo ha de disolverse así ¿cuál no debe ser la santidad de vuestra conducta y piedad para esperar y apresurar la Parusía del día de Dios…?”. (II Ped. 3,12).
Ser antimilenaristas es ser milenaristas al revés, es decir, milenaristas invertidos o judaizados, tal como advierte el P. Castellani: “Estos son milenistas al revés. Niegan acérrimamente el Milenio metahistórico, después de la Parusía que está en la Escritura, y ponen un Milenio que no está en la Escritura, por obra de las solas fuerzas históricas, o sea una solución infrahistórica de la historia, lo mismo que los impíos ‘progresistas’ como Condorcet, Augusto Comte y Kant; lo cual equivale a negar la intervención sobrenatural de Dios en la Historia; y en el fondo la misma inspiración divina de la Sagrada Escritura”. (El Apokalypsis…, p. 367).
El Apocalipsis es lo que contrarresta toda esa mentalidad antimilenarista-progresista y acuerdista: “El Apokalypsis es el único antídoto actual contra esos ‘pseudoprofetas’ ”. (Ibídem, p.367).
Y como también señala el P. Castellani: “Qué cosa más judaizante que ser antimilenarista”: “Pero ¿Qué cosa más judaizante que esperar un gran triunfo terreno de la Iglesia antes dela Segunda Venida de Cristo? (…) El actual socialismo comunista, por ejemplo, es netamente milenista carnal (y ateo), es decir, ‘judaizante’ ”. (Ibídem, p.87).
Así muchos antimilenaristas acérrimos creen en fábulas, como si fueran cuasi dogmas de fe, y hacen de ello su ilusoria esperanza en lo que no son más que fábulas judaicas, como lo es la supuesta creencia medieval de un gran monarca emperador a lo judaico: “Desde aquí nos separamos de Holzhauser, para quien Sardes duraría ‘desde Carlos V y León X, hasta el Emperador Santo y el Papa Angélico’, que él esperaba vendría; por la sencilla razón de que no vinieron; ni tenemos la menor esperanza de que vengan. Esa leyenda medieval de que vendría un tiempo de ‘inimaginable’ esplendor y triunfo de la Iglesia, por obra de un gran Rey un Pontífice, comparable a un ángel,  que inspiró numerosas profecías privadas, no tiene fundamento escriturístico ni de ninguna clase, es una ilusión poética. Parece ser fue inventada en el siglo XV por el monje Petrus Galatinus en su libro ‘De Arcanis Fidei mysteriis contra Iudaeos’ ”. (Ibídem, p. 56-57).
Y describe, el P. Castellani, la idea de esto que circula comúnmente, incluso hoy entre muchos tradicionalistas (sacerdotes y fieles): “Doctores de la fe se pretenden estos, y son tenidos de muchos por tales; incluso publican libros con aprobaciones episcopales, en gran peligro de ser engañados andan hoy los fieles. Uno de ellos muy famoso del siglo XIX (y muchos dellos hoy día) enseñó que la Iglesia antes del Juicio Universal tiene que llegar a un triunfo y prosperidad completos en que no quedará sobre el haz de la tierra un solo hombre por convertir (‘un solo rebaño y un solo Pastor’) y sin más ni más se cumplirán todas las exuberantes profecías viejotestamentarias. De acuerdo a algunas profecía privadas, se imaginan al Papa, (‘al Pastor Angelicus’ que debería haber sido Pío XII) reinando sobre todo el mundo apoyado en un Monarca Católico vencedor (que los franceses dicen será francés ¡Enrique V¡ o ¡Luis Carlos I!, pues hasta el nombre le saben, los alemanes que será alemán,) el cual sin embargo mandará menos que el Papa, pues el Papa mandará en todo el mundo; y así en Santas Pascuas y grandes fiestas ¡hasta la resurrección de la carne¡ y después a mayores fiestas… el mismo sueño carnal de lois judíos, que los hizo engañarse respecto a Cristo. Estos son milenistas al revés”. (Ibídem, p.366-367).
Referente a Petrus Galatinus (fraile franciscano llamado Pietro Colonna Galatino) del cual hace mención el P. Castellani, hay que saber que es uno de los cabalistas (gnosis judía) de la edad de oro de la Cábala dentro del cristianismo en Italia como hace ver el P. Meinvielle: “Con Pico de la Mirándola y Reuchlin, a quienes no es posible separar, la Cábala entra triunfante en la Cristiandad. Pero con el De arte cabalístico estamos ya en 1517, cuando Italia conoce la extraordinaria generación de Galatino (1460-1540), Justiniano (1470-1536), Jorge de Venecia (1460-1540), Pablo Ricci (+1541), Cardenal Gil de Viterbo (1465-1532), para no citar sino los más eminentes representantes de la Cábala cristiana”. (De la Cábala al Progresismo, ed. Calchaquí, Salta 1970, p.219).
