LA IMAGEN NO CORRESPONDE A LA PUBLICACION ORIGINAL
EL PROBLEMA ETERNAMENTE
ACTUAL.
ESTUDIO PUBLICADO EN LA “REVISTA BÍBLICA” , Nº 53,
1949.
“ESTUDIOS Y DOCUMENTOS”
El PROBLEMA
JUDÍO A LA LUZ DE LAS
SAGRADAS ESCRITURAS.
Mons. Dr. J.
Straubinger
En general la Historia mide al pueblo
judíos con la misma medida que a las otras pequeñas naciones y razas, y como
para dejar constancia de su insignificancia le dedica en sus copiosos volúmenes
apenas unas pocas páginas. Nada más
comprensible que esto, pues comparado con los demás pueblos de la Antigüedad, el de Israel se mostró tan inactivo y
falto de poderío, que muchos escritores no tuvieron conocimiento de su
existencia, o por lo menos no lo mencionan en sus libros. Los modernos sí lo conocen, pero debido a su
modo de juzgar a todos los pueblos con
el mismo criterio, les escapa la posición singular de aquel pueblo, cuya fuerza
vital está por encima de todo criterio humano y cuyo destino es como “el reloj
de Dios a través de la historia”.
Es muy fácil considerar el problema judío
exclusivamente desde el punto de vista económico, nacional o político, y
señalar los peligros que la actividad comercial y financiera de los judíos
implica para los pueblos cristianos; más fácil aún es instigar los sentimientos
nacionales contra un pueblo que goza de las ventajas del internacionalismo y
vive entre todas las naciones sin asimilarse a ninguna; pero con tal método no
se resuelve la cuestión judía, ni siquiera se da comienzo a su solución.
La cuestión está en otro plano. Los
judíos del Antiguo Testamento fueron el “!pueblo elegido”, la “porción
escogida”, la “nación santa” (EX. 19, 5-65), el “hijo primogénito” (Ex. 4,22),
portadores y transmisores de la
Revelación (Rom. 3,2), no a causa de sus méritos, sino en
virtud del libre beneplácito de Dios que elige a quien quiere (Rom. 9,11 y 16);
pero una vez escogidos no están ya sometidos a las leyes ordinarias de la
historia, sino que andan por los caminos extraordinarios de la divina
Providencia, que los ha mantenido hasta hoy en evidente contraste con lo que
pasa en otros pueblos.
II
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odos sabemos que el pueblo
elegido se convirtió en el reprobado,
primero a consecuencia de sus continuas apostasías, y después por su formulismo
religioso que le ofuscó los ojos de tal manera que no reconoció al Mesías a
quien esperaba.
El hecho de la apostasía, es tan manifiesto que todos los profetas, desde el
primero hasta el último, la denuncian y el mismo Jesucristo la llora (Mat. 13,
37/39). También San Pablo citando a Isaías (6, 9/10), atestigua la incredulidad
judía en Hech.28,28: “Os sea notorio que esta salud de Dios ha sido transmitida
a los gentiles, los cuales prestarán oídos”. En vista de tan tremendos juicios,
en una provocación si el judíos Max Kahn nos dice: “La judeidad es el pueblo
que en los albores de la evolución ética de los hombres descubrió los valores
imperecederos de la vida y que fue
desangrándose por ellos durante más de dos mil años” (Rev. De la Universidad Nac.
De Colombia, abril 1948, pg. 9). Los judíos no “descubrieron” esos valores,
sino que Dios se los enseñó, y no fueron desangrándose por su fidelidad; al
contrario, porque no cumplieron la ley vinieron sobre ellos todas las calamidades hasta el destierro y la
destrucción (Lev. 26; Deut. 28; y la profesia de Cristo sobre la ruina de
Jerusalén en Mat. 24, etc.); Kahn olvida que los judíos tenían que ser la luz,
es decir, misioneros de los paganos, deber sagrado que cumplieron muy
insatisfactoriamente. Tampoco corresponde a la verdad la observación del mismo
autor sobre los judíos como joyeros religiosos de la humanidad. “A los judíos,
afirma Kahn, les gusta ser eso mismo en
la vida religioso-espiritual” ¡Ojala hubieran sido joyeros religiosos en la
antigua Gracia y Roma! En los apóstoles no encontramos nada de esa de esa afición a la orfebrería, y sin embargo
influyeron intensamente más en la vida
religioso-espiritual del mundo, en tanto que como dice San Pablo, por causa de los judíos fue
blasfemado el nombre de Dios entre los gentiles (Rom. 2,24). Cf. Ez. 36,20.
