2.4. Jürgen Habermas
(Nacionalismo Católico NGNP)
Luego,
con Jürgen Habermas, la “teoría crítica” experimenta una
transformación. Con Habermas -quien reconoce que su propuesta es un
intento de “reconstrucción del materialismo histórico”- el
neomarxismo o “teoría crítica” se hace menos pesimista y asume una
tarea “constructiva” mediante la elaboración de una “teoría de la acción
comunicativa” (1981).
No obstante, el tema central sigue siendo –como para los fundadores de
la “Escuela de Frankfurt”– la racionalidad, término que significa para
Habermas no la razón, el conocimiento o la forma de adquisición del
conocimiento, sino “la forma en que los sujetos capaces de lenguaje y de
acción hacen uso del conocimiento”.
De esta forma, en el marco de la
racionalización de la sociedad moderna, Habermas, reconstruyendo el
pensamiento de Max Weber “según el espíritu del marxismo occidental”,
formula la “teoría de la acción comunicativa” con la finalidad de “dar
razón de los fundamentos normativos de una teoría crítica de la
sociedad”. Concibe la “racionalidad comunicativa” como alternativa a la
racionalidad instrumental, reconstruye la clasificación weberiana de la
“acción social” y asumiendo los dos “niveles de la sociedad” que
corresponden a las dos dimensiones fundamentales de la teoría de la
sociedad de Marx: trabajo e interacción, Habermas articula la sociedad
en dos niveles: “sistema” y “mundo de la vida”. El concepto de “sistema”
es elaborado mediante una re–construcción de las teorías sociológicas
funcionalistas de T. Parsons y N. Luhmann; el segundo, mediante una
re–construcción del concepto correspondiente en Husserl, Wittgenstein,
Durkheim (concepto de conciencia colectiva) , Schutz y Luckmann, en
líneas generales, el “sistema” se refiere a la organización del mundo de
la economía y el poder, a mecanismos de autorregulación de la sociedad
dirigidos a resolver los problemas de su autoconservación. En cambio, el
“mundo de la vida” se refiere a las estructuras de la cultura, las
normas y los valores, y a problemas de reproducción cultural,
socialización, instituciones y metas sociales. Existe, pues, una clara
correspondencia entre sistema - trabajo - acción/racionalidad
instrumental, y mundo de la vida - interacción - acción/racionalidad
comunicativa. Habermas piensa que los fundamentos de una “teoría
crítica” de la sociedad no pueden encontrase en una filosofía de la
historia como la propuesta por Horkheimer y Adorno. Por dos razones; hoy
día resulta “insostenible” elaborar una filosofía de la historia y, por
otro lado, la “Dialéctica de la Ilustración” es sólo una filosofía
negativa de la historia, y no aporta ninguna fundamentación normativa a
la teoría social. Por esta razón, Habermas substituye la filosofía de la
historia por una “teoría de la evolución social” que intenta dar cuenta
del proceso histórico por el que los dos niveles de la sociedad
–sistema y mundo de la vida– se van diferenciando internamente y
“desacoplando”. A partir de aquí es posible reelaborar el concepto de
“reificación” (o “cosificación”) de la sociedad moderna, que Weber y los
primeros frankfurtianos habían interpretado como triunfo de la razón
instrumental. En realidad, se trata de un proceso de “colonización” del
mundo de la vida por parte del sistema: “Lo que conduce a una
racionalización unilateral o a una cosificación de la práctica
comunicativa cotidiana no es la diferenciación de los subsistemas
regidos por medios y de sus formas de organización respecto al mundo de
la vida, sino sólo la penetración de las formas de racionalidad
económica y administrativa en ámbitos de acción que, por ser ámbitos de
acción especializados en la tradición cultural, en la integración social
y en la educación, y necesitar incondicionalmente del entendimiento
como mecanismo de coordinación de acciones, se resisten a quedar
asentados sobre los medios dinero y poder. Si partimos además de que los
fenómenos de la pérdida de sentido y de la pérdida de la libertad no se
presentan casualmente, sino que son de origen estructural, tenemos que
intentar explicar por qué los subsistemas regidos por medios desarrollan
esa dinámica incontenible que tiene como efecto la colonización del
mundo de la vida y a su vez su separación respecto de la ciencia, la
moral y el arte”. Así, la
“teoría de la acción comunicativa” permite hacer un diagnóstico de las
“patologías sociales”, interpretándolas como una colonización de los
ámbitos del mundo de la vida por parte de los subsistemas del poder y
del dinero. Pero también permite extraer consecuencias formativas, es
decir, determinar lo que racionalmente debe o no debe suceder. Y también
