“Complejo simplificador” en el Pacto de las Catacumbas
La Catacumba de Santa Domitila, en Roma, donde se realizó y se renueva el Pacto de las Catacumbas. Este pacto sólo ha sido conocido por el público recientemente.
“Las magnificencias de la naturaleza y del arte, bien utilizadas por el hombre temperante, son formas de elevarlo a Dios”
Presentado hoy como una singular moda póstuma, el “Pacto de las
Catacumbas” fue un compromiso firmado por 40 Padres Conciliares en la
época del Concilio Vaticano II. Según el obispo don Pedro Casaldáliga,
sus signatarios defendían “el advenimiento de un orden social nuevo”. –
¿Cuál? Lo sabemos, porque conocemos los gustos de este prelado, quien en
uno de sus poemas se auto titulaba “Monseñor hoz y martillo”.
En este 16 de noviembre habrá una celebración litúrgica en las
catacumbas de Roma, donde comenzó el movimiento, y el día 20 una reunión
para discutir sobre la reforma de la Iglesia. (¡Textualmente!).
Resumiendo sus contenidos, los firmantes del “Pacto de la Catacumbas”
de ayer y de hoy están a favor de la abolición de toda pompa y riqueza,
tanto en el culto divino cuanto en la vida de la sociedad, y se niegan a
ser llamados por vía oral o por escrito con los títulos propios a su
dignidad (Eminencia, Excelencia, Monseñor …). “Ni oro ni plata”, dicen.
Esta mentalidad ya había sido denunciada en 1960 por Plinio Corrêa de
Oliveira, en su libro “Reforma Agraria – Cuestión de conciencia”, bajo
el expresivo epíteto de “complejo de simplismo”.
Allí afirmaba que la Iglesia “no ignora la debilidad humana. Pero
tampoco la exagera”. Y también que “las magnificencias de la naturaleza y
del arte, bien utilizadas por el hombre temperante, constituyen medios
para elevarlo a Dios. Sin lugar a dudas ellas fueron utilizadas en este
sentido por muchas personas que vivían en medio del más requintado lujo,
y hoy están en la gloria de los altares: papas, reyes, cardenales,
príncipes, nobles y otros grandes de la Tierra”.
El mensaje del “Pacto de las Catacumbas”, por el contrario, es un
llamamiento a la eliminación de los ambientes religiosos de la pompa y
de la civilización, y una invitación implícita a sumergirse en la
vulgaridad gris del miserabilismo communo‒tribal.
Alguien objetará: ¿la Iglesia no recomienda la penitencia y el
abandono de los bienes de la Tierra? ¿No lo hicieron tantos que, para
santificarse, dejaron todas estas cosas?
Ciertamente, la Iglesia ha recomendado a los hombres la abstención, a
modo de penitencia, de los bienes de este mundo. La necesidad de la
penitencia no es el resultado de ningún mal que exista en estos bienes,
sino del desorden de la naturaleza humana como consecuencia del pecado
original y de los pecados actuales.
De ello se desprende que, si el hombre debiera alejarse de todo
cuanto para un alma equilibrada es ocasión remota, y no próxima, de
pecado, sería la muerte de la cultura y de la civilización.
Leo Daniele
Sobre este tema, leer: Los objetos preciosos y la doctrina católica