¿Cisma? No. Mejor decir herejía –
Pedro Rizo
Se dice
en algunos medios que los católicos estamos ya en un cisma. No
quisiera alarmar a nadie pero al mismo tiempo me siento necesitado de
considerar qué está pasando en la Iglesia que provoca visibles disidencias en
la Jerarquía, en los doctores, en el pueblo fiel, en las órdenes y
congregaciones de vida consagrada, de entre las cuales algunas muestran
vulgaridad, vacíos y bajezas inpensables.
Así que,
tal vez, esto de que estemos en un cisma no sea lo grave que se dice, sino...
mucho más. Porque seguir llamando cisma a lo que ocurre en la Iglesia
-ya pasa de medio siglo- es una manera de refugiarse en la apariencia inmediata
sin reparar en el contexto general. Es un desviar la atención como si solo
fuera “un problema de casa”, “rencillas de familia”. Pero, no. Lo que está
claro y patente es que a la Iglesia fiel se nos está alimentando de herejía.
Una
herejía iniciada ya por Juan XXIII al llamar “Pastoral” a un
Concilio que, enseguida, por la nueva teología del atropello resultó a la
contra de todo lo enseñado, creído y practicado en la Iglesia. Con tanto éxito,
que a su impulsor le hicieron santo contra viento y marea, apoyados en su
montaje hagiográfico y no en el balance -y signo- de sus obras. (Mt 7, 15-20)
Los
cardenales que impugnan los errores de la Encíclica Amoris Laetitia
están ya en la primera fase del inevitable enfrentamiento. A esta oposición de
cuatro, o cinco, cardenales al escándalo anticatólico de esta encíclica se ha
dado en llamarlo cisma. Aun así, no está claro que lo sea, todavía, ni siquiera
que se ande en ese camino. Sin embargo, la posición objetora a un documento de
Pontífice en ejercicio lleva pronto a la objeción de herejía. Porque ante el
riesgo de herejía se hace urgente definirla para atajarla. Máxime si proviene
del ocupante de la Cathedra; el obispo de Roma (“llamáme Jorge”) al que los
fieles, cruzando los dedos a la espalda quieren mirar como Papa.
El
arrianismo también pareció un cisma pero enseguida se descaró como
herejía totalitaria, destructora del incipiente cristianismo. A nuestro San Hermenegildo le degollaron por
negarse a recibir la comunión de manos de un cura arriano... que se la ofrecía
como simple pan. Y es que a este extremo se llega cuando la herejía se asienta
en lo más alto.
La peor
de las herejías porque, lo digo repentizando, se ha hecho de
Nuestro Señor Jesucristo uno más entre los profetas y chamanes, en Asís; porque
la moral la han desgajado de su tronco evangélico adaptada a la de las calles
(homosexualismo, adulterio reconvertido, pobrismo marxistoide, liturgia
protestantizada, reducción de las confesiones...) Porque a los mayores enemigos
de nuestra fe se les ha dado un insólito protagonismo de igualdad (Lutero),
cuando no de superioridad (judíos), que nos lleva a los católicos a
excomulgarnos de nuestra milenaria identidad. Y no digamos de la adhesión
orgullosa, satisfecha a los filósofos materialistas. Aquellos por cuyas ideas
se masacró a millones de creyentes en la URSS, en España, en México, en China,
en el Caribe, en Indochina, en África negra, en Argelia...
Mandangas
y huidas.
La
situación actual hay que llamarla como exige la realidad: herejía en proceso de
eclosión. Porque abundan demasiado las autoridades vaticanas que,
mantenidas en el momio de su cargo, han perdido autoridad o ninguna les queda,
pues que se han alejado de su fundamento apostólico. Timoteo ya no guarda el
Depósito (1 Tim 6, 20); el sucesor de Pedro ya no apacienta el rebaño de
Cristo. (Jn 21, 15-17)
Los que
pueblan el aparato curial y, quizás, por obediencia o deuda gran parte
del funcionarial, se manifiestan como pobres inválidos, incapaces de plantarse
y exigir el retorno al "principio y fundamento"; criterio que se
siguió en casos parecidos. Por tanto, no pongamos tiritas de cisma al escándalo
filosófico, histórico y teológico que se está cocinando dia-a-dia en un cuerpo
eclesial que rezuma herejía... Benedicto
XVI lo llamó "hacer agua por todas partes".
Estamos obligados, en Derecho, a expresar nuestra alarma y
denunciar los efectos de destrucción que se extienden y se aceleran.
El Nuevo
Orden Mundial sabe que no puede imponerse con la cultura
católica tradicional (valga la redundancia de calificativos). Necesita
exterminarla... Y no vamos a ser precisamente los fieles los que secundemos sus
planes colgándonos esa piedra al cuello.
Hay que
llamar a las cosas por su nombre.
No hablemos de cisma y preguntémonos qué clase de cristianos
somos que todo lo que antaño nos definió, ahora es motivo de vergüenza y
petición de perdones... a quienes niegan y persiguen lo que creemos.
Visto en: Plano picado y
contrapicado
Nacionalismo
Católico San Juan Bautista