elaborar una cierta utopía positiva, en la que se recupera el ideal
integral de la Ilustración del siglo XVIII: una auténtica
racionalización de la sociedad en la que sistema y mundo de la vida,
racionalidad instrumental y racionalidad comunicativa se encuentren
armonizados. En
esta perspectiva, esta aplicación de la “teoría crítica” o “teoría de
la acción comunicativa” del neomarxismo, está destinada a producir un
cambio de paradigma. La teoría de los “intereses cognoscitivos” implica
una reconstrucción de la teoría del conocimiento como “teoría de la
sociedad”. Entonces, con la introducción de una nueva forma de
racionalidad –la racionalidad comunicativa– se va más lejos: se propone
un radical cambio de paradigma (o modelo) en la concepción del
conocimiento. Habermas indica que la filosofía occidental –especialmente
a partir de Descartes– ha utilizado de un modo más o menos explícito el
paradigma de la conciencia, o del pensador solitario, basado sobre la
contraposición sujeto–objeto. Habermas adopta un nuevo modelo: el
paradigma del lenguaje. Es el paradigma que subyace en el modo de
entender la racionalidad comunicativa: la relación sujeto–objeto es
substituida por la relación sujeto–sujeto que dialogan en un intercambio
discursivo. Este cambio de paradigma supone que el lenguaje es
considerado preferentemente en su dimensión “pragmática”, es decir, no
como sistema sintáctico–semántico, sino como “habla”, como lenguaje en
“uso”. Se comprende, pues, que la “teoría de la acción comunicativa” del
neomarxismo suponga la construcción de una “pragmática universal”. Es a
partir de esta concepción neomarxista que, por medio de la “teoría de
la acción comunicativa”, se afirma una “teoría consensual de la verdad”
plasmada en la “ética del discurso”. La “teoría consensual de la verdad”
ya había sido formulada por Peirce: “La opinión que está llamada a que
se pongan de acuerdo en ella todos los que investigan, es lo que
entendemos por verdad”. Pero Habermas ofrece una versión revisada en
términos de que “puedo atribuir un predicado a un sujeto si y sólo si
cualquier otro que pudiera entrar en un diálogo conmigo atribuyera el
mismo predicado al mismo sujeto”. Ello quiere decir que se sitúa la
“verdad” en el contexto pragmático del lenguaje, y que la teoría
consensual indica bajo qué condiciones está justificada nuestra
pretensión de que nuestros enunciados son “verdaderos”. Por extensión,
el modelo de la “ética del discurso” propuesto por Habermas corresponde a
una reelaboración de la ética formal de Kant. El imperativo categórico
es reformulado de la siguiente manera: “En
lugar de proponer a todos los demás como válida una máxima que quiero
que opere como ley universal, tengo que presentarla a la consideración
de los otros a fin de comprobar discursivamente su aspiración de
universalidad. El peso se traslada desde aquello que cada uno puede
querer sin contradicción alguna como ley general, a lo que todos de
común acuerdo quieren reconocer como norma universal”.
Se concede, pues, a Kant que sólo una máxima universalizable puede
convertirse en deber moral. Pero –ahora contra Kant– se afirma que la
universalizabilidad de una máxima sólo puede decidirse en un diálogo
entendido como “discurso” –en el sentido definido más arriba– y no en el
interior de la conciencia individual y solitaria. Además, la finalidad
del diálogo es llegar a un consenso acerca de qué intereses son
generalizadles. Lo cual supone una nueva modificación del punto de vista
kantiano. Es evidente que el individuo debe renunciar a la defensa de
sus intereses particulares si quiere que su máxima (individual) de
conducta sea universalizable. En cambio, en el diálogo los intereses
individuales no quedan excluidos, sino al contrario: de lo que se trata,
precisamente, es de llegar a un acuerdo acerca de ellos. Por fin, está
claro que la “ética del discurso” no es individualista, sino “política”.
Tiene como presupuesto la existencia de una comunidad de diálogo en la
que –sin coacción alguna y en total igualdad de oportunidades para
opinar– se busca un consenso racional acerca de qué intereses se pueden
considerar como comunes. Desde luego, la existencia de una comunidad de
este tipo entra prácticamente en el campo de la utopía, y por eso
Habermas emplea la expresión “comunidad ideal de diálogo”. En
cualquier caso, la “ética del discurso” es, al mismo tiempo, un modelo
de democracia participativa, ideal que propagará el neomarxismo, es
decir, el nuevo marxismo, siempre fundado en la idea de Karl Marx: “La
existencia social de los individuos determina sus conciencias”.
http://23neomarxismo.blogspot.com.ar/2011/04/24-jurgen-habermas.html