III
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a apostasía de Israel tuvo por
consecuencia la transmisión de la salud a los gentiles, proclamadas
definitivamente por San Pablo (Hech. 28,28) y muchos siglos antes anunciada por
los profetas. Citamos por testigos solamente a los más grandes, Moisés e Isaías. En Deuteronomio32, 21/22 leemos: “Yo (Dios) esconderé mi
rostro y ahora veré el fin cierto de ellos (es decir de los judíos), pues son
hijos desleales, una generación perversa. Me provocaron con no-dioses, me
irritaron con varios simulacros. Por eso Yo también los provocaré con un no-
pueblo y los irritaré con gente insensata”. Bover-Cantera añade aquí la
siguiente nota: “Por medio de estos bárbaros, que no merecen el nombre de
pueblo, Dios dará a Israel pena adecuada a su culpa de adorar a quien no
merecía el nombre de Dios”. La interpretación auténtica nos la da San Pablo en
Rom. 10,19 -11/12. El “no-pueblo”, la “gente insensata” somos nosotros, los
cristianos, hijos de pueblos gentiles, que para Israel no eran más que una masa
insensata.
En Isaías dice el Todopoderoso: ”Dejéme
buscar por los que antes no me preguntaban; dejéme hallar por aquellos por aquellos que no me buscaban. Dije: Heme
aquí, heme aquí, a una nación que no invocaba mi nombre. Mantuve mis manos
siempre extendidas hacia un pueblo
rebelde, hacia aquellos que no caminaban
por el buen camino” (Is. 65, 1/2). San Pablo explica este pasaje en el
sentido de que la salud ha sido
transmitida a los gentiles que antes no conocían a Dios (Rom. 10, 20/21), de
modo que “por la caída de los judíos vino la salud a los gentiles” (Rom. 11,
11).
Pero no nos engriamos por ser sustitutos
del pueblo escogido, pues también a nosotros nos eligió El “conforme a la
benevolencia de su voluntad, para celebrar la gloria de su gracia” (Ef. 1,
5/6), no en atención a nuestros méritos. “Si algunas de las ramas (del pueblo
judío), dice San Pablo, fueron desgajadas, y tú, (¡oh, gentil!), siendo
acebuche, has sido injertado en ellas y hecho partícipe con ellas de la raíz y
de la grosura del olivo, no te engrías contra las ramas; que si tu te engríes,
(sábete que) no eres tú quien sostiene la raíz, sino la raíz a ti” (Rom. 11,
17/78). Si no seguimos esta regla de humildad, nos acarrearemos el mismo
castigo que los judíos.
IV
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o extraordinario en el pueblo
hebreo no es su reprobación sino la solemne promesa de la futura
anulación de la misma. Es esta una de las más estupendas verdades, que San
Pablo nos revela con toda su autoridad apostólica en II Cor. 3,6, donde nos
habla de la vuelta de los judíos al Señor, y especialmente en el cap. 11 de la Carta a los Romanos, donde
dice que los judíos serán injertados de nuevo en el propio olivo (Rom. 11,24) y
agrega: “No quiero que ignoréis, hermanos, este misterio- para que no seáis
sabios a vuestros ojos-, el endurecimiento ha venido sobre una parte de Israel
hasta que la plenitud de los gentiles haya entrado en la Iglesia y de esta manera
todo Israel será salvo”. (Rom. 11, 25 ss.).
El Apóstol de los gentiles anuncia en
este capítulo un “misterio” (v.25), la conversión de Israel, y para aumentar
nuestro asombro, nos hace vislumbrar que tal acontecimiento será de gran
provecho para el mundo, pues, “si el repudio de ellos es reconciliación del
mundo, ¿qué será su readmisión sino la
vida de entre los muertos? (v. 15); y
“si la caída de ellos ha venido a ser la riqueza del mundo, y su disminución la
riqueza de los gentiles, cuánto más su plenitud? (v. 12).
