viernes, 20 de noviembre de 2015

Una falsa batalla contra el Islam


Una falsa batalla contra el Islam

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 Todo los analistas han puesto de relieve el fracaso de los servicios de seguridad franceses en este trágico 13 de noviembre. La causa principal de dicho fracaso, antes que ineficacia, está en la incapacidad cultural de los estamentos político y administrativo franceses, que no son capaces de descubrir las causas profundas del terrorismo y los remedios precisos para combatirlo.
El terrorismo que se extiende actualmente por el mundo es hijo de la Revolución del 89 y de la larga serie de revolucionarios profesionales, anarquistas, socialistas y comunistas que entre los siglos XIX y XX practicaron la violencia masiva y llevaron a cabo los primeros genocidios de la historia de la humanidad. 


Los llamados fundamentalistas han injertado la experiencia del terrorismo europeo en una ideología intrínsecamente totalitaria como es el islam, religión política que siempre se ha impuesto por medio de la violencia.
El proyecto de injertar el islam en los valores republicanos sólo puede surgir de una mente que se niega a comprender el papel que desempeña la dimensión religiosa a lo largo de la historia, y lo reduce todo a a conflictos económicos y políticos. En esa mentalidad está el origen de los formidables errores que en la política mediterránea han puesto cometido por igual la Francia de Sarkozy y Hollande y los Estados Unidos de Barack Hussein Obama.
Entre finales de 2010 y principios de 2011 se anunció con bombos y platillos la primavera árabe, con el convencimiento de que la caída de los tiranos de Egipto, Libia y Siria inauguraría una nueva era de democracia, libertad y desarrollo social en África y Oriente Próximo. Obama, Sarkozy y más tarde Hollande estaban convencidos de que se podía realizar una transición indolora de los regímenes dictatoriales a la democracia, y de que dicha revolución democráticahabría puesto en manos de los Estados Unidos y de Francia las llaves de los recursos económicos de aquellos territorios. En febrero de 2011, Francia empezó a bombardear Libia para favorecer una revolución democrática por medio de rebeldes yihadistas.
La consecuencia ha sido la escalada del islam radical, la muerte de 150.000 personas y el estallido de sangrientas divisiones tribales en el mundo musulmán. Al año siguiente, Hollande apoyó a Mohammed Morsi, presidente recién electo de Egipto y vinculado al movimiento de los Hermanos Musulmanes, que se cuenta entre los más entregados a destronar al presidente sirio Bashar al Assad. En 2013, Francia se esforzó por que la Unión Europea levantase todo embargo que le impidiese reabastecer con armas, instructores y ayuda económica a los rebeldes yihadistas sirios.
Ahora nos enteramos de que la masacre de París se planeó en Siria, en ambientes que hasta hace un año gozaban de la confianza de Francia. Pero también hay que destacar que los terroristas son inmigrantes de segunda o tercera generación, de nacionalidad belga y francesa, que han estudiado en los ghettos urbanos en los que se consuma el fracaso de la utopía multicultural.
En esa utopía sigue creyendo Barack Obama, que al día siguiente de la hecatombe declaró: «El lema “libertad, igualdad, fraternidad” no sólo evoca valores franceses, sino valores que todos que todos compartimos». Y, por lo que se ve, las autoridades vaticanas también siguen creyendo en dicha utopía, porque según ellas «los musulmanes pueden participar en el Año Santo», ya que, «en un mundo azotado por la violencia, es el momento preciso para lanzar la ofensiva de la misericordia».
La misericordia es una gran virtud cristiana; ahora bien, si se la emancipa de otras virtudes como la justicia y la fortaleza, se convierte en la versión eclesiástica de la cultura laicista de capitulación. Esa cultura se expresa actualmente en la aceptación de todo desvío cultural y moral, llegando al punto de incluir el satanismo, antirreligión a la que que incontables jóvenes rinden culto sin saberlo en los conciertos de rock. Nunca mejor dicho, porque la canción que sonaba en el escenario de la sala Bataclan en el momento en que los terroristas iniciaban la masacre se titulaba Kiss the devil (besar al diablo) A la cultura de la muerte, de cuño islámico o relativista, sólo se la puede afrontar y derrotar con la luz auténtica del Evangelio.
Roberto de Mattei