ARGENTINA Y SU DERRUMBE DE COLONIA PROSPERA A FACTORIA DECADENTE
Podemos dividir la historia argentina en tres
grandes periodos:
1.-La lucha por la Independencia: 1810 - 1852
Nosotros, los argentinos comenzamos nuestra lucha
contra los británicos antes de haber alcanzado la categoría formal de Nación
independiente.
En 1806 y 1807, el gobierno británico llevó a cabo
dos invasiones sucesivas de nuestro territorio, cuando éramos aun una
dependencia de la Corona española, y Buenos Aires la cabeza del Virreinato del
Rio de la Plata.
Podemos afirmar que el pueblo criollo de Buenos
Aires y sus zonas aledañas, al margen de la actitud del propio Virrey y de las
tropas coloniales españolas, adoptó una actitud de orgullo nacional, frente a
los invasores británicos. Además, los británicos, no obstante haber traído un
elevado número de tropas altamente seleccionadas, fueron plenamente derrotados
por el recién organizado ejército criollo, que se apoderó de las banderas y
estandartes de los británicos, y las conserva hasta hoy como un trofeo
nacional.
Llama la atención que un soldado profesional
francés, Santiago de Liniers, se convirtiera en el organizador y cabeza del
ejército nativo.
Pensamos que en la lucha contra los invasores
británicos, estaba en juego algo más, que el mero rechazo de un agresor
extranjero.
Los argentinos, como casi todos los
hispano-americanos, recibimos de la colonización española lo esencial de
nuestra personalidad e inspiración; particularmente la Fe Católica y una
ardiente devoción por la grandeza moral y espiritual. Sumado a ello, el régimen
colonial español no fue uno de desaforada opresión y despojo.
Por el contrario, la tradición británica, desde el
surgimiento del Protestantismo y particularmente el crecimiento de la
masonería, durante el siglo XVIII, se había convertido en una fuente de
subversión liberal, anti-religiosa, y especialmente anti-católica. Esta
posición liberal, materialista, había fructificado ya en la Revolución francesa
de 1789 y había influenciado a la monarquía española, desde fines de la misma
centuria.
Como consecuencia de ello, desde el comienzo del
movimiento independentista en Buenos Aires, antes de la Revolución de mayo de
1810, cuando se estableció un gobierno nacional, dos fracciones estaban
irreconciliablemente enfrentadas: 1) los tradicionalistas, grupo
católico vigorosamente antimasónico, que favorecía una política de proteccionismo
a favor de la industria y de las artesanías locales; y que también apoyaba un
sistema político de “federación de los estados provinciales”, antes que un
gobierno centralizado (de ahí que se llamara a sus miembros “federales”). 2)
los liberales, un grupo pro-masón y pro-británico, que favorecía el
“libre-comercio, y todo aquello que pudiera facilitar la infiltración y la
“protección” inglesa de las nacientes naciones hispanoamericana; y que estaban
también a favor de un gobierno centralizado, llamados por eso “unitarios”.
Los británicos, enteramente derrotados –según
dijéramos antes- en sus intentos de invasión, procedieron entonces a infiltrar
los sectores cultos de las clases alta y media, asociando astutamente el
espíritu de independencia nacional con propuestas liberal-masónicas,
acompañadas de la promoción del “libre comercio”, que favorecía sus planes
comerciales en el “Nuevo Mundo”, y que atraía también a muchos comerciantes que
vivían en Buenos Aires, el puerto principal de Sud América.
El soborno, la ideología liberal, la masonería y la
intriga al por mayor, fueron así las herramientas principales mediante las
cuales los británicos contribuyeron a desmembrar el antiguo Imperio Español, y
a ganar a través de títeres nativos el control de las logias y de los partidos
políticos. Cuando todo ello no era suficiente para alcanzar sus objetivos, la
intervención armada directa se dispensaba sin demora, en favor de sus aliados
nativos, alguna vez en coincidencia y colaboración con intereses imperiales
franceses, tal como ocurriera en más de una oportunidad en Argentina, Brasil,
Uruguay y Paraguay, durante el siglo XIX.