Palpamos aquí el misterio de la infinita
misericordia de Dios que un día perdonará a su pueblo, “porque los dones y la
vocación de Dios son irrevocables” (v. 29) y los judíos, respecto a su
elección, siguen siendo “muy amados a causa de los padres”, los patriarcas.
De desobedientes e incrédulos se harán
fieles y obedientes a la fe. Entonces será quitado de sus ojos el velo que produjo su ceguera
(II Cor. 3,13 ss.), y el endurecimiento de su corazón será ablandado por los
golpes de la divina misericordia. Sobre este punto no hay diferencias entre los
exégetas, tampoco sobre la fecha en que la cristiandad tendrá el gozo de presenciar
tan fausto acontecimiento. Se cumplirá cuando “la plenitud de los gentiles haya
entrado” (Rom. II,25), es decir, terminado el tiempo destinado a la conversión
de los gentiles (cfr. Luc. 21,24).
V
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ucho más difícil es la explicación
de “los vaticinios referentes a Israel
como pueblo”. El primero de los profetas que en nombre de Dios se pronunció
sobre el futuro destino de Israel, fue Moisés. En los capítulos 26 del Levítico
y el 28 del Deuteronomio promete el gran
profeta al pueblo fiel las más maravillosas bendiciones: “Yahvé te abrirá su
rico tesoro, el cielo, concediendo a su tiempo la lluvia necesaria a tu tierra y bendiciendo toda obra de tus
manos; de suerte que prestarás a muchas naciones, y tu mismo no tomarás
prestado. Yavé te constituirá cabeza y no cola, y estarás siempre encima y
nunca abajo, si obedeces al mandato de
Yahvé, tu Dios, que hoy te intimo para que cuides de practicarlo, y no te
apartarás ni a la derecha y ni a la izquierda de ninguno de los mandatos que
hoy te ordeno” (Deut. 28, 12/14) Cf. Deut. 30.3.
No faltan quienes buscan en estas
palabras una predilección del dominio mundial de la raza hebrea y las ven
cumplidas en la posición actual de los judíos como banqueros del mundo, lo que les da enorme influencia y prácticamente
la superioridad sobre otras naciones, pues con el dinero se puede estar “siempre encima y nunca debajo” y hasta
ganar las guerras. Sin embargo no hay fundamento exegético para tal interpretación. Su
realización depende, según Moisés, del
fiel cumplimiento de la Ley antigua, de la cual, como
todos sabemos, los judíos de hoy cumplen
solamente una parte, si es que la cumplen, pues les falta el centro del culto
mosaico, el Templo y los sacrificios.
Moisés no olvida la otra eventualidad, a
saber, la apostasía de Israel y le predice como castigo la dispersión entre otros pueblos: “Yahvé te
desparramará por todas las naciones, de un extremo al otro de la tierra, y allí
servirás a dioses extraños que no conoces tú,
ni tus padres, a leño y a piedra. En aquellas naciones no lograrás
descanso ni tendrá punto de reposo la planta de tu pie. Yahvé te dará allí un
corazón trémulo, desfallecimiento añorante de ojos y congoja de espíritu. Tu
vida te parecerá a lo lejos como pendiente de un hilo, y noche y día temerás,
sin estar seguro de tu vida. Por la mañana dirás:¡’Quién me diera fuese la
tarde!, y ala tarde exclamarás ¡Quien me diera fuese la mañana! “(Deut. 28, 64
ss.).
El profeta Isaías se refiere más de una
vez al porvenir de Israel, por ejemplo en 10, 21 ss., donde dice: “Un resto
volverá, un resto de Jacob, al Dios fuerte, pues aunque fuera tu pueblo Israel
como las arenas del mar, (sólo) un resto volverá”. La interpretación de esta
profecía está asegurada por San Pablo; que la cita en Rom. 9,27, en conexión
con la conversión de Israel. En Is.59, 20/21 habla el Profeta de un futuro
Redentor y sigue: “He aquí mi alianza con ellos, dice Yahvé: Mi espíritu que
está sobre ti, y las palabras que Yo he puesto en tu boca, no se apartarán de
ella…”. Felizmente poseemos la interpretación auténtica de este lugar en Rom. 11,26, donde el Apóstol de los gentiles
lo relaciona con la futura salvación de Israel. Encontramos aquí la idea de un
nuevo pacto distinto de los pactos anteriores hechos con Abrahán y Moisés. Será
un nuevo pacto espiritual, idéntico con la Nueva Alianza, a la
cual los judíos convertidos se asociarán y con ello recobrarán sus
prerrogativas antiguas (Ron. 11, 29).
