Ante la muerte de Fidel Castro -
Padre Javier Olivera Ravasi
En la época cristera, los católicos mexicanos
rezaban a San Judas Tadeo para pedirle la muerte del tirano Calles, su cruel
perseguidor; con los bríos propios del pueblo azteca, decían:
– “Diosito:
¡que se muera Calles, aunque se convierta…!”.
Pues bien; ha fallecido hace horas un tirano;
no el más grande; no el mejor de ellos, pero sí quizás el último de los dinosaurios comunistas; el hombre que –títere
incluso de los intereses liberales–ha esparcido el mal intrínseco del marxismo
como lo había profetizado la Virgen en Fátima.
Y ahora vendrán días de duelos proceratos
hipócritas a diestra y siniestra. Y algunos se alegrarán (en secreto) y otros
en público; y otros –pocos– lo llorarán.
Y
vendrá el cliché del pensamiento único que reza: “la muerte no se le desea a
nadie” o “no se puede alegrar uno con la muerte de alguien…”, etc.
Porque
es “política” e “históricamente” correcto hacerlo. ¡Sandeces!
Eso
no es católico; porque lo políticamente correcto no es católico: es mundano.
En
tiempos renacentistas (ni siquiera medievales) donde eran tan degenerados como nosotros, pero tenían conciencia de
serlo, al pan se le llamaba pan y al vino, vino. Por entonces, el gran Quevedo,
mofándose de los sodomitas, acuñó en versos inmortales los siguientes, dedicados
a un tal Julio, el italiano:
Murió el triste joven
malogrado
de enfermedad de mula de
alquileres,
(que es como decir que
murió de cabalgado);
con palma le enterraron
las mujeres.
Y si el caso se advierte,
como es hembra la muerte
celosa y ofendida
siempre a los putos deja
corta vida[1].
Pues bien; a los tiranos parece Dios darles más tiempo para que se conviertan, como a Fidel
Castro (que con los otros, la natura es menos indulgente…).
Pero… ¿se puede uno alegrar de que haya un
tirano menos? ¡Pues claro! ¡Y hasta pedirle a Dios que nos libre de otros
tanto, si somos devotos!
– “Pero, ¿y el
amor a los enemigos?” –dirá algún progre.
Pues el nazi-fachista
de San Agustín lo aclarará sin problemas: “Ningún pecador, en cuanto tal,
es digno de amor; pero todo hombre, en cuanto tal, es amable por Dios”.
Y entonces, ¿se puede uno alegrar? Sí; y
hasta pedir que los malos dejen de vivir; sobre todos los malos públicos.
Por tres razones:
– Para que deje de hacer el daño al
bien común.
– Para que deje de escandalizar a los
débiles.
– Para que no se le computen más males
a su alma.
Si hasta el gran moralista español, Antonio
Royo Marín lo expresaba:
“El hombre, en cuanto pecador y culpable, no es digno de amor, sino más bien de
odio, ya que, mientras permanezca en ese estado, es aborrecible a los ojos de Dios. Pero en cuanto criatura humana,
capaz todavía de la gloria eterna por el arrepentimiento de sus pecados, debe
ser amado con amor de caridad. Y precisamente el mayor amor y servicio que le
podemos prestar es ayudarle a salir de su triste y miserable situación (…). Por
lo mismo, no es licito jamás desearle al pecador algún verdadero mal (v.gr., el
pecado o la condenación eterna). Pero es
lícito desearle algún mal físico o temporal bajo el aspecto de un bien mayor,
como sería, por ejemplo, una enfermedad o adversidad para que se convierta (…)
o el bien común de la sociedad (v.gr., la muerte de un escritor impío o de un
perseguidor de la Iglesia para que no siga haciendo daño a los demás)”[2].
Y habría más para decir; pero acá dejamos.
Pues se murió Fidel; uno menos; vayan con él
no los versos de Quevedo (pues Castro, también era “homo-fóbico”) sino los de Delille:
Los que volcáis, haciendo
a Dios la guerra,
las aras de las leyes
eternales,
malvados opresores de la
tierra,
¡temblad! ¡sois
inmortales!
Los que gemís desdichas
pasajeras,
que vela Dios con ojos
paternales,
peregrinos de un día a
otras riberas,
¡calmad vuestro dolor!
¡sois inmortales!
Yo, por mi parte,
celebraré hoy la Misa para que Dios se apiade de su alma, pero también
agradeceré porque el mundo tiene un tirano menos.
Que no te la cuenten…
P. Javier Olivera Ravasi
[1]
Francisco de Quevedo y Villegas, Epitafio a un italiano llamado Julio.
[2]
Antonio Royo Marín, Teología moral para seglares, T 1, BAC, Madrid 1996, 461.
Visto
en: Que no
te la cuenten
Nacionalismo Católico San Juan Bautista