2.-La Colonia prospera: 1852 – 1946
Hacia 1852, el gran caudillo federal, don Juan
Manuel de Rosas, quien había gobernado durante casi veinte tormentosos años como
un verdadero nacionalista, fue derrotado por una alianza integrada por un buen
número de argentinos unitarios, por tropas brasileñas, financiadas por los
británicos, y hasta por un aventurero italiano y mercenario liberal, Giusepe
Garibaldi, actuando las logias masónicas como “lazo de unión” entre todos estos
heterogéneos socios.
De esta manera, a partir de 1852, se concretó la
“Organización” institucional de la República Argentina, bajo la promoción y
tutela de un grupo considerable y poderoso de masones liberales que operaban
bajo la dirección de la Gran Logia británica.
Corresponde aclarar a esta altura que, si hacemos
una referencia más bien extensa a la influencia británica en el
desenvolvimiento histórico de Argentina, ello se debe a que –Gran Bretaña ha
desempeñado desde el siglo XVIII un rol prominente como “punta de lanza” del
movimiento sionista mundial, y esta organización ha asumido una influencia
decisiva en los asuntos argentinos, en las últimas décadas, tal como lo veremos
más adelante.
Estrictamente dentro del molde del “interés
británico”, la economía argentina se desarrolló a un ritmo considerable. Se
considera que, entre 1875 y el comienzo de la Segunda Guerra Mundial; Japón y
Argentina fueron los dos países que alcanzaron una más alta tasa de crecimiento
(en el caso de Argentina, algo así como el 5%, acumulativo por año).
Es interesante hacer notar que las dos guerras
mundiales tuvieron el efecto de un estímulo imprevisto para la
industrialización nacional. Dado que las importaciones eran difíciles o aún
imposible de obtener con motivo de la guerra, hubo que desarrollar rápidamente
alguna suerte de industria local, a fin de proveerse de aquello que resultaba
prácticamente imposible de obtener en el exterior. Y la ingeniosidad de la gente,
unida a la perspectiva de buenas ganancias, hicieron el milagro de impulsar una
industria nacional que se gestó al margen de la voluntad y preocupación de
todos los gobiernos argentinos, desde 1852.
Para corroborar este criterio bastará decir que,
después de la considerable diversificación económica y desarrollo industrial
alcanzado durante la primera guerra mundial, el gobierno nacional no hizo nada
para preservar el progreso logrado y aun trató de desandar en esa materia todo
lo que le fue posible.
De cualquier manera, la economía argentina
evidenció un firme y destacable crecimiento, desde 1852 hasta fines de la
segunda guerra mundial. La cría de ganado y la producción agrícola aumentaron
hasta el punto de que Argentina pasó a ser conocida como el “granero del
mundo”. Las reservas monetarias eran elevadas, la moneda circulante fue por
largos periodos convertible a oro a una tasa fija (patrón oro incluido) y la
estabilidad de los precios era tan notable que el comportamiento del
correspondiente “numero índice” resulta favorecido aun en comparación con el de
las naciones más industrializadas del mundo.
Aunque Argentina era, económicamente hablando, un
“país periférico” –ello es, una especie de satélite de las naciones más
desarrolladas- había alcanzado un alto grado de bienestar, con un ingreso “per
cápita” muy por encima del nivel medio mundial, y un grado muy ponderable de
progreso cultural y social.
Todo este cuadro al que me estoy refiriendo es el
que me permite calificar a aquella Argentina como una “colonia prospera”. Hasta
entonces, sin embargo, no se habían planteado serias interferencias contra la
nación, fuera de aquellas encaminadas a mantener el estado colonial. Y este
había sido establecido con la cooperación de una clase dirigente compuesta por
liberales, masones, y una oligarquía terrateniente opulenta, que no se
preocupaba por el progreso de las masas populares.
En lo que se refiere a los logros económicos
alcanzados, no fue difícil ni meritorio llegar a ellos. La riqueza natural del
país, unida a una población bien dotada e industriosa, hicieron el progreso
relativamente fácil. Por añadidura, una política de crédito abundante y barato,
destinada a incrementar la producción, fue el complemento necesario.
3.-El derrumbe de la prosperidad argentina
En líneas generales, Argentina era una nación
prospera hacia fines de la segunda guerra mundial, llena de posibilidades de
convertirse en unos pocos años en un verdadero “poder mundial”, tal como una
brillante personalidad norteamericana –el Sr Archibald Mac Leish- me lo dijo
hace unos 30 años atrás.