Todo converge en el mundo de la gnosis como se puede apreciar y el tema del milenio de Cristo Rey que es su corona en esta tierra viene a ser la piedra de escándalo para unos y de salvación para otros, de aquí todo el enfrentamiento, entre Cristo y el Anticristo, Iglesia y Contraiglesia, fidelidad y traición (de Judas y sus seguidores). Pero el que persevere en la Verdad hasta el fin se salvará y el que no perecerá. Por eso la verdad os hará libres, dicen las Escrituras. De aquí el odio infernal como dice el P. Alcañiz: “Odio misterioso del infierno. Esta es la razón  profunda de todas. Ese reino terrestre es el reino del Corazón de Jesús. Ahora bien, consta por toda la historia el odio de Satanás a la devoción al Corazón de Jesús; el colmo de ese odio tenía que ser al reino del Corazón de Jesús, aquí está la verdadera clave del odio en la historia al reino milenario, es el odio al reino del Corazón de Jesús”. (Los Últimos Tiempos… p.120).
Estas palabras son dignas de ser meditadas por todos aquellos que queriendo mantener la Tradición Católica infalible de la Iglesia, siguen impugnando rechazando, despreciando o relegando en el mejor de los casos, el Milenarismo Patrístico.
Una última advertencia en aras del bien y de la verdad, para todos y en especial para aquellos que no quieren darse por vencidos; hay que distinguir tres clases de milenarismos como lo expone el P. Lacunza: “Tres clases de Milenarios debemos distinguir, dando a cada uno lo que es propio suyo; sin lo cual parece imposible, no digo entender la Escritura Divina, pero ni aún mirarla; porque estas tres clases juntas, y mezcladas entre sí como se hallan comúnmente en las impugnaciones, forman aquel velo denso, y obscuro que la tienen cubierta e inaccesible. En la primera clase entran los herejes, y solo ellos deben entrar separados enteramente de los otros. (…) En la segunda clase entrarán en primer lugar los doctores Judíos o Rabinos, con todas aquellas ideas miserables funestísimas para toda la nación, que han tenido y tienen todavía de su Mesías, a quien miran, y esperan como un gran conquistador, como otro Alejandro, sujetando a su dominación con las armas en la mano a todos los pueblos y naciones del orbe y obligando a todos sus individuos a la observancia de la ley de Moisés, y primeramente a la circuncisión, etc. (…) Estos son los que se llaman con propiedad los Milenarios judaizantes, cuyas cabezas principales fueron Nepos, Obispo africano, contra quien escribió San Dionisio Alejandrino sus dos libros De Promisionibus; y Apolinar contra quien escribió San Epifanio. (…) Nos queda la tercera clase de Milenarios, en la que entran los católicos y píos, y entre estos aquellos santos, que quedan citados, y otros muchos, de quienes apenas nos ha quedado noticia en general: “multi ecclesiasticorum virorum et mártires ita dixerunt: plurima multitudo”.  (La Venida del Mesías en Gloria y Majestad…, T.I, p.76-78- 79-81).
Y como, además, hace ver el P, Castellani: “… como creyeron los Santos Padres Apostólicos, los cuales casi sin excepción fueron todos ‘milenistas espirituales”. (Ibídem, p.64).
Si real y verdaderamente queremos ser tradicionalistas integérrimos, es decir, fieles a la Infalible y Sacrosanta Tradición Católica, Apostólica y Romana, para no dejarnos avasallar por el progresismo modernista de la adúltera Nueva Iglesia Conciliar (o Postconciliar), resistiendo firmes en medio de esta Universal Apostasía y hecatombe eclesiástica cual jamás se ha visto ni se verá, quedando la Iglesia constreñida a su mínima expresión, a un pequeño rebaño disperso por el mundo y prácticamente sin pastores, ultrajado, desolado, abandonado en el desierto en medio de lobos rapaces, rugientes a su alrededor, viendo a qué estulto o imbécil pueden devorar, que duerme o descuida, no le queda otra salida que resistir con heroica y perseverante fe, sustentados en la Bienaventurada Esperanza de los que esperan la gloriosa y majestuosa Segunda Venida de Cristo Rey, el día de su Parusía y que de todo corazón suspira aquella sagrada oración (la más corta y sublime) del discípulo amado que expresa la triunfal e indefectible esperanza de Aquel que ha de volver pronto: “Ven Señor Jesús, Maranatha” .
P.Basilio Méramo
Bogotá, 24 de Noviembre de 2015