martes, 6 de diciembre de 2016

El comunismo no ha desaparecido, solo ha cambiado de modelo

1.El comunismo no ha desaparecido, solo ha cambiado de modelo (Nacionalismo Católico NGNP)


Se podría objetar que con la "Perestroika", la caída del Muro de Berlín y la apertura del Este, el comunismo ya fue superado. De hecho, los países satélites del Pacto de Varsovia han sido liberados de la dominación soviética y cuentan hoy con estructuras democráticas; la cortina de hierro cayó y las do s Alemanias se han reurúficado. El sistema económico del comunismo ha caído y ha sido sustituido por sistemas orientados a la economía social de mercado occidental. Sin embargo, el comunismo es un principio que, en cuanto tal, puede ser realizado de distintos modos, conforme a las distintas características de los diversos períodos históricos. Aún más, su acción se adapta de modo necesario a las condiciones históricas objetivas y subjetivas. Por tanto, si bien el comunismo bolchevique se derrumbó, el comunismo mantiene una vigencia histórica, hoy calificada como "neocomunismo" o "neosocialismo". 

De esta forma, el modelo de insurrección bolchevique fue descartado para definir y asumir un modelo distinto, más complejo y más profundo, pues compromete orgánica e integralmente las conciencias de las personas. De hecho, la estrategia de acción política directa dio origen a una estrategia de acción indirecta, fundada en un proceso de revolución cultural. Fue Karl Marx quien estableció el principio materialista dialéctico según el cual la infraestructura (economía/materia) determina la superestructura (cultura/espíritu), razón por la cual la revolución debía ser realizada por el proletariado contra la burguesía, es decir, "de abajo hacia arriba". En su afán de realizar la revolución mundial y observando las dificultades que enfrentó el proceso revolucionario en Rusia, Antonio Giramsci, Secretario General del Partido Comunista italiano (PCI), profundizó el principio del materialismo dialéctico y adaptó el comunismo a la realidad de Occidente. Gramsci desarrolló entonces el concepto de "hegemonía ideológica" consignando que: "el movimiento entre infra y sobreestructura es de carácter dialéctico, es decir, que si la infraestructura material determina la sobreestructura ideológica, política, cultural y moral, esta sobreestructura a su vez puede tener vida propia y actuar sobre la infraestructura". Gramsci, partiendo de tal premisa, estableció un modelo revolucionario según el cual la hegemonía cultural es la base de la revolución comunista, significando con ello que ésta depende de la capacidad que las fuerzas revolucionarias adquieran para controlar los medios que permiten dirigir la conciencia y conducta social. Es por tal causa que el proceso revolucionario se hace más sutil, gradual y progresivo. Teniendo presente que Vladimir llich Ulianov, alias Lenín, concibió la revolución como un "proceso de traspaso de poder" que puede ser realizado tanto de manera sangrienta como incruenta, Gramsci procede a realizar la revolución de modo invertido, es decir, "de arriba hacia abajo", desde la superestructura hacia la infraestructura. Una revolución entendida así se realizará a través de la intervención y transformación ideológica de la cultura, y consiste en modificar de manera imperceptible el modo de pensar y sentir de las personas para, por extensión, terminar modificando final y totalmente el sistema social y político. La estrategia dispuesta por el pensador marxista Antonio Gramsci fue proyectada por la llamada Escuela de Frankfurt, originalmente fundada en 1923 como "Instituto para el Nuevo Marxismo" y luego denominado "Instituto para la Investigación Social" (Instituí für Sozialforschung) para encubrir su objetivo sentido político. Es por ello que, mediando Georges Lukács, Max Horkheimcr, Theodor Adorno, Wílhelm Reich, Erich Fromm, Jean Paul Sartre, Herbert Marcuse, Jürgen Habermas, etc., se formula la doctrina del "neocomunismo" y a partir de él la izquierda elabora un concreto programa de acción estructuralista que logra una decisiva influencia en distintos campos del pensamiento, en la psicología (Lacan), la educación (Piaget) y la etnología (Levi Strauss), entre otros. Fueron básicamente estas elaboraciones ideológicas las que activaron y sustentaron el proceso revolucionario de los años sesenta, siendo particularmente efectivas entre los estudiantes de las Universidades de Francia y Alemania. Asimismo, estas ideas también serían la base tanto del llamado "eurocomunismo" como del "neosocialismo" desarrollado en distintas latitudes durante los años ochenta y noventa. El principio constitutivo de esta creencia radica en un materialismo refinado (materia increada y viva) que niega la existencia de un principio anterior y superior al hombre, cualquiera éste sea. Este sistema de pensamiento se define a sí mismo como una creencia que explícitamente niega la existencia de un Dios creador, que rechaza la existencia del alma humana y, por tanto, de toda esencia y toda trascendencia del ser. Afirma pues la soberanía del hombre en tanto éste no es sino una concreción existencial fragmentaria de la materia en flujo. Se impone un sistema cultural multiculturalista basado en un relativismo absoluto, el cual implica la negación de la existencia de verdades absolutas de validez universal. Friedrich Engels mismo ya lo anticipaba: "Para la filosofía dialéctica no existe nada definitivo, absoluto". Ahora, un dirigente político proclama: "No hay verdades absolutas de ningún tipo". Asumiendo tales premisas, ¿cómo se manifiesta concretamente este nuevo tipo de acción revolucionaria? La aplicación de este sistema filosófico-político procura generar un ánimo hostil contra todo tipo de autoridad, expresándose esto en una conducta de deliberada resistencia y rebeldía ante la creencia de Dios; contra la institución de la Santa Iglesia, cuya reputación se degrada sistemáticamente; contra el Estado, cuya autoridad se denigra constantemente; contra el orden en la familia, donde se socava la autoridad de los padres; contra el orden en la escuela, donde se limita la autoridad de los profesores; y, en definitiva, contra toda forma de jerarquía y orden en la vida social. Ante la ausencia de un ser superior, semejante quebrantamiento del orden natural conduce a una completa pérdida de principios y valores originales fundamentales, lo cual genera un radical decaimiento en la moral. Bajo pretexto de educar en un uso más responsable de las fuerzas procreativas, se desencadenan las pasiones en los niños y adolescentes a través de una educación sexual estatal en los colegios. A través de los medios de comunicación se derriban todos los tabúes, corrompiendo el ideal de la santa pureza, de la inocencia y la virginidad, gestando un ambiente de impureza omnipresente. Así se aplica en nuestra época, al pie de la letra, la estrategia lanzada por Lenín y comprimida en la siguiente frase a menudo citada: "Si queremos aniquilar una nación, debemos aniquilar antes su moral. Luego, esta nación caerá en nuestro regazo como fruto maduro. [...] Interesad la juventud en la sexualidad y os apoderaréis de ella sin dificultad." Se disuelve la institución de la familia con la legalización del divorcio. Asimismo, se promueve tanto el trabajo de la mujer para apartarla del hogar como la asistencia en jornada completa de los niños al colegio. La razón de ello la evidenció claramente Olaf Scholz, entonces Secretario General del Partido Socialista de Alemania (SPD) cuando, refiriéndose a la jornada escolar completa - a la cual estima insuficiente - y a los pre-escolares y maternales, sostiene: "Queremos alcanzar con ello una revolución cultural. [...] Queremos conquistar el espacio aéreo sobre las camas de los niños". Para impedir la existencia de familias numerosas se implantan programas de control de natalidad. En este mismo sentido, también se promueve el matrimonio entre personas del mismo sexo, concediéndole incluso el derecho de adopción de menores. A fin de provocar una destructuración del sistema social, se introduce un igualitarismo radical proyectado en la teoría de género según la cual el ser humano es determinado exclusivamente por la colectividad y no por su naturaleza masculina o femenina. Esta idea se refleja también en un feminismo extremo. En definitiva, el neocomunismo proclama el 'empoderamiento' del hombre en términos de que es ahora él, por sí y ante sí, quien domina su cuerpo y determina su destino. Así, dando cuenta de una contradicción fundamental, por una parte rechaza la pena de muerte al negar a cualquier autoridad el derecho a determinar sobre la vida del hombre pero, por otra, sin más reclama el irrestricto derecho a practicar el aborto y la eutanasia. Siguiendo el principio marxista de "revolución permanente" y el principio leninista de "revolución ininterrumpida", e indicando que "el gran salto no es económico [...], sino político-cultural", el neosocialismo sentencia explícitamente: “Tiempos de cruzada. Sin plazos, la meta es transformar de raíz la mentalidad”.