sábado, 12 de noviembre de 2016

LOS JUDÍOS EN ROMA

ARTÍCULO DE NUESTRO QUERIDO Y  AÑORADO PADRE LEONARDO CASTELLANI, PUBLICADO EN LA REVISTA “ESTUDIOS” DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS, EN EL NÚMERO V,  DE MAYO DE 1932. AÑOS ANTES QUE EL PADRE FUERA  INFAMADO  POR LOS INFAMES. NARRANDO LA APARICIÓN DE :
Una nueva Roma fascista; y la vida de los judíos en los ghettos.
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LOS JUDÍOS EN ROMA.

Cuando dije a mi compañero –mi exprofesor de hebreo-, que quería ver todos los recuerdos judíos en Roma, me llevó a lo alto del monumento a Víctor Manuel, y de plataforma marmórea me mostró al sur tres cosas: primera, la miserable barriada del Transtévere, más allá del río, asiento de los hebreos en tiempo del imperio; segunda, más acá la mole cuadrada y amarilla de la moderna Sinagoga, al lado de las ruinas del teatro Marcelo; tercera: el hormiguero viejo, irregular y pintoresco (desde lejos) del actual ghetto, condenado a cercana desaparición por las grandes obras de embellecimiento e higiene de los ediles fascistas: un triángulo rectángulo cuyo vértice sería el punto desde el cual lo mirábamos. Después bajamos y por el cateto mayor fuimos a ver las demoliciones comenzadas, que han descubierto un templo y una casa romana  cerca de la iglesia de San Nicola in Carcere y ofrecido a los romanos el desahogo de una plazuela donde se amontonaban antes lúridos conventillos. 

Es increíble, me dicen, la cantidad de familias pobres que huyeron al derrumbe de la piqueta, como murciélagos de sus  nichos, hacia las nuevas, sanas, elegantes, estupendas, grandes casas populares, que están apareciendo  al mismo tiempo, obra del gobierno y de empresas particulares combinada, en los cuatro puntos cardinales fuera de Roma, una nueva Roma modernísima y alegre que renace. Por algo dijo Chesterton hace poco: “Resurrection of Rome”. Roma, en todos sentidos, ciudad Fénix.

      Desde el vértice del ángulo recto entramos en las estrechas y sucias vías del ghetto, barrio pobrísimo. Calles curvas o en zigzag, empavesadas ridículamente de cuerdas de ropa blanca a secar (llamémosla blanca), que lloran sobre el transeúnte. Enormes conejeras de ladrillo húmedos y roídos, que dan a orines y  a grasa por las escasas ventanas y las estrechas puertas. Chicos desarrapados que juegan, comadres astrosas que conversan en jarras, eso  sí, libres por la estrechura de la atroz persecución de los autos, martirio de la Roma moderna. En un momento está todo visto, desde el pórtico de Octavia hasta el palacio de Beatriz Cenci, menos mal que es pequeño, viene a ser como la zahurda de la casa. Después finalmente fuimos a la sinagoga.




      En el trascurso, podemos poner la conversación siguiente:

      -¡Qué miseria! ¡Mire usted  lo  que han hecho los cristianos! (Esta introducción provocativa para que mi compañero suelte la lengua. Es un hombre meditabundo y reservado, como conviene a los estudiosos de lenguas semíticas, que sólo es elocuente cuando se enoja). Efectivamente frunció el ceño, y respondió:

      -Esto lo han hecho los judíos.

      -Los judíos perseguidos por los cristianos.

      -Es falso. Los cristianos nunca han perseguido a los judíos. Lo contrario es precisamente lo verdadero.

      -¿Qué los judíos han perseguido a los cristianos?

      -También. Y que los no cristianos han perseguido a los judíos, Mire usted: Roma pagana persiguió a los judíos; Claudio los expulsó Roma neopagana del 500 humilló a los judíos; Paulo IV los confinó en el ghetto. ¡Más Roma medieval los trató más humanamente que nadie en el mundo; y ahí está Zaccagnini y su libro Il ghetto di Roma, que no me dejará mentir!

