viernes, 2 de diciembre de 2016

San Expedito Guerrero del César y soldado de Cristo

San Expedito

Guerrero del César y soldado de Cristo 

(Nacionalismo Católico NGNP)


Roma ha dado a la Iglesia Católica infinidad de santos y mártires que han sido ejemplo de heroísmo y devoción. Muchos de ellos integraron las imbatibles unidades militares con las que conquistó y dominó el mundo antiguo durante siglos.

Esta es la historia de uno de ellos, comandante de una aguerrida legión en
la que lucharon con valor numerosos seguidores de Cristo.







Así como el derecho, la cultura, su grandiosa arquitectura y obras de ingeniería sin par son parte del impresionante legado que Roma transmitió a la posteridad, sus invencibles ejércitos fueron la base y punto de apoyo en el que basó su dominio universal por más de mil años.


La unidad mínima del ejército romano era el Contubernio, formación de ocho efectivos de infantería que por lo general compartían la misma tienda de campaña y una mula para el transporte de carga. Diez contubernios constituían una Centuria que, como se podrá observar, estaba integrada por ochenta soldados y no por cien. Diez centurias daban forma a una Cohorte y seis cohortes a una Legión, a la que, en algunos casos, al incorporársele una doble, elevaba el número de sus efectivos a 5600, sin contar los 768 jinetes al mando de un decurión.

XII Legión Fulminante
Las célebres legiones romanas fueron verdaderas maquinarias de guerra, disciplinadas en extremo, implacables en el combate y ciegas en la obediencia a sus oficiales. Podemos mencionar, entre otras, a la VII Claudia Pía Fidelis con la que César combatió en Britania o la IX Hispana, conformada por tropas reclutadas en España.
Una de esas legiones, la XII Fulminante estaba destinada a misiones especiales, incursionando ahí donde la legión común no podía combatir. La conformaba una tropa heterogénea, con efectivos provenientes principalmente de Italia, Galia y España aunque también muchos elementos de Oriente, en especial, Armenia. Muchos de esos soldados eran cristianos, condición que en los difíciles tiempos de las persecuciones debían mantener en secreto para no sufrir persecución.
Bajo el reinado de Marco Aurelio, emperador guerrero y filósofo, la Fulminante, que había combatido exitosamente contra los partos en operaciones especiales, fue destinada a luchar contra los quades en la provincia de Panonia, actual territorio de Austria y Hungría.

Un milagro frente a los bárbaros
Allí se hallaba sitiado el emperador, rodeado de bárbaros que superaban en mucho a sus tropas, prácticamente sin agua y sin alimentos. Era pleno verano y la tierra estaba reseca. La situación era desesperante y agobiados por la sed, los soldados, con la moral y el ánimo decaído, comenzaron a hablar de capitular. De nada habían servido los sacrificios que Marco Aurelio ordenó a sus sacerdotes. El cerco se acentuaba y la sed atormentaba todavía más.
Fue por entonces que se hizo presente la Legión Fulminante proveniente de sus cuarteles de Sebaste (hoy Turquía), abriéndose paso entre los bárbaros a golpe de espada para estacionarse muy cerca del campamento del emperador. Allí aguardó instrucciones, dispuesta a entrar en batalla pero al ver la desesperación que cundía en las filas romanas por el calor abrasador y la sed infernal, sus efectivos, alzando los brazos al Cielo se pusieron de rodillas pidiendo al Todopoderoso la realización de un milagro. Y el milagro se produjo casi al instante cuando una lluvia torrencial cayó sobre el campamento. Esa tormenta estuvo acompañada por terribles relámpagos y pavorosos truenos y en el momento en que grandes trozos de hielo se abatían sobre los salvajes, los romanos se abalanzaron sobre ellos y los aniquilaron, masacrando a gran número y poniendo en fuga al resto.


Comandante de la legión Tanto impactó el portento a Marco Aurelio que, pese a que el cristianismo era una religión perseguida, no osó castigar y ni siquiera amonestar a los soldados.
Muchos años después fue designado comandante de la XII Legión Fulminante un soldado fuerte y valeroso llamado Expedito que había combatido en diferentes lugares del mundo, ya en desiertos y montañas, ya en regiones pantanosas o de difícil acceso, todas ellas misiones especiales. Era un hombre duro, curtido en el arte de la guerra y habituado a las arduas faenas y al sufrimiento. Era obediente, leal, respetuoso de las jerarquías y extremadamente valiente. Pero por sobre todo era un hombre devoto y piadoso porque conocía la verdadera Fe. Era un soldado del César pero, sobre todo era un guerrero de Dios; un soldado de Cristo.
Sus tropas le seguían ciegamente porque le tenían una tremenda admiración y no fueron pocos los legionarios que por su causa se hicieron cristianos.