Argentina había logrado un progreso sustancial en
materia de industrialización durante la guerra, como único medio de proveer la
demanda interna, en momentos en que la importación de bienes se había tornado
prácticamente imposible, y había acumulado también grandes créditos contra
países extranjeros, especialmente contra Gran Bretaña, por la provisión de
alimentos durante la guerra.
Sin embargo, el curso que argentina siguió, de 1946
en adelante, fue completamente distinto.
En 1946, un demagogo inescrupuloso –el general Juan
Perón- fue democráticamente elegido para regir los destinos de la Republica, y
esta sórdida personalidad, que se auto-promovió como un temperamento
independiente, nacionalista, que había de prestar especial
consideración a las necesidades de los trabajadores y de los necesitados,
pronto se convirtió en un dictador ineficiente, que rápidamente introdujo
cambios en materia de política monetaria, los cuales pusieron en marcha
el acentuado desastre económico que Argentina ha venido sufriendo estos
últimos años.
La reforma principal introducida por Perón, poco
después de asumir el cargo como Presidente constitucional, fue la de implantar
la restricción crediticia para fines productivos y la de elevar
substancialmente las tasas de interés bancario.
Esta política, dicho sea de paso, coincidía
plenamente con las recomendaciones que poco después el profesor Milton
Friedman, un economista sionista de la Universidad de Chicago y ganador del
premio Nobel, puso en marcha como la mejor receta “monetarista” para combatir
la inflación en cualquier país del mundo.
Pero esa no fue la única coincidencia entre Perón y
los sionistas y masones, durante sus diez años de gobierno, entre 1946 y 1955.
El –por ejemplo- designó al asumir la presidencia, como Ministro del Interior
(el más alto cargo político de su gabinete) al judío-sionista Angel Borlenghi,
un dirigente obrero de segunda o tercera categoría que no había tenido
significación alguna en el ascenso de Perón al poder; sin embargo, ese
personaje fue mantenido en tan importante cargo prácticamente hasta que
manifestado como un sostenedor de la educación moral, católica, en las escuelas
lentamente se apartó de esa posición después de algunos años, y se convirtió en
gran responsable de la persecución y encarcelamiento de muchos sacerdotes
católicos en todo el país, así como de la quema de varias de las más
importantes iglesias y reductos históricos del catolicismo en Buenos Aires, en
junio de 1955.
Abrumadora influencia sionista en Argentina, en las
últimas cuatro décadas.
El derrocamiento de Perón, en septiembre de 1955,
de ningún modo significó que la influencia sionista dejara de jugar un rol
predominante en los gobiernos que lo sucedieron.
Por el contrario, podemos afirmar que esa
influencia no solo continuó, sino que se acrecentó considerablemente. Y aun
sostener que este es el común denominador de los gobiernos que ha tenido la
Argentina en las últimas décadas: sean ellos militares o civiles, peronistas o antiperonistas
(radicales, por ejemplo, como los que gobiernan hoy, encabezados por el
presidente Alfonsín).
Como consecuencia de ello y en relación con la
política económica, ningún gobierno ha cambiado, desde 1955 hasta el presente,
la funesta estrategia de mantener “drásticas restricciones crediticias y altas
o muy altas tasas de interés bancario”, sin importarles los efectos
catastróficos de esta política en la producción nacional.
A comienzos de este año, 1987, escribí un artículo
para el Boletín de Educación Económica, publicado trimestralmente por el
Instituto Norteamericano de Investigaciones Económicas, con sede en
Barrington, Massachusetts.
El artículo tiende a ilustrar, sobre la base de la
experiencia argentina, acerca de la “conspiración económica” encaminada
a obtener el control mundial global, que los banqueros internacionales están
llevando adelante, bajo el liderazgo de David Rockefeller y su “COMISION
TRILATERAL”. He aquí algunos párrafos del referido artículo:
“Tal como explico en mi libro, Teoría Cualitativa
de la Moneda, ed. Fuerza Nueva, Madrid, 1982, Argentina se desempeñó muy bien
–en cuanto a crecimiento económico- a lo largo de más de un siglo (1830- 1945),
a pesar de su definida condición de “país agrícola” (productor de granos y carnes),
prácticamente desprovisto, hasta la Gran Crisis Mundial, de ninguna industria
significativa.
