Pío XII: “El mundo en Cristo”
Recibimos y publicamos:
Querido sí sí no no:
Escribo hoy, 9 de octubre de 2015, 57 aniversario del dies natalis
del venerable Pío XII. Aquel 9 de octubre de 1958 era un jueves, tenía
11 años y el día 1 había iniciado el sexto grado. Sabía que Pío XII
estaba grave, golpeado por una trombosis cerebral y rezaba por él.
Aquella mañana me levanté hacia las 6:30: quería escuchar las noticias
por la radio. Y, a las 7, apareció: Pío XII había muerto a las 3:49. Te
confieso que, aunque era muy pequeño e ingenuo, me puse muy triste, como
si hubiese fallecido uno de casa.
Estaba acostumbrado a escuchar sus
discursos en la radio, aunque entendiera poca cosa. Algunas veces, el
domingo a mediodía, escuchaba su pequeño discurso seguido del Ángelus.
Me tocaba el corazón su dulce voz que revelaba en él la presencia viva
de Jesús. Era como oír a un ángel o, más aún, al mismo Jesús.
Aunque era inconsciente, como se es
normalmente a los 11 años, tenía la sensación de que no habría ningún
otro capaz de sustituirlo. Mi abuelo bromeaba, diciéndome: “Estate tranquilo, se muere un papa, se pone otro”.
Cuando fue elegido Juan XXIII, el 28 de octubre, inmediatamente no me
gustó y lo dije en voz alta; mi párroco me regañó, pero un sacerdote que
ejercía como capellán en una confraternidad de mi parroquia dijo un
tiempo después: “Con este joven quién sabe dónde iremos a parar”.
Con 57 años de distancia, sabemos bien donde hemos ido a parar. Una debacle, un desastre, un SCATASFASCIO
sin fin. Pío XII había dicho con infinita tristeza: “Después de mi, el
diluvio”. Pero hoy, con la oración, no quiero hacer polémicas, sino
recuerdos, del venerable Pío XII: escuché la misa en su honor y el 13 de
octubre próximo haré celebrar por un joven sacerdote amigo mío,
(también “paceliano” como yo) la misa, no en su sufragio (porque dijo
padre Pío a su confesor, el padre Agustín, que Pío XII se fue
inmediatamente al Paraíso), sino en su memoria, en su honor, para
obtener su intercesión. Y la misa, como los otros años, será más que
para mí y mis amigos, también para la Iglesia, para que regrese lo más
pronto posible a la línea de Pío XII. Él había indicado la “verdadera
reforma” a realizar, no la “actualización” joánica, sino la consecratio mundi,
la consagración del mundo a Jesús. No el Cristo mundanizado o
descoronado y desentronizado, sino el mundo, todas las cosas “en
Jesucristo”, el mundo Cristificado.
La herencia de Pío XII, como dijo el
Papa Benedicto XVI el 9 de octubre de 2008, en San Pedro, recordando el
50 aniversario de su muerte (yo también estaba), deberá ser retomada y
llevada adelante. Su hora, hora gloriosa, vendrá. La primavera vendrá,
como profetizó Pío XII el 19 de marzo de 1958: también lo escuché, lo
entendí y nunca lo he olvidado. Siempre he trabajado, a pesar de mi
nada, para agilizar la primavera profetizada por Pío XII “después de un
crudo invierno” (ese que vivimos ya desde hace 5 décadas), y lo haré
aún: no hay duda (recordaba Mons. Francesco Spadafora).
No se puede vivir en el error y en la
apostasía de Jesucristo. No puede un papa como Bergoglio sostener y
estar de parte del peor cardenal, Walter Kasper, desde su primer Ángelus
(17 de marzo de 2013). Con Pío XII Kasper no se hubiera convertido, ni
siquiera, en cura de pueblo.
“La justicia sin misericordia es crueldad y la misericordia sin justicia es principio de toda disolución” (Santo Tomas Comentario al Evangelio de San Mateo, C.5 L.2).
Hoy recé el rosario con la corona
bendita del venerable Pío XII que me regaló sor Pascalina; lo recé por
toda la Iglesia, por este sínodo que tanta confusión siembra en las
almas, por el adviento de la “primavera” profetizada por Pío XII.
Continuaré rezando junto a todos “los pequeños” del Evangelio; en primer
lugar “los pequeños” que yo mismo tengo a mi cuidado, cada vez más
escandalizados por el “nuevo curso”, para que se cumpla lo más pronto
posible la promesa de la Señora de Fátima: “Mi corazón inmaculado
triunfara”. En 2017, a cien años de esta promesa, esperamos de verdad
ver el inicio de este “triunfo”.
Tengo ganas de llorar, pero me aferro al
rosario de Pío XII, cadena dulce que lleva el Cielo en la tierra, y con
la Virgen digo: “Adelante Jesús, Vencedor invicto. Pronto, ven y
triunfa”.
Lettera firmata (Carta firmada).
[Traducido por H. A.]