      -Pero Roma garibaldina los libertó y los hizo ciudadanos de Italia.

      Y esa es precisamente la causa de la  miseria de este rincón que a usted escandaliza. –dijo mi guía animándose por momentos—Apenas los judíos ricos  se vieron sueltos en una sociedad cristiana indiferentizada (que no fue por Garibaldi, sino por Napoleón I), huyeron a roda prisa de su circuito para ir a hacer palacios  en los barrios de lujo, abandonando el pobrerío correligionario a su suerte. Los miserables, los únicos que no pudieron irse, no  pueden hacer progresos edilicios, y  Cohen el mayorista, Treves el librero, Levi el banquero, embellecen el regio barrio Parioli; así que el ghetto, en vez de progresar como los otros cantones, retrogradó más todavía y se estancó y se condensó en su estrechez y pulguerío. ¡Si el Papa les hubiese prohibido salir, los ricos hubieran hecho limpiar las calles! Y si quiere que le pruebe  lo que digo, aquí están los documentos.

      Llamó a un vendedor de postales, compró las acuarela de Franz Roesler, Roma Sparita, y me mostró tres vistas del antiguo ghetto. Una gran aldea medieval irregular atrasada, sí, pero alegre, pero aireada, pero hermosa. Y dijo:

      Si quiere más pruebas vaya al Museo Nacional de Arte Antigua, sala I, cuadro 142 de Van Bloemen, que representa el barrio que estamos en 1730. ¡Y usted me dirá si aquello es esto que estamos oliendo!

      Comprendí que por ahí no hacía nada, pero yo no había dicho mi última palabra.

      -¡Confinarlos en un ghetto, sólo porque no creen en Jesucristo, es un atentado contra la libertad!

      -Es una necesidad, dijo mi compañero, un poco triste.

      Y envalentonado con mi silencio, me espetó este monologio:

      -¿Qué culpa tenemos nosotros que no crean en Cristo? Y dada esa desgracia suya, ¿Qué más puede hacer la sociedad cristiana por ellos que darles hospitalidad cautelosa y ofrecerles conversión generosa: hospitalidad porque somos cristianos, cautelosa porque son anticristos, conversión porque fueron la viña y han de ser en los últimos días la guardia vieja del Cristo… No podemos matarlos ni dejar que nos maten; no tenemos más remedio que convertirlos, y en el entretanto, aislarlos. lo que decía el Padre Vizcarra en Ichthys acerca del judaísmo en la Argentina, pensé yo). El “progrom” absolutamente no es católico; la fraternidad liberal (o sea la mezcolanza) absolutamente no es racional; la expulsión de  Fernando el Católico (y Hitler) no  es ahora ni justa ni posible. Queda un solo remedio: alzar de tal manera la temperatura cristiana del ambiente y tender tal red de precauciones sociales y políticas que la acción siempre disolvente de este elemento inasimilable quede anquilosada, como una bala de plomo en un organismo robusto. Esta es la gran  lección de Roma, madre del arte del gobierno y capital de la fe. En ninguna parte del mundo han estado mejor que en la Roma cristiana del medioevo,  y en ninguna parte han dañado menos. Obligados a una especial ceremonia de sujeción a la autoridad nacional y un especial tributo por su racial separatismo, privados de los cargos públicos por su invencible aislamiento de nación entre nación, gozaron de muchos privilegios, de altos  puestos como médicos y literatos, y aún de la  amistad y el favor de algunos papas. Judas el romano fue el preceptor de Roberto Guiscardo, rey de Nápoles; y le regaló su traducción de Aristóteles y su Glosarium; más de doscientos hebreos eran empleados de la Curia bajo Alejandro III, y cuando el papa se retiró a Aviñón, muchos espontáneamente lo siguieron. ¡Cuando Fernando el Católico los echó  de España, Alejandro VI el Papa Borgia, los abrió las puertas, contra la  oposición de sus paisanos de Roma, que temían la competencia de sus más cultos congéneres! Mire el nombre de esta calle: Vía Catalana. Donde está aquel gran caserón amarillo, estaba la Scuola (Sinagoga) Castigliana, y al lado la Aragonese. Queda todavía una sinagoga española en el Trastévere y muchas palabras españolas en el dialecto romanojudaico, el yergo. Oiga un momento:

      Cosa chai, cosa chai, la búa, la búa, dove, cuaió, belleza mía, dillo a mammita… (Una mujer besuqueaba a su bebé gritón). ¿Ha oído mammita? Eso no es italiano. Mi compañero alzó la mano hacia el monte Aventino y  me mostró retratado en el Tíber fulvo y recortado en el cielo ceniciento el viejo convento dominicano de  Santa Sabina, sonde  durmieron Santo Domingo, Santo Tomás y San Pío V.

      -Allí, dijo, el Padre  maestro fray Reginaldo tradujo  al hebreo  la Suma contra gentes para  ver  de convertir a los judíos doctos. Aquí pasó San Ignacio acompañando al célebre rabino Abraham, cuya conversión alborotó a Roma. Y allá en frente sobre el puente tiene usted la estatua de nuestro gran Gioachino Belli, que  juntó  en este soneto los celos  de los romanachos viendo la benevolencia de Gregorio XVI hacia los judíos en general y el docto rabino de Roma Moysés Sabbato Been en particular:



La morte der rabino.



E ito in paradiso oggi er Rabbino,

(che ssaría com’er véscovo del ghetto)

e stasera a li Scoli (1) y‘hanno detto

l’uffizio de li morti e’r matutino.



Era amico der Papa; anzi perzino

et giorno stesso ch’er papa fu eletto

piyó la penna e ye  stampó un zonetto

scritto mezzo un ebbreo, mezzo in latino.



Dunque a la morte sua nostro Siggnore

cciá pianto a gocce, bbé che sia sovrano,

e cce s’e inteso portá via er core.



Si campava un pó ppiú, te lo dico io,

o noi vedemio er Rabbino cristiano

er Papa annava a termina ggiudío…



(1) En la Sinagoga, llamada por los hebreos, Escuela.



-¿El Belli has nombrado? –dije yo-. Contra ti hablaste. Entonces usted no ignora que  hay otro soneto de él en romanacho, acerbamente motejando la brutal diversión del pueblo del renacimiento durante el carnaval, de hacer correr carreras a los muchachos judíos en la plaza Navona (antes circo Naumáquico), semidesnudos, entre gritos, silbidos y pellas de lodo, el cual terminaba en este sarcasmo:



E sta curza, abbellita da sto pisto

l’inventó un Papa, inmemoria e in onore

della flaggellazion di Ggesú Cristo!



-Esa “curza de li marrani”, - dijo  mi compañero-, fue un abuso sin nombre, y está bien empicotarla; pero el Belli calumnia. No lo inventó ningún Papa, eso es absurdo a priori, la  inventó el populacho, que asistía a las diversiones de los hebreos primero, comenzó a tomar parte activa después, y finalmente retirándose ellos los obligó. Antes bien, un Papa la prohibió y los gobernadores de Roma  emanaron bandos severísimos contra “chi ardisse sotto qualsivoglisa pretesto offendere Hebrei et Hebree tanto con inmondizie et levargli le berrette et robbe che portano et offese personale”, con gran descontento y quejas de la plebe, que no se recataba de fijar pasquines como éste: 



Fiore d’ajetto!

Papa Leone é diventato matto

ché strigne li cristiani e allarga il ghetto.



      Hubo un Papa culpable en este caso, la debilidad de Paulo II, que “per ristaurare la pubblica hilaritá”, volvió a hacerlos correr a lo largo de Vía Lata, procurando evitarles las ofensas, como si no fuera la mayor esta humillación de ser público espectáculo y chacota. Pero usted no lo mire con la sensibilidad moderna, y repare que gente como esta la que corría, encallecida y callejera, y verá que el pecado momentáneo del Papa veneciano  no fue tan mortal como las guías tudescas e inglesas exageran. ¡No hubiesen hecho otro que éste los papas renacentistas!