No cabe la menor duda de que la razón esencial de
ese excelente y duradero desempeño económico (firme crecimiento del producto
nacional real y notable estabilidad de precios) fue la abundancia del crédito,
otorgado por el sistema bancario, a muy bajas tasas de interés (muy rara vez
por encima del 4 % anual, pero frecuentemente por debajo de ese límite).
Durante ese prolongado periodo, hubo abundantes
“desarreglos fiscales”, ello es, déficits presupuestarios del gobierno y
emisiones de papel moneda destinados a cubrirlos. Ello no obstante, el
crecimiento productivo y la estabilidad de precios siguieron su curso
sostenido.
Hacia 1946, coincidiendo con el acceso de Perón al
gobierno constitucional, se dispuso un drástico giro en la política
monetaria: a partir de entonces, la restricción crediticia y el aumento
de las tasas de interés fueron implantados sistemáticamente, basados en la
causal de que el año anterior (1945), por primera vez en más de un siglo, había
ocurrido un incremento del “índice de precios” próximo al 20 %, pero que no
llegaba a ese límite.
Después de 1946, la tasa de inflación
mantuvo su nivel o creció más aún. No obstante el hecho de que la política de
dinero (crédito) escaso y caro no trasuntaba resultados favorables, la actitud
de las autoridades económicas fue la de permanecer en el mismo rumbo: cada día
dinero o crédito más escaso y más caro, supuestamente para curar la inflación y
la desocupación, aun cuando –como decimos en castellano- el remedio fuera peor
que la enfermedad.
Después del derrocamiento de Perón en 1955, cuando
la Argentina se asocia al Fondo Monetario Internacional (1957), esta
institución presionó para endurecer esta desastrosa política. La restricción
crediticia –a través del sistema bancario- fue reforzada en todo el país y las
tasas de interés que aplicaban los prestamistas no bancarios (las
compañías financieras habían aparecido por doquier, luego de la restricción
crediticia bancaria iniciada en 1946) alcanzaban normalmente al 1 o 1,5 diario.
A pesar de todas las restricciones crediticias y
monetarias aplicadas hasta entonces, hacia el comienzo de la década del 70 la
situación se tornaba cada vez peor: la tasa de inflación promedio, por
ejemplo, 1973/1975 sobrepasó del 400 al 500 % por año. La quiebra de
empresas aumentaba sin cesar, las tasas de desocupación eran extremadamente
elevadas, a pesar del hecho de que, entre 1950 y 1970, de 2 a 3 millones de
personas habían abandonado la Argentina, en busca de trabajo y/o un nivel de
vida soportable en el extranjero.
Hacia 1976, aun se avecinaba lo peor. Ese año una Junta
Militar tomó el poder y designó a José Martínez de Hoz como Ministro de
Economía. Este individuo, profesor de la Facultad de Derecho y proveniente de
una familia adinerada, resultó un representante sin disimulo de David
Rockefeller y su conclave de banqueros internacionales.
El amplio apoyo brindado a Martínez de Hoz por la
camarilla militar que estaba en el poder, le permitió llevar la política de
“dinero escaso y caro” hasta sus peores extremos. De 1976 a 1981, mientras él
condujo la economía de la Nación, las tasas de interés bancario superaron con
frecuencia el 400 y el 500 % anual. El capital especulativo extranjero acudió a
raudales a la Argentina y algunos miles de millones de dólares provinieron de
la bolsa de David Rockefeller. Mientras tanto, exclusivamente para operaciones
cambiarias, se mantuvo la moneda nacional fuertemente sobrevaluada, lo cual
dificultó gravemente las exportaciones argentinas y facilitó al extremo las
importaciones. Para poder mantener ese esquema en funcionamiento, Martínez de
Hoz contrató préstamos a sus amigos, los banqueros internacionales, por 30.000
millones de dólares. Y ese es, dicho sea de paso, el origen de la “deuda
externa” argentina.
Hiperinflación, descalabro productivo, desocupación
y fuerte endeudamiento externo, fueron los resultados de esa vergonzosa
maquinaria de subordinación a los dictados de los banqueros internacionales y
del socio de estos, el Fondo Monetario Internacional.