También por boca de Jeremías (cap. 31) y
Ezequiel (cap. 37) promete Dios hacer una nueva alianza con su pueblo. Dice el
profeta Jeremías: “He aquí que vienen días, afirma Yahvé, en que pactaré con la
casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva… Este será el pacto que Yo
concertaré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Yahvé. Pondré
mi ley en su interior y la escribiré en su corazón y seré su Dios y ellos serán
mi pueblo. Y no necesitarán instruirse los unos a los otros, ni el hermano a su
hermano, diciendo: “Conoced a Yavhé”; pues todos ellos me conocerán, desde el
más pequeño hasta el mayor, dice Yahvé; porque perdonaré su culpa y no
recordaré más sus pecados” (Jer. 31, 31/34).
Nótese ante todo que este vaticinio se
dirige a ambos reinos judíos, el de Israel y el de Judá, no obstante la ruina
total de aquel y la situación
desesperada de éste, y que su fin es consolar a todas las tribus de Israel, no
solamente a las dos que formaban el reino de Judá. Los que entienden por Israel
a la Iglesia,
han de reconocer que no se ha cumplido aun, o
sólo muy imperfectamente, pues se necesitan todavía instrucción, catequesis y
predicación. Y estamos muy lejos de aquel estado feliz en que no habrá más necesidad de enseñanza
religiosa.
Tomarlo en sentido hiperbólico es
igualmente peligroso, pues es Dios quien habla en el pasaje citado, y Él no
exagera como hacen los hombres. Además aplicar exclusivamente a la Iglesia todos los
vaticinios que hablan de un glorioso porvenir
de Israel significaría acusar a la Iglesia de las iniquidades a que ellos aluden, como
por ejemplo en el vaticinio citado, que no solamente habla de la nueva alianza
con Israel, como también de su “culpa” y de sus “pecados” (Jer. 31,34).
Más peligroso aun es el método de
reservar para los judíos todas las profecías desagradables, aunque el Profeta
las dirige expresamente a las tribus de Jacob, a Israel, Jerusalén, Sión, etc.
En el último número de “Estudios Bíblicos”, enero-marzo de 1949, pg. 99, el
padre José Ramos García C.M.F. critica este sistema con estas palabras: “Si en
lugar de conceder a cada uno lo que es suyo, como piden de consuno la Justicia y la Hermenéutica, se
emplea el arcabuz de la espiritual alegoría para escanciar de buenas a primeras
el contenido de los magníficos vaticinios en la Iglesia de la primera
etapa, mientras Israel no está con ella, es obvio que al Israel converso no le
han de quedar más que las esculladuras de las divinas promesas, no obstante
mirar a él primera y principalmente. Y de pasar la cosa así como esa
interpretación pretende, habría razón para aplicar a las grandiosas promesas,
tan repetidas, ponderadas y precisas, hechas por Dios a ese pueblo, el dicho
del poeta Venusino: “Parturient montes, nascetur ridiculis mus”, lo que haría
de la mayor parte de ellas algo así como
una broma pesada”.
VI
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omo se ve, las profecías del Antiguo
Testamento respecto del porvenir
de Israel son muy complicadas. Parecen referirse no sólo a su conversión sino también su restauración
como nación. Claro está que, como dice San Pablo, las promesas de Dios a favor de su pueblo son irrevocables (Ron. 11,29) es
decir, se cumplirán indefectiblemente. Pero, ¿tenían estas realmente carácter incondicional o sólo condicional? Si
eran incondicionales, no faltará su cumplimiento; si en cambio eran
condicionales su cumplimiento debe estar
condicionado a la conversión de Israel. Realizándose esta han de realizarse
también las promesas. Ahora bien, San Pablo nos dice que la futura conversión
de los judíos es cosa segura; no hay,
pues, ningún obstáculo que se oponga al cumplimiento de las demás promesas y vaticinios acerca de
Israel.