      Pero casi todos los otros los defendían contra el populacho. Inocencio VIII, para sustraerlos a los insultos  les permitió ocupar las almenas del Castel Santángelo durante  la ceremonia del cortejo pontificio; el severísimo Sixto V reprimió fuertemente los excesos de la plebe y autoridades; Pío IX, entre otros muchos beneficios, los eximió del deber de la “prédica”. Desde tiempo inmemorial estaban obligados a oír una prédica cristiana al año, pero ellos acudían con algodones  en los oídos y era inútil. Fue el emperador Justiniano, a lo que parece, el inventor de este uso, como fué el Senado romano el inventor de la odiosa ceremonia del homenaje y del calcio. Fue Santo Tomás, en cambio, con toda la tradición, el que proclamó que no se puede bautizar ni convertir a los niños judíos sin consenso de sus padres. Y fue Pablo III quien prohibiendo  las constricciones, fundó para los espontáneamente convertidos la Casa de los Catecúmenos.

      -Entonces quita usted la culpa de los abusos a los papas y la hecha sobre el pueblo cristiano, que es peor.

      No, sino sobre el populacho poco cristiano ¡Pero usted póngase en todos los casos! ¿Usted cree que eran los cristianos solos? Se ha olvidado de San Dominguito de Val, del niño crucificado de Roma, de la usura y de los envenenamientos? Usted ponga conviviendo dos pueblos antagónicos, abrasados en dos  credos  ardorosos que no se pueden asimilar, no por culpa nuestra, sino de ellos; verá que es un verdadero milagro que no haya sido diez veces peor, matanzas y expoliaciones como en los pueblos cismáticos. Estos creen que los otros han matado  nada menos que a Dios ¡y de qué manera!; los otros abominan a los Goim (contra los cuales  según el Talmud les es permitido “todo”), que quieren robarles su última, su única esperanza, su razón de ser… a los idólatras, que adoran   nefandamente a un impostor enclavado y cadáveres y estatuas de animales y de mujeres semidesnudas! Usted se quejaba que los confinaron; son ellos quienes se confinaron con horror, ya en tiempo de Augusto, y ahora no quieren dejar el ghetto!

      -Y entonces, según usted ¿Qué hay que hacer con ellos?

      Nada. Ni matarlos ni dejarnos matar. Tener caridad y prudencia y paciencia. La fórmula de San Pablo:



Secundum Evangelium quidem inimici propter vos

Secundum electionem vero charisimi propter patres,



      que en la Edad Media los Papas tradujeron tan bien en la ceremonia del Tributo. Al pasar con gran pompa del Vaticano a Letrán, el Papa electo, el gran rabino le salía al encuentro y le regalaba un Pentateuco copiado en pergamino, en terciopelo y gemas. El Papa respondía:



Legem probo sed improbo gentem



      es decir: “propter patres y propter vos”; y mandaba darles veinte sueldos de oro, mientras ellos debían dar como tributo unas libra de pimiento y dos de canela.

      Y para que vea que este es el espíritu cristiano, mira a San Ignacio. Propter vos, prohibió recibir judíos en la Compañía de Jesús; Propter patres, deseaba tener en las venas sangra judía para ser consanguíneo de Cristo. Ojo, hemos llegado.

      La gran sinagoga es un edificio cuadrangular, de balconaje amarillento y cúpula de aluminio, que recuerda un templo caldeo. Un rabino barbado nos acoge y nos dice que nos cubramos, porque en este templo no está Dios (“pur troppo”), pues Ël no cabe en templos hechos de manos. El interior es deslumbrante de colores y de arabescos; una lujosa ornamentación oriental sin una sola figura. Un sacristán nos muestra los libros de preces, los reclinatorios, la enrejada tribuna de las mujeres, la lamparita del Santísimo delante de la Biblia en su sagrario, el púlpito, los cartelitos: “Casa de Dios, no escupir en el suelo” (¿Le pregunto qué opina de Jesucristo? –No sea animal, me responde mi compañero.) Entonces le digo:

      Hay muchos recuerdos judíos en Roma.

      Muchísimos –responde el sacristán, joven judío de Venecia.

      (Muchos más de lo que tu piensas, pensé yo). El pensaba, en efecto, en el ghetto, en las dos viejas sinagogas, en el barrio de la Pesquería, la calle Catalana, la plaza Judea, la placa que el prefecto Nathán puso a escarnio en los muros vaticanos, las escuelas primarias del Trastévere, el recordatorio de los muertos en la guerra, la universidad israelita. Y yo pienso en las catacumbas hebraicas de la Vía Apia Vieja, en la casa de los catecúmenos fundada  por San Ignacio  en Santa María del Monte, en la casa de las Damas de Sión, en el Yanículo, en la iglesia de San Claudio, donde se convirtió Luis de Ratisbonne; pienso en el cuerpo del judío Pablo de Tarso, en un inmenso cofre  de nácar y madreperla, en los huesos y la cátedra del cafarnaíta Simón Baryona, en la iglesia mayor del mundo, en que el hombre parece haber hecho más de los que puede, en el cuerpo de Bartolomé aquí en la vecina isla del Tíber, en el cuerpo de Juan en el Laterano, en las reliquias de Judas y Simeón, de Andrés y Mateo en la iglesia vecina a mi universidad, en la cuna pesebre donde abandonó el dulcísimo fruto de su puro seno aquella “niña hebrea”, como la llamó Manzoni, que veneramos en Santa María la Mayor; pienso en el judío que fue Dios, en los aquí conservados leños, lanza, columna y espinas…

      Atardece sobre Roma vieja. Mi compañero se va a ver el manuscrito de la Biblia más antiguo del mundo… (según el sacristán. No es verdad: el más antiguo es el Códice Alef Sinaítico de Petesburgo, que han destruido, según dicen, los bolcheviquistas). Me quedo solo en el inmenso ámbito radiante y callado. Es un día de tormenta, ha soplado siroco y el cielo sofocante se enciende en escarlatas furiosos. Unos niños que juegan en el puente apenas interrumpen gritando el silencio cansino, el Tíber gruñe cerca, se borra el mundo. Yo no sé qué ocurrencia ésta de decorar un templo de este ardiente color naranja y esas vidrieras amarillas, las paredes se diluyen  en una luz de sangre y oro, parece la tez lívida y lustrosa de un muerto, parece un vacío cofre de bronce dorado, un sepulcro adornado, el sepulcro de piedra derelicto de un resucitado. Todo alrededor las sombras de la vieja  raza testaruda, cabezas blancas y luengas barbas en todos los bancos, que se curvan en la adoración obstinada, en el culto tenaz y desesperante, en la esperanza cruel adherida  como una maldición a los huesos, en la plegaria sacrílega del que habiendo rechazado una vez el don de Dios, el único, el suyo, el prometido implora veinte siglos desesperadamente  ¡otro!  Fidelidad al revés, más dura que la muerte, porque los dones de Dios son sin arrepentimiento y el carácter sacerdotal más imborrable que una marca candente. La luz disminuye, la luz de seda cuelga de los vitrales laterales como los dos pedazos de un velo partido. No acaban nunca de volver los otros, iría a buscarlos, pero van a creer que he tenido miedo. Miedo del mundo de sombras  que se ciernes invisibles en la oquedad amarilla, los perseguidos, los infamados, los inquebrantables, pasados por el hierro y por el fuego, hoy libres. ¡Nosotros dos ahora, oh Goim, oh pueblo del Nazareno! ¡Ahora no nos toca más luchar con la usura, la intriga, y la pócima, he aquí la universidad abierta, he aquí la alta finanza, la políticas, el gran periodismo, Heine, Rostschild, Freud, Marx, Trotsky, las arma nuevas, cheque, cátedra y linotipo! Los reflejos de las vidrieras mueren. Rechina una puerta. Pasos mansos y firmes deliberadamente se acercan…+



Jerónimo del Rey