Hacia fines de 1983, los militares transfirieron
las riendas del poder a un gobierno democráticamente elegido. Pero las
características principales de la política monetaria permanecieron
intactas, hasta el día de hoy.
Los sobornos y las presiones, administrados por los
financistas internacionales, parecen ser un factor tan penetrante con los
dictadores militares corruptos como con los gobernantes democráticos corruptos.
Este es un hecho que cada día se torna más evidente en nuestro Mundo
Occidental. Y tal vez sea la razón por la cual hemos venido sufriendo –durante
más de cuatro décadas- esta política suicida, que es buena para los banqueros
internacionales y mortal para el pueblo argentino.
Ahora
bien, uno puede preguntarse si esta terrible decadencia, desde 1946, puede
deberse con exclusividad a la actitud débil y/o a la pura estupidez de los
argentinos. Aunque yo lamentablemente debo reconocer que ha existido una dosis
de ambas cosas –debilidad y estupidez- de parte de muchos de mis compatriotas,
también debo manifestar que el sionismo ha usado eficientes armas
complementarias, a fin de obtener los dividendos económicos y financieros, así
como el control aludido anteriormente. A estas armas nos referiremos a
continuación.
Democracia, dictadura, medios masivos de
comunicación y terrorismo, como herramientas complementarias de la estrategia
económica y financiera sionista.
En mi opinión, la dirigencia sionista no tiene
escrúpulos en cuanto al uso de cualquier instrumento político –no interesa cuan
horrible pueda ser- a fin de alcanzar sus metas económicas y financieras.
Sobornar a un dictador y a sus colaboradores
inmediatos puede parecer más fácil que sobornar y controlar la cúpula de los
partidos políticos, bajo una democracia liberal. Sin embargo, la realidad ha
demostrado que la democracia liberal puede ser más conveniente, a través de la
financiación y el soborno de la dirigencia de todos los partidos, puesto que un
dictador o una camarilla dictatorial, puede no ser enteramente confiable, en
especial si el dictador pretendiera, eventualmente, prestar alguna atención a
las masas y algún “apoyo popular”.
En mi más reciente libro, “Jesucristo
nazi-fascista”, explico con algún detalle cómo y por qué la democracia liberal
se adapta mejor a la estrategia sionista, aunque en Argentina ambas, dictaduras
y democracia liberal, hasta ahora, han servido por igual a los propósitos del sionismo.
En líneas generales, el más poderoso instrumento
complementario del control económico y financiero que el sionismo está logrando
rápidamente sobre el mundo entero, es su virtual monopolio, tanto nacional como
internacional, de los “medios masivos de comunicación”.
La Argentina muestra en la actualidad el grado de
perfección alcanzado por el sionismo en su casi completo control de los medios
nacionales de comunicación. En este país, que es el mío, hay un gran número de
estaciones de radio y canales de televisión que son públicos, vale decir, de
propiedad del gobierno. Esto, en gran medida, facilita la tarea de dominación
sionista, porque el sionismo controla al gobierno y, por ende, controla todos
los medios de que el gobierno es propietario.
En lo referente a los “medios” de propiedad
privada, el problema también resulta relativamente fácil, puesto que la mayoría
de los gastos en propaganda son efectuados actualmente por grandes empresas
multinacionales y por bancos y compañías financieras, prácticamente todos ellos
controlados por los sionistas; por consiguiente, tales entidades pueden
interrumpir el otorgamiento de propaganda pagada a cualquier medio de
comunicación que no preste atención a sus “sugerencias”.
En la Argentina, por ejemplo, desde 1946, nadie que
estuviera privado de la aprobación de la camarilla sionista dominante ha tenido
la menor posibilidad de ser incluido en un diario de mucha circulación, menos
aun si el candidato era conocido por sus opiniones críticas respecto de las
felonías sionistas.
Pero el sionismo puede ir aún mucho más lejos. Su
dirigencia puede desacreditar o calumniar personas, cualquiera sea su
respetabilidad, con la seguridad de que ellos no serán enjuiciados o penados
por ese motivo.
