UNA RELIGIÓN DIFERENTE
[Comentario al artículo visto en el sitio original:
Alberto Ramón Althaus
Conviene
aclarar que la dubia de los cardenales no se refiere a la moral sino a
la teología moral y como la teología es una y se divide por razones de
estudio resulta que lo que afecta a la teología moral afecta también a
la teología dogmática. Por lo que puede decirse que el capítulo VIII de
Amoris Laetitia afecta a la teología dogmática también y a la fe, se
trata de una fe diferente a la católica la que nos propone Bergoglio.
Por ello, hay que tener presente que los cardenales pudieran haber
multiplicado sus preguntas y no señalar solamente cinco. Lo hicieron tal
vez para no herir a Bergoglio en tanto es el que ocupa el sitio del
pontífice y puede herirse al papado, pero no se trata de una moral
diferente la que nos propone Bergoglio sino de una religión y fe
diferente pero con el mismo nombre de “católica“.
¿QUIÉN PAGARÁ EL BUEY DEL VECINO?
Mario Caponneto
Ha
pasado casi un mes desde que cuatro Cardenales (Walter Brandmüller,
Raymond L. Burke, Carlo Caffarra,y Joachim Meisner) dieron a publicidad
una carta dirigida al Papa en el mes de septiembre en la que formulan
cinco preguntas o dudas (dubia) respecto del capítulo 8 de la Exhortación Apostólica Amoris laetitia.
El hecho es, en sí mismo, extraordinario o, al menos, poco usual en la
vida de la Iglesia. Hasta donde llega nuestra memoria, no recordamos
nada parecido. Por eso resulta un síntoma harto elocuente de la profunda
crisis en la que se halla sumergida la Iglesia desde hace más de
cincuenta años pero ahora sustancialmente agravada desde el inicio del
presente Pontificado.
Una
atenta lectura de las cinco preguntas o dudas hechas públicas nos
permite deducir, sin mayor esfuerzo, dos cosas. La primera que, en
realidad, las “preguntas” pertenecen a lo que se denomina interrogación retórica,
esto es, un recurso retórico por el que se busca que el interlocutor se
vea obligado a reconocer la posición del que pregunta quien, de
antemano, ya conoce la respuesta. La segunda, es que, en verdad, todas
ellas se resumen en una sola: ¿después de Amoris laetitiae, sigue vigente la moral católica?
Veamos
los problemas planteados por los purpurados. La primera de las
preguntas apunta al tema más inmediatamente controvertido, esto es, si
es lícito, en ciertos casos, admitir a la Sagrada Eucaristía a personas
que viven more uxorio con
otra pese a estar unidas por el vínculo previo de un matrimonio
sacramental sin haberse cumplido las condiciones previstas en Familiaris consortio (84), Reconciliatio et paenitentia (34) y Sacramentum caritatis (29).
En la nota explicativa que acompaña a la carta los autores recuerdan la
doctrina de la Iglesia sobre este punto y las conclusiones a las que se
pudiera arribar si esa doctrina fuese alterada, como parece serlo, en Amoris laetitia;
y concluyen que si se diesen esas conclusiones “los sacramentos se
separan de la vida: los ritos cristianos y el culto están en una esfera
diferente respecto a la vida moral cristiana”. Es fácil advertir que en
esta primera pregunta se resume toda la teología sacramental.
Si
a continuación se examinan las cuatro preguntas restantes, se verá que
lo que está en juego es nada menos que el fundamento mismo de la
moralidad: la validez universal de la norma moral objetiva (pregunta 2);
la especificación moral primera y objetiva de las acciones humanas
(pregunta 3); el papel y el valor exacto de la especificación segunda,
subjetiva y accidental que viene dada por la intención del agente moral y
las circunstancias de su acto (pregunta 4); finalmente, el juicio de la
conciencia moral como fuente segunda y subordinada de la moralidad
(pregunta cinco).
Por
eso, repetimos, si se toman en su conjunto las cinco preguntas se ve
claramente que todas ellas se resumen en una única cuestión: ¿después
de Amoris laetitia,
fundamentalmente su capítulo octavo, sigue vigente la teología moral
católica y aún la misma ética natural tal como la Tradición y el
Magisterio de la Iglesia la enseñaron y entendieron siempre? ¿O, antes
bien, debemos concluir que este documento es una ruptura respecto de la
recta doctrina moral católica? Este es el gran nudo que habrá que
desatar en algún momento.
Pero,
¿a quién le toca desatar el nudo? Al Papa, sin duda; y por dos razones:
en razón del mismo oficio petrino y en cuanto que es el autor del texto
que generó las dudas. El que engendra dudas tiene obligación de
resolverlas y con mucha más razón si es el Papa. Sin embargo, el Papa
calla mientras algunos de sus más “leales” han salido a vituperar
públicamente a los cuatro dubitantes a quienes ya se los conoce como
“los cardenales rebeldes”. Pero, ¿dudar es acaso rebeldía? Tal parece en
la nueva lógica inaugurada por este Pontificado.
