Una falsa batalla contra el Islam
Todo los analistas han puesto de
relieve el fracaso de los servicios de seguridad franceses en este
trágico 13 de noviembre. La causa principal de dicho fracaso, antes que
ineficacia, está en la incapacidad cultural de los estamentos político y
administrativo franceses, que no son capaces de descubrir las causas
profundas del terrorismo y los remedios precisos para combatirlo.
El terrorismo que se extiende actualmente por el mundo es hijo de la
Revolución del 89 y de la larga serie de revolucionarios profesionales,
anarquistas, socialistas y comunistas que entre los siglos XIX y XX
practicaron la violencia masiva y llevaron a cabo los primeros
genocidios de la historia de la humanidad.
Los llamados fundamentalistas
han injertado la experiencia del terrorismo europeo en una ideología
intrínsecamente totalitaria como es el islam, religión política que
siempre se ha impuesto por medio de la violencia.
El proyecto de injertar el islam en los valores republicanos sólo
puede surgir de una mente que se niega a comprender el papel que
desempeña la dimensión religiosa a lo largo de la historia, y lo reduce
todo a a conflictos económicos y políticos. En esa mentalidad está el
origen de los formidables errores que en la política mediterránea han
puesto cometido por igual la Francia de Sarkozy y Hollande y los Estados
Unidos de Barack Hussein Obama.
Entre finales de 2010 y principios de 2011 se anunció con bombos y platillos la primavera árabe, con el convencimiento de que la caída de los tiranos
de Egipto, Libia y Siria inauguraría una nueva era de democracia,
libertad y desarrollo social en África y Oriente Próximo. Obama, Sarkozy
y más tarde Hollande estaban convencidos de que se podía realizar una
transición indolora de los regímenes dictatoriales a la democracia, y de
que dicha revolución democráticahabría puesto en manos de los
Estados Unidos y de Francia las llaves de los recursos económicos de
aquellos territorios. En febrero de 2011, Francia empezó a bombardear
Libia para favorecer una revolución democrática por medio de rebeldes yihadistas.
La consecuencia ha sido la escalada del islam radical, la muerte de
150.000 personas y el estallido de sangrientas divisiones tribales en el
mundo musulmán. Al año siguiente, Hollande apoyó a Mohammed Morsi,
presidente recién electo de Egipto y vinculado al movimiento de los
Hermanos Musulmanes, que se cuenta entre los más entregados a destronar
al presidente sirio Bashar al Assad. En 2013, Francia se esforzó por que
la Unión Europea levantase todo embargo que le impidiese reabastecer
con armas, instructores y ayuda económica a los rebeldes yihadistas
sirios.
Ahora nos enteramos de que la masacre de París se planeó en Siria, en
ambientes que hasta hace un año gozaban de la confianza de Francia.
Pero también hay que destacar que los terroristas son inmigrantes de
segunda o tercera generación, de nacionalidad belga y francesa, que han
estudiado en los ghettos urbanos en los que se consuma el fracaso de la
utopía multicultural.
En esa utopía sigue creyendo Barack Obama, que al día siguiente de la
hecatombe declaró: «El lema “libertad, igualdad, fraternidad” no sólo
evoca valores franceses, sino valores que todos que todos compartimos».
Y, por lo que se ve, las autoridades vaticanas también siguen creyendo
en dicha utopía, porque según ellas «los musulmanes pueden participar en
el Año Santo», ya que, «en un mundo azotado por la violencia, es el momento preciso para lanzar la ofensiva de la misericordia».
La misericordia es una gran virtud cristiana; ahora bien, si se la
emancipa de otras virtudes como la justicia y la fortaleza, se convierte
en la versión eclesiástica de la cultura laicista de capitulación. Esa
cultura se expresa actualmente en la aceptación de todo desvío cultural y
moral, llegando al punto de incluir el satanismo, antirreligión a la
que que incontables jóvenes rinden culto sin saberlo en los conciertos
de rock. Nunca mejor dicho, porque la canción que sonaba en el escenario
de la sala Bataclan en el momento en que los terroristas iniciaban la
masacre se titulaba Kiss the devil (besar al diablo) A la
cultura de la muerte, de cuño islámico o relativista, sólo se la puede
afrontar y derrotar con la luz auténtica del Evangelio.
Roberto de Mattei