CARTA A LOS ASESINOS DE LA SANTA MISA Y LA LITURGIA
No se equivoquen, caballeros. Las terribles heridas que vosotros habéis abierto en el cuerpo de la Iglesia claman venganza delante de Dios, justo Vengador
Tomado de “Vigilia Romana” Año III, No. 11, noviembre de 1971.
Monseñor Domenico Celada
Desde hace mucho tiempo quería
escribirles, ilustres asesinos de nuestra santa Liturgia. No lo
hago porque espere que mis palabras puedan tener algún efecto sobre
vosotros, porque hace demasiado tiempo que habéis caído en las garras de
Satanás y os habéis convertido en sus obedientes servidores, sino lo
hago por todos aquellos que sufren a causa de los innumerables crímenes
cometidos, para que puedan encontrar su voz.
No se equivoquen, caballeros. Las
terribles heridas que vosotros habéis abierto en el cuerpo de la Iglesia
claman venganza delante de Dios, justo Vengador. Su plan de subversión
de la Iglesia, a través de la liturgia, es muy antiguo. Intentaron
realizarlo muchos predecesores vuestros, mucho más inteligentes que
vosotros, a quienes el Padre de la Oscuridad ya ha acogido en su reino.
Recuerdo todavía cuando hace unos quince años, palideciáis de envidia
ante ese gran Pontífice, siervo de Dios, Eugenio Pacelli, deseando su
muerte porque había comprendido vuestros proyectos a los que se había
opuesto con la autoridad de la Tiara.
Sentados en aquel famoso congreso de
“liturgia pastoral”, en el que las clarísimas palabras de Pío XII,
habían caído como una espada, vosotros lo abandonastéis echando
espumarajos de rabia y veneno.
Ahora lo habéis conseguido. Al menos en
esto. Habéis creado vuestra “obra maestra”: la nueva liturgia. Que esto
no es la obra de Dios queda ante todo demostrado (sin tener en cuenta
las implicaciones dogmáticas) por un hecho muy simple: tiene una fealdad
espantosa. Es el culto de la ambigüedad y del equívoco y no es raro que
también sea el culto de la indecencia.
Esto sería suficiente para entender que
vuestra “obra maestra” no viene de Dios, fuente de toda belleza, sino
que viene del antiguo destructor de las obras de Dios.
Sí, habéis robado a los fieles
católicos las emociones más puras, que surgen de las cosas sublimes en
las que se ha basado la liturgia desde hace milenios: la belleza de las
palabras, los gestos y la música. ¿Qué se nos ha dado a cambio? Un
muestrario de fealdades, de “traducciones” grotescas (como se sabe,
vuestro padre, que tomó parte en ellas, no tiene sentido del humor),
emociones gástricas suscitadas por el maullido de guitarras eléctricas,
gestos y actitudes, para decir lo menos, equívocos.
Sin embargo, por si esto no fuera
suficiente, hay otra señal de que vuestra “obra maestra” no es de Dios y
es las herramientas de que os habéis servido para que ocurriese esto :
El fraude y la mentira. Habéis logrado hacer creer que un concilio
había decretado la desaparición de la lengua latina, el abandono del
patrimonio de la música sacra, la retirada del tabernáculo, la vuelta
del altar, la prohibición de doblar las rodillas ante el Señor presente
en la Eucaristía y todas las otras etapas progresistas, que forman parte
(como dicen los juristas) de un “único designio criminal”
Vosotros sabíais muy bien que la “lex
orandi” es la “lex credendi”, y por lo tanto el cambio de una, habría
cambiado la otra. Vosotros sabíais que apuntando sus lanzas envenenadas
contra la lengua viva de la Iglesia, en la práctica, se ha matado la
unidad de la fe. Sabíais que, decretando la muerte del gregoriano y de
la polifonía sacra, se podrían introducir a vuestros gusto todas las
indecencias pseudo-musicales que profanan la adoración divina y
proyectan su sombra sobre las dudosas celebraciones litúrgicas. .
Sabíais que, destruyendo tabernáculos,
sustituyendo los altares por las “mesas del banquete eucarístico”,
impidiendo a los fieles doblar las rodillas ante el Hijo de Dios,
inevitablemente se habría extinguido la fe en la divina Presencia Real.
Habéis trabajado con los ojos bien abiertos. Os habéis encarnizado
contra un Monumento, en el que pusieron su mano el cielo y la tierra,
porque sabíais que con él destruiríais la Iglesia. Os habéis juntado
para quitarnos la Santa Misa, lo cual es desgarrar el corazón de la
liturgia católica. (Esa Santa Misa en vista de la cual fuimos ordenados
sacerdotes, y que nadie nos puede prohibir, porque nadie puede dar un
paso contra la ley natural).
Ya sé que podéis reíros de lo que voy a
decir. Reíros pues. Os habéis confabulado para arrancar de las letanías
de los Santos la invocación “a flagello terremotus, libera nos Domine”, y
nunca antes como ahora la tierra ha temblado en todas las latitudes.
Habéis quitado la invocación ” ab
spiritu fornicationis libera nos Domine” y ahora más que nunca estamos
cubiertos por el lodo de la inmoralidad y la pornografía en sus formas
más repugnantes y degradantes. Habéis sacado la invocación “Ut inimicos
Sanctae Ecclesia humiliare digneris” y nunca como ahora los enemigos de
la Santa Iglesia prosperan en todas las instituciones eclesiásticas a
todos los niveles.
Reíros reíros. Vuestra carcajada no
tiene alegría. Es cierto que ninguno de vosotros conoce como nosotros
conocemos las lágrimas de alegría y de tristeza. Ni siquiera sois
capaces de llorar. Vuestros ojos bovinos como bolas de vidrio o de
metal miran las cosas sin verlas. Sois parecidos a las vacas que miran
el tren. Antes que a vosotros prefiero al ladrón que arrebata la cadena
de oro de un niño, prefiero al salteador, prefiero al que atraca con
armas en la mano, prefiero incluso el brutal violador de las
tumbas. Son gente mucho menos sucia que vosotros, que habéis robado al
pueblo de Dios todos sus tesoros.
Antes que vuestro padre os acoja en su
reino, donde “hay llanto y rechinar de dientes” quiero que conozcáis
nuestra certeza inquebrantable de que esos tesoros nos serán devueltos.
Será una “restitutio ad integrum”. Os habéis olvidado de que Satanás es
el eterno derrotado.
De Non Possumus