Por
eso todo este intríngulis nos ha traído a la memoria un texto de Santo
Tomás que parece escrito para la ocasión. Se trata de uno de sus
sermones universitarios, conocido como Attendite a falsis. Tal título está tomado del prothema del sermón que contiene la cita del Evangelio de San Mateo, capítulo 7, 15, 16: Attendite
a falsis prophetis, qui veniunt ad vos in vestimentis ovium:
intrinsecus autem sunt lupi rapaces. A fructibus eorum cognoscetis eos (Guardaos
de los falsos profetas que vienen a vosotros vestidos de ovejas pero
por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis). El
Aquinate va advirtiendo a sus oyentes, a lo largo de todo el sermón,
sobre los falsos profetas. Con genio guerrero dice: “Pertenece al oficio
de un buen general que sus soldados estén prevenidos contra las
insidias del enemigo; y a la verdad que tenemos un enemigo doloso e
insidioso”[1].
Así, concluye Tomás, obra el Señor con nosotros que en las palabras
evangélicas que encabezan el sermón nos ha dejado una clara advertencia
acerca de qué género de enemigo debemos precavernos: los falsos profetas.
El
Santo Doctor continúa instruyendo a sus fieles. ¿Cómo se reconoce a los
falsos profetas? ¿Cómo sabemos cuándo estamos delante de una falsa
profecía? He aquí su respuesta: “De cuatro modos acontece ser falsa una
profecía. Primero, por la falsedad de la doctrina. Segundo, por la
falsedad de la inspiración. Tercero, por la falsedad de la intención.
Cuarto, por la falsedad de la vida”[2].
Sigue la explicación pormenorizada de cada uno de estos cuatro modos;
pero a los efectos de lo que ahora nos concierne nos ha parecido
oportuno detenernos sobre el segundo modo: una profecía es falsa cuando su inspiración es falsa.
En este punto el Aquinate dice claramente: los verdaderos profetas se
inspiran en Dios y en el Espíritu Santo; pero los falsos profetas se
inspiran en el demonio o en su propio falso espíritu; y en cuanto a
estos últimos, es decir, los que se inspiran en sí mismos, en su propio
espíritu de falsedad, Tomás es particularmente explícito en el juicio:
“Otros se inspiran en su propio falso espíritu. Por eso se dice en Ezequiel, 13, 3: Ay de los profetas ignaros que siguen su espíritu y nada ven; y en Jeremías 23, 16: Hablan de la visión de su corazón; no hablan por la boca del Señor los que siguen la razón humana, hablan por su propio espíritu.
Tales son estos los que hablan según las razones platónicas que no
pueden alcanzar la virtud; o, por ejemplo, como los que dicen que el
mundo es eterno. Algunos hay que se empeñan en el estudio de la
filosofía y dicen cosas que no son verdaderas conforme con la fe; y
cuando se les dice que esto que ellos afirman repugna a la fe responden
que es el Filósofo quien lo sostiene pero no ellos mismos que tan sólo
se limitan a repetir las palabras del Filósofo.[3]”
No
es difícil advertir en estas palabras los ecos de las disputas
universitarias del Angélico; en efecto, resulta muy clara la alusión a
los agustinianos platónicos y a los llamados averroístas latinos, unos y
otros enemigos del Santo Doctor en la Universidad de París. Es sobre
todo a estos últimos, que proclamaban el principio de la doble verdad
sembrando con ello, principalmente entre los alumnos más jóvenes (los
pequeños), numerosas dudas respecto de las verdades de la fe, a quienes
Tomás dirige las palabras más duras: “Un hombre así es un falso profeta,
un falso maestro, porque lo mismo es generar una duda y no resolverla
que consentirla o aceparla como verdadera. Y esto está significado en Éxodo,
21, 33, 34, donde se dice que si alguien cava un pozo y abre una
cisterna y no la tapa, y viene un buey de su vecino y cae en la
cisterna, el que abrió la cisterna debe proveer a su restitución. Abre
una cisterna aquel que promueve una duda en las cosas concernientes a la
fe. No tapa la cisterna el que no resuelve la duda aunque tenga una
inteligencia sana y despejada y no se engañe. Sin embargo, otro que
carece de una inteligencia despejada bien puede ser engañado o
confundido, y entonces aquel que promovió la duda está obligado a
restituir porque a causa de él alguien cayó en el pozo”[4].
La Exhortación Apostólica Amoris laetitia es
una cisterna abierta en la fe de la Iglesia y sólo Dios sabe cuántos
bueyes puedan caer en ella. ¿Quién debe cubrir la cisterna e impedir que
mueran los bueyes? ¿Quién debe resolver las dudas? Pues el que cavó la
cisterna, el que promovió las dudas. No otro que el Papa. Pero el Papa
calla. De allí nuestra súplica para que hable. Porque si el Papa no
habla, ¿quién pagará el buey del vecino?, ¿quién cuidará de la fe de los
pequeños?
Mario Caponnetto
Visto en Adelante la Fe