Más luz arrojan sobre nuestro problema
las profecías que citamos a continuación. Leemos en Jeremías (30,3): “He aquí
que vienen días, dice Yahvé, en que haré volver a los desterrados de mi pueblo
de Israel y Judá, y lo haré tornar a la tierra que dí a sus padres, y la
poseerán”. El lector piensa tal vez en la
vuelta de los judíos del cautiverio, más el hecho es que del cautiverio
volvieron solamente las dos tribus de Judá y Benjamín, mientras que el profeta
se refiere también a las diez tribus de
Israel, que nunca volvieron. Debe, pues, tratarse de un acontecimiento futuro
relacionado con la salvación de los judíos. Así lo explican, entre los
modernos, el p. Páramo SJ. Y el padre Réboli SJ. en sus ediciones de la Biblia de Torres Amat. Cf.
Jer. 23, 3 y 8: Is. 11, 11 ss.
Ezequiel completa la profecía de Jeremías,
anunciando a su pueblo, no sólo la vuelta, sino también la posesión perpetua de
Palestina. Dice Dios por boca del profeta: “He aquí que Yo tomaré a los hijos
de Israel de entre las naciones adonde emigraron, y los congregaré de todo
alrededor, y los introduciré en su territorio. Los salvaré de todos los
lugares donde pecaron y los purificaré,
y serán mi pueblo, y Yo seré su Dios… Y habitarán sobre la tierra que Yo di a
mi siervo Jacob, donde moraron sus padres, y habitarán sobre ella ellos, sus
hijos y los hijos de sus hijos, por siempre” (Ez. 37, 21/15).
Lo mismo promete Dios por Amós: “Los
plantaré en su tierra y ya no serán arrancados de su territorio, dice Yahvé, tu
Dios (Am. 9,15); y por Miqueas:”en aquel tiempo, dice Yahvé, reuniré a la
(nación) que cojea y congregaré a la
extraviada, a la que Yo había dañado. Y convertiré los restos de la que cojea y
formaré de la alejada un pueblo fuerte, y reinará Yahvé sobre ellos en el monte
Sión, desde ahora y para siempre” (Miq. 4, 6/7).
Zacarías añade a este cuadro consolador
algunos rasgos nuevos: “Vendrán a
Jerusalén muchos pueblos y naciones poderosas para buscar al señor de
los
Ejércitos, y orar en su presencia… y sucederá que diez hombres de cada
lengua y de cada nación tomarán a un judío, asiéndole
de la franja de su vestido y diciéndole: iremos contigo, porque hemos
conocido que con vosotros está Dios”. (Zac. 8, 22/23).
¿Cómo explicar tan estupendas profecías? ¿Hay que
decir simplemente que todo se cumplió en los primeros cristianos que en parte
eran judíos y maestros de los gentiles? Santiago no lo explica así, sino que ve
en ellas un acontecimiento futuro, cuando cita a Amós en el Concilio de los
Apóstoles: “Después de esto volveré y reedificaré el Tabernáculo de David que
está caído; reedificaré sus ruinas y lo levantaré de nuevo, para que busque al
Señor el resto de los hombres y todas las naciones, sobre las cuales ha sido invocado
mi nombre, dice el Señor que hace estas cosas” (Hech. 15, 16/17). El exégeta
francés Boudou observa sobre este pasaje: “Según la profecía de Amós, Dios
realzará el tabernáculo de David; reconstruirá el reino davídico en su
integridad y le devolverá su antiguo esplendor. Entonces Judá e Israel
conquistarán y poseerán el resto de Edom, tipo de los enemigos de Dios, y todo
el resto de las naciones extranjeras, sobre quienes el nombre de Dios ha sido
pronunciado”.
Plena seguridad exegética nos proporciona
el discurso escatológico del Evangelio de San Lucas, donde Jesucristo revela
que los judíos “serán deportados a todas las naciones y Jerusalén pisoteada hasta que el tiempo de los gentiles sea
cumplido” /Luc. 21,24). Este último término es a la vez el tiempo de la
conversión de Israel, según nos dice San Pablo en Rom. 11,25, de modo que la
conversión de los judíos está conectada con el fin de su dispersión, o sea con
su restauración como pueblo.