He aquí una prueba práctica: en mayo de 1985,
“Clarín”, el diario de Buenos Aires con mayor circulación, se despachó acusando
al Dr. Beveraggi Allende, ello es, al que habla, de “echar a estudiantes
judíos del aula en que dictaba clases, en la Universidad de Buenos Aires”. Esta
acusación, absolutamente falsa, fue difundida a través de todos los medios
masivos de comunicación, incluyendo diario y televisión, por todo el territorio
nacional. Yo ni siquiera intenté demandar a los responsables ante los
tribunales, porque descontaba que no obtendría ninguna satisfacción o
reparación en respuesta a una agresión tan injusta.
A través de lo explicado hasta este punto, el poder
de control alcanzado por el sionismo en Argentina resulta verdaderamente
dramático: 1) por una parte, el predominio económico-financiero logrado por
medio del soborno a dictadores y políticos por igual, en colaboración con la
poderosa y bien publicitada red de banqueros internacionales y agencias
mundiales asociadas a ellos; 2) el casi completo monopolio de los medios masivos
de comunicación, lo que les permite imponer los criterios supuestamente
científicos del sionista Milton Friedman y su “monetarismo”, como una receta
“curalotodo” contra la inflación y la desocupación, aun cuando esta propuesta
mágica sea la mejor sugerencia para hundir a tales países en una espiral
infernal de pago de intereses y endeudamiento externo.
Y permítanme recordarles, Señores, que no me estoy
refiriendo a una hipótesis abstracta, si no a la triste y concreta experiencia
de mi propio país, una nación prospera y progresista hasta hace 40 años, que ha
sido reducida en ese lapso a la miserable condición de país deudor y
subdesarrollado.
Y puedo añadir que el sionismo ha probado disponer
de muchas herramientas complementarias, en apoyo de sus planes opresivos y
destructivos. De estas, mencionaré solamente una, extremadamente perversa pero
también extremadamente eficiente. Y me estoy refiriendo al terrorismo;
al terrorismo en gran escala y altamente organizado, como aquel en el cual los
israelíes han probado al resto del mundo ser verdaderos maestros. Y el
terrorismo de esta naturaleza puede servir a diversos propósitos estratégicos y
tácticos, como se ha puesto en evidencia en la Argentina, donde dirigentes
intelectuales y prácticos del terrorismo subversivo incluyen nombres de fama
mundial, como los del periodista Jacobo Timerman, y del banquero David Graiver.
El terrorismo manejado por el sionismo fue
utilizado en la Argentina para “desestabilizar” gobiernos, tanto militares como
democráticos-constitucionales, en las décadas de los años 60 y 70; y también
para promover la ideología marxista, pero así mismo para impulsar una “guerra
psicológica” de vastos alcances, dentro y fuera del país, destinada –por
ejemplo- a culpar a los militares de una total insensibilidad por los “derechos
humanos”.
Y la dirigencia sionista que respaldó a Martínez de
Hoz como “capitoste” discrecional de la economía argentina entre 1976 y 1981, a
través del mismo Martínez de Hoz recomendó a la Junta Militar que gobernaba el
país en ese momento que no aplicara el procedimiento legal en la lucha
contra los terrorista, sino –en su remplazo- la metodología de la llamada
“guerra sucia”.
Pero unos años después, los sionistas -en una
campaña de alcance mundial- condenaban a las Fuerzas Armadas en su conjunto,
por la aplicación de esa técnica que ellos mismos le habían recomendado a la
cúpula militar.
En pocas palabras, el terrorismo científico
aplicado, asociado o no con la droga (una materia en la cual el sionismo
tiene el liderazgo, tal como en Estados Unidos lo ha probado el Executive
Intelligence Review, mediante su libro “Narcotráfico Sociedad Anónima”)
puede ser usado eficientemente, tanto para eliminar un adversario molesto como
para desorientar completamente al pueblo, desviando su atención de cualquier
asunto grave por razones tácticas.
Yo he llamado por años la atención de mis
compatriotas, señalando que “el destrozo y vaciamiento económico” de la
Argentina, por parte de los sionistas, fue siempre acompañado por una intensa
actividad terrorista, promovida también por ellos.
Walter
Beveraggi Allende
N. de la R.: Conferencia leída en el Instituto de Revisionismo Histórico, de los
Estados Unidos, los Ángeles, California, el 9 de octubre de 1987. Publicada en
Patria Argentina N° 12, octubre de 1987.