Conversión milagrosa
¿Desde cuándo era cristiano el oficial Expedito? Cuenta la tradición que cierto día, meditando acerca de la posibilidad de abrazar la fedel Señor, se le apareció el espíritu del mal en la forma de un cuervo negro que, con la intención de retrasar su conversión lo más posible, graznaba diciendo “cras, cras”, palabra que en latín significa “mañana”. Lo que el demonio pretendía era demorarlo y disuadirlo cosa que no logró ya que al darse cuenta de ello, el bravo comandante lo pisoteó mientras rugía furioso: “¡Hodie, hodie!”, es decir, “¡Hoy, hoy!”.

Mártires de la Fe
La legión estuvo al mando de Expedito en decenas de campañas, obrando proezas a través de los años siempre en defensa de Roma y sus dominios. Pero ocurrió que con la llegada de Diocleciano al trono, las persecuciones contra los cristianos recrudecieron hasta tal punto que las mismas son recordadas como las más brutales.
Expedito se convirtió en protector de los perseguidos y sostén de los mártires. Descubierto y delatado a las autoridades, para ponerlo a prueba le mandaron realizar sacrificios a los dioses paganos, como señal de obediencia al emperador. Sin embargo, se negó rotundamente, prefiriendo la muerte a la apostasía. La orden de ejecución no tardó en llegar y así, de ese modo, aquel que había combatido y vencido por su soberano en mil batallas, pereció de la manera más cruel, primero flagelado en forma y después decapitado, a la vista de su legión.
Con él perecieron del mismo modo San Hermógenes, San Cayo, San Aristónico, San Rufo y San Gálata, compañeros de armas en mil combates y en la santa devoción a Nuestro Señor Jesucristo. A todos ellos ha destinado el Martirologio Romano un lugar preferencial en tanto el Hyeronimianum marca el sitio y el día exacto de su suplicio: 19 de abril del 303 en Metilene, durante el reinado de Diocleciano, por orden de Galerio, yerno del César y futuro emperador.

Más heroísmo
Tan fuerte fue la marca de Fe que San Expedito dejó en su legión, que en el año 320, cuando el emperador Licinio lanzó un decreto obligando a los soldados a abjurar de la verdadera religión, 40 efectivos de la Fulminante se negaron a obedecer. Por esa razón, el 1 de marzo de ese año, el gobernador romano de Armenia mandó arrojarlos a un lago de aguas heladas, colocando a su lado un tanque de agua tibia para que allí pasase aquel que dejase de ser cristiano. Uno lo hizo y murió en el acto mientras los otros seguían rezando y entonando himnos entre los hielos. Al ver eso, uno de sus centinelas dijo: “¡Yo también soy soldado de Cristo!” y se arrojó al lago en el momento en que cuarenta ángeles llegaban para coronar a esos verdaderos héroes de la Fe, llevándolos consigo al cielo después de tres días de sufrimiento y dolor. Sus reliquias fueron recogidas por los lugareños y en años posteriores la gente obtuvo de ellas muchos milagros.


Su devoción 
San Expedito es el santo de las causas justas y de urgentes solución y a él acuden los fieles que necesitan la pronta intervención del Altísimo para la solución de sus problemas. En Europa se lo considera Patrono de las Fuerzas Armadas. Es también Protector de la Juventud, de los Estudiantes y se le considera intercesor en los Litigios Judiciales, consuelo de los moribundos y de los enfermos. Desde el Renacimiento se lo considera también protector de viajeros y navegantes.
En nuestro país, la única capilla entronizada en su honor se encuentra en la ciudad sanjuanina de Bermejo, pequeña localidad a 100 km. al este de la capital provincial, a cuya fiesta el 19 de abril acuden más de 20.000 personas todos los años1

Oración a San Expedito
San Expedito, invencible
atleta de la Fe...

fiel hasta la muerte...
que todo perdisteis para
 ganar a Jesucristo...

que sufristeis los golpes
del látigo...

que perecisteis gloriosamente
 por la espada...

que recibisteis del Señor la corona de justicia que
El prometió a quienes lo aman, rogad por nosotros.