Con esto quedan definitivamente
descartadas las soluciones de aquellos que creen que los vaticinios referentes
al porvenir de Israel se han cumplido ya, sea en la mezquina restauración
después del cautiverio de Babilonia, sea en la forma alegórica en la Iglesia, (véase párrafo
V).
¿Será restaurada también Jerusalén y el Templo?
Es esta una pregunta ociosa. Los profetas predicen tanto la
restauración de Israel como la de
Jerusalén. Oigamos solamente al Profeta Isaías: “La luna se pondrá rija y
se
oscurecerá el sol cuando Yahvé, Dios de los Ejércitos reinare en el
monte Sión y en Jerusalén y fuera glorificado en presencia de sus
ancianos” (Is. 65, 19/22). “Congratulaos con Jerusalén y regocijaos con
ella
todos los que la amáis; rebosad con ella de gozo cuantos por ella estáis
llorando, a fin de que chupéis la leche
de sus consolaciones y quedéis saciados, y saquéis delicias de la
plenitud de su gloria” (Is. 66, 10/11). Cambiando el estilo nos dicen lo
mismo
los demás profetas. Ezequiel nos trazó
el plano de un nuevo Templo que no se ha realizado hasta ahora (Ez. cps.
40/46). En caso de realizarse se convertirá en centro principal de la Cristiandad, previa la
conversión del pueblo judío a Cristo.
Recién después de la restauración de Israel en el país de
sus padres y su incorporación al Cuerpo Místico de Cristo tendrán su pleno
cumplimiento las magníficas profecías sobre la gloria de Jerusalén. Léase al respecto el misterioso Salmo 66, donde se dice
de ella cosas tan gloriosas que necesariamente ha de considerarse como la ”metrópoli espiritual de todos los pueblos”
(Prado, Nuevo Salterio, p.502. Cf. Is. 2, 2/4; 54 1/3;60 3/9; Ez. 37,28; Am. 9,11 ss;
Miq. 4,1 ss; S. 47,2 ss; 67,29 ss; 86, 4 ss; 101, 5 ss; Tob. 13,11. En todos estos y muchos otros pasajes contemplamos a
Sión bañada en la luz lejana de las
esperanzas mesiánicas e inundada de gentes de todas las naciones y razas,
rebosantes de júbilo y trayendo regalos. “La misma gloria divina, dice Calés,
está interesada en la restauración de Israel. Naciones y reyes temerán y
honrarán a Yahvé cuando comprueben que
Él ha reedificado a Sión y ha desplegado su magnificencia; que ha
escuchado la plegaria de aquellos a
quienes los enemigos habían despojado y que parecían perdidos sin esperanza”.
Los que toman en sentido escatológico la
última de las setenta semanas de Daniel (Cap.9), tienen en la Jerusalén cristiana y si
templo también un escenario para las fecharías del Anticristo y la victoria
final de Cristo (II Tes, 2,4 y 8; Is. 11,4).
VII
S
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e oye frecuentemente la pregunta;
¿Qué dicen los profetas acerca de la
vuelta de los judíos a Palestina? Nada impide ver en este hecho el
cumplimiento de los vaticinios citados, aunque su pleno cumplimiento está en
conexión con la conversión de Israel. Cf. Las notas que pusimos en la nueva
versión del Salterio (Rdot. Desclée), especialmente las notas a S. 105, 47;
106, 3; 124, 3; 125, 1y2; 147, 1.
Es verdad que según el derecho
internacional ningún pueblo puede reclamar la posesión del país donde sus
antepasados habitaron hace dos o tres mil años. ¿Qué sería del mapa de Europa
si quisiéramos restablecer el orden demográfico de los tiempos de Jesucristo?
¿Y qué dirían, p.ej., los norteamericanos si los pieles rojas les reclamasen
los territorios que hoy ocupan los blancos y negros? Los judíos son el único
pueblo que no está sometido a la regla general. Porque Palestina les
corresponde por ley divina, mejor dicho,
por misericordia divina, lo cual testifica
el mismo Dios en Deut. 9, 46.
Es interesante que el Sionismo, que no se
inspira en ideas religiosas, sino nacionalistas y racistas, parece ser el
instrumento mediante el cual Dios empieza a dar cuerpo a los planes que tiene reservados para
Israel. Y no menos interesante es el hecho de que los pueblos cristianos por
medio de las dos guerras mundiales han contribuido a llevar a cabo los proyectos del Sionismo. En
reconocimiento de los servicios que los judíos prestaron a Inglaterra en la
primera guerra mundial, lord Balfour
dirigió a Rothschild el siguiente mensaje: “El
gobierno de Su Majestad ve con agrado el establecimiento en Palestina de
un hogar nacional para el pueblo judío y empleará sus mejores esfuerzos para el
logro de ese objeto…” Y después de la segunda guerra mundial les pagó Norteamérica su deuda,
ayudándoles con su enorme influencia en la ocupación de la mayor parte de
Palestina, incluso el Négueb (Edom), de modo que el nuevo Reino de los judíos
se extiende de mar a mar, del Mar Mediterráneo hasta el golfo de Akaba, como en
los tiempos de Salomón. Triunfaron sobre siete reinos árabes y su próximo
objetivo es ocupar también el resto del país, incluso su capital, Jerusalén.
Antes de la primera guerra mundial había en Palestina 35.000 judíos, hoy su
número es veinte veces mayor y en breve pasarán de un millón.
En todo esto vemos el dedo de Dios. Pero
no es todavía el fin. Los judíos que bajo la bandera del Sionismo inmigraron al
país de Abrahán, Isaac y Jacob, no piensan en adherirse a la Iglesia. Su conversión
a Cristo es un misterio y es muy posible que no se realice así como soñamos
nosotros. Será una de las grandes obras que solo puede hacer, y si lo hace con
la pedagogía que hasta ahora ha aplicado, los judíos y especialmente su nuevo
reino palestinense, han de pasar por una catástrofe decisiva que les abrirá los
ojos.
Entonces se verificará lo que dice San Pablo:
“So la caída de ellos ha sido la riqueza del mundo, y su disminución la riqueza
de los gentiles ¿Cuánto más su plenitud? (Rom. 11,12).. El Apóstol quiere decir
que los judíos una vez partícipes del reino de
Jesucristo, serán la riqueza espiritual del mundo, Quizás sus nuevos
misioneros, en aquellos tiempos de apostasía que San Pablo predice en II Tes.
2,3 y el mismo Cristo en Mat. 18,18. No nos atrevemos a ahondar en este tema ,
que contemplado en toda su profundidad es tan difícil como la explicación del
Apocalipsis. Con todo queremos hacer notar, con Bover-Cantera (Sagrada Biblia,
pg. 996), que es “tradición fundada”, que
“la restauración de Israel tendrá por coronamiento la conversión de los
pueblos gentiles a la verdadera religión”.
Temas muy poco tratados son también: la santidad prometida a Israel, la
restauración del trono de David, la reunión de Israel y Judá.
A estos hechos se refiere tal vez la
misteriosa pregunta de los Apóstoles el día de la Ascensión: “Señor ¿es
éste el tiempo en que restableces el Reino para Israel? (Hech. 1,6). Para
muchos esta pregunta es tan incomprensible, que la toman como prueba de la poca
inteligencia de los Apóstoles, y de su falta de espíritu. Sin embargo, dice la Escritura que Jesús fue visto
por ellos después de la
Resurrección por espacio de cuarenta días y habló con ellos
del Reino de Dios (Hech. 1,3). ¿Eran los Apóstoles realmente faltos de
espíritu? ¿No lo son más bien sus críticos, que quieren negar a los judíos la
futura gloria después de su sumisión a Cristo? Cf. Jer,31, 33/34; Zac. 8 22/23;
12/10; 14, 8/11; Hech. 3,21; Apoc. 10, 7.
El presente trabajo no pretende resolver
el problema judío; su único fin es mostrar que, según las Escrituras, los
judíos son un pueblo extraordinario, al que Dios mantiene para cumplir sus
promesas. Si hoy reclaman el país de sus
antepasados y lo ocupan poco a poco, obedecen, sin darse cuenta, a la voz de
Dios, que los congrega de nuevo en aquel pequeño territorio, para obrar en
ellos el misterio predicho por San Pablo y los profetas del Antiguo Testamento.
Nada sabemos sobre el modo de su realización, pero estamos seguros que será la
obra más estupenda entre la primera y la segunda venida de Cristo, y
probablemente el acto preliminar de ésta última.